Se cuela por la estrecha rendija que aún separa las puertas al cerrarse. ¡Por
poco! Sudoroso y rojo por el esfuerzo, toma resuello. Lleva pantalón corto, zapatillas deportivas y una camiseta sin mangas guarnecida con grandes números. Busca asiento y lo encuentra junto al mío. Lo ocupa mientras mira al
exterior del vagón. Acompaña su tensión con respiraciones afanosas. Reparo en el reloj que le ciñe la muñeca: pulsómetro
y podómetro incorporados. Ambos marcan sendas cifras en avance constante. Se da cuenta de que lo he fichado y lo oculta con un nervioso cruce de brazos.
Dos estaciones más. A la tercera, se baja y echa a correr.
Por la noche, en la tele, veo al tipo del tren. Los mismos grandes números sobre su dorsal. Está cruzando una meta con los puños alzados.
Dos estaciones más. A la tercera, se baja y echa a correr.
Por la noche, en la tele, veo al tipo del tren. Los mismos grandes números sobre su dorsal. Está cruzando una meta con los puños alzados.
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