Ayer por la tarde, cuando muchos de los espectros, almas en pena, visiones y demás espantos propios de la señalada fecha empezaban a salir de sus agujeros con la intención de vagar por las calles y celebrar la fiesta importada, tuve ante mí una fantástica versión de muerto viviente.
Oh, sí, otro año más era Halloween. Entre brujas con escoba recién comprada, vampiros de colmillos gomosos e innumerables subespecies de engendros inetiquetables, surgió de la nada un zombie bastante clásico. Bueno, miento, la verdad es que cruzó las puertas automáticas del centro comercial que ya me disponía a abandonar. Iba ataviado con mugrientas ropas rasgadas, pintado con la cantidad justa de maquillaje para que ni su madre lo reconociera y adoptando los andares propios del ser que acaba de zafarse por unas horas de su proceso de descomposición bajo tierra. Y ante eso, ¿qué hace uno? Pues pasar revista al interfecto, aprobar el logrado look y... ¡llevarse una grata sorpresa!
Sobre el hombro, como el que va armado con un fusil, el zombie portaba una pata de jamón. Era lo más parecido a un miembro del ejército de las tinieblas ibéricas, con su arma de hueso roído bien sujeta por la pezuña. Lamento no haber llevado una cámara de fotos para tener algo con que ilustrar esta entrada serrana. ¿Quién sabe?, quizás el resucitado llegue a leer esto y tenga el detalle de enviarme una imagen que, desde luego, sería impagable. Como impagable será para la madre del soldado de la orden bellotera que le devuelva los restos porcinos, seguramente bien apreciados en la preparación de un próximo cocido.
Oh, sí, otro año más era Halloween. Entre brujas con escoba recién comprada, vampiros de colmillos gomosos e innumerables subespecies de engendros inetiquetables, surgió de la nada un zombie bastante clásico. Bueno, miento, la verdad es que cruzó las puertas automáticas del centro comercial que ya me disponía a abandonar. Iba ataviado con mugrientas ropas rasgadas, pintado con la cantidad justa de maquillaje para que ni su madre lo reconociera y adoptando los andares propios del ser que acaba de zafarse por unas horas de su proceso de descomposición bajo tierra. Y ante eso, ¿qué hace uno? Pues pasar revista al interfecto, aprobar el logrado look y... ¡llevarse una grata sorpresa!
Sobre el hombro, como el que va armado con un fusil, el zombie portaba una pata de jamón. Era lo más parecido a un miembro del ejército de las tinieblas ibéricas, con su arma de hueso roído bien sujeta por la pezuña. Lamento no haber llevado una cámara de fotos para tener algo con que ilustrar esta entrada serrana. ¿Quién sabe?, quizás el resucitado llegue a leer esto y tenga el detalle de enviarme una imagen que, desde luego, sería impagable. Como impagable será para la madre del soldado de la orden bellotera que le devuelva los restos porcinos, seguramente bien apreciados en la preparación de un próximo cocido.
3 comentarios:
Comienzo de Noviembre de diversas maneras..pero con un buen jamón siempre es apetecible¡¡ jaja¡¡ no son tontos los zombies eh¡
Un abrazo
Cristina B.
DANIEL, ESPERO QUE ESTES MEJOR. CUIDATE. MUY INGENIOSOS LOS DOS TEXTOS. SIGO TU BLOG, TUS IDEAS Y CREATIVIDAD, ALENTANDOTE...SALUDOS.
Sí, Cris, nada tontos. Le faltaba el cuchillo jamonero y la cheira. A mí me da que entre él y otros se acabaron comiendo el hueso del cocido y todo...
Gustavo, muchas gracias. Ya estoy mejor y espero no volver a pillarme otro resfriado de ésos.
Un abrazo fuerte a los dos.
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