miércoles, 30 de junio de 2010

Hacia el sol

Una vez quise ir en barco para sentir el vaivén del oleaje,
pero aquel crucero parecía marchar sobre viejos raíles.

Otro día me subí a un avión,
pues volar debía de ser como despojarse del peso
y quedar en vilo.
Comprobé que al pájaro le sobraba metal.

Hoy vuelvo a poner distancia entre mis días y mi vida,
hacia un lugar cálido y luminoso.
El vagón apenas se mueve,
aunque para mí se mece y planea.

Por fin siento que estas vías son de agua.
También de aire.

domingo, 27 de junio de 2010

El Camino

A su paso junto a lo que parece una cerrajería, o tal vez una herrería, el caminante se detiene. Ha visto unos pedazos de metal con forma de concha. Se amontonan sobre un cajón de madera, reluciendo empequeñecidos bajo el plomo del sol. ‘Llévese una’, le dice el herrero, o cerrajero, quien sale tras notar de oído al visitante. ‘Las hago con retales que me van sobrando. Aquí no se tira nada:  recorto la vieira, le doy su forma cóncava y le marco las estrías por el otro lado. Por último hago este agujero y paso la anilla por él. Si quiere colgársela puedo buscarle un cordón’.

El hombre desaparece sumergido en la sombra de su taller. El caminante, que acaba de librarse por unos instantes del peso de su mochila, repasa al tacto los bordes de la venera de latón. ‘Alguna rebaba, algún que otro filo. Un poco tosca, sí, pero no está nada mal’, estudia al tiempo que oye el cacharreo que la búsqueda del herrero arroja desde el interior. Éste sale al momento terminando de cortar con una navajilla un pedazo de cuerda.

‘Un nudo por aquí…’, ata uno de los extremos de la soguilla después de pasarla por la pequeña argolla de la concha, ‘…otro más en este lado, y ya está. ¿Lo ve?’ El peregrino le paga con un par de monedas y decide colgar de una de las correas de la mochila su recién adquirida enseña.

La cordezuela se enreda consigo misma y da trenzado asidero al colgante que pende sin llegar a vencerla con su escaso peso. Las hebras de pita son hilachos secos, fibras vegetales rebeldes que ya han pactado con el aro y su pendiente metálico una agreste armonía.

Otra etapa agotadora. Cuando llega al albergue el caminante se despoja de su equipaje y desnuda sus pies ardientes. Tardarán un buen rato en enfriarse, al igual que la concha de metal.

miércoles, 23 de junio de 2010

Ralph Fiennes

Se acercó al botón eject del reproductor, lo pulsó con el grado de contención que estos dispositivos exigen y extrajo el deuvedé de la bandeja sin dejar que ésta concluyese su recorrido saliente. Mientras devolvía el disco a su caja y lo encerraba con un par de sonoros crocs, sentía en su cabeza el cosquilleo de las impresiones que la película le había removido.

"¿Ralph Fiennes me caía bien o me caía rematadamente mal?"  El movimiento en su mente era más bien una disputa entre los opuestos de su conciencia. Hace años había relegado al ala oeste de su percepción al Ralph Fiennes de La lista de Schindler, al cual acompañaba ya su maligna creación para algunas de las películas de Harry Potter, incluso el que aparecía en las que aún estaban por estrenarse. Y no era para menos: Lord Voldemort por fin tenía una cara y su ausencia de nariz era casi tan turbadora como su falta de humanidad. Con respecto al primer malo, Amon Göth, aquel nazi sin escrúpulos, valga la redundancia, puso a Fiennes sobre el mapa, pero también fue el centro de los recelos de todo el que vió la obra de Spielberg.

A ella le había costado mucho desprenderse de la conmoción que le despertó cada disparo del capitán homicida de las SS, resonando cada noche dentro de la oquedad de sus sueños. Afortunadamente poco después llegó El paciente inglés.  Entonces no volvió a recordar al ejecutor, lo dejó adormecido en algún rincón perdido y se abrazó apasionadamente al conde Almásy. Una historia de amor imposible, así fue, como la que se agotaba en la Cueva de los Nadadores. Después Ralph Fiennes interpretaría otros personajes que no romperían ese hechizo, sino todo lo contrario, como el de El jardinero fiel.  Qué emoción sintió ante la actitud del diplomático abnegado que investiga la muerte de su mujer y acaba destapando una trama de corrupción. Sin dudarlo un instante se habría puesto en la piel de su Tessa, pero sin tan desgraciado destino.

Dejó el estuche de La duquesa sobre el saliente del mueble.  "Este no es mi Ralph Fiennes".  Y con ese pensamiento conjuró sin querer a Göth y a Voldemort, reuniéndolos en oscuro aquelarre con el recién conocido duque de Devonshire. Qué despreciable le había resultado y qué alejado de los encantadores mitos que había forjado al otro lado de su memoria. Qué desdichada vida la de la duquesa, unida a ese déspota sin miramientos. Pensó que le costaría un tiempo deshacerse de tantos fantasmas para poder llegar a pensar que la película que acababa de ver no estaba nada mal.

Y concluyó que el idilio con el actor renacería sin forzarlo demasiado. Tal vez volviendo a visitarle en el lado bueno.

lunes, 7 de junio de 2010

Verlo y oírlo

Hace unos posts hablé sobre Enrique V y su música. Me han pedido que inserte algún vídeo que ilustre un poco las cosas. Ahí va el discurso que el rey se marca para dar ánimo a sus hombres antes de la batalla de Agincourt.





Y más abajo, la secuencia posterior a la batalla.





No sé si este último vídeo está colgado por ahí con algo más de calidad...

domingo, 6 de junio de 2010

Paseo mañanero

Llevo puestas unas zapatillas deportivas. Bastante parecidas a las que Nadal va a calzar esta tarde cuando se enfrente a Soderling en París. Bueno, lo más probable es que estas mías sean más baratas. Vuelvo de dar un paseo. Con la fresca, antes de que el sol empiece a reducirlo todo, hasta el sueño acumulado durante la semana puede esperar a ser descabezado.

Muy poca gente por la calle. Apenas un par de perros tirando de sus dueños, amos de sus amos. El centro comercial no ha despertado aún, aunque siendo primer domingo de mes no tardará en hacerlo. Será el lugar escogido por muchos para burlar al calor. Y a la cartera.

En el Jardín de los Sentidos han puesto unos cuantos cachivaches que invitan a ejercitarse. Por partes, como desmembrados, podemos hacer lo propio con los pies, las muñecas o los dedos de las manos. Un poquito de calentamiento y lo demás es cuestión de aplicarse. Sin casi sombras, el parque es un circuito para el andarín.

Antes de volver a casa, un rodeo más. Parecen estar ampliando el Colegio Ernest Hemingway. Con todo el terreno que hay alrededor podrían construirse cuatro más. E incluso un pequeño mar para que al viejo no le falten grandes peces. Ningún tiburón, por favor.

Me quito las "tenis". Un par de horas para volver a calzarlas. No será en una pista de ese deporte, ni en un centro comercial, ni paseando por un jardín. Ni siquiera para llegar hasta la costa y salir a pescar.