jueves, 16 de agosto de 2012

Fuego

Sé poco del humo,
del cosmos que esconde,
de su rabioso velo negro
y de la horca que entraña.

No quisiera ser árbol
preso de la hoguera
cuyos cantos se asfixian,
la sombra estrangulada.

Verde sin verde,
trocado de luto,
amargamente sediento
frente a la sed de la llama.

Ni el silencio devuelve
equilibrio a la tierra,
la savia hervida,
la piel quemada.

Trágicos restos.
Calcinada memoria.

¿Aún respiras?
Si la vida duele
queda algo de vida.

Incendios

¡Fuego, fuego, que me quemo,
que mi cabaña se abrasa!
Repicad a fuego, amigos,
que ya dan mis ojos agua.
(...)
¡Fuego, zagales, fuego, agua, agua!


En El burlador de Sevilla habló el gran Tirso del fuego y de la traición. Estos días media España arde. Como todos los años. Tal vez más que todos los años. Cada foco es una desgracia irreparable. Ocurría cuando no estábamos en crisis económica, con mayor o menor saña. Y sigue ocurriendo ahora, cuando, a pesar de la recesión, no debería escatimarse en medios para prevenir y luchar contra el fuego.

En el bosque, en el monte, está la vida. No lo olvidemos.

lunes, 6 de agosto de 2012

Mangos azules

Durante un mes he estado inmerso en la crónica de una familia del sur de la India, sumido en su vida e imaginando qué quedará de lo real y de lo inventado por su autor en un lugar medio real-medio inventado cercano a Kerala. En la novela no sólo se habla de los Dorai, clan no brahmán aunque bien posicionado, del que conoceremos su devenir a lo largo de tres generaciones. También se cuenta en ella parte de la historia de la India durante la primera mitad del siglo pasado, a lo largo de las dos Grandes Guerras y del declive del Raj.

Los mangos azules, únicos como esta narración, van dejando aquí la impronta de sabores y texturas que únicamente recuerdan a ellos mismos. Esta primera novela de David Davidar indaga en las complejidades de cada uno de sus personajes. Solomon, el patriarca, del pueblo de Chevathar, lucha contra otra casta que pretende detentar el poder en la región. De sus dos hijos, uno, Aaron, sufrirá las crudas consecuencias de militar en política en oposición a los británicos. El otro, Daniel, aprendiz de un médico local, acabará enriqueciéndose gracias a la fabricación de una fórmula para aclarar el color de la piel y, con su fortuna, fundará una colonia para mayor gloria de los Dorai. Más adelante, su hijo y pretendido heredero, Kannan, estudiará Botánica en Madrás (como hiciera el propio Davidar) y acabará alejado de su familia...

La casa de los mangos azules es una novela didáctica que indaga en multitud de los asuntos que han hecho de la India lo que hoy es. Las pugnas entre castas en el contexto de la lucha de los indios por lograr su independencia de los ingleses, la obcecación de estos en mantener su estilo de vida a costa de la riqueza del subcontinente, el choque de culturas que nunca llegaron a armonizar del todo. El relato está, además, repleto de sensibles descripciones de paisajes, prácticas cotidianas, comidas, olores, colores y de los toques poéticos que no es fácil encontrar en esas novelas ambiciosas que hablan de sagas familiares. Está también lleno de esos singulares mangos, una rareza tan preciada como toda esa diversidad.

domingo, 29 de julio de 2012

Regusto de Viena II

En el DRAE la palabra "regusto" aparece definida así en su tercera acepción: "Sensación o evocación imprecisas, placenteras o dolorosas, que despiertan la vivencia de cosas pretéritas". Es con la que me quedé para el post anterior. Ahora usaré su sentido más común: 

"Sabor que queda de la comida o bebida". ¡Ay, qué cosas! Intento recuperar alguno, aunque sea difícil en ausencia de los imprescindibles aromas que suelen conectar un no sé qué con otro no sé qué para evocar ese sabor. Por ejemplo, el de una Frittatensuppe, que parece más bien un juego para niños en el que alguien se haya encargado de cortar unos pocos crepes en tiras para, después, sumergirlas en un consomé.

Aparte de esta y otras sopas, consigo rescatar uno de esos fuertes Gulash de ternera acompañados de Knödel, unas enormes bolas de miga de pan que bien podrían usarse para jugar a la pentanca; o también el de los Schnitzeln gigantescos que sirven en algunos restaurantes y que, aparte de su gran tamaño, no aportan nada distinto del filete empanado de toda la vida.

Inolvidable el Apfelstrudel del Café Central, combinación templada de manzana con canela, pasas y nueces dentro de un rollo de hojaldre espolvoreado con azúcar glass. Hay cientos de Strudeln más, como el de Powidl, esa mermelada típica austriaca hecha con ciruelas muy maduras, pero el de manzana es el mejor. Insuperable.

Durante mi primera vez en Austria me sorprendió el uso habitual que le daban a las semillas de amapola. Creo que mi primer encuentro con ellas fue en la salsa que bañaba unos ñoquis. Después no dejaron de aparecer sobre muchos tipos de pan o, también, como relleno de otros rollos tirando a sosos a los que llaman Mohnstrudeln.

¿Y qué más? Pues, resumiendo, un paraíso de regustos dulces y salados de los que me quedo con los cafés y las tartitas.

viernes, 20 de julio de 2012

Regusto de Viena I

Después de un viaje viene otro. Del físico y vivencial se pasa al del recuerdo, durante el que revisamos los momentos e imágenes que nos hemos traído, bien dobladitos en la maleta de la memoria.

Mientras saco del trolley la ropa usada y la no usada, vuelvo a ver los colores y formas dispares de las creaciones de Hundertwasser. El Gaudí vienés te hace jugar, tenerle miedo a la línea recta, ondularte con el suelo y las paredes, buscarles las raíces a las plantas que coloca acá y allá, y volverte, de algún modo, irracional.

Separo algunos objetos  -cámara de fotos, algún recuerdo de cerámica, las Mozartkugeln, souvenir comestible-  y vuelvo a bordear la orilla del Danubio, esa impresionante masa de agua que no se parece a ningún río de este país del sur, tan distinto.

Hojeo folletos de museos y les echo otro ojo a las pinturas de Klimt, Schiele, o Brueghel. Entonces paseo con placer por las salas del Belvedere, del Kunsthistorisches o del Leopold, ambientes construidos de luz, atmósferas donde los trazos y los pigmentos van transformando el mundo.

Mientras pongo una lavadora convierto el perfume del suavizante en delicioso olor a café. Entro de nuevo al Hawelka, con sus muebles ancianos, al palaciego Central y toda su altiva exquisitez, al Corbaci del Museumsquartier y la combinación funcional del hormigón con techos de cálidos azulejos; y también paso a alguna que otra cafetería Aïda, donde los precios son más practicables y casi todo tiende al rosita.

Al guardar el calzado escucho otra vez los valses tocados con violín y acordeón en un Heuriger de Grinzing, ese pueblecito salpicado de encantadoras tabernas que un día quedó pegado a Viena.

Todo el viaje queda "deshecho" y recolocado en cajones y armarios. Pero sigue desarrollándose en mi cabeza, que insiste en encontrarles el sentido a casualidades, meteorologías, reencuentros, hallazgos, palabras, gestos y sabores.

miércoles, 11 de julio de 2012

Vicenç Navarro

Esta mañana Vicenç Navarro ha estado en Radio Nacional de España, como entrevistado del programa En días como hoy que dirige y presenta Juan Ramón Lucas. Me gusta que en la radio pública también tengan cabida las voces que discrepan de la "versión oficial" de los hechos  -de los presentes, sí, aunque también de los pasados, que condicionan en gran medida lo que sucede hoy en este país-  y puedan expresarse alto y claro quienes creen que hay otra forma de cambiar esta situación, sin que la mayor parte de la ciudadanía deba sufrir las decisiones serviles y traicioneras de estos políticos que nos han tocado.

Os animo a que escuchéis la entrevista, que podréis encontrar visitando la web de RNE en el apartado de podcasts, o en el blog del propio Vicenç Navarro, quien ya ha enlazado el contenido. Lo tenéis a la izquierda, también entre mis enlaces. Este politólogo, sociólogo, médico y experto en economía ha publicado multitud de libros y artículos que le convierten en uno de los científicos sociales más autorizados del momento. De hecho, libros como Hay alternativas, firmado junto a  Juan Torres López y Alberto Garzón, o el reciente Lo que España necesita, también con el diputado de Izquierda Unida Alberto Garzón, han sido acogidos con esperanza por quienes queremos que la manipulación de los gobiernos termine  -la del gobierno presente y el desastroso coleo de la del pasado, sin duda-,  pues nos merecemos un Estado social libre, democrático y equitativo.

Al hilo de lo anterior, recomiendo aquí también el libro El subdesarrollo social de España: causas y consecuencias, también de Navarro, que salió en la editorial Anagrama en 2006. Magnífico para entender lo que está ocurriendo.

martes, 10 de julio de 2012

Todo irá bien

El exótico Hotel Marigold no ha sido un gran taquillazo ni lo va a ser a estas alturas. Pero algo tendrá esta película para que los multicines que tengo cerca de casa la hayan mantenido en cartel durante cuatro meses. No sé si clasificarla como comedia dramática o como drama con risas, aunque supongo que eso de las etiquetas da igual cuando una historia te hace pasar dos horas agradables.

Se trata aquí de hacernos ver que la vejez puede ser un período fantástico dentro de la vida. Tras diversos avatares, un grupo de jubilados llega a la India y se aloja en un hotel de Jaipur regentado por Sonny, un chico ingenuo y asombrosamente optimista que intentará convertir su estancia en algo agradable a pesar de que su hotel no es lo que todos esperan. La India es el lugar en el que, para bien o para mal, algo zarandeará sus existencias. En definitiva, han viajado hasta allí para intentar darles un giro y tratar de reinventarse emocionalmente. Sin duda será así.


De John Madden me gustaron Su majestad Mrs Brown y Shakespeare in love. En ambas aparecía Judi Dench, esa extraordinaria actriz británica que aquí también ofrece una interpretación admirable. En general, todos los actores están espléndidos, aunque añadiría a la lista de méritos a los grandes Maggie Smith y Tom Wilkinson, que consiguen conectar con el espectador con mayor intensidad que el resto.

El exótico Hotel Marigold no deja de ser la combinación de los momentos protagonizados por unos y otros, alegres o desgraciados, que conviene ver en versión original (se disfruta muchísimo de la dicción de los actores). Ya puestos, podemos aplicarnos la falta de pretensiones de la película y del mensaje del dicho indio que Sonny recuerda a sus huéspedes: "Al final, todo irá bien. Por lo tanto, si no va todo bien, es que todavía no es el final”.

domingo, 1 de julio de 2012

Una meca

Ese señor delgado de oscura y cuarteada piel mira con sus ojos entornados. Cabecea hacia delante mientras murmura una letanía incomprensible para mí.

Reza, sin duda. ¿El lateral derecho de este tren mira ahora a la Meca? Dado que avanza por un trazado sin apenas rectas, es difícil saber a qué cielo se conecta el orante. Ante la duda, mejor vendría cualquier agujita que señalase un presunto norte.

Echo de menos aquel reloj con brújula que decidí no comprar por lo superfluo de tal herramienta. También me serviría la pequeña brújula que rescaté antes de que llegara a desprenderse del tirador de mi viejo trolley. O, ¿por qué no?, me apañaría con un taponcito de corcho, un pequeño imán, una aguja y un balde con un poco agua.

Sin complicarme apenas, sí, pero con ayuda. Él, sin embargo, conoce su oriente. Puede que en cada nave haya un marino cuyo compás interno sabe en todo momento cuál es el rumbo.

miércoles, 27 de junio de 2012

El joven Joel

Henning Mankell, aparte de habitar este mundo para hacer de él algo mucho mejor, no deja de ser un magnífico escritor, ¡y prolífico! Entre mis planes está ir leyendo toda la serie Wallander, cuyos volúmenes ocupan buena parte de un estante de casa, y de los que ya ha caído Los perros de Riga. Mientras eso se va cumpliendo -me tomaré mi tiempo-, descubro también otras de sus obras.

En los noventa se dedicó, aparte de a sus creaciones policíacas, a los 'lectores jóvenes'. Estos días estoy con las dos piezas que me restaban para completar su tetralogía de Joel, dentro de la piel de este preadolescente que vive en una aldea de crudos inviernos entre bosques suecos. Junto a su padre, un leñador que antes fue marinero, sueña con hacerse algún día de nuevo a la mar y se pregunta qué habrá sido de su madre, de la que apenas conoce cuatro detalles. Entretanto, se marca objetivos, explota su imaginación haciéndose cientos de preguntas sobre la vida cotidiana, choca contra el mundo de los adultos y se mete en más de un problema.

Las novelas son un magnífico acercamiento a la psicología juvenil, partiendo desde los once años de Joel hasta que éste llega a los dieciséis. Me gusta el estilo de Mankell, aquí conciso, como es habitual, nada artificial, transmitiendo con humor e ingenuidad todo lo que al chaval se le cruza por la mente. El perro que corría hacia una estrella, Las sombras crecen al atardecer, El niño que dormía con nieve en la cama y Viaje al fin del mundo, títulos todos traducidos al castellano en la Editorial Siruela. Últimamente los cuatro se han recogido en un volumen de DeBolsillo llamado como el último de ellos, Viaje al fin del mundo.

domingo, 24 de junio de 2012

Los duendes del café

Horarios nocturnos. Este mes ha tocado. A falta de un termo casero cargado de café con leche, una máquina de las apodadas 'de vending' es bienvenida siempre. Aún hoy, después de haber sido usuario de unas cuantas en distintos lugares, sigo sin saber cómo funcionan exactamente. Puede que alguno de los programas de Discovery Channel haya desvelado ya el secreto de los duendes cafeteros que se dedican a moler el grano y a preparar la rica infusión dentro de esa especie de armario con luz.

Ese proceso de alquimia mediante el que una moneda precipitada a través de una ranura se transforma en líquido con espuma caliente contenido en un vasito de plástico sigue siendo todo un enigma para mí. Hace unos cuantos años, en el centro donde tuve mi primer trabajo había una máquina de bebidas que, aparte de café, té y chocolate, ofrecía sopas. Más de una vez alguien me sorprendió agachado, arrodillado incluso, colocando la mirada a la altura de la ventanilla de salida de los brebajes. ¿Era posible que mi café saliera por el mismo tubo del que acababa de brotar una sopa de verduras?

La máquina de hoy no ofrece caldos como aquellos, lo cual me libra de doblarme inevitablemente para vigilar de cerca el conducto del que manan los enjuagues. Eso, sin embargo, no mata del todo mi curiosidad: ¿será el enanito que vive en su interior el que deje caer la cucharilla plana dentro del vaso?

sábado, 16 de junio de 2012

Pequeñas mentiras sin importancia

Se estrenó el año pasado, aunque este verano puede tener su hueco si se lo dáis. Un grupo de amigos decide que no va a renunciar a sus vacaciones en la playa por acompañar a otro de ellos que ha sufrido un accidente y está postrado en la cama de un hospital. Esa decisión será el lastre que les impedirá disfrutar plenamente de esos días. Aunque todo está dispuesto para el relax y la diversión, no tardarán en salir a relucir ciertos comportamientos que les convierten en personas egoístas y mezquinas.

El comienzo engancha por su virtuosismo y el admirable planteamiento que ofrece su director-guionista, Guillaume Canet. Los personajes están bien perfilados, resultan completos, matizados, creados para encontrar la identificación con el espectador. Todos los actores brillan sin excepción y cada una de sus historias va encontrando su sitio sin falta.

La película, para lo bueno y lo malo, acaba siendo una mezcla de comedia pura y drama con dosis de moralina y lágrimas. Pero, a pesar de ello, no deja de funcionar como una buena cinta que ahonda en los aspectos que nos hacen humanos.

Gran ocasión para ver buen cine francés que deja un magnífico sabor de boca y el poso de las historias con alma.

domingo, 10 de junio de 2012

Dorsal 137

Se cuela por la estrecha rendija que aún separa las puertas al cerrarse. ¡Por poco! Sudoroso y rojo por el esfuerzo, toma resuello. Lleva pantalón corto, zapatillas deportivas y una camiseta sin mangas guarnecida con grandes números. Busca asiento y lo encuentra junto al mío. Lo ocupa mientras mira al exterior del vagón. Acompaña su tensión con respiraciones afanosas. Reparo en el reloj que le ciñe la muñeca: pulsómetro y podómetro incorporados. Ambos marcan sendas cifras en avance constante. Se da cuenta de que lo he fichado y lo oculta con un nervioso cruce de brazos.

Dos estaciones más. A la tercera, se baja y echa a correr.

Por la noche, en la tele, veo al tipo del tren. Los mismos grandes números sobre su dorsal. Está cruzando una meta con los puños alzados.

lunes, 4 de junio de 2012

Juegos a la sombra

La calle de mi infancia tenía soportales. La manzana completa estaba rodeada de ellos y en verano se podía salir de casa y jugar a cubierto. Si las patadas al balón se pasaban de largo, lo recuperábamos rápidamente del sol cruel y lo devolvíamos al claustro para seguir con el partidillo.

Mi portal, como los del resto de las viviendas, tenía una escalera amplia en cuyos peldaños se desarrollaban también los juegos, las charlas y las riñas. Cuando nos cansábamos de correr bajo los soportales, acudíamos al asiento fresco de los escalones. No recuerdo cuanto tiempo transcurría hasta que volvíamos a lanzarnos a las sudorosas carreras o a otros tejemanejes entre los pilares que sustentaban el edificio.

En esas columnas también se jugaba. Las niñas ponían una goma sujeta a dos de ellas, evitando así tener que figurar ellas mismas como postes. Algunas conseguían hacer y deshacer con éxito el lío tremendo que armaban entre el elástico y sus piernas. Y los niños nos dedicábamos a subirlo tan alto que, después, ni ellas ni tampoco nosotros éramos capaces de hacerlo descender para recogerlo.

Los gritos, los lloros, los éxitos... todo sucedía bajo techo. Sabíamos que salir de la sombra no convenía.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Nudo roto



Su brillo se desmenuza
como polvo de roca.
Se desintegra.
De tanta fuerza.
Fría sed.

Nunca fue rígido,
inmune o diamantino.
Guardaba el pulso
que reanima las cosas.
Era la esencia, el motor.
Generaba las suertes,
los desmanes.

Se contenía en sí mismo.
Y en el mundo todo.

Esfera de poder,
fuente de convicción,
de los hechos sin demora.
De lo preciso y cardinal.

Germen de los cuerpos,
los números,
las letras.
Una gramática entera.

Corazón de frágil mecánica
torturado en sus paredes,
sumergido en un plasma
del que no podrá vivir:
Ese medio no fluido
que desata corrientes,
vectores inversos
de energía desmedida,
la estricta pulsión maquinal
de los duelos que rompen ejes.

Tensas las fibras,
se clavan cual agujas.
Sus flechas delgadas
quiebran la pátina
de una canica recia
con núcleo de crema.

sábado, 28 de abril de 2012

Ruin pregonero

¿Quieres que conozcan lo que piensas? Contagiar el virus de la sabandija, lastrar el vuelo de las ideas con piedras de bajeza y arañar la superficie pulida de la cultura con tus uñas podridas. ¿Lo quieres?

Hazle un retrato al horror que eres, enmárcalo en plata vieja y exponlo en un vertedero. La imagen del recadero no habrá encontrado un lugar más ajustado al recado.

Fotocopia tus miserias, centuplícalas, comprueba que mantienen su peor calidad. Si te gustas en ellas, añádeles tu hiel y lánzalas al aire. Por supuesto, lo viciarás. De no ser así, arrúgalas en pelotas infectas y arrójalas a una papelera.

Graba palabras inmundas recitando lo más zafio y reprodúcelas en un bucle eterno que se derrame por las cloacas y acabe desaguando en una charca ponzoñosa.

Estampa mil carteles con tu mensaje torpe y vil, desperdicio de tinta que tatúe el muro y lo traspase.

Redacta tu despreciable visión de las cosas. Versiónala en infamias y publícala con tufos de verdad.

Será tu verdad. No dudes que tendrás a quienes la crean.

viernes, 20 de abril de 2012

Escenas

En un andén, carcomidos por el sueño, unos cuantos hacen tiempo. Seis minutos para el último tren. La mitad de los alineados palpan, acarician, pasan las yemas de sus dedos de un lado al otro de diversas pantallitas, dislocadas las cervicales.

Una mujer de edad mediana lee entre bostezos como pompas de jabón las páginas de un manual de academia. ¿Capricho sin más, requisito imprescindible para el trabajo anhelado o reciclaje para una currante con fecha de caducidad? Formación para el empleo, reza la portada.

Una chica muestra un catálogo de moda a sus amigas. Venga, niñas, hablemos de negocios, dice con ecos que rebotan acá y allá. Ellas escudriñan el librillo, se detienen en alguna foto, la comentan. Qué mono este, ¿no?

Dos chavales trajeados portan sendas carpetas transparentes. Uno tiene la suya bajo el brazo, como una barra de pan. El otro, sentado, apoya los antebrazos en la otra, que descansa sobre sus muslos. No hay secretos: el curriculum vitae de ambos expone bajo una foto lo que buscan y, quizás también, lo que son.

Tres señores llegan vistiendo camiseta verde a favor de una educación pública para tod@s. Se sientan junto a una mujer que inspecciona la portada de un periódico gratuito: la disculpa pueril de un rey que se dedica a las cacerías de elefantes mientras en España el gobierno recorta todos los presupuestos menos el del susodicho y su familia. ¡La buena educación debería vestirse de verde a diario!

En las paredes, carteleras vacías a falta de campañas publicitarias. Algunas, muy pocas, aguardan la rotación de anuncios. El que promociona la última de Clooney, Los descendientes, parece disecado desde enero. Las máquinas expendedoras de bebidas y snacks rebosan de contenido y el ruido del cobre chocando contra el fondo de sus cajetines se hace de rogar.

Un tren reducido a la mínima expresión, mermado a esta hora tardía, se anuncia con su luz frontal. Podría llamarlo gusanito.

miércoles, 11 de abril de 2012

Fotografías de Gervasio Sánchez


Calle Embajadores, 53. Madrid. Pocos entrarían al edificio abandonado de La Tabacalera de Lavapiés si no hubiera un buen motivo. Un lugar tan frío y desangelado no incita a recorrer sus galerías, salvo para experimentar un buen pellizco en la conciencia. Y una morzada sobre los cuchicheos vagos, irreflexivos, automáticos, que tantas veces nos entretienen mientras visitamos muestras cuyos contenidos se centran en la mera estética o en la vanidad.

Esta exposición antológica que recorre 25 años de profesión de Gervasio Sánchez recoge escenas de lugares en guerra. Enviado por los medios periodísticos para los que ha trabajado, el fotógrafo se ha ido formando sobre el terreno y encontrado la línea más adecuada para tender un mensaje entre los protagonistas de lo acaecido y el lejano observador. Unos, víctimas inocentes en su mayoría, involuntarios objetos del horror. El otro, un ser al que algo se le revuelve por dentro, a pesar de su cómoda existencia.

Gervasio Sánchez aprovecha aquí para homenajear a sus amigos y compañeros fotógrafos, fallecidos en lugares en conflicto mientras ejercían su profesión. También desea denunciar con sus imágenes las injusticias de un mundo cada vez más terrible. Centroamérica, Balcanes, Afganistán, Ruanda y muchas otras guerras de las que capta momentos sobrecogedores y crueles, gritos sordos, llantos secos y esperas yermas a lo largo de vidas precarias. Pero también hay esperanza, esfuerzos de superación, el hoy construido sobre cascotes.

Fotografías para la reflexión. Un toque de atención sobre qué estamos haciendo para que en el mundo la barbarie no acabe.

lunes, 26 de marzo de 2012

La niña y sus juguetes

El servicio de correos acaba de dejar el aviso de llegada de otro paquete. ¡Qué ilusión tan grande! ¡Un pedazo más de su nostalgia! La alegría le llena el estómago, se desborda hacia su rostro como el vino espumoso y la hace sonreír igual que cuando miraba a aquel fotógrafo a sus cinco años, ingenua, crédula, para comérsela.

Quiere volver a jugar, acompañarse de las mismas cosas con las que compartió sus mejores ratos cuando era niña. ¡Ah, otra muñeca... su muñeca! Loca de contenta, ya imagina que le vendrán bien los vestiditos que conserva en una caja repleta de tesoros. Les pertenecieron a otras muñecas que, cuando fue haciéndose mayor, acabó dando a otra niña que hoy ni siquiera recuerda qué fue de ellas.

Flor de Loto, la Negrita del Cafetal, Ninfa,... son sus viejas amigas, con quienes hoy se reúne después de veinte años. Les contaría muchas cosas de su vida, de su trabajo, de sus amores, desvelos y alegrías. Pero sabe que no han vuelto para eso. ¡Están aquí otra vez para jugar! Una corriente de colores saca de su pecho una gran pompa de cosquillas y risas.

Por ahi, los cacharritos, los muebles, la trona, las bañeritas... Por aquí, la casita del bosque. La recordaba algo más grande, ¿no? Tal vez sea el paso del tiempo y su intervención en el recuerdo. La abre como si fuera un libro y expone sus dos mitades esperando llenarlas de vida. Es una seta con el interior repartido en dos plantas, con sus barandillas y su chimenea. Atiza el fuego con una palita y pone dos ollas a hervir. ¡Hmmm, esto ya empieza a oler bien! La niña coloca una pequeña valla en el jardín de la casita y dispone sobre el césped una mesa con sillas en forma de flores y verdes hojas.

Y aún le esperan muchas sorpresas. La carroza del bosque se desliza remolcada por un enorme gusano amarillo, quedando dispuesta para que ella ocupe una plaza. Cuando se acomoda en su asiento, le llega a los oídos el sonoro borboteo que surge de las aguas que imagina cerca. Neptuno, con corona y tridente dorados, emerge del océano dirigiendo a los dos caballitos de mar que tiran de su carro. Cuando llega frente a ella, suelta las riendas de oleaje, saluda alegremente y, con su gesto festivo, la invita otra vez a gozar.

martes, 20 de marzo de 2012

EVA

A juzgar por la foto está claro que no quiero decir nada sobre Adán y su chica -tan poco vestidos, los pobres, en ese lugar invernal no habrían aguantado ni lo que se tarda en darle un mordisco a su manzana-. Es sólo que estoy encantado de haber visto una película de la que ya tenía buenas referencias pero que, como otras, dejé pasar hace meses.

Llegará el día en que los robots nos sorprenderán por su humanidad. Dentro del terreno de la inteligencia artificial aún hay mucho camino por recorrer. En EVA se aborda este asunto y se esboza alguno de los derroteros por los que podría marchar. Situada en un hipotético 2041, enmarcada en un lugar de fríos y nevados inviernos, y con estética retro, la película relaciona tecnología y emociones en una atmósfera rica y marcada.

A pesar de cierta previsibilidad en algunos acontecimientos -no sé si buscada-, me gusta que la ciencia ficción esté tan ligada a los sentimientos y que la historia ahonde en ellos, tanto humanos como robóticos. La dirección del novel Kike Maíllo me ha sorprendido por su elegancia y precisión. Disfruto del guión por su tremenda calidad, y de los actores, incluida la niña protagonista, que sobresalen entre los innumerables efectos especiales, realmente logrados. Admirable la posproducción digital, tal vez la mejor que se haya visto en el cine español hasta hoy.

Quizás esta no sea la clase de producción grandilocuente comparable a A.I. de Spielberg, pero sí es una película arriesgada e imaginativa. Animo a quienes no la han visto aún a que no se la pierdan.

jueves, 15 de marzo de 2012

La FSO y John Williams

¿Música de John Williams interpretada por una orquesta sinfónica? Raras veces se tiene la oportunidad de asistir a un concierto de esas características. Ayer, sin embargo, ocurrió.

Entregados de antemano, llevábamos la cabeza y el espíritu llenos de las melodías del neoyorkino. El gran reto para la Film Symphony Orchestra era atinar a encajar su interpretación de las partituras de Williams en la pauta que cada uno iba dispuesto a ejecutar en su propia mente. Tantas escuchas de la música de nuestras vidas son una competencia durísima para un director y sus setenta profesores. Aun así, todos ellos y Constantino Martínez-Orts, alma máter e impulsor de este proyecto de orquesta española dedicada a la música de cine, consiguieron el más difícil todavía. Y lo hicieron en el Auditorio Nacional de Música de Madrid.

John Williams, que hace poco más de un mes celebró su 80 cumpleaños, siempre estará ligado al cine de aventuras, a Spielberg o a La Guerra de las Galaxias. Le conocemos por sus maravillosas bandas sonoras, pero ha dedicado mucho tiempo a otros trabajos sinfónicos que le sitúan entre los mejores compositores del último medio siglo. Comenzó su carrera colaborando con grandes como Waxman, Herrmann y Steiner. Es evidente que dejaron poso en su manera de orquestar, aunque Williams haya ido sobresaliendo con sus fraseos inconfundibles y su timbre característico. Ahora es él quien impregna de sus clichés la música de otros creadores.

Ayer, dentro de la gira que lleva a la FSO por toda España durante este mes, se produjeron varios momentos mágicos. Por mi parte, volví a sentir esa indescriptible sensación de irrealidad que suele atraparme en las ocasiones especiales, ya sea ópera, cine, teatro o música.

En Las cenizas de Ángela consiguieron momentos de emotividad y profundidad fantásticas, y el piano brilló con toda la languidez y elegancia del tema principal. El clarinete solista de La Terminal transmitió la ingenuidad y el desamparo de Viktor Navorski, arropado por la asistencia ajustada de la orquesta. La lista de Schindler y su complejidad melódica encontraron en la interpretación de Remembrances un espejo en el cual podrían verse reflejados el mismísimo Itzhak Perlman y The Boston Symphony Orchestra. ¿Qué decir de Tiburón? Vibrante, sobrecogedora, de sincronía esmerada, con una labor soberbia de la percusión, contrabajos y metales. Los mismos metales (trompas, trombones, trompetas) se exhibieron brillantísimos en Superman y en otras piezas. Son esenciales en la música de Williams.

Espero que Martínez-Orts, dedicado además a la composición, logre que la FSO comience a grabar las magníficas composiciones que se están haciendo para el cine en este país. Ahora los autores y productores suelen marcharse a Praga, Bratislava, a Kiev,... para registrar la música que acompañará a las películas. Sin embargo, siempre que se les ofrezca buena calidad y precios accesibles, existirá la posibilidad de que lo hagan aquí. Ahí está el reto.

Mientras escribo esto, escucho Memorias de una Geisha, otro de los mejores trabajos de John Williams y, al parecer, el único para el cual él mismo llegó a ofrecer sus servicios. Lo habitual siempre ha sido que lo reclamasen a él... Es lo que tienen los grandes genios.


miércoles, 29 de febrero de 2012

Il barbiere y Rossini

Hoy día es posible disfrutar de la ópera en directo a un precio bastante asequible. Hablo de Madrid y más concretamente del Teatro Real. Para conseguir esas entradas hay que estar muy pendiente "de horarios y fechas en el calendario", aparte de hacer un esfuerzo, yendo a la taquilla a horas poco usuales para esos menesteres.

Hace unos cuantos años esto no era así. Para mí fue una alegría enorme poder permitirme una plaza en la Ópera de Viena (la Staatsoper), allá por 2002. Una tarde me pasé por el teatro y vi que se vendían tickets de última hora para quienes quisieran asistir a la función de pie. ¿De pie? ¡Qué demonios, es El barbero de Sevilla!, pensé, ¡por ese precio me atrevo a verla incluso haciendo el pino!

Aquello fue más cómodo de lo que imaginaba y pude disfrutar de la obra desde una posición centrada y a nivel del escenario. La había escuchado varias veces en CD y algunos de sus pasajes han sido siempre de mis favoritos. Es sorprendente que Rossini la compusiera y ensayase, no sin contratiempos, en tan sólo mes y medio, y a contrarreloj, pues la temporada de ópera en Roma tenía que acabar con el último día del Carnaval.

Lo cierto es que el estreno -con caídas de algunos cantantes, la rotura de una cuerda de la guitarra del tenor y la intervención de un gato negro que cruzó el escenario de un lado a otro- fue un fracaso estrepitoso. Pero su autor tuvo los reflejos suficientes como para hacer algunos cambios en la partitura y, por suerte, la siguiente función fue un éxito. Aunque Rossini era muy criticado por ser demasiado moderno y atrevido, aparte de por su juventud, para algunos insultante, muchos le reconocieron su genialidad y el Barbero ha quedado para la posteridad.

El propio Gioachino Rossini también pasó a ella junto al hecho curioso de que en los últimos 40 años de su vida no volviera a componer ninguna ópera más. Hoy se conmemoran los 220 años de su nacimiento.

lunes, 27 de febrero de 2012

Gran cine

Los oscars tienen toda la relevancia que se les quiera dar. La gran industria que riega el planeta de cultura, imaginario y doctrina se regala una fiesta anual en la que se exhibe y realimenta. Mantiene así su presencia en el mundo y se ensalza para su mayor rédito comercial.

Hace unas horas ha concluido la ceremonia de entrega de los premios de Hollywood y esta vez, por suerte, sus dadores se han recreado en el cine, ¡menos mal! Parece que de vez en cuando a la "Academia" le apetece divertirse y pensar en el público desde el lado más recreativo de la "cosa". Premiando a The artist han demostrado sensibilidad hacia la nostalgia y el oficio de los grandes maestros, así como hacia la libertad de sus creadores, quienes se empeñaron en llevar adelante esta historia sí o sí.


Jean Dujardin y Bérénice Bejo brillan como pocos en un nada frecuente blanco y negro -no muchos lo consiguieron con tantos destellos en la era muda o de transición al sonoro-. La música de Ludovic Bource es bellísima y vibrante, un sueño lleno de matices. Guillaume Schiffman, encargado de una fotografía deliciosa, consigue reproducir algo que ya nadie espera encontrarse en una pantalla grande. Y su director y guionista, Michel Hazanavicius, se encarama de un tremendo salto a lo más alto del mundo de la creación.

Con esta película tan grande y arriesgada hoy Hollywood ha homenajeado al cine en sí mismo y al oficio artesano que aún todos valoramos.

jueves, 9 de febrero de 2012

Carta de María Garzón

Esta carta está dirigida a todos aquellos que hoy brindarán con champán por la inhabilitación de Baltasar Garzón.

A ustedes, que durante años han vertido insultos y mentiras; a ustedes, que por fin hoy han alcanzado su meta, conseguido su trofeo.

A todos ustedes les diré que jamás nos harán bajar la cabeza, que nunca derramaremos una sola lágrima por su culpa. No les daremos ese gusto.

Nos han tocado, pero no hundido; y lejos de hacernos perder la fe en esta sociedad nos han dado más fuerza para seguir luchando por un mundo en el que la Justicia sea auténtica, sin sectarismos, sin estar guiada por envidias; por acuerdos de pasillo.

Una Justicia que respeta a las víctimas, que aplica la ley sin miedo a las represalias. Una Justicia de verdad, en la que me han enseñado a creer desde que nací y que deseo que mi hija, que hoy corretea ajena a todo, conozca y aprenda a querer, a pesar de que ahora haya sido mermada. Un paso atrás que ustedes achacan a Baltasar pero que no es más que el reflejo de su propia condición.

Pero sobre todo, les deseo que este golpe, que ustedes han voceado desde hace años, no se vuelva en contra de nuestra sociedad, por las graves consecuencias que la jurisprudencia sembrada pueda tener.

Ustedes hoy brindarán con champán, pero nosotros lo haremos juntos, cada noche, porque sabemos que mi padre es inocente y que nuestra conciencia SÍ está tranquila.

Madrid, 9 de febrero de 2012.
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María Garzón Molina es hija del juez Baltasar Garzón.

Añado: hoy es un DÍA TRISTE.

La alegría de Inés

Una novela de amor... y de rosquillas. Así define íntimamente su autora esta narración, necesaria en una España en la que se quieren silenciar tantas cosas...

Pasionaria y Francisco Antón, Inés y Galán... Galán e Inés. Todos en una lucha común pero también en la suya propia. Su triste derrota nunca mermará sus ganas de hacerse con la vida -¡ah! la vida, en Almudena Grandes siempre la vida-. Toda la pasión volcada en recuperar su España, sometida por Franco y sumida en el terror. Un bonito sueño que ilusiona a quienes desean reconquistar la libertad y devolvérsela a su país. Y el disfrute junto a los fogones, las ganas de cocinar para paliar la tristeza, combatir la ansiedad, recobrar la seguridad... y la alegría.

La Historia también se cuenta así. Por supuesto. Hay hechos de los que nadie ha querido hablar durante mucho tiempo -evidencian la debilidad e incompetencia de muchas de las personas implicadas en ellos-. Mezclar realidad y ficción en una novela escrupulosamente respetuosa con lo acaecido en torno a la invasión del Valle de Arán por el ejército republicano en 1944 es una buena forma de darlo a conocer.

El libro engancha desde las primeras páginas, incluso sin que Inés ni su espíritu libre o Galán y sus camaradas guerrilleros hayan aparecido aún. Después de crecer en intensidad, adolece del freno que imponen algunas pausas de descripción histórica que, tal vez, podría haberse incluido recopilada como un apéndice final. Quizás esas rupturas del clímax narrativo hagan inevitable que muchos añoren el pulso conseguido por la autora en su grandísimo éxito El corazón helado.

Aun así, ellos y yo seguimos hambrientos de conocimiento. Por eso esperamos ya la salida de El lector de Julio Verne, el segundo volumen de esta serie de desconocidos Episodios de una Guerra Interminable que la Grandes ha arrancado tan dignamente.

lunes, 30 de enero de 2012

Cortesía

Cercano a la cincuentena, de cuidado aspecto, se acerca y se detiene junto a mí. Buenos días, dice, y se sienta a mi lado.

Su saludo me llama la atención. No es lo habitual. Se supone que cuando entras en un tren y te sientas junto a un desconocido, debes asumir tu situación de recién instalado, meterte en la piel del vecino nuevo que debe presentarse con un saludo protocolario. Pero eso ya no es lo habitual. Lo común es el silencio, hacer como que ignoramos que estamos entrando en el más estrecho espacio vital de un paisano.

Lo frecuente es mediar con un tácito "dese por saludado", obviando darle uso a nuestro civismo, a diferencia de lo que haríamos en otros contextos. Básicamente, es economía de la cortesía: durante cualquier tramo del trayecto en ese tren ambos seremos compañeros, junto a una ventana quizás, pero sabemos que, a buen seguro, no volveremos a vernos más. Por tanto, ¿para qué crear lazos, por incipientes que estos sean?

El saludo es, a veces, el preludio de una charla -y también la brecha que se abre en la tranquilidad del que no quiere hablar con nadie-. Tal vez el de al lado esté ocupado y no deseemos sacarle de su concentración sobre las líneas de su libro o periódico, o de la conversación que mantiene a través de su móvil...

Mi vecino echa mano del suyo... Ay, espero que no me dé el viaje con una cháchara prescindible... Lo revisa... sólo un par de botones... y lo devuelve al bolsillo de su abrigo. Entonces se pone de pie y se dispone a salir en cuanto el tren se detiene del todo. Un vistazo fugaz a su asiento vacío. Esta vez ya no repara en mí y... -aún estaría a tiempo de hacerlo-, no dice nada.

miércoles, 25 de enero de 2012

En la nube

Tormenta solar... erupción solar... eyección de masa coronal... Mientras el Sol no se nos acerque lo suficiente como para achicharrarnos los pelillos, parece que no habrá peligro. Eso sí, podríamos tener problemas con la recepción o emisión de satélites, o que los pasajeros de algún avión sufran radiaciones... Aunque, total, con todas las que padecemos a diario incluso en nuestra propia casa...

¿Y Garzón? ¿Tres acusaciones de prevaricación en muy poco tiempo para un solo juez? Huele fatal. Garzón debería convertirse inmediatamente, como en los cómics, en el superhéroe que, de hecho, es, y acabar de una vez por todas con tanto villano...

¡Ah!, The Artist, qué grande. Me gustó el guión, el ritmo, la fotografía. La música me pareció soberbia, los actores en su sitio... El uso de los recursos del cine mudo... y de algunos del sonoro. Ojalá se lleve unos cuantos muñequitos dorados de esos que se agarran por las piernas. Un día de estos hablaré de ella en el blog...

¿Las Vegas en Madrid? ¡Horror! La señora Aguirre & Co. se ha propuesto que tengamos en la región un megacomplejo de juego y ocio que, según dice, supondrá cambiar todas las normas legales que haga falta cambiar. ¿Hará del lugar una isla legal para que los estadounidenses hagan y deshagan a su antojo? No quiero ni pensarlo...

Ayer, plantado frente a una máquina de café fuera de servicio, decidido a buscar una que me sirviera una dosis placentera, la cabeza se me subió a la nube.

viernes, 20 de enero de 2012

Té en Edimburgo

¡Clac! El hervidor acaba su tarea. Tan solo el borboteo del agua, ya serenado, fractura el silencio. Chssssss... el vapor se escabulle mientras lo vierto a chorro sobre una bolsita de té.

Saco una taza del armario de las tazas. No me hace falta escogerla. Su asa se dispone hacia fuera, accesible, poniéndome fácil su obtención de entre otras. Es del tipo mug, loza blanca, rota en azul índigo por un grabado de estilo clásico. Edinburgh, reza en letras elegantes, suspendidas sobre la vista de un castillo. El calor de la infusión de té verde parece dilatar la silueta del edificio, imponente construcción levantada sobre roca volcánica que ahora recobra el fuego que hace siglos se la inventó. Agito con una cucharilla una pizca de azúcar, tin tin tin... Golpeo el acantilado, abrupta madre cuyo corazón late así en la ciudadela.

Prescindo del asa. Me gusta abrazar la cerámica con las dos palmas y tantos dedos como quepan sobre ella. Sorbo con tiento: otras veces la flama me hirió la lengua. El calor humeante me nubla los ojos, cortina de niebla espesa sobre el Monumento a Walter Scott y su piedra ennegrecida por la contaminación añeja. Camino sobre piedras mojadas, entre tabernas y casas medievales que reavivan entre sus paredes todos los mitos imaginables.

Vuelvo a fijarme en la ilustración del viejo castillo, finas líneas en relieve sobre la cerámica. Llego a éste por una cuesta empedrada, alcanzo cada una de sus terrazas y la más alta de sus torres, enfriadas ya. El té se termina, y también el fuego. Mi viaje se agota pero las sensaciones perdurarán.

viernes, 13 de enero de 2012

Máscaras en mi salón

Dos pares de ojos miran sin ver. Sólo oquedades abiertas en superficies convexas llenas de pliegues personales que podrían ajustarse a una cara cualquiera. Dos máscaras venecianas habitan un mueble donde son camaradas de otro puñado de espectadores que, igualmente, miran sin ver, aunque sus ojos no sean meras cavidades. A diferencia de las máscaras, tras ellos hay cabezas que descansan sobre hombros que laten, se encogen o relajan, cada cual a su manera.

Un Zanni, sirviente tonto y ramplón que, de ceñirse a la piel de un actor, acabaría convertido en listo y astuto, mira al espigado payaso de Lladró que sostiene una flor con gesto delicado. ¡Jaja! Algún día acabarás regalándola, podría estar diciéndole. Capitano, de cerámica multicolor, su nariz recta y poderosa, pasa revista a la mandíbula retadora de un Cascanueces alemán, bien uniformado y cuadrado al servicio de su mando, zu Befehl!

Buda y Ganesh, pequeños recuerdos de viaje, aseguran en piedra negra y blanca, respectivamente, la vida espiritual dentro de la comunidad. Una geisha curiosea desde la balda superior, respirando tras una compacta capa de polvos de arroz. Su figura estampada en el lomo de un libro, cuadrangular casa de té con tapas duras y punto de lectura, no pierde ripio de todo lo que acontece. Ha reparado en el rostro de un Alonso Quijano vestido con camisón y gorro de dormir cuyo dedo alucinado alecciona sobre su mejor libro de caballerías.

Reviso formas y colores, brillos y texturas, energías reales o imaginadas, percibidas entre objetos que reposan y miran sin ver. Miradas ciegas cuya intención dependerá en cada instante de la mía propia. Mis ojos intencionados darán, tal vez, un sentido a los suyos.

jueves, 5 de enero de 2012

Almudena Grandes y la vida

Saquearle las estanterías a Salvia es una tentación difícil de reprimir. De vez en cuando, entre los títulos que voy deborando, cae alguno de los suyos. Los ataques selectivos ya han tenido como blanco a Henning Mankell o a Arturo Pérez Reverte, no sin daños colaterales sobre otros títulos sueltos, y ahora -esto va por temporadas, como la moda o los conflictos bélicos- tengo mi punto de mira centrado en Almudena Grandes.

En su día leí con curiosidad Las edades de Lulú, su llamativo debut. Después he ido siguiéndola en sus colaboraciones regulares en radio -con su vehemencia y vitalidad torrenciales en las tertulias de 'La radio de Julia', la Otero, hace unos cuantos años ya- o en prensa, alternando espacio semanal con Rosa Montero en el dominical de El País. Ahora estoy inmerso en su Inés y la alegría, el primero de los episodios de aire galdosiano que ha dedicado a la España que nació con la Guerra Civil. El ejemplar de Salvia está dedicado personalmente por la autora con palabras que incitan al disfrute de la vida. Me está gustando.

El mes pasado leí su Atlas de geografía humana, novela muy distinta de las que menciono. Se trata de un mosaico de esforzada introspección en el momento vital por el que pasan sus cuatro protagonistas, mujeres en la treintena ya avanzada que se encuentran en la encrucijada que las sitúa ante un buen tramo de su vida ya gastado y aún sin la certeza de tener la felicidad en sus manos. En muchos momentos me costó centrarme en las peripecias de cada una de ellas, tal vez por mi torpeza para retener nombres propios. Me convenció, sin embargo, su fuerza narrativa y la precisión de sus descripciones, con pasajes de una enorme belleza emotiva.

La Grandes satura de pura vida lo que narra. Supongo que no hace falta sentirse identificado con sus personajes para comprender la valentía de sus actos, o la miseria que pueda haber en su forma de pensar, o ver las aptitudes que saben explotar para sobreponerse a sus desdichas. Ese atlas de índice, en mi opinión, algo farragoso me ha enseñado que nunca es tarde para emprender lo que sea, o para creer que nuestro tren sigue encarrilado, o que el mecanismo de cambio de vía funciona bien y podemos utilizarlo cuando queramos, incluso que cualquier batalla que libremos junto a los raíles nunca hará descarrilar nuestra máquina.

martes, 27 de diciembre de 2011

Al rico mazapán

El otro día quise lanzarle un guante a mi propia maña artesana. Todo es ponerse, dicen, aunque a veces no parece fácil arrojarse a determinadas obras y ejecutarlas como se espera. Ya había entrado en el territorio de la repostería, en pruebas como tartas, bizcochos, algún tiramisú, y el producto solía resultar bastante comestible, sí, aunque siempre adolecía del toque maestro. La maestría, ay, algo casi imposible de alcanzar.

Este año, para variar, quería intentar hacer algo más sagrado, un dulce de los de toda la vida que no mucha gente se atreve a elaborar en casa. Cuántas veces habré pasado por las confiterías de la Plaza de Zocodóver de Toledo, con sus exquisitas anguilas y sus espectaculares arquitecturas de auténtico mazapán, o frente a pastelerías míticas de Madrid, como La Mallorquina o Casa Mira, y observado, ¡mmm!, con dientes largos y salivación abundante, los mazapanes de sus escaparates. Seguramente, en aquellos instantes mi cerebro, favoreciendo mis pulsiones más trogloditas, inhibía cualquier cuestión práctica relativa al proceso y rito necesarios hasta llegar a adornar sus vitrinas con todas esas maravillas. Eran preciosas y tenían que estar riquísimas. Sí o sí.

Terminada la operación, no sé si el resultado de la suma de los factores es el exacto. Podría decir que tienen pinta de figuritas. Tal vez les falte algo más de azúcar, o les sobre un poco de almendra, o quizás la forma no esté muy lograda y la textura no sea la más habitual o acostumbrada. Puede. Pero están buenas, eso sí. Y dulces.

domingo, 25 de diciembre de 2011

¡Feliz Navidad!

Espero que paséis unos días muy felices y que 2012 sea mejor, ¡siempre mejor!
Besos y abrazos para todos.

P.D: Aquí os dejo una frase que viene 'a cuento':

¡Feliz, feliz Navidad, la que hace que nos acordemos de las ilusiones de nuestra infancia, le recuerda al abuelo las alegrías de su juventud, y transporta al viajero a su chimenea y a su dulce hogar!
Charles Dickens

lunes, 19 de diciembre de 2011

Cuento de Navidad

Una Navidad en las islas                                                                                                   

viernes, 9 de diciembre de 2011

Murakami blues

Un aeropuerto. Watanabe escucha Norwegian Wood de los Beatles. Una sola canción, tan sencillo y complejo a la vez, encenderá la mecha que hará detonar una bomba de recuerdos y nos adentrará en un relato cargado de anécdota e introspección. 

Tokio blues, aparte de magnífica literatura, es una colección de personajes vivos y completos. Todos ellos se cuentan a sí mismos y ayudan a los demás a explicarse dentro de esta suerte de mapa de Tokio, de los lugares donde la vida tiene lugar. La novela es una combinación de juventud, muerte, filosofía y mundanidad en un cóctel rebosante de positividad.

Es alentador el empeño de Haruki Murakami por mostrar la supervivencia de la inocencia en un mundo voraz. Logra convertir esta obra, camino de búsqueda hacia lo que uno quiere o cree que quiere, en una delicia de ingenuidad y de humor -en los encuentros con Midori alcanza ese divertidísimo contrapunto de hilaridad-. Junto a Watanabe asistiremos a un puñado de citas entre almas desnudas que hacen el amor, que disfrutan de sus pieles y se mueven en un contexto de extraña intemporalidad cuajada de referencias concretas, de música, de libros, descripciones clásicas y poéticas.

Sé que no soy nuevo encontrando un tesoro en este libro. Agradezco su recomendación a Gustavo D'Orazio, quien me brindó con él la puerta grande de entrada al mundo de Murakami, que a partir de ahora seguiré descubriendo con avidez. Y compartiéndolo, espero.

sábado, 3 de diciembre de 2011

El club de los bonsáis muertos

Duele. Sobre todo por el arbolito, pero también por el regalo que en su momento fue. El valor sentimental de las cosas es a veces inconmensurable, y no digamos ya el de los seres. A diferencia de mi pobre tejo, el ficus no era uno de los bultos que mudé de una casa a otra. El tejo finalmente no llegó a adaptarse a su nuevo hogar. Declarado en huelga de estímulos, terminó aliado con el despiadado calor estival, que le ayudó a morir dignamente.

Del ficus dicen que supera todos los apuros y, sin embargo, hoy certifico su defunción. Aunque superó varias crisis y recuperó buena parte de las hojas que dejó caer, un día acabó tirándolas todas. He esperado su resurrección regándolo como a las naturalezas caducas durante el invierno. Pero hoy, con todo el dolor de mi cepellón, no tengo más remedio que declararlo cadáver. Lo que es de la tierra pasará a la tierra. Y aquí, sobre ella, permanecerá su tiesto rectangular de barro esmaltado, apilado sobre el de su predecesor, arrinconado hasta que las raíces de otro arbolito lo habiten. Ojalá.

Allá, en el lugar al que van a parar todos los árboles muertos, los bonsáis son niños mimados y reciben los cuidados y la comprensión que sus propietarios no fuimos capaces de prestarles por estos lares. Algún día aprenderé a criar un bonsái como se debe hacer. Espero que sea entonces cuando sus congéneres del club de los difuntos vuelvan a congraciarse conmigo y con mis mejores intenciones.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Melancolía

Lars von Trier está en este planeta para provocar, hacernos pensar, remover cosas en nuestro interior, llevarnos al límite. El planeta Melancolía y su danza de la muerte tal vez se acercan hasta aquí con la intención de terminar con lo que sobra en este mundo... ¿Puede que todo?

Obertura deslumbrante, atribuible en su estética a un Da Vinci cruzado con prerrafaelitas e imágenes de LaChapelle. Se anuncian aquí los efectos especiales que llevarán a Melancolía al extremo opuesto a Dogma, movimiento al que Von Trier estuvo ligado hace años. La música de Wagner (Tristán e Isolda), reiterada y acertada, da a la película un buen toque desasosegante.

Un primer acto donde una chica depresiva, Justine (Kirsten Dunst), hundida en la más honda languidez, celebra su boda en un entorno cargado de intereses y desencanto. En esta noche mágicamente fotografiada conocemos a una serie de personajes superpuestos, como ese planeta advenedizo que oculta una estrella frecuente cada día en el firmamento.

Y un segundo acto en el que la luz, al fin, envuelve un entorno casi sagrado. Charlotte Gainsbourg está perfecta como Claire, la hermana de Justine. La misma villa palaciega en la que se ha celebrado la boda sirve ahora como lugar de aislamiento y terapia para Justine, aunque también será para Claire un alejamiento sordo ante la conmoción que vendrá de la mano del planeta Melancolía.

Aunque el guión de la película es algo flojo, su desarrollo resulta interesante. Encontraremos belleza y poesía, no solo en el nombre del planeta, sino también en muchos de sus planos. Von Trier acabará llevándonos hacia un final perturbador y lírico como pocos, consiguiendo que la quietud del apocalipsis nos sobrecoja.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Los mecanógrafos

Como decía, algunos se resisten a cambiar las viejas y ruidosas máquinas de escribir por dispositivos con los que uno puede escribir silenciosamente y, a la vez, corregir cuantas veces quiera sin necesidad de emplear un solo folio durante el proceso. Supongo que quienes siguen aferrados a esas máquinas están apegados a sus mecanismos de antiguo artilugio y a la estética de las páginas mecanografiadas con tipos arcaicos, cuyas letras quedan impresas con trazas variables, dependiendo de la fuerza con que se hayan pulsado las teclas y de la cantidad de tinta que contenga la cinta.

Es curioso, pero ayer mi tren se transformó en una antigua redacción de periódico, de aquellas repletas de máquinas de escribir aporreadas sin descanso. Por momentos, creí que me había equivocado de vagón, o de puerta o, qué digo yo, incluso de realidad.

Mi escenario acostumbrado cambió completamente cuando entraron dos chavales. Iban presumiblemente juntos, pues se sentaron uno al lado del otro. Llegaban abducidos por sus teléfonos móviles del tipo Blackberry, la mirada fija en sus pantallitas, guiados hasta sus asientos por piernas dirigidas no sé bien por qué mágicos poderes. Escribían como posesos, cada uno a lo suyo, como si de la velocidad del ejercicio mecanográfico dependiera todo su próximo mes de conexión a internet, o semejante celeridad fuera imprescindible para mantener llena la batería de aquellos chismes.

Pero lo más llamativo era que sus teclados de última generación estaban configurados para emitir un ruido similar al de las máquinas de escribir. ¡Tac-tac-tac tac.tac.tac tac-tac...! Ellos se mantenían ajenos al escándalo que armaban, y yo, que valoro enormemente las propiedades silenciosas de la tecnología, me preguntaba en qué categoría debía situar a aquella pareja. ¿La de los nostálgicos, cosa extraña a su edad? ¿La de los amantes de lo retro que se pirran por todo lo pasado muchos años antes de haber nacido? ¿Seres con fobia al silencio -muy abundantes, por cierto, con sus móviles libres de auriculares siempre reproduciendo algo-? ¿Actores en mitad de una performance que pretende epatar, desconcertar, o algo similar? ¿Tocapelotas con ganas de sacar de quicio al que se pone por delante?

En fin. Tal vez sigamos divagando. O no.

martes, 8 de noviembre de 2011

Escribir en paz

Es una plácida maravilla disfrutar del silencio mientras se teclea en cualquiera de los aparatos que hoy sirven para escribir. Sus teclados tienen un tacto delicado y las teclas son piezas suaves cuyo recorrido corto no obliga a dejarse toda la energía en el intento de pulsarlas. Eso por no hablar de las pantallas táctiles, que solo requieren de una leve caricia dactilar. Pura magia.

Atrás quedaron las Lexicon 80, aquellas máquinas de Olivetti con las que muchos aprendimos a escribir, metálicas y macizas, pintadas de verde, azul o gris, cuyo carro golpeaba con estruendo cada vez que se accionaba la palanca para hacerlo retornar al comienzo de línea. Recuerdo las pruebas en la academia de mecanografía: cuando la profesora daba luz verde, se desataba la estampida y medio centenar de artefactos del demonio anunciaban el gran cataclismo. ¡Ah!, y aquellas tapas que debías retirar cada vez que las patillas de las letras se enredaban entre sí... ¡menudo leñazo pegaban al encajarlas de nuevo!

¡Recuerdos atronadores, sí! No tardó en llegar a casa también una Olivetti, la Lettera 42. Era portátil y se convertía en una cómoda maleta al cubrirla con su tapa con asa. Sin duda, más ligera y algo menos ruidosa que las Lexicon, aunque sólo un poco menos. Mi hermana y yo le dimos una buena paliza entre prácticas y trabajos para el colegio, instituto y universidad. No puedo olvidar a mis sufridos vecinos, quienes aguantaron estoicamente cada ataque de la guerrilla, más de uno a horas intempestivas. No me habría extrañado que alguno, harto de tanto cisco, hubiera blasfemado contra todo el alfabeto, la tinta de calamar, el pergamino y los monjes copistas de Yuso, aparte de Gutenberg y toda su sangre.

Hoy he leído que cuando se creó la primera máquina de escribir silenciosa, ésta fue todo un fracaso comercial. Parece que casi nadie quiso renunciar al cliqueteo clásico al estampar los tipos contra el rodillo convencional. Pero con el tiempo todo cambia. Aunque algunos escritores no se acostumbren a las nuevas tecnologías, o se resistan a hacerlo -a Javier Marías se lo disculpo todo-, es fantástico poder armar una buena algarabía de páginas y más páginas sin hacer apenas ruido.

martes, 1 de noviembre de 2011

Zombies ibéricos

Ayer por la tarde, cuando muchos de los espectros, almas en pena, visiones y demás espantos propios de la señalada fecha empezaban a salir de sus agujeros con la intención de vagar por las calles y celebrar la fiesta importada, tuve ante mí una fantástica versión de muerto viviente.

Oh, sí, otro año más era Halloween. Entre brujas con escoba recién comprada, vampiros de colmillos gomosos e innumerables subespecies de engendros inetiquetables, surgió de la nada un zombie bastante clásico. Bueno, miento, la verdad es que cruzó las puertas automáticas del centro comercial que ya me disponía a abandonar. Iba ataviado con mugrientas ropas rasgadas, pintado con la cantidad justa de maquillaje para que ni su madre lo reconociera y adoptando los andares propios del ser que acaba de zafarse por unas horas de su proceso de descomposición bajo tierra. Y ante eso, ¿qué hace uno? Pues pasar revista al interfecto, aprobar el logrado look y... ¡llevarse una grata sorpresa!

Sobre el hombro, como el que va armado con un fusil, el zombie portaba una pata de jamón. Era lo más parecido a un miembro del ejército de las tinieblas ibéricas, con su arma de hueso roído bien sujeta por la pezuña. Lamento no haber llevado una cámara de fotos para tener algo con que ilustrar esta entrada serrana. ¿Quién sabe?, quizás el resucitado llegue a leer esto y tenga el detalle de enviarme una imagen que, desde luego, sería impagable. Como impagable será para la madre del soldado de la orden bellotera que le devuelva los restos porcinos, seguramente bien apreciados en la preparación de un próximo cocido.

domingo, 30 de octubre de 2011

4 gramos

¿Cuánto pesa la salud? Hace años, uno de los temas más frecuentados a raíz del estreno de una película, bastante cruda por cierto, tenía que ver con el peso estimado del alma. 21 gramos, ni uno más. Ese parecía ser el peso que los seres humanos perdemos al morir y, por tanto, el de la sustancia que, vaya usté a saber de qué modo y manera, abandona nuestro cuerpo. Teorías más o menos contrastadas aparte, es posible que la diferencia entre un estado y el anterior sí llegue a notarse en una balanza.

La salud de cualquiera de nosotros tal vez pueda medirse en kilos, unos cuantos en el caso de ser ésta indestructible. La salud es algo que se tiene o no se tiene, así que, dando por hecho que no es del todo inherente a las personas ¿quién sabe?, tal vez pueda tasarse. Quizás sea posible establecer esa cantidad restándole a un cuerpo sano el peso del mismo cuerpo enfermo. O, al contrario, acaso haya que sumarle a una alicaída tara inicial la necesaria para conseguir que recobre la energía perdida.

La semana pasada estuve pachucho y tomé unas cuantas pastillas para tratar de reponerme. Puede que sean conjeturas propias del efecto de las drogas, pero llegué a plantearme que el peso de mi salud posiblemente fuera el de las sustancias que me administraba. Paracetamol, 4 gramos diarios, ya se sabe, el máximo, mejor no pasarse. Gracias a la automedicación conseguí recuperarme -no la recomiendo, pero un inicio de gripe me atrevo a tratarlo por mi cuenta- y así puedo volver a especular, hoy con más discernimiento, sobre todo este asunto.

Conclusión, 4 gramos a los que sumaré el peso de unos litros de zumo de naranja natural, unas cucharadas de miel, leche, sopitas calientes y, cómo no, el de la ropa de cama, que en otoño ya va haciendo falta.

lunes, 17 de octubre de 2011

Las galletas de Ben

Acabo de pasearme por el centro de Oxford. Google Maps, con todo el mundo plegado en su impresionante colección de planos y herramientas visuales, me ha prestado un vuelo instantáneo y los zapatos con que patear por uno de los cascos históricos más hermosos que conozco.

Hacía ya tiempo que no volvía por allí y la sensación ha sido especial. Las mismas piedras, el mismo césped, alguna línea nueva en la calzada y algunos rótulos diferentes sobre ciertas fachadas. Pero el mismo cielo. High Street, el Asmolean Museum, St Mary's Church, el Balliol College, Carfax Tower y, por su puesto, pegado a Turl Street, el Covered Market:  más de doscientos años abierto desde que alguien decidiera reunir muchos puestos callejeros en un recinto cerrado, a salvo de la suciedad y el desorden.

Cuando algo nos gusta solemos hablar de ello y recomendarlo entre amigos y conocidos. Pues bien, no es ningún secreto que en ese mercado se venden unas galletas excepcionales. Las elaboran al estilo americano y las dispensan recién hechas, todavía calientes. Si algún día tuviera que hacer promoción de algo, creo que sería de las Ben's Cookies. De hecho -saliendo del subjuntivo- ya he sido su apóstol decenas de ocasiones desde que las probé por primera vez hace once años.

A menudo, aprovechando un receso en el trabajo, mis compañeros y yo salíamos a comprarlas. Nos las comíamos despacio, oh sí, alargándolas, como cuando uno quiere que algo nunca se acabe y mientras lo está disfrutando está sufriendo lo indecible porque sabe que va a terminarse.

Oxford ya no es el único lugar del mundo en el que pueden encontrarse estas delicias. La empresa ha ido abriendo tiendas en muchos otros lugares de Inglaterra, Arabia Saudí, Dubai e, incluso, Corea del Sur. En fin, debo de parecer tonto al sentirme parcialmente dueño de un goce gastronómico que ya casi se ha globalizado.

Ahora, mientras he caminado por el viejo Oxon me ha saltado a la mente multitud de imágenes y el estómago se me ha llenado de esa especie de rara inquietud que acaba agarrada a la garganta como las grandes emociones, mezclada inevitablemente con el olor de las galletas de Ben.

lunes, 10 de octubre de 2011

El árbol del tedio

Acudo a ver El árbol de la vida sin saber nada sobre ella. Suelo informarme sobre lo que voy a ver, pero en esta ocasión la belleza de su tráiler me anima a comprar una entrada sin buscar referencias. Somos pocos, será porque es la primera sesión de la tarde, temprano aún. La película comienza y, a duras penas, voy ajustando mis códigos de espectador medio a un nivel de discernimiento mucho más exigente. Apenas digerido mi almuerzo, y a falta del café que las prisas me han negado, el esfuerzo que debo hacer para no dormirme empieza a ser titánico.

La lista de cuestiones que me asalta entre cada bostezo y un nuevo movimiento de reacomodo en la butaca parece no tener fin. La naturaleza y su maravilloso espectáculo. La vida. El universo y la evolución de las especies. El bullir continuo, la renovación de cada partícula, la materia en todas sus dimensiones. La relación del Hombre con los elementos y su interacción con lo intangible. El dolor de la pérdida y la relación de dios con ese dolor y esa pérdida. Partiendo de la existencia de dios, no discutida aquí, ¿debo pedirle cuentas sobre lo que ocurre en el mundo? ¿Debe sufrir el inocente? ¿Busco lo eterno en vez de las recompensas efímeras de la vida? ¿Cómo educo a mis hijos?...  Alargaría esta retahíla hasta el aburrimiento.

Un apabullante discurso visual y sonoro se despliega ante mis ojos. Me esfuerzo por traducirlo en clave poética y filosófica. Hacia la mitad del metraje llego a la conclusión de que solo sobreviviré a la hora y pico restante si me pongo algo pedante y trascendental. Y lo consigo, más o menos, aunque en mi cabeza se van entrecruzando algunos hallazgos al respecto con ciertas conclusiones demoledoramente prácticas: Todavía estoy a tiempo de salir a la sala contigua a ver "Larry Crowne"; me da igual que ya esté empezada. Pero decido dar tiempo a que la semilla depositada en mi interior por el arduo planteamiento de la obra germine. O al menos lo intente.

Dentro de su guión discontinuo y de su impresionismo-deconstructivismo, me admira cómo el director aborda la rebeldía de un hijo frente a su padre autoritario. Esta resulta ser la parte más interesante de la película:  la educación basada en la obediencia y en lecciones de vida resumidas en mandatos -haz, no hagas, di, no digas- y el individuo que se rebela cuando consigue ver más allá de lo impuesto. Pero, a pesar de este rayo de luz, sigo tratando de construir el argumento por mi cuenta. ¿Cómo ha muerto un personaje al inicio de la película? ¿A cuál de los hijos del personaje de Brad Pitt encarna Sean Penn en el presente? ¿Por qué Jessica Chastain, la prodigiosa actriz que encarna a la esposa de Pitt, no tiene más texto aparte de sus preguntas existenciales en off?

Yo qué sé... No sé si todo esto es poesía, filosofía, un documento de vanguardia, cine de culto para cultos, un arriesgado y crítico panfleto teológico, cinearte, videocreación musical, una obra maestra o una pretenciosa tomadura de pelo.

Por cierto, valoro tremendamente la osadía de Terrence Malick al introducir un elemento de distorsión en una película que hunde algunas de sus raíces en la Biblia: muchos lo flipamos durante la proyección  -acojonante, esto es acojonante, repite con susurros una chica sentada detrás de mí-  cuando aparecen dinosaurios en un par de secuencias. En fin, por mis narices, la sala ya vacía, me quedo hasta ver pasar la última línea de los créditos finales, no vaya a echarse a perder la semilla sembrada en mí. Y que lo que tenga que florecer, florezca.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Salomé

Acabo de ver una grabación de Salomé, la ópera de Richard Strauss basada en la obra de Oscar Wilde, en la producción de David McVicar bajo la dirección de Philippe Jordan para la Royal Opera House. A mi entender, magnética.

No conocía a Nadja Michael, la soprano alemana que da vida a esta mujer consumida por el deseo carnal que acaba totalmente enloquecida. Aquí te deja sin aliento. Posee una presencia tremenda, le sobra expresión dramática y aguanta el tipo en una pieza tan exigente. Recomiendo ver la Danza de los Siete Velos de este mismo montaje y, por supuesto, la parte final, de la que añado aquí los vídeos. Tiene una voz estupenda que se mantiene a tono frente a la fantástica labor de la orquesta. He leído que parece tener dificultades para llegar a las notas altas con limpieza y que acusa un vibrato que hace difícil su escucha. A mí no me lo parece. Es más, quizás eso añada una verosimilitud forzada en otros casos, con otras cantantes en este mismo papel.



Al mismísimo Strauss, que dirigió personalmente su obra en diversos lugares del mundo, esta interpretación le habría parecido excepcional.



¿Qué más puede decirse?

domingo, 2 de octubre de 2011

Blogs paralelos

Ayer escribí material para otro blog. Muchos días escribo solo para ese blog. Le dedico unos pocos minutos y ahí lo dejo. Durmiendo. Tal vez nunca llegue a sacar de la oscuridad esos párrafos ni los deje siquiera escapar de entre las cosas descartadas, desechadas, abandonadas.

En este blog visible que a ratos sí publico hay al menos dos blogs más. Uno es ese que permanecerá como borrador, un simple apunte oculto, suerte de reservado de puerta recóndita en algún pasillo de este local abierto. Guarda frases que no entrarán, posts que no llegarán a la bandeja de salida y que tendrían otra vida con solo hacer clic sobre el botón virtual de publicación. Pero supongo que está bien arrepentirse un poco, guardarse algo y dejarse un pequeño gajo en el limbo privado del que puede que jamás rescatemos nada.

Y otro blog es el que voy redactando entre líneas dentro de estas mismas afueras. Sus entradas no se corresponden necesariamente con estas que titulo de forma caprichosa, separándolas de las demás mediante fechas. En él hablo de un modo más íntimo, pongo sobre las palabras acentos personales, le doy a cada frase el aire necesario y le presto mis pulmones.

Quienes pasan por aquí pueden empezar leyendo lo primero que encuentren y, lo mismo da, seguir en la dirección que se les antoje. También están invitados a pasearse por el blog de lo sugerido, el de los espacios en blanco, el de las cosas que se soplan. Mientras tecleo imagino ese interlineado y sigo sin ser capaz de concretar lo que dejo escapar entre caracteres.

Y en lo que me reservo, a las puertas del blog de lo relegado, tapado pero tangible, acabo pensando que quizás mañana vuelva a escribir algo que nunca sacaré a la luz.