miércoles, 30 de diciembre de 2009

Humo X -fin-

-Ese final... -la rubia me devuelve a la realidad- ...tu libro no debe de estar nada mal.
-Habla de un prisionero que, tras un sinfín de aventuras, acaba siendo liberado -informo.
-Ah, bueno. Pues a mí me ha parecido más bien una historia de amor.
-El caso es que también hay en él una historia de amor, pero acaba siendo imposible -quito relevancia a ese aspecto de la novela.
-Claro, perdona, no había caído en que antes me contarías lo del prisionero que lo de ese romance.
Le lanzo una mirada recelosa. ¿Acaso sabe más de lo que yo sé? Sherezade, la hija del visir, obtuvo un respiro de mil días con sus mil noches atrapando al sultán con cada uno de sus cuentos interrumpidos. Por fin la clemencia llegó y acabaron sus vidas siendo felices. ¿Hubo el amo de uno de sus relatos de solicitar al genio todos los deseos de su cuenta para poder dejarlo marchar?
-Ya he leído para ti -le digo intencionadamente-. Hace un rato has dicho que después de escucharme...
-Que yo sepa, aún sólo te he pedido un par de cosas -me interrumpe-. Pero vas a tener suerte. ¿Ves? Se ha terminado -sentencia arrojando al suelo la colilla, que exhala sus últimos vapores.
-¿Eso significa que...?
-Que tengo que volver a la oficina. Se acabó mi descanso y, ¿sabes?, al final ha terminado siendo más agradable de lo que prometía.
-¿Entonces? -pregunto sin saber aún si celebrar o no mi libertad.
-Entonces... ya sabes a qué hora salgo a respirar un poco, si es que puede llamársele así. Mañana volveré aquí y encenderé otro de tus cigarrillos -dice a medida que se aleja y se despide con la mano, agitando su manga blanca. Me sonríe. Es la primera vez que veo la sonrisa de la rubia. Le correspondo con la mía.

Sigo cautivo.
Y tal vez deba celebrarlo, ahora que ya no hay humo.

martes, 29 de diciembre de 2009

Humo IX

¿Veré una vez más su rostro, su tez pálida y su glorioso cabello? No lo sé. El Destino no me envía ninguna señal; mi corazón no alberga el más mínimo presentimiento. En este mundo quizá... no, probablemente... nunca. ¿Existirá un lugar donde podamos reunirnos ella y yo, de forma que nuestras mentes -encarceladas en nuestros cuerpos- sean libres, no exista nada que perturbe nuestra dicha, nada que estorbe nuestro amor? Ni yo lo sé, ni lo saben mentes más poderosas que la mía. Pero si tal no sucede nunca, si jamás puedo volver a conversar dulcemente con ella, ni a contemplar su rostro, ni a oírle decir que me ama, entonces, de este lado de la tumba seguiré viviendo como corresponde al hombre que ella dio su amor; y del otro, suplicaré que me sea otorgado un sueño sin sueños.

Respiro profundamente; el humo ya no me arranca la tos. Cierro el libro y me permito mirar por unos instantes al frente, cedido a la abstracción. La rubia sigue a mi derecha, callada, pensativa quizás.

Compartir el final de mi libro no era algo que hubiera pensado hacer. Ni con ella ni con nadie. Acabar de leer un libro es un acto privado, íntimo. Incluso más que la religión, o que cualquiera de las perversiones que uno nunca se atrevería a revelar. He disfrutado haciendo que las últimas palabras del autor dialoguen con las sensaciones que he reunido a medida que he ido avanzando en la historia. Probablemente, cuando lo deposite en el hueco de la estantería del que lo saqué hace unos días, no vuelva a abrirlo nunca más. Por eso es una despedida, un adiós, pero también es el nacimiento de una conclusión. Ahora surgirán las ideas y el poso.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Humo VIII

Vaya, creía que correr me aclararía las ideas. Para muchos un paseíto a comprar tabaco es como un pasaje en primera hacia el paraíso. Por mi parte, tenía la tregua perfecta para idear mi salida de este escenario, pero me temo que hacer mutis va a costarme mucho más de lo que pensaba. Ahora mi obligación es trabajar a contrarreloj, y resulta que yo bajo presión funciono bastante mal.
-Oye -la rubia se interpone entre mis pensamientos y yo-, veo que estás terminando de leer ese libro, ¿no?
-Tienes buen ojo -le respondo reparando en mi dedo, mordido aún por los dientes de estas páginas-, apenas me queda un párrafo.
-Tal vez, si quisieras leerlo en voz alta...
¿Ha sido eso un deseo? Supongo que sí, pero creo que no está bien formulado. Seguirá considerándome un loco, o un cuerdo con el día un poco tonto, o un extravagante. El caso es que no me queda otra.
-¿Podrías...? -pero me corta.
-Lee para mí.
Me quedo mudo. La rubia exhala el humo de su cigarrillo y, después de un silencio, vuelve a tomar la palabra:
-Y después podrás marcharte.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. En este instante lo pienso todo y, a la vez, no sé qué pensar. Libero mi dedo de su trampa. Siento en él un golpe de calor y la sangre vuelve a circular hasta la yema, hasta la uña diría yo. Ahora que lo pienso, no sé cómo he pedido apañármelas para hacer tantas cosas con sólo una mano. Tomo el libro otra vez con las dos y suspiro porque ya estoy más cerca de ser libre otra vez.

martes, 15 de diciembre de 2009

Humo VII

-Gracias por el detalle, pero... es que no entiendo nada -la rubia acepta el paquete de tabaco y se dispone a estrenarlo-. ¿Te importa? -Le doy permiso y desgarra el plástico ayudándose de una de esas pestañas que suelen hacernos la vida más fácil.
Me viene a la mente una leyenda que circuló hace años entre fumadores, activos y pasivos, que venía a decir que si reunías un kilo de esos envoltorios de celofán y lo entregabas en el lugar convenido, alguien regalaba a un minusválido una silla de ruedas. Siento curiosidad por saber si hubo alguno que se beneficiase de todo aquello aparte, claro está, de la industria tabacalera.
La rubia se enciende uno nuevo con el cigarrillo que estoy a punto de agotar. Cuando el suyo prende y su ascua se enrojece, se deshace del mío.
-No parecías disfrutarlo mucho. Es más, creo que no has fumado en toda tu vida. ¿Para qué me lo has pedido? ¿Una apuesta, o algo así?
-Ya te lo he dicho, la verdad es que ha sido una necesidad de ésas que no pueden eludirse -no sé si he resultado muy convincente.
-Vamos a ver -se planta delante de mí con los brazos en jarras-, cuando me has dicho que te pida que vayas a comprarme tabaco ya me ha parecido que eras un poco raro. Ahora llegas echando el corazón por la boca, con el pitillo a punto de quemarte los labios y totalmente congestionado. Lo más curioso es que quieras seguir con todo esto.
-Verás, es que...
-No, si me lo figuraba -me corta-. Ya sabía yo que algo iba a torcerse en este rato. Salgo de la oficina con la única intención de disfrutar un poco de este sol, de despejarme sin más, pero siempre me pasa algo. Cuando no son unos niñatos poniendo al límite el volumen de la música en sus móviles, es un corro de señores de otras oficinas tratando de saber si estaría dispuesta a encajar en un hueco entre la academia de sus hijos y la cena con sus respectivas mujeres. ¡Qué coñazo! Voy a terminar por decidir no salir más.
Aparta los ojos de mí, los dirige al frente y hace un silencio. Aprovecho para inspirar otra vez su humo y me recreo en su aparente genio. ¿No era yo el genio?
-En fin -suspira-, ya que mi descanso de las doce ha vuelto a ser un desastre, tienes exactamente el tiempo que tarde en fumarme éste para intentar arreglarlo.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Humo VI

He dado el primer paso hacia la libertad. Bueno, más que un paso ha sido una carrera. En cuanto la rubia me ha hecho su petición he salido pitando a corresponderla. Jamás habría imaginado que acudiría como alma que lleva el diablo a pagar por un trozo de cartón plastificado relleno de tabaco picado. ¿Alguien ha conseguido alguna vez correr los cien metros lisos con un cigarrillo invadiéndole los pulmones?

Pulmones, por cierto, con su volumen ampliado por mi respiración alterada. El humo disfruta ahora de mucho más espacio para hacerse conmigo. Toso compulsivamente y me vuelve a los oídos la voz de la máquina expendedora: "Su tabaco, gracias". No, no es mi tabaco, pero como si lo fuera. Fumar puede ser causa de una muerte lenta y dolorosa. El mensaje impreso en la cajetilla despierta mi compasión por la rubia, y creo que también por mí mismo. Pero ahora me resulta necesario. Se me empieza a enturbiar la vista: "Fumar puede ser a veces necesario". ¿Es ésa realmente la frase impresa?

Ahora no sería capaz de leer una sóla de las letras de este libro que sigue en mi mano izquierda. Mi dedo índice continúa pillado entre sus páginas como un ratón en una ratonera. Que yo sepa, los genios no tenían que dejarse el alma corriendo de acá para allá y debería de haber alguna manera algo más... no sé, mágica, de llegar a los sitios. En fin, voy sin resuello pero con los deberes hechos. Ahora me resta hacer que la rubia desee un par de cosas más.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Humo V

Utilizo el pitillo con cuyo humo la rubia me tiene atado. Uno los extremos del viejo y el nuevo en un beso incandescente.
-No sé qué pensarás de todo esto -le digo entre dientes, con el nuevo cigarrillo empezando a arder entre mis labios. Le devuelvo el viejo cuidando que siga intacto.
-Bueno, no sé, supongo que usar el mechero no le habría abierto otro agujero a la capa de ozono -me responde sin sospechar que los lazos de humo deben mantenerse a pesar de tener que incurrir en alguna escena absurda.
-Tienes razón, la atmósfera apenas habría sufrido daños -admito y vuelvo a la carga-. Ahora debemos resolver un problema: el del agujero que acabo de hacerte en el bolso. ¿Te importa pedirme que vaya a comprar tabaco?
-¿Cómo?
-Nada, que con sólo pedirlo tendrás una cajetilla nueva, toda para ti.
-Pero... es que... -la rubia cabecea, sin acabar de comprender que debe pedirme algo que ni siquiera se le ha pasado por la mente. Este cigarrillo que me está haciendo toser tal vez sea su aportación periódica a la supervivencia de los gorrones en el planeta.
-Venga, mujer, es sólo un deseo. ¿No es eso lo que te gustaría? Pues no tienes más que pedirlo.
Se lo piensa. Está desconcertada. El genio acaba de sugerirle a su amo que formule su primer deseo. Me temo que estoy haciendo trampas, pero si la montaña no viene a Mahoma...
-Está bien -se relaja-. Tráeme un paquete de tabaco. Eso sí, cuando vuelvas me vas a explicar en qué clase de jueguecito me estás enredando.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Humo IV

Mi amo es mi carcelero. Si la rubia le diese al cigarro una última calada sería como tirar las llaves de mi celda a una alcantarilla y dejar que se precipitasen hasta las más negras profundidades. ¡No lo apagues! ¡Tienes que empalmarlo con otro! ¡Por favor!

En fin, va a ser la primera vez en mi vida que lo haga, pero no me queda más remedio. Creo que ya sé lo que tengo que hacer:
-¿Tienes un cigarro?
¡Puaf! Lo odio, no puedo con la gente que va por ahí pidiendo de fumar. No soporto a los fumadores de gorra. Si no tienen tabaco que lo compren y si no pueden comprarlo, que se aguanten las ganas hasta que puedan permitírselo. Lo peor es que ahora soy yo el que pide y, ¡malditas las ganas que tengo de fumar!
-¿Cómo? -Me responde la rubia, sacándose del oído izquierdo el auricular. Tiene la voz más dulce de lo que imaginaba.
-Perdona que te moleste, pero es que tu cigarrillo me ha despertado unas ganas tremendas de fumar. Me llegaba el humo y... ¿no tendrías uno para mí? -me ha quedado un poco arrastrado, pero no puede controlarse todo la primera vez.
-Pues... no sé si me queda alguno -me responde con media sonrisa y se dispone a buscar en su bolso.
Bueno, al menos no me ha puesto mala cara. Me temo que tenemos poco tiempo, aunque, un momento, ¡no!, no irás a hacer lo que creo que vas a hacer...
-¡Espera! -Uff, vaya grito. La rubia se me ha quedado mirando algo extrañada. Tranquilo, no debes perder el control-. Digo que no tienes por qué tirarlo. Yo lo cojo para que puedas buscar mejor.
Me lo da, pensando, tal vez, que no debe contradecir a este tipo algo desequilibrado que le habla con aires de narcotizado. Parece que ha encontrado el pitillo en su bolso.
-Es el último -me tiende el cigarrillo que acaba de sacar de la cajetilla-. Que sepas que me dejas a cero.
-No te preocupes, eso podemos resolverlo -le digo a la vez que trato de no perder el contacto con el humo en mi nariz-. ¿Te importa que lo encendamos con el tuyo?
La rubia me mira fijamente. Creo que le estoy echando demasiado morro.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Humo III

Ahí está, sigue mirando al frente sin reparar en mí. Soy el fruto de su capricho y ni siquiera se ha dado cuenta. El mundo está lleno de madres desatentas.

Un vistazo más y advierto que unos cables blancos trepan hasta sus orejas y le taponan los oídos. Se mimetizan con el fondo también blanco de su camisa. Descarto decirle algo: no me oiría. Quizás lo que escucha haga de ella otro ser abducido, como yo lo estaba por la novela que leía, la misma que sigue mordiéndome el dedo.

El pitillo prosigue su sacrificio. Es esa lámpara de la que salgo. El fumador no necesita frotarla si quiere sacarle el genio. Sólo le basta una llama que prenda su mecha. La mía es este hechizo que me encadena, recién nacido.

Debo marcharme. Pero la condición es verme liberado, y sólo podré ser libre si mi amo me pide tres deseos. No, no basta con dejar que el cigarrillo se consuma. Si se apagase o se consumiera antes de lo necesario mi cordón umbilical se rompería. El genio necesita seguir unido a su placenta, lámpara prendida en pos de la existencia y del antojo.

No debe apagarse antes de que mi amo solicite sus tres deseos: las reglas para liberar genios son ley. Pero lo tengo muy difícil. Debo encontrar la forma de conseguir que ese cigarrillo siga encendido y ¡está en las últimas!

martes, 24 de noviembre de 2009

Humo II

Busco el punto exacto desde el que el cigarrillo despide el genio. Entre la ceniza y el cilindro de papel una franja fronteriza pasa del rojo encendido al negro carbón. En ese territorio está el lugar de partida de la estela que me sigue y me envuelve. La recorro primero en un sentido y después viajo en sentido de vuelta y me encuentro. El haz se abre... me alumbra. ¿Debería pensar que soy el genio?

Le doy unas cuantas vueltas a tan disparatada idea. Consigo enredarme en mis pensamientos y, como volutas de humo, acabo trenzado, rodeado con mi propio cordel que acaba deshecho, disperso en el aire. Vuelvo a respirar. Compruebo que sigo atado al humo de ese cigarrillo que sigue consumiéndose y mi idea descabellada deja de serlo para concretarse.

Debería plantearme cómo escapar: el objetivo de todo genio se centra en obtener la libertad, desatarse del yugo de su amo y de su voluntad caprichosa.

Vine hasta aquí transportado por este libro, viviendo sólo en la dimensión de estas páginas que ahora me atrapan el dedo como un cepo. No vivía sobre este suelo que piso, sino sobre el de esta novela que está a punto de terminarse. Y ahora, fruto de la combustión de un cigarrillo, he llegado a este banco, a esta calle de esta ciudad. Mi recobrada conciencia ha nacido del humo que me une a una madre, pues este aire me reúne con el mundo y nazco de él.

Ya que vuelvo aquí convertido en el genio del humo, deberé seguir el ritual con sus pasos establecidos. No me marcharé por las buenas, pues rompería lo que me une a esta vida. ¿Y seguir respirando este aire? Eso tal vez sea lo más duro.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Humo I

Mientras leo camino absorto, abducido por las últimas páginas de una novela. Me acomodo en el banco que casi me ha hecho tropezar. Tomar el sol en mangas de camisa ya empieza a ser un lujo que hay que intentar permitirse. A mi derecha una farola con una papelera adosada. Recostada junto a ella una chica. Sé que lo es por sus zapatos femeninos, que acierto a ver de reojo durante la tregua fugaz que obtengo al pasar la hoja del libro.

Me relajo, respiro hondo y desde tal hondura me asalta una tos convulsa. Cuando consigo calmarla, trago y noto una sequedad repentina en la garganta y un sabor a tabaco que se me aloja en la faringe. Olfateo con cautela -temo saturarme- pero todo sigue llegándome desde dentro. El olor a tabaco está dentro, no fuera de mí. Como en el interior todo está claro, paso a indagar a mi alrededor. Voy en busca del humo como los antiguos iban en busca del fuego.

Me giro a un lado pero no veo nada. Al otro, el derecho, la chica de la farola sigue apostada. Zapatos de tacón, femeninos como sus medias, falda por encima de las rodillas, blusa blanca de mangas ceñidas y larga cabellera rubia recogida en una coleta. Mira hacia el frente con sus grandes ojos mientras deja que un cigarrillo se le consuma entre los dedos. Un torrente de humo brota de él, describiendo su línea ondulante directamente hacia mi nariz.

Mi garganta vuelve a denunciarlo con más toses irreprimibles. Cierro el libro dejando un dedo como señal y paso a observar el camino de la fumarola. Muevo la cabeza con el fin de despistarla, pero no hay manera. Se dirige implacable hacia mis fosas nasales. Decido entonces que, de alguna forma, debo de atraerla. Es como si activase un imán para atrapar el cabo de ese hilo de humo y llevarlo hacia mí. Hago memoria y la mente me devuelve otras situaciones similares. En todas ellas el humo se me cosía a la nariz, polo negativo cautivado por la humareda, de signo indefectiblemente positivo, y no me abandonaba hasta que no me alejaba. Me temo que estas cosas no cambian nunca...

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El muro

No cayó.
Lo derribamos.

El pico arrancó la pintura.
Tan insolente.
Saltaron los rumores,
lascas del cemento.

Por los aires informadores grises,
besos a oídos de la Stasi,
controladores de mentes
y del temor.

Miedos, los que tuve,
los mismos que sufrí:
mejor no ver al otro lado.
Quiero mirar al otro lado.

El verano llega
a las puertas del invierno.
Mis lágrimas alzan el polvo del suelo.
¿Qué me espera?

Salir del hollín,
del carbón enfermizo.
Lavarme los ojos y
ver el mundo.

viernes, 6 de noviembre de 2009

El taladro

El otro día estrené mi máquina de taladrar nueva. Hasta entonces sólo era propietario de otro tipo de artilugio que también sirve para hacer taladros, pero en el papel. Ahora estoy equipado "de gordo". Qué gusto blandir la bicha para agujerear todo lo que se ponga por delante. Y que cada cual interprete esto como se le ocurra.

Hasta hoy siempre había utilizado máquinas y brocas ajenas -bueno, de la familia, que también son de prestado pero con más confianza-. Cuando las empuñaba me acordaba de aquel anuncio, creo que de Black and Decker, en el que un operario se enfrentaba a una pared-lienzo y la agujereaba de arriba abajo. Se liaba a taladrar sin parar hasta mostrar su rostro de satisfacción ante una supuesta obra bien hecha. ¿Una pared con más agujeros que un queso holandés? El autor, herramienta en mano, se alejaba para tomar la perspectiva suficiente y... aquel colador era la reproducción de un cuadro de Roy Lichtenstein. ¡Qué preciosidad de anuncio!

Nunca había tenido un regalo de cumpleaños de ese tipo, y me ha gustado. Hace años, y aún hoy, estas cosas eran propias del hombre de la casa y uno, que aún no ostentaba el título, de vez en cuando asumía el rol como en un simulacro de lo que podría ser el futuro. Empecé colgando cuadros: agujero, taco, escarpia y ya. Después algún espejo, alguna estantería y, cuando ya la cosa estaba dominada, me atreví con todos los muebles de una cocina. Por eso ya era hora de tener un artilugio propio.

Yo, que ya había cambiado de parecer en cuestión de cuadros, me había hecho fan del cuelgafácil y me había entregado a la comodidad del martillo y el clavito, ahora me veo armado como de infantería.

domingo, 1 de noviembre de 2009

De cementerios

Hoy los cementerios viven su día grande. Sus calles principales se llenan de transeúntes. Llegan en multitud. De cerca. Desde lejos. Circulan por esas Grandes Vías esporádicas buscando a derecha e izquierda, parándose a saludar a otros visitantes, sintiendo que éso no pueden perdérselo. Portan centros, ramos o flores sueltas, casi todas cultivadas, algunas silvestres. Son para sus seres añorados, los que se fueron, de quienes algo quedó.

Depositan recuerdos y calidez sobre la piedra pulida. Saben que quien yace les está agradecido, algo le reconforta.

Quizás, con suerte, un día de éstos me saquen de este sitio sin nombre, del barro al que me arrojaron, de esta cuneta donde se crían sólo malvas. Del frío y el abandono.

Me habría gustado tener una lápida, y flores sobre ella. Frescas, o de tela, o de plástico. Flores al fin y al cabo. Muchos quisieran traérmelas. Llevármelas. Me gustan las tradiciones. Y las visitas.

sábado, 31 de octubre de 2009

The visitor

Algunos días son dados a la reconciliación con las pantallas. La pequeña, la de la tele, todavía me tiene disgustado -soy algo rencoroso-. Es otra, la grande, la que vuelve a darme una alegría, concretamente con la proyección de The visitor.

Un profesor de Connecticut vuelve a su piso de Nueva York y lo encuentra habitado por una pareja de inmigrantes -él de Siria y ella de Senegal-. Tienen un primer contacto violento, tras el que va a surgir entre ellos una relación que cambiará sus vidas. En varios sentidos.

Todos los años hay alguna película que, alejada de las majors, da la campanada. Esta es una de ellas, un gusto descubrir una historia así.

El actor protagonista, Richard Jenkins, me recuerda al Bill Murray de Lost in translation, pero sin el toque algo histriónico -aunque no sé si se puede ser sólo "un poco histrión"-, y también al Bill Murray de Flores rotas, pero sin un objetivo tan claro a lo largo de la película. A lo que voy es a que Murray ya tiene en Jenkins una competencia muy clara en la selección para según qué papeles. El profesor que encarna Jenkins ha perdido la motivación y la ilusión por muchas cosas. Será ese encuentro fortuito con sus okupas el que le llevará a cruzar una línea necesaria en su vida.

Nos encontramos en The visitor con la terrible realidad de las fronteras. Lo relacionado con ellas es asquerosamente arbitrario. Quien nace en un territorio, sólo por el hecho de ese nacimiento a este o aquel lado de una línea, pasa a tener unos derechos. Derechos innatos, sí. Los demás, los que llegan de fuera, deben renunciar a cualquier opción. Y si algún día consiguieron cruzar esa línea y lograron crearse una vida hermosa, tal vez la vean destruida por culpa de cualquier detalle nimio. El país que se vanagloria de dar las mejores oportunidades es el que las niega con mayor crueldad. Es el lugar donde la palabra inmigrante lleva siempre aparejada la palabra ilegal.

Vemos, además, dos tipos de desamparo. Uno que puede atraer al cariño, el desamparo más bondadoso. Y el otro, el sobrevenido, el despiadado, al que nadie debería llegar jamás.

También hay dos cárceles: la que el profesor se ha creado para sí mismo, olvidando que en su bolsillo tiene la llave que le sacará de ella; y la otra, la legal, la que construyen la arbitrariedad y el abuso de los Estados. Esa cárcel es la que lleva a una persona maravillosa al desamparo más terrible. La otra, la primera, es la que el profesor abandonará. Su desamparo, el más amable, le dejará a las puertas del amor.

lunes, 26 de octubre de 2009

Diarrea verbal

Hace un rato he apagado la tele con cabreo. "Apagón airado": uno agarra el mando, siente que con él en la mano es un hombre poderoso, planta el pulgar sobre el botón rojo y lo aplasta con determinación, moviendo el brazo con firme sacudida. Después de dirigir el rayo exterminador hacia el punto donde más duele, uno va y pulsa el interruptor del aparato, no vaya a encenderse por casualidad. Todos hemos visto Poltergeist y a ninguno nos gustaría sufrir tanto como aquella niña.

En la pantalla un político hablaba sobre... planteaba un problema que... exponía la posibilidad de... ¡Nada! Todo palabras vacías, humo sin fuego... y sin indios.

Cada vez me repatea más tener que escuchar palabrerías de manual, marcos incomparables, argumentos de ascensor, obviedades de cajón. Me jode que me tomen por idiota y me hagan tragar tanto rollo indigesto, esas papillas hartas de grumos hechas de paja y tronchos. Se creen que a uno le entran bien, pero resulta que los tropezones se atascan y no pasan. Vamos teniendo pocas tragaderas, señores.

Verborrea y diarrea vienen a ser lo mismo. El otro día asistí a un acto en el que tuve que soportar el speech de una consejera -no me apetece escribirlo con mayúscula- de la Comunidad de Madrid, de un ramo relacionado con la cultura. La elementa se marcó una fiesta de la espuma que ni el mejor parque de bomberos. Qué volumen iba alcanzando aquel burbujeo. Y qué limpieza. Blancura de anuncio, vaya. Aunque me temo que diarrea pulcra no deja de ser diarrea. Corrección gramatical y articulación notable, sí. Pero aquella pompa era justo lo que se conoce como tal, una ampolla de aire, un vacío insondable. Se me escapaban aquellos minutos de vida.

La señora terminó henchida de gozo, aliviada tal vez. Y unos cuantos a su alrededor parecían satisfechos también. Les había dado unas friegas placenteras. Pero a mí ya me había explotado en la cara su globo diarreico. Por suerte no salí de allí detrás de todos ellos, así que debieron ser otros quienes se resbalasen con el aceite de las friegas y se pringasen con tanta pomada.

No dudo que fuesen corriendo a verse en algún televisor.

jueves, 22 de octubre de 2009

Enigmas

CUENTO CON PÁJAROS
(A. Mohorade)

Un pájaro al morir
recuerda
que tuvo alas para abarcar el cielo
que tuvo canto para nombrar el vuelo
y un nido pobre con hojas y estrellas

Y recuerda que alguna vez fue libre mientras ahora
tiene dos pies que lo atarán a la tierra:

Un hombre nace
y sueña con volar
hasta que un día lo advierte:
No es más que un pájaro muerto.

Con este poema empieza la obra Enigmas, interpretada ayer en el Aula de Música de la Universidad de Alcalá por el Sonor Ensemble, dirigido por Luis Aguirre. Con este texto entramos en las cuestiones que predominan en ella: habla de la vida, la muerte, los sueños, el destino y, tal vez, sobre eso que nos rige de algún modo desde algún lugar indefinido.
Un lujo disfrutar en su estreno de una obra tan fresca y sorprendente. El director y los músicos gozaban con su representación. No sólo estaban interpretando una partitura, sino que estaban representando una obra. Había mucho de teatral en este conjunto de versos mezclados con la música y las actitudes de cada uno de los músicos y cantantes.
El director recita, los músicos cantan, los cantantes actúan, y el público se pellizca para cerciorarse de que está allí y aquello está pasando de verdad. La partitura es magnífica, logrando dinamismo y distintos planos en el sonido. Cuenta con muchos momentos de música incidental que la conecta íntimamente con las composiciones para el cine. No en vano, el autor es Federico Jusid, muy reconocido ya en este área. Quizás su trabajo más popular sea la música para La señora, la serie de TVE, aunque acaba de entrar en la liga de los "compositores de clase A" gracias a la banda sonora de El secreto de sus ojos. Allí estaba Jusid, como un integrante más del ensemble, al teclado de un piano de cola que abandonó para abrazarse a todos los demás durante la ovación que les brindamos al final.
Sin duda, el fragmento más redondo de la obra fue el llamado Los Enigmas, como el poema homónimo de Borges, recitado también durante el cocierto. Imposible transmitir sus vibraciones desde aquí ni describirlas con palabras, por eso dejo aquí las escritas por el argentino.
LOS ENIGMAS
(J. L. Borges)
Yo que soy el que ahora está cantando
Seré mañana el misterioso, el muerto,
El morador de un mágico y desierto
Orbe sin antes ni después ni cuándo.
Así afirma la mística. Me creo
Indigno del Infierno o de la Gloria,
Pero nada predigo. Nuestra historia
Cambia como las formas de Proteo.
¿Qué errante laberinto, qué blancura
Ciega de resplandor será mi suerte,
Cuando me entregue el fin de esta aventura
La curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
Ser para siempre; pero no haber sido.

lunes, 19 de octubre de 2009

¿Otra de vampiros?

Hace unas semanas que vi Déjame entrar y todavía me pregunto si es una peli más de vampiros o es otra cosa.

Últimamente el género está resurgiendo en el cine y, salvo alguna saga nacida de los videojuegos, desde el Drácula de Bram Stoker y la posterior Entrevista con el vampiro -magníficas las dos- no recuerdo semejante profusión de películas sobre vampiros. Y no sólo las tenemos en los cines -Crepúsculo no ha hecho más que comenzar-, sino también en televisión -véase, si se quiere y puede, la serie True Blood-.

Pero Déjame entrar parece diferente. Para empezar, no estamos en ningún lugar de la vieja Europa, ni en los más recientes estados del Mississippi, ni siquiera en el siglo XIX. La Suecia de los ochenta, sus dificultades sociales y sus nieves invernales van a ser el marco para esta historia. Y nadie diría que en toda esa gelidez, entre el aislamiento y el alcohol, pueda desarrollarse este cuento de amistad incondicional.

Largas noches de fondos blancos donde la nieve absorbe hasta la tristeza. Oskar, un niño que sufre acoso escolar, se refugia en sus fantasías de venganza contra los chicos del colegio, alimentadas por las noticias de sucesos macabros que recorta de los periódicos. Una noche llegan nuevos vecinos al barrio, entre quienes está Eli, una niña de su misma edad que comenzará a mostrar ciertas peculiaridades: palidez extrema, costumbres nocturnas y un olor peculiar. Oskar y Eli se van a ir encontrando y dejarán que nazca algo especial entre ellos. Pero ella es una niña vampiro, por lo que pensaremos de inmediato que no les será fácil mantener esa relación.

Esta historia de producción cien por cien sueca habla de problemas sociales, de brutalidad infantil y de los dilemas que se plantean cuando se cruzan las existencias de seres diferentes. Por eso no le faltan crudeza y frialdad. Pero también rebosa delicadeza, sobre todo en las secuencias entre estos dos niños, o las que Oskar comparte con su padre, quizás su único refugio de afecto.

Silencio. Nieve. Sangre. Un epílogo inquietante. Y además una película bien planificada, íntima, de cuidada estética, pensada para hacer pensar, que destila un lirismo sorprendente, con escenas cálidas, emocionantes.

En definitiva, una delicia de vampiros que, empiezo a decidir, no es otra más de vampiros.

jueves, 15 de octubre de 2009

Gaudeamus igitur

La Universidad de Alcalá ha celebrado hoy la apertura del curso académico. Lo ha hecho de forma Solemnísima. En torno a una pequeña representación de sus alumnos, una serie de personas Ilustrísimas, Excelentísimas, Serenísimas tal vez y, entre ellas, como en una película de DreamWorks, algún que otro Magnífico investido de los más amplios poderes.

Ha sido bonito el desfile desde la Magistral hasta la Cisneriana, a lo largo de la calle Mayor y pasando por la plaza de Cervantes. Sobre el repicar de campanas de la Catedral, una agrupación de chirimías y otros vientos ha precedido a los maceros, y éstos a profesores, doctores, decanos y vicedecanos. Los niños de los colegios del centro han animado con sus gritos el pasacalles, atraídos por la viveza del colorido de birretes y mucetas. Como todos los asistentes, han agradecido la viveza de rojos, narajas, azules y otros colores correspondientes a las diferentes Escuelas y Facultades. Sin ese toque habría sido difícil alegrar la negrura de las togas y nos habríamos visto metidos de lleno en una procesión, como en una Semana Santa adelantada unos cuantos meses.

Recuperar el ceremonial de antaño tiene su gracia. Por momentos nos trasladamos a la Alcalá renacentista, cuando su Universidad era una de las más relevantes de Europa. En su fachada principal, plateresca, nunca nadie ha buscado una rana sobre una calavera, aunque ésa sea otra historia. Otra historia, como la de quien trató de comprar el edificio por cuatro perras, desmontarlo, numerar sus piedras y llevárselo a los Estados Unidos de América para volverlo a montar, cual rompecabezas, en algún lugar donde acabase conviviendo con rifles y banjos.

Por suerte eso nunca ocurrió y hoy podemos entrar al Paraninfo y aguardar la llegada de la comitiva. Sus miembros acceden descubiertos, birrete en mano, y el coro canta el Veni, Creator Spiritus. Con todo el mundo en pie, el Maestro de Ceremonias da un golpe en el suelo. Es entonces cuando el Rector dice: "Señores, sentaos. Se abre la sesión".

Se sucede entonces una serie de lecturas, entre las que asistimos a una Lección Inaugural sobre asuntos legales durante la que cualquier detalle decorativo de techo y paredes es motivo ideal de distracción. Después, los nuevos profesores prestan juramento o promesa, acompañados de sus padrinos -ya se sabe, sin ellos nadie se bautiza-, frente a una mesa tocada con la Sagrada Biblia y la Constitución Española. "Per deum iuro...", "Polliceor me maxima diligentia...". Uff, tanta pompa hace que alguno se trastabille.

Añadimos a la sesión una entrega de premios y un discurso inaugural. Para terminar, no puede faltar el Gaudeamus igitur. Nos ha quedado muy bien. De verdad, en serio.

Aunque espero que también vaya en serio ese nuevo enfoque de Bolonia para los planes de estudios. Espero que la reforma sirva para algo. Y sobre todo para alguien: los alumnos, futuros graduados a quienes deberá servir de algo el esfuerzo que ahora se les va a exigir. Más asistencia, participación, trabajo e investigación.

Sí, investigación, eso mismo para lo que ahora desde Ciencia e Innovación quieren recortarse medios y recursos. Lo dicho: Gaudeamus igitur o, lo que es lo mismo, Alegrémonos pues...

lunes, 5 de octubre de 2009

El guardián de la parra

Todos los años suceden muchas cosas bajo la parra de mi padre. Aparte de la vida que se desarrolla bajo su sombra, tiene otra vida, la suya propia. Cuesta creer que de una maraña sarmentosa que se podó unos meses atrás pueda surgir tanta vitalidad. Sus hojas y pámpanos crecen con rapidez milagrosa. Y acaba poblándose por completo, creando su techo caduco bajo el que las tijeretas parecen querer caminar y tratar de agarrarse a cualquier cosa con avidez. En pleno verano su sombra recorta la luz en el suelo, como en un mosaico de claroscuros proyectado para deslumbrar a su guardián con intermitencia.

Sí, la parra tiene un guardián. Mi padre es como si fuera también el suyo y se ocupa de ella como de otro hijo más. Interviene casi todas las semanas, desde que las primeras yemas comienzan a hincharse y sus nudos aún no revelan un futuro leñoso, hasta que la caída de la hoja requiera de él tareas algo más a ras del suelo. No le gusta que todo ese mecanismo se desmande y trepe hacia las alturas, o descienda a buscar asidero con sus zarcillos tentaculares. Todo debe crecer con cierta medida.

Pero el guardián no sólo vela; también combate: Tekeldion contra la araña roja, Druida contra el oidio, Zolone contra el pulgón. Y todo ello para lograr que sus brazos sostengan racimos sanos, de uvas sabrosas. Las de este año son magníficas. También lo aprecian las avispas, que buscan estos días refugio entre las bayas, apretadas como si estuvieran ahí para darles cobijo.

Esa es otra de las cosas que suceden bajo la parra.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La biblio

En mi nuevo barrio hay una biblio pública municipal. Casi cada distrito de esta ciudad cuenta con la suya. Concretamente, la que tengo más cerca de casa la alberga un edificio clónico de otros dos o tres que guardan un número similar de volúmenes, enclavados en sendos distritos complutenses.

Pues bien, tras averiguar dónde se encuentra -resulta quedar bastante cerquita- y buscarla físicamente bajo el pesado sol de julio cargado con bolsas de un Mercadona de la zona -está más escondida de lo que revela el plano de Google Maps-, veo detrás de su cierre que éste no sólo va a permanecer echado durante casi todo el verano sino que, además, la biblioteca cuenta con horarios habituales de lunes a viernes de 14:30 a 21:30. A eso le llamo yo flexibilidad y facilidades.

En mi barrio anterior tenía la suerte de contar con una biblioteca bastante más grande y con horarios matinales. Pero ya no me pilla cerca. Teniendo en cuenta que trabajo habitualmente por las tardes me temo que, de hacerme el carnet de la biblio vespertina, voy a convertirme en un moroso habitual, reincidente y sin ganas de volver a ser cumplidor de las normas. Lo bueno será que podré coger supertochos de los que uno nunca se lleva a casa porque los rácanos quince días de préstamo no dan para tanto -sí, ya sé que en otras ciudades se pueden ampliar en otros quince o, incluso, hasta te dan un mes-. Hasta tendré tiempo de sobra para releerlos. Y, entre que acabe un libro y pueda pasarme a devolverlo, cumpla los días de penalización por mi largo retraso y pueda coger otro, podré ir reduciendo la lista de libros propios y ajenos que tengo en casa.

No, si..., en el fondo, creo que todo van a ser ventajas. Voy a ir preparando una fotocopia de mi DNI caducado -hasta noviembre no me han dado cita en la comisaría- y dos fotos de las que todavía me quedan del 2003 -sigo pareciéndome bastante-.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Rabos de lagartija

Hace unos días terminé la novela de Marsé. Hacía años que no leía nada suyo y este libro ha sido un grato reencuentro. Es el mismo de siempre, experimentando acaso un poco más.

Un no nacido que narra como si, no estando aún en este mundo, se lo conociera al dedillo. Nacerá de una madre represaliada que pasa de ser maestra a coser por encargo y que encuentra algo de aliento en las visitas de un policía que investiga sobre su marido desaparecido. El renacuajo tendrá un hermano en busca de su lugar, de algún universo de supervivencia, poblado de personajes reales e imaginados. Los hechos, marcadamente cotidianos pero cargados de simbolismo, hablarán a las claras de la situación, llena de abusos, represión, frustración, de la lucha que sigue a la contienda. Estamos en un país de posguerra, en el Guinardó marginal de aquella Barcelona donde la esperanza debía perseguirse un poco más allá del arroyo.

Entramos en las existencias de estos personajes lentamente, no sin dificultad, como si cada hecho se limitase a un círculo aislado del resto. Y entre todos ellos, la presencia más plácida, sumergida en su útero esférico, en una paz amniótica.

Asistimos a la viveza de los acontecimientos, a su sencillez y lucidez, encontradas y confundidas a veces con la imaginación. También damos de morros contra la condena final de unos supervivientes sin oportunidades. La guerra dejó sólo víctimas, encarnadas en personajes cargados de matices abiertos a interpretaciones.

Final redondo para estos rabos palpitantes que se revuelven como látigos de la crudeza, fustas para los sueños de difícil realización.

viernes, 25 de septiembre de 2009

Entre cepas

Acaban de hacer unas fotos ante la fachada de una célebre bodega, ondulación imponente con ecos de templo. Desean continuar hacia el lugar donde se ha erigido otra bodega icono, hotel en este caso, pero la mecánica se niega a responder. Al girar la llave, el motor de arranque tose sin parar.

El camino entre las viñas tiene una leve pendiente que aprovecharán para lanzar el vehículo e intentar que el motor despierte. Nada. Intento fallido, como todos los posteriores. Se han quedado colgados y no saben si empezar a guardar en el maletero sus ganas de conocer aquellos lugares. El pueblo de Laguardia hace honor a su nombre desde lo alto. Tal vez deberán pasar el día, y quizás la noche, entre cepas. Entre copas. Como en la película, una tarde de tonos dorados podría haberles deparado un picnic entre los viñedos. Precioso, si no fuera porque sólo es la una del mediodía y comienza a llover.

Reclaman ayuda por teléfono. Piensan que están en un bellísimo lugar, ideal para quedarse tirados y preferible siempre a cualquier Gran Vía de cualquier ciudad. Divisan la grúa a lo lejos. Como de juguete. Les alcanza, carga el vehículo y se los lleva a los tres.

En La Rioja se viven las vidas de la uva. La vendimia comienza y de cada racimo se desgranan muchas historias: la de su agosto de engorde y maduración, la de los métodos para llegar a hacer buen vino, la de quien cuenta a clientes potenciales su forma de conseguirlo, la de esos posibles compradores y su peregrinar entre viñas, la de alguno de esos viñedos, presidido por la creación de un Calatrava o un Gehry. Y también la historia de quienes abandonan el escenario deseando volver a él.

martes, 15 de septiembre de 2009

Ötzi

Lo encontraron en el Valle de Ötz, durmiendo en un glaciar. Se había quedado helado. Llevo varios días bromeando sobre la postura en la que acabó sus días. Con sólo mantenerla unos segundos a mí me dejaría una contractura difícil de recuperar. La llamo "la postura del mal crucificado": uno de los brazos se abre perpendicular a su espalda, pero no hacia el lado más natural sino en forzada torsión en dirección contraria, más o menos como el que estira el brazo para olerse el alerón.

Lo han traído a Alcalá, al Museo Arqueológico Regional. Bueno, no es el Ötzi auténtico, sino una réplica de su cuerpo, cual esqueleto recubierto por su propia mojama, y de todos los objetos que portaba. El Hombre de Hielo real no puede abandonar su museo de origen, en Bolzano, pues su conservación óptima depende de la temperatura y la humedad relativa. Y que lo digan, la humedad es siempre relativa.

Ahora, cincomil años después de haber estirado la pata -y el brazo-, van y le dicen que es italiano. Incluso que por poco no es austríaco, como si él supiera de qué va nada de eso de las nacionalidades. Ötzi vivió entre las montañas de una región que, seguramente, conocería mejor que cualquiera de los que trazaron la frontera que lo dejó a este lado y no en el de allá. No sospechaba que era tirolés del sur ni que por sus venas correrían algún día ecos de Yodeln. Estaba muy tatuado, con motivos algo chungos de hecho, así que cualquiera se atreve hoy a decirle que está catalogado como hombre de la Edad del Cobre.

Quienes lo encontraron en aquel glaciar de los Alpes también se quedaron helados al verlo y alertaron a las autoridades. Llegaron especialistas de todas partes, excavaron el hielo y se pelearon por llevárselo cada cual a su terreno. Aparte de sacarlo a él y sus ropas, extrajeron muchos objetos, incluso un fascinante kit completo para hacer fuego que me trajo bonitos recuerdos de mi breve vida de cavernícola. Pero entre todo lo que portaba algo inquietante se alojaba en su interior: la flecha que lo mató.

A pesar de hablar de Ötzi en estos términos, acordes quizás con la exhibición que de él se hace, algo me entristece: su estirpe ya se extinguió.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Me fui sin mí

Me fui, pero no me llevé. Acarreé bultos, pesos de los que tirar, cosas y más cosas. Les preví una utilidad, pero yo no estaría allí para usarlas. Cada necesidad hipotética tendría su parche, aunque no hubiera quien lo pusiera.

Había hecho mis planes con todo el cuidado. Me alojaría en cualquier hotel sin llegar a estar en él. Pisaría sus mullidas moquetas con los bolsillos llenos de llaveros mastodónticos, apartaría de mi cama ocasional la pesada colcha y dejaría caer sobre el colchón mi peso muerto exhalando un suspiro de relajación. Todo sin mí.

Probaría los platos propios de allí. Sin degustarlos, con el olfato agarrado a los olores que impregnan el sitio donde que me habría dejado. Haría infinidad de fotos, llenaría mi memoria SD hasta los topes -bip bip, memory card is full!-. Lugares en los que no recordaría haber estado, donde compraría recuerdos que nunca apelarían a ninguna experiencia. Incluso traería las maletas de vuelta más engordadas, con muchos otros suvenires de los que no sabría qué decir en el momento de entregárselos a amigos y familiares. Ahí los tenéis... ah,... pues... no sé, es muy típico, sí.

Así sería, así fue. Antes de marcharme puse en la cartera mi pasaporte, el carnet de conducir, el carnet de identidad y cualquier otro rectángulo portador de mi foto, mi nombre completo y un número diferenciador. Me convertí en una simple identidad, sin más. No me acompañé para hablarle a nadie sobre la persona identificada por aquellos documentos. Me quedé en tierra.

Tiré de maletas repletas de objetos sin atenderme en lo elemental. En todo lo que hiciese faltaría yo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Nido vacío

Han volado. Mutis sin decir ni pío. Las descubrió Salvia, hace un mes escaso. Le alertaron las continuas y sonoras huidas protagonizadas por una paloma en momentos muy concretos. Para ser exactos, cada vez que abría, cerraba o se acercaba a una ventana de la terraza.

¿Sabes lo que hay en una jardinera del balcón?
Pues... tú dirás qué ha crecido.
No, no es que haya crecido. Han nacido. Son dos pollos de paloma: dos "palominos".

Y con ese cariñoso apelativo se quedaron. Allí estaban, dos seres palpitantes acurrucados uno junto al otro, negros y feos como dos demonios. El rincón de la jardinera más alejado de nuestro alcance había servido a su madre para poner sus huevos y éstos habían eclosionado sin que supiéramos siquiera que habían sido incubados. La jodía acabó delatándose a hechos consumados, echando a volar con ruidosos aleteos una y otra vez, hasta que alguien perspicaz descubrió el pastel.

Los hemos visto crecer a ratos, sin causarles molestias, constatando invariablemente que su progenitora jamás se enfrentaría a un posible atacante, salvando siempre el culo propio antes que el de sus criaturas. Aunque no tuviera de qué temer: dió con caseros sin ganas de cobrarle alquiler, dispuestos a permitir que criase a su prole de prestado. Hasta nos ha enternecido ver a sus crías ensayar su propia evasión, tocadas aún con su plumón residual, amarillito él. Pero no pueden negar que son hijas de mala madre y, como tales, en cuanto han podido volar, lo han hecho con el mismo brío que ella.

Cuando se tiene un inquilino del que no se ha sabido siquiera que ya ha metido los muebles y se ha instalado con toda comodidad, no puede esperarse que se despida. Sí, les disculpamos el allanamiento, pero no les hemos dado nada que echarse al pico. Tal vez a eso se deba su mutismo a la hora de largarse. Desconocemos la dirección en la que volarán y, sea cual sea, les deseamos que no acaben siendo el blanco de ningún tirador de pichón.

Ahora no sabemos si adoptar algunos de los síntomas que sufren muchas madres cuando se les marchan los polluelos.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Un guión propio

Veo en vallas publicitarias el mensaje de una marca de whisky. Negro, blanco y, sobre todo, mucho rojo. En este caso Quentin Tarantino es quien pone su rostro y su voz: Escribo mi propio guión.

Grandes letras mayúsculas, manuscritas quizás. Afirmación rotunda acompañada de actitud afirmativa también. No parece una pose sino un hecho. "Vivo mi propia película, la que yo me escribo". Si él puede, cualquiera sería capaz también: vivir de acuerdo a lo que uno ha previsto.

Una vez vi una animación en la que, partiendo de un punto sobre fondo blanco, era el propio dibujo quien se creaba a sí mismo. Él solito iba trazando con el grafito las líneas de su contorno. Cuando se había dado forma por completo y se había reconocido como un ser terminado, miraba a su alrededor y se situaba en aquel vacío. Un blanco sin ecos, abierto e infinito. Entonces se daba cuenta de que poseía el lápiz del creador. Tenía entre los dedos el utensilio más valioso de todos. Con él se dispondría a hacerse un mundo.

Qué bueno sería poder hacernos el mundo y escribirnos una existencia en él. Decidir donde nos encontramos y lo que vamos a iniciar. Esbozar nuestra historia, emprenderla y si algo no nos convence, poder corregirlo. Un lápiz... y una goma de borrar para darnos una segunda oportunidad.

El otro día leí en un dominical una entrevista a Paulo Coelho. En la portada, su rostro y sus manos sobre negro. Soy el ejemplo de todo lo que puedes lograr si te lo propones. Grandes letras mayúsculas. Otra afirmación rotunda y actitud que defiende el mensaje. En el interior, entre preguntas y respuestas, la constatación de que alguien más compone su historia: Disfruto de mi tiempo como quiero. En la misma revista, dentro de un relato con moraleja, el mismo autor concluye con un siempre hay una segunda oportunidad.

Las segundas oportunidades pueden llegar por su propio pie, o procurárselas uno mismo. Démonos segundas oportunidades. Y terceras.

domingo, 16 de agosto de 2009

Muerte de una cucaracha

¡Crac! Así murió el otro día nuestra prima: bajo una pesada suela. Dicen que sólo salvó las antenas, aunque de poco le servían ya. No quise mirar. No pude, la verdad, tan ocupada como estaba echando a correr cual centella. Mira que se lo advertí. Que en aquella cocina no había más que rascar. Pero nada. Se empeñó en salir de aquel desagüe a la pila y desde allí a la encimera. Yo iba detrás, intentando trepar torpemente hasta el borde. Pero, cuando por fin llegué, ¡zas!, algo la barrió de sopetón. Cayó al suelo y lo único que oí después fue aquel crujido espantoso. Aún me falta el resuello. No pude correr más deprisa. El eco rugoso de aquel estallido se realimentó en mi cabeza y se mezcló con el rumor de la tubería.

Nos pasamos la vida dándonos todos esos avisos y alertas. Otra prima me dijo que no fuese tonta, que no saliera de mi rendija a cualquier hora. Y tenía razón. Pero ella fue la primera en abandonar su escondrijo en cuanto le dio el olor de unas migas de queso y... ¡flissssss! Sufrió los efectos de un spray sobre el dorso. No alcanzó su agujero a tiempo y pereció bajo los efectos de la muerte dulce. Dicen que no duele, pero mejor no llegar a probarla.

Estamos condenadas, primas. A pesar de que los cebos sólo son sacacuartos, de que las lacas permanentes carecen de tal permanencia -yo me paseo por encima como si nada-, del breve efecto de los insecticidas, plaguicidas y todos los cidas de las empresas exterminadoras,... a pesar de todo ello tenemos los días contados. Si hasta lo llevamos en el nombre: ¡cucaracha! Suena como... parece que roncha como cuando nos... en fin, nuestro nombre es nuestra más negra profecía.

¡Que ni el peor holocausto cucarachil podría con nosotras, primas! Que sobreviviríamos incluso a un ataque nuclear. Eso decían. ¡Malditas leyendas urbanas!

jueves, 13 de agosto de 2009

De lo casual... o no

Me ha vuelto a pasar. Es uno de esos fenómenos recurrentes ante los que no paso de una ligera perplejidad. Suelo quedarme un poco extrañado y al instante vuelvo a lo mío.

Hoy escribía algo insustancial empleando, a falta de otras mejores, las mismas palabras de siempre -palabras idénticas sirven para dos fines: o contar bien las cosas, o garrapatear sinsentidos-. En ese texto introducía el término "hambre" cuando, al mismo tiempo, alguien en la radio lo utilizaba también. No me ha sorprendido, pero algo en mi cabeza ha hecho corto. Un pequeño chispazo. Se ha producido un cruce de hambres, como si se hubieran juntado el hambre y las ganas de comer. Resultado: al poco me ha invadido una gazuza incontenible a la que he tenido que dar remedio.

Me ocurre con frecuencia, sobre todo lo de la gula, aunque ese es otro asunto. Digo "tifón" y al momento aparece esa palabra materializada entre los textos de las entradas resultantes de una búsqueda en Google. Pienso en algo que incluye el vocablo "polilla" y no tardo en ver una revoloteando, buscando el resquicio idóneo para meterse en mi armario a comer -éstas también pasan hambre-. Alguien a mi lado pronuncia "viña" y... ¡ahí está!, la misma voz de trazos sarmentosos subida a la página del libro que leo en ese preciso momento. "Viña", con la rayita de la eñe encaramada a las ramas de la ene, agarrada a ella con sus zarcillos rizados.

Puede que sean casualidades, carambolas sin ningún fundamento a las que no merece la pena hacer caso.

O no. Tal vez las palabras atraen a sus homólogas. Voces que invocan textos. Líneas que motivan hechos. Ideas que llaman a los seres y a las cosas.

martes, 11 de agosto de 2009

Para Da Vinci, sin teína

La Gioconda goza de un espacio en exclusiva dentro de la sala de los Estados del Museo del Louvre. Éso, que yo sepa, fue cosa de los japoneses: una televisión nipona hizo posible que Lisa Gherardini pudiese reinar en la sala donde también se exponen otras obras de maestros venecianos. Y todo por obra y arte de los yenes, al igual que la restauración de la Capilla Sixtina.

La esposa de Del Giocondo quedó dentro de una urna de cristal blindado, protegida incluso de posibles heridas de bala y a muchos metros de distancia de otra de las joyas de la sala, Las Bodas de Caná, de Veronese. Frente a frente, una mujer sola, aislada, y toda una multitud en plena celebración.

Así pues, parece que la Mona Lisa nunca está sola. Durante las horas de visita, además de los personajes de todos los cuadros de la sala, tiene la compañía de miles y miles de visitantes. Todo el que llega al museo acaba pasando a contemplarla. Aunque cierto es que muchos de quienes se plantan ante ella no tienen demasiado interés por desentrañar el misterio de sus pinceladas.

Creedme, he visto a La Gioconda literalmente achicharrada a flashazos. Por momentos, me parecía verla abandonar su "mano sobre mano" para poderse tapar los ojos y evitar así una ceguera irreversible. Ninguno de los empleados del museo decía ni pío. Y si pió, nadie le oyó. Casi todos disparaban sobre la dama a bocajarro. Sin piedad. Sin plantearse lo práctico de emplear el tiempo ante el cuadro para admirarlo. Sin más. Después, es sencillo hacerse con una postal, una lámina, un catálogo, cualquier impresión. Éstos nos muestran la pintura infinitamente mejor que la foto que podamos hacer.

Pero existen otras maneras de aprehender una obra tan valiosa. Incluso hay quien le lanza objetos. Hace unos días una turista rusa arrojó una taza de té contra la pintura. Supongo que quería comprobar la dureza del cristal que la escuda. El blindaje quedó fuera de toda duda. La porcelana no contenía ningún líquido. Ni té ni nada que pudiera dejar mancha. ¿Cuál fue su intención? Quizás quería conseguir una impresión de la obra, como en una de esas tazas serigrafiadas que compramos de recuerdo cuando viajamos. Tal vez creyese que podría obtener una estampa por contacto.

No lo sé. El caso es que la dama florentina, al igual que su parapeto nipón, ni se inmutó. O puede que sí.

domingo, 9 de agosto de 2009

Se caga en sus viejos

Este año me reencuentro o, más bien, nos reencontramos -pues creo que somos legión- con los textos del misterioso Carlos Cay en El País. Me entretuvo y divirtió todo el pasado agosto con sus cosas de chaval condenado a galeras para volver a intentar aprobar la selectividad en septiembre. Su verano transcurrió lejos de Madrid, lejos de sus deseos, obligado por sus padres a trasladarse a un pueblo con playa, a la que no podría ir pues debería encerrarse a empollar.

Pero cada día dedicó un buen rato a escribir. Y no precisamente los esquemas o resúmenes que le podrían haber servido para alcanzar un aprobado. Lo que escribió fue un diario cuyo único propósito era el de cagarse en sus viejos y contarnos todo lo que hacía dentro y fuera de su cuarto.

Este verano vuelve a la carga, como está mandado para seguir con la serie. No tenía por qué, pero parece que gustó. Sus compañeros del instituto ya están en la universidad. Y él no pasó. No era probable, viendo el panorama y las ganas.

Estos días nos ha estado contando algo de lo que ha hecho a lo largo del año. Tras su cantado fracaso en los exámenes no lo ha pasado muy bien y nos relata algunas de las cosas que se le cruzan por la mente, con o sin la ayuda de los porros.

Simplemente me gusta, me atrae la forma que tiene este chico de contarnos sus chácharas, por triviales que puedan parecer. Que no me lo parecen. Seguiré leyéndolo a sol y a sombra, esperando a ver por dónde nos quiere llevar esta vez.

jueves, 6 de agosto de 2009

Dulces sueños

El cuerpo hecho un lío. Sí, señor. Parecerá extraño, pero se puede tener el cuerpo hecho un auténtico lío sin que ello implique ningún retorcimiento ni torsión. ¡Menuda confusión!, desconcierto de lumbares, paletillas, espinazo y curcusilla.

Buscar colchón requiere de vista, olfato, una sensibilidad especial y tremenda concentración. Como en una cata, se trata de ir probando, saboreando, dando alas al paladar dorsal. Con cuidado, sin saturarlo. Y sin tragar, que no es cuestión de emborracharse de comodidad. Con vinos y licores hará falta blindarse el hígado, pero aquí no será éste el caso: bastará con unos buenos riñones.

Sumiller de colchones, especialista en bienestar... biendormir... -estar y dormir tal vez sean dos estados de la conciencia, diferentes, complementarios incluso-. Comparar grados de firmeza en superficies mullidas lleva a confusión. Por eso hay que espabilar, ser capaz de diferenciar tactos y materiales: viscoleches merengadas, nosequelátex salvaje, espumación sobre lecho de muelles al jerez... ¡Pura gastronomía!

En el fondo, podríamos estar hablando de postres. Lo que yo quiero comprarle a esta señorita que me atiende con tantos tecnicismos de nombres irrepetibles son siestas azucaradas. Pagaré por los sueños más dulces. Quiero llevarme a casa la fuente de todos los placeres. No se lleve usté a engaño. Nada que ver con Casanova o Don Juan. Éstos preparaban el terreno a su manera, aunque seguro que eran grandes entendidos en camas, camastros, jergones... cada uno en su línea, no vayamos a ponerlos a dormir juntos. Eso no.

El caso es que, con este embrollo de físico y las sensaciones en pleno desbarajuste, uno ha de tomar la decisión. Y resulta complicado, después de encamarse a ratitos de acá para allá sin poder echar una cabezadita. Dicen que sólo se debe elegir colchón cuando se está descansado, para evitar que la fatiga decida por ti. De una buena elección dependerán en parte las mejores noches, las de caramelo.

Que sean sueños garrapiñados.

jueves, 30 de julio de 2009

El tiempo de los sueños

Estoy viendo El tiempo de la felicidad, de Manuel Iborra. Es como estar también en Ibiza, trasladando este verano hacia principios de los setenta. Es una de esas películas que me despiertan la clase de sensaciones en las que me gusta recrearme. Como esta sonrisa permanente que ahora me cuesta relajar.

Un verano en la playa puede dar para mucho. Para esta familia este es el tiempo de buscarse, cada uno a sí mismo y también a los demás. Básicamente todo aquí es amor. Como el de la madre, Verónica Forqué. El suyo es incondicional y lo recibe todo con la ternura de quien no cuestiona a sus hijos. Era actriz, pero sacrificó su carrera para dedicarse a ellos y así nació su ocupación como escritora.

Me divierte la relación fraternal de María Adánez y Silvia Abascal, quienes aquí vuelven a ser las hijas de la Forqué. Es el mismo trío de chicas de Pepa y Pepe, aquella estupenda serie planteada también por Iborra con el desenfado y el espíritu entrañable que encuentro aquí. Alegrías y tristezas en ese verano. También la zozobra de los pensamientos de futuro. Eso es lo que les ocupa, que no es poco.

Diálogos llenos de ingenuidad, humanidad. "Ser pintora me llevará hacia adentro, pero la música me llevará hacia afuera" -Silvia Abascal decide que en vez de a la pintura, prefiere dedicarse a cantar-. La Adánez sueña con hacer una audición con Nuria Espert y frivoliza planteándole a su madre lo que piensa hacer con respecto a un posible nuevo amor... "Como le quites el novio a tu hermana te la cargas", le responde la Forqué.

Pepón Nieto hace el papel del hijo mayor, el que necesita más ayuda de todos y despierta todas las simpatías. Se enamora de la más hippie de la isla, una alocada Clara Sanchís a quien la muerte de Janis Joplin le duele en el alma. Es una más de las almas libres del Mediterráneo. Como el cartero. Reparte el correo y con éste entrega también versos de Sylvia Plath, contribuyendo a un juego literario con las chicas.

El tiempo de la felicidad será uno de esos veranos en los que algunas vidas pueden dar un giro inesperado o encontrar un sentido, una nueva dirección. Como se dice en la película, en el fondo todos vivimos de sueños, aunque sepamos que lo son. Y a veces algo los hace reales.

lunes, 27 de julio de 2009

Al fresco

Hace poco más de mil años Almanzor arrasó la ciudad de León, y con ella la Colegiata de San Isidoro. Sobre sus cimientos se edificó posteriormente un nuevo templo al que se dotó de los restos del santo de turno. Había que darle relevancia. Y no sería uno, sino dos santos: desde Ávila se trasladó parte de San Vicente y de Sevilla se llevaron las reliquias de San Isidoro.

No conozco el aspecto de lo que se guarda de los santos en San Isidoro. Pero lo más llamativo de esta iglesia no está en su interior, sino bajo éste. La cripta se utilizó como Panteón de Reyes y sus bóvedas fueron cubiertas a comienzos del siglo XII por magníficos frescos. Se la ha llamado la Capilla Sixtina del arte románico aunque, haciendo patria, ¿no sería mejor llamar a los techos que pintó Miguel Ángel el San Isidoro del Cinquecento?

Es sorprendente su estado de conservación y la viveza de su colorido, casi intacto en las seis bóvedas y alguna de las paredes. Cuando hace casi veinte años -de tantas cosas hace ya veinte años- los conocí proyectados por un haz de luz sobre una pared, debí imaginar que aquello estaría restaurado, repintado incluso con un pincelito mojado de ocre, rojo, amarillo, azul y gris. Cierto era que habían sido limpiados hacía poco tiempo, pero nunca habían sido restaurados. Y siguen sin tocarse, aunque a muchos les gustaría meterles mano. Sorprende también que no sufrieran grandes daños durante la ocupación francesa. Las tropas de Napoleón utilizaron la cripta como almacén y ataban los caballos a los fustes de sus columnas, coronadas por capiteles increibles.

Cuando se accede a este "sótano" a uno le entran ganas de tumbarse sobre una de las tumbas -de ahí le supongo el nombre al verbo- para obtener el mejor punto de vista. Todas menos la de doña Urraca. No sé... pero es que con ese nombre...

El Pantocrátor no resulta tan severo como el de San Clemente de Tahull, aunque vienen a ser dos composiciones casi idénticas. La Anunciación a los pastores es mi escena preferida. ¡Menudo susto debieron de pegarse! Y ante la visión del calendario representado en uno de sus arcos a veces me gustaría poder hacer lo que dicta, por ejemplo en diciembre.

De pie o tumbado, da lo mismo, podría haber estado horas admirando estos frescos. Pero la visita marca sus tiempos, más breves que los del calendario románico.

domingo, 26 de julio de 2009

Traerse, dejarse León

Siempre dejamos algo de nosotros en los lugares donde hemos vivido buenos momentos. No me refiero a las cosas que se nos olvidan en los hoteles, donde lo mejor antes de marcharnos es echar un vistazo debajo de la cama, mantener las puertas de los armarios abiertas y haber evitado meter nada en los cajones, donde es matemático que nunca miremos para rescatar lo guardado. En realidad lo que nos dejamos tiene que ver con nuestros adentros, con todo lo que nos despiertan la novedad, o la belleza, o tal vez la sorpresa.

Pueden ser las miradas de quienes están allí a nuestro lado. Quienes caminan con nosotros. Compartimos sensaciones, impresiones, emociones, algún que otro sobresalto. Todos ellos se reflejan en la mirada, se transmiten con los ojos. Acabamos quedándonos con las percepciones pero no con las miradas, que permanecerán allí para siempre.

Pero hay también un intercambio. Nos llevamos algo dentro. Quizás lo que nos traemos llena el hueco de lo que allí dejamos.

De León me he traído multitud de paseos. Por el centro, a lo largo del río, en sus plazas, bajo el sol y bajo la lluvia. A cambio me dejo allí esas miradas de las que hablaba y, aunque quede poco humilde, alguna huella sobre sus losas de piedra.

Desayunos abriendo un hueco en la mesa para el Diario de León, entre la taza de café, el zumo y la tostada. Abriendo un espacio a los hechos. También la visión de peregrinos ocupados en andar el camino. Sus miradas y las mías siguen allí, fijadas en algún punto.

En los oídos el eco de voces de un concierto de música barroca en la catedral. Mezcladas las notas con la luz filtrada a través de sus vidrios coloristas. Uno quisiera traerse todo aquel sonido, pero permanece entre los muros, recreado en su brillo único. No queda más remedio que dejárselo también.

El ánimo alegrado por alguna bebida en el Húmedo. Y alguna tapa, cómo no. En los bares, otra clase de peregrinos en rutas nocturnas.

Redescubro una ruta más, la de la Seda, en el MUSAC. Allí es posible conectar ciudades de la antigua ruta y encontrar los elementos que las convierten en una sola. Me dejo una sombra proyectada sobre un gigantesco mapa físico de Asia. Marco Polo hubiera querido ver el Mundo así.

El día que vuelva quizás busque algo de lo que me dejé y trate de llevarme algo parecido a lo que me traje.

viernes, 17 de julio de 2009

Día cero

Esperaba al pie del portal,
empeñado en ver la luz.
Sólo un resquicio para prenderla
tras mi ruta en negativo.
Acariciaba las puertas del cero,
ese día en que el mundo nace,
umbral del todo positivo.
La paciencia me había pesado,
lastre de obstinados y dolientes,
fardo sin contrapeso
siempre vencido a la espera.
Tendría de mi entrega el pago,
de la ilusión el reintegro
y del aliento un refuerzo.
Estaba por llegar y lo vi venir,
mas no me preparé.
El tiempo se había disuelto
y un invisible alud de copos sutiles
limpió la medida de las cosas,
borró la senda marcada.
Cegó el atisbo ansiado.

Nada quedó.

Había perdido la ocasión.
Llovió con telón de plomo:
pesadas gotas, punzones del suelo.
Munición en ráfaga salvaje
espoleando pueblos en mí,
dejando recias pilas de casquillos.
Pólvora mojada entre papeles calados.
Los busqué en el agua
sin texto sumergidos
para izarlos, enjugarlos.
Recorté sin medios.
Dedos sin uñas: las perdí en la lucha.
De papel mariposas,
las de mi ánimo sin vuelo.
El valor de lo amargo tiende a infinito,
se me tragó la noche.

lunes, 13 de julio de 2009

Día uno

Abanicando mariposas de papel,
así nos mezclamos en el día uno.
Cada cual las suyas,
en el aire las de los dos.
Yo alentaba las de mi ánimo
caído tras el diluvio del día cero,
sentado al raso sin cielo,
anclado al barro agrietado.
Tú aventabas alas rotas,
reunías pedazos de viento,
minúsculas corrientes,
las de tus jirones.
Nuestros vuelos no se tocaron.
Suspendidos. No pudieron.
Aleteos en trino,
juegos en el vacío.
Planear acaso fuera de ayuda.
Detener el soplido,
abandonarse al sereno.
Dejados de nosotros.
Al sabernos en el aire
atrapamos cada pizca.
Pavesas de un fuego extinto
por la brisa mecidas.
Con las tuyas en mi mano
vi las mías contigo.
Eran para ti en mi quietud.
Me las diste en tu sosiego.

miércoles, 8 de julio de 2009

Salir corriendo

¡Vaya! Rojiblanco y no es del Atleti. ¡Ya está: pamplonica! ¡Si hasta lleva el periódico! Pero el encierro pasó hace unas horas... a unos cuantos cientos de kilómetros de aquí. No puedo evitar que algo no me cuadre.

Por todas partes existen casas regionales, sucursales patria chica de quienes viven lejos de su añorado lugar de nacimiento. Ignoro si en mi ciudad existe una casa de Navarra. Tal vez ese tío de blanco impoluto marcado de rojo haya salido de un lugar así. O quizás no.

Hay cosas que me inquietan. También en otros momentos del año. Cuando veo por estos lares a algunas mujeres ataviadas de rocieras acompañadas de hombres vestidos de corto, mi mente salta directamente hacia el sur. Pero yo sigo aquí, pisando la Meseta.

Y llevando el asunto mucho más lejos, las calabazas huecas de Halloween me desubican lo suficiente como para emborronar por momentos lo más valioso del día de Todos los Santos. No acabo de verme diciendo Trick or treat ante la lápida sobre la que acabo de dejar unas flores.

Vuelvo al presente y lo de hoy me hace pensar que a alguien vestido de sanferminero no le queda otro remedio que echarse a correr. La actitud necesariamente va con la ropa. Quizás estos días, si uno se propone salir por patas -da igual de lo que se quiera huir-, deba vestirse de blanco y ponerse fajín y pañoleta blancos. Muchos toros sin pinta de toro también cornean.

A veces hay que alejarse de ciertas cosas a todo meter.

martes, 7 de julio de 2009

Tirar el cigarro II

Todavía no he visto a nadie deshacerse de dos cigarrillos a la vez. Supongo que nadie los fuma de dos en dos. Pero sí los he visto rodar al unísono, en pirueta casi coreografiada por Pina Bausch. Quizás haya quienes conecten entre sí a la hora de ver la necesidad de soltar sus respectivos y los hagan volar y rodar después, todo ello al mismo tiempo.

Hay quien espera el autobús mientras tira del aire a través de una chimenea envuelta de papel. Inhalaciones a contrarreloj cuando vislumbra su llegada. Una silueta motorizada se hace grande a medida que avanza. Los dedos se ocupan en la búsqueda de un billete, unas monedas o un bono de transporte. Se libran de la pequeña hoguera, soltándola viva todavía. Reavivada en su descenso, choca dejándose unas cuantas chispas en el suelo. Morirá junto a otras tantas abandonadas en la urgencia.

Los cigarrillos nos observan. De noche, cuando el fuego consume el aire y también la oscuridad, es fácil descubrir sus miradas. Algo las enciende desde dentro. Las enrojece de aliento. Después las abandona y se ahogan con ascuas en las pupilas. En su vida de ansiedad e incendio acabarán mirando hacia abajo. Volarán en barrena arrastrando una cola de humo.

Alguna vez me ha parecido ver en el aire el dibujo de un lazo encendido, la incandescencia trazando las letras de un adiós. Quizás algo más sencillo aún, la palabra "fin" por ejemplo.

sábado, 27 de junio de 2009

Bajo el león de San Marcos

Volver a Venecia siempre es un placer. Caminar junto a sus canales, dejarse deslumbrar por la luz y sus destellos infinitos que saltan entre campos, palacios y puentes, entregarse al hechizo y saber perderse. No importa no encontrarse si el extravío es ansiado.

Leer la nueva novela de Ana Alcolea tiene algo de ese anhelo. Que ha sido el mío y también el de Ángela, la escritora que la protagoniza. Ella desea perderse en esta ciudad con la intención de darles vida a sus personajes y darse vida a sí misma. Por los canales de su Venecia irán fluyendo reflexiones acerca de muchos aspectos de su vida, además de la peripecia de los personajes que habitarán su creación.

Bajo el león de San Marcos es el juego de espejos y reflejos que su autora encuentra en la propia Venecia y en la vida misma. Para su Ángela traspasar el espejo parece posible cuando lo real da alas a la ficción, y de ésta vuelven los objetos para integrarse en el lugar del que salieron tal vez. La pintura. Los pintores. La realidad de algunos retratos remite a ciertos personajes o inspira otros tantos.

De la tinta de Ángela veremos surgir a la Angélica niña, junto a quien maduraremos dentro de una suerte de fábula llena de sueños y aprendizaje. Interviene ahí la habilidad de Ana para recrearse en ese juego de espejos y reflejos del que tanto disfruta. Así, cada paso de Ángela por la Venecia actual es un paso de Angélica en busca de su vida. Cuando Angélica descubre con caricias de jabón perfumado cada palmo de su piel receptiva, Ángela busca en la suya la memoria de otras pieles. Y la sensualidad del deseo irreprimible de aquélla es para ésta pasión ocasional e inevitable, por consentida.

En Bajo el león de San Marcos la Venecia actual nos devuelve a la del siglo XV, permitiéndonos conocer a Caterina Cornaro, quien fuera reina de Chipre, Armenia y Jerusalén. Interesantísimo personaje y magnífica figura. Su Serenísima fue hogar dorado de patricios, seno alimentador de mecenazgos y escenario de los sueños de muchos. Pero fue al tiempo la terrible fiera que codició el Mediterráneo, ejecutora implacable, cloaca para el rebose de las desdichas.

Como escribió Fernando Marías, los sueños son de agua. Perseguirlos y encontrarlos en la ciudad flotante tal vez sea posible para Angélica. Asistiremos a su búsqueda y acabaremos entrando en terreno pantanoso. Llegaremos donde la tierra deja de ser firme y las aguas de la laguna pueden envolver oscuros misterios y alimentar intrigas, meciéndolas con olas que traen el pasado al presente, azotan la costa y se retiran arrastrando algo del hoy hacia el ayer.

Ana Alcolea ha conseguido dar a sus historias la agilidad que requiere el desarrollo de una novela así. Me alegra encontrármela en su propia narración, perteneciente a ninguno y a muchos géneros a la vez y, sobre todo, disfrutar de tantos y tan gozosos momentos de lectura.

martes, 23 de junio de 2009

Adiós, Kodachrome

Erre que erre. Ahí sigo, en mis trece. No me lograrán quitar la idea de que somos analógicos. Por eso, cada paso triunfal que damos hacia la digitalización completa me parece un triste retroceso en nuestra evolución. Hay en él algo de deshumanización.

Kodak deja de fabricar su mejor película de diapositiva. Un golpe más a la fotografía analógica: Kodachrome pasa a ser historia.

Es el momento de recordar las sesiones de proyección de diapositivas que todos hemos disfrutado en muchas ocasiones. Filminas, las llamaba alguno de mis profesores del instituto. ¿Qué habría sido de las clases de anatomía sin ellas? ¿Y de las clases de arte? Cuántas imágenes maravillosas pudimos ver proyectadas gracias a esos marquitos portadores de tanta belleza. Grecia, el Gótico, el Renacimiento, los impresionistas,... Todos conservamos en las retinas alguna de aquellas estampas, desaparecida ya de la pared del aula, persistiendo en nuestro fondo de ojo cada vez que cerramos los párpados.

En mi caso, aunque me gustaba ver diapositivas, a la hora de manipular fotografías prefería trabajar en blanco y negro. El proceso de revelado era más sencillo y uno podía montar su humilde laboratorio en cualquier habitación de la casa.

Merecía la pena encerrarse a oscuras, a salvo de la luz, y vampirizarse para vivir auténticos instantes de magia. Aquellos momentos en los que, bajo la única luz de la bombilla roja, surgía sobre el papel la misma escena ya elegida y encuadrada con anterioridad.

Voluntaria pero desgraciadamente, el revelado manual cedió su sitio a la informática. Literalmente. No es que de la noche al día pasase de disparar películas con mi réflex y revelarlas yo mismo, a la cámara digital y a su socio el ordenador. No, eso llegaría mucho después. Lo que ocurrió fue que la entrada de un PC en casa requería de espacio. Todo el paquete tecnológico pasó a ocupar la mesa sobre la que estaba instalada la ampliadora, acompañada de sus filtros, las cubetas, los químicos y demás achiperres imprescindibles para convertir lo latente en visible.

Por propia experiencia, parafraseando a aquel grupo del pop de los 80, debería preguntarme si the computer killed Kodachrome.

miércoles, 17 de junio de 2009

@rroba

La arroba siempre ha tenido su peso. Concretando un poco, unos once kilos y medio.

Hace ya muchos años participé en un campo de trabajo. Se celebraba en un pueblo de Palencia y durante veinte días nos dedicaríamos a excavar lo que se suponía eran los restos de un castillo del siglo X, más o menos. En torno a aquel proyecto arqueológico nos reunimos unos cuantos españoles a los que se sumaron extranjeros procedentes de Francia, Dinamarca, Inglaterra, Canadá y Eslovaquia. Fueron días maravillosos, llenos de experiencias inolvidables, imborrables.

Pasaron los días y llegó el momento de las despedidas. Todos buscábamos llenar unas páginas de direcciones, teléfonos y dedicatorias divertidas. Yo también me hice con las mías y entre ellas encontré algo muy raro. Uno de los eslovacos, Rastislav, aparte de su dirección postal apuntaba en una línea unas cuantas letras entre las que había un símbolo desconocido. Rasto me decía que era su dirección de la universidad, que ahí podía localizarle en horas lectivas, y que sólo hacía falta sentarse frente a un ordenador conectado no sé de qué extraña manera a no sé qué red singular.

Aquello no me sonaba de nada. Ignoraba si en mi Facultad existía algo similar y descarté por completo utilizar aquel canal de comunicación. Con Rasto, como con los demás, la comunicación fue epistolar.

Años después todos comenzamos a tener alguna cuenta de correo electrónico. Casi nadie tenía internet en casa y la mayoría aprovechábamos las conexiones de bibliotecas y centros de trabajo.

Aquellas arrobas medio olvidadas como unidad de medida ganaban peso nuevamente. Mucho, muchísimo, más que los once kilos y medio tradicionales. Hoy el padre del correo electrónico, Ray Tomlinson, ha sido premiado con un Príncipe de Asturias. Nunca sospechó que su invento llegaría a tener tanta importancia.

domingo, 14 de junio de 2009

A la sombra de un león

Esta mañana los árboles del Retiro se guardaban la sombra. A primera hora las nubes les ahorraban el esfuerzo. Ayer las tormentas pactaron con el sol una esperada tregua, o eso nos hicieron creer.

Nos las prometíamos felices. Pasearíamos entre autores, editores, lectores y, por supuesto, libros. Éstos resguardados por toldos y nosotros descuidados del calor.

Éramos reincidentes, así que nuestra segunda visita de este año a la Feria tenía una prevención: la de caer en la tentación. Sobra decir que ha sido imposible. Comprábamos la semana pasada y también hoy.

En realidad llegábamos para ver a Ana Alcolea, amiga escritora zaragozana que acaba de publicar su novela Bajo el león de San Marcos en la editorial Algaida. Le llevábamos nuestro ejemplar, ávidos por tener su dedicatoria en él y también su cariño.

Debimos perdernos el momento en que la megafonía de la Feria anunciaba la presencia del sol. No oímos cuál era su caseta ni su horario. El caso es que se sacudía de repente las nubes y, sin miramientos, se disponía a estampar su firma de tinta bochornosa. Esa tinta que engulle el aire.

Salvia y yo acabábamos persiguiendo un respiro, un refugio a salvo del fuego despedido desde la caseta incendiada. Y lo encontrábamos en compañía de Ana. La sombra fresca que su león proyecta y el regalo de su compañía eran suficientes para olvidar tanto calor.

viernes, 12 de junio de 2009

Ur

Ur Teatro. Míticos ya. Tuve la gran suerte de conocer su trabajo allá por el 98. Su Romeo y Julieta me dejó asombrado. Era una adaptación de la obra de Shakespeare, llevada a un tiempo en el que no habríamos reconocido ni el nuestro ni el de su autor. Ni siquiera habríamos sido capaces de situarlo en una época concreta.

Era sorprendente su dominio escénico: caja negra, cuatro paneles y elementos escenográficos, diseño de luces muy trabajado y fabulosa ambientación sonora. Pero lo realmente espectacular era el trabajo de los actores. Eso sí era teatro. Admirable su dominio de voz y cuerpo, combinando el texto con la expresión gestual entre acrobacias y otros efectos físicos.

Ahora Ur ha reestrenado su montaje de El sueño de una noche de verano. Hace una década me quedé con ganas de verlo y ahora lo han recuperado algo actualizado, poniendo al día algunos de sus aspectos. Helena Pimenta sigue al frente de este espectáculo, logrando de nuevo sacarnos de la realidad a lo largo de esa noche en la que los sueños no lo son.

Los espectadores quedamos hechizados también, embrujados, enredados en su juego imaginativo, divertidos con su espontaneidad, satisfechos por tantos aciertos, agradecidos por tanto esfuerzo y honestidad.

Difícil saber si el bueno de William habría aprobado en el siglo XVI esta versión. Fácil darles hoy un diez.

martes, 9 de junio de 2009

Para qué hablar

Que no me hablen de los fichajes del fútbol, ni de los mil euros que va a cobrar Kaká cada hora de su vida, ni de los seis goles del Barça, ni de todos los trofeos que han venido después. Tampoco me hablen de la crisis, ni de quienes dicen lograr empleos para sus conciudadanos, por precarios que éstos sean de principio a fin. No me hablen de la pasada campaña de Elecciones Europeas, durante la que todos rogábamos por alguna mención a Europa, acaso unas pocas palabras alusivas a ese Parlamento hacia el que acabamos de facturar a cerca de ochocientos representantes. Que no me hablen de la incomprensible y repentina fiebre de este Ayuntamiento por excavarlo todo, ni de las zanjas rodeadas de tubos, máquinas, escombros y gases que, circundadas por vallas, me obligan a recorrer distancias mayores de lo habitual. Mejor no mentar la porción de mis impuestos que se escapa por el sumidero de las decisiones inútiles y caprichosas de quienes no deberían estar tomando decisiones. No me hablen de los cientos de parásitos que ocupan esos puestos y se acomodan en sus mullidos asientos desde los que justifican cualquier gilipollez que sus cerebros defecan. Para qué hablar de los defenestrados, de los apartados, de los desplazados por esa ralea de mediocres con enchufe. Mejor no hablar de los encantos de lo vacuo, de lo creado para idiotizar, de todo lo que nos aparta del objetivo, de lo que nos eterniza en la búsqueda. ¡Bah! Para qué.

lunes, 8 de junio de 2009

Chufi

Había que ponerle nombre. Bautizarlo de algún modo. Aquella tarde de celebración, entre aperitivos, refrescos y tarta, un nuevo miembro se hacía su hueco. No era sólo el regalo de una abuela para su nieta. Pasaría a formar parte de una familia y tendría su espacio, sus rutinas, sus atenciones y, por supuesto, un nombre.

Al fondo de la tienda, los habitantes de una de las jaulas formaban una algarabía mayor que todo el conjunto de voces del resto de mascotas. Dar con la ubicación de los periquitos era fácil. Difícil elegir uno.

Verdes con parte del plumaje amarillo, azules con un toque más claro bajo el pico y manchas negras... El colorido podía ser un criterio, sí. Unos dormitaban acurrucados junto a otros. Algunos empleaban a fondo sus gargantas, incitando a sus vecinos también al alboroto. Y otros revoloteaban de extremo a extremo haciendo de tanto desorden algo más logrado. Desde luego, la actitud era otro criterio para tratar de decidirse.

La cosa estuvo clara al ver cómo uno de ellos combinaba las artes sociales con las circenses. No sólo se relacionaba con sus compañeros de la forma más vital, sino que además se encaramaba a lugares inverosímiles para ejecutar toda clase de piruetas y vuelos. Parecía el más divertido, alegre, resuelto y cantor.

Y algo lo diferenciaba de los demás. Era blanco.

Esa blancura fue determinante para darle un nombre y en familia resultó ser tan divertido, alegre y resuelto como prometía. Era todo un acróbata y, a pesar de sus caídas simpáticas, se mostraba incansable en sus juegos. Así era: jugaba a todo. De eso deberíamos aprender los humanos.

Desconozco si hay un cielo para las personas, aunque sospecho que no sería nuestro medio natural. Sí es, en cambio, el medio de las aves. Por eso no dudo que exista un cielo de los pájaros. Un cielo al que vuelan una sola vez.

Chufi ha querido volar hacia él.

Era blanco. Como la horchata.

miércoles, 3 de junio de 2009

Fundido encadenado

En teatro no quedaría más remedio que cambiar de decorado. Dos escenas distintas, diferente decorado. Telón abajo para realizar las variaciones precisas o, tal vez, cambio de luces y algunos movimientos ajustados a las necesidades.

Pero en este caso es el encadenado lo que da a la realidad matices más fieles. La jerga cinematográfica se me antoja más apropiada. La última imagen de un plano se disuelve mientras, poco a poco, podemos ver la primera imagen del plano siguiente.

Plano 1. Salón vacío con cristalera que da a una terraza con maceteros. En ellos crecen claveles de color rosa, aliso de flor blanca, tallos de tulipanes de pétalos marchitos, uña de gato, y algún cactus reseco sospechoso de seguir con vida. A través de los cristales pueden verse los tejados rojos de las casas de enfrente. Casas bajas de dos plantas a lo sumo. Vecindario de dimensiones humanas. La torre-campanario de una catedral se alza imponente al fondo. Y palomas.

Fundido encadenado.

Plano 2. Dormitorio pintado de verde poblado por el desorden, con ventana a la calle. Vista picada de edificios altos con terrazas, chimeneas y antenas. Hay muchas ventanas cuadriculando, compartimentando. Recuerda a algún plano de Wim Wenders en El cielo sobre Berlín. Al fondo a la derecha, vistas de la capital de la provincia contigua. Al frente, la sierra se dibuja tras la bruma. Al fondo a la izquierda, visión neblinosa de la gran ciudad. Y palomas.

miércoles, 27 de mayo de 2009

El tejo

Me gustan por muchas razones. La lebaniega Braña de los Tejos me dejó marcado, con ese halo misterioso y la energía perpetua de sus moradores. Y también aquel enorme ejemplar de Sotiello, pegado a la ermita, con sus frutos maduros, apetecibles. O un solitario habitante de la selva de Irati, resistente por los siglos entre otros árboles ajenos a su estirpe milenaria.

Me atraen las historias sobre estos seres longevos y, sobre todo, aquellas de las que han sido mudos espectadores. Tan larga vida sirve para mucho. Para ver pasar la Historia, por ejemplo. Para lo sagrado y también para lo pagano. Para lo cotidiano y para lo trascendente. Y para todo ello el árbol se agarra a la tierra, capaz de sacarle vida e irrigar su viejo tronco.

Es la tenacidad dilatada por los siglos. La severidad del que envenena. La resistencia y la fuerza a pesar de todo. El tejo es testigo de tantas cosas que, junto a él, uno tiene la sensación de abrazarse a la eternidad.

Hoy observo mi pequeño ejemplar de siete años, al que presumo las mismas artes de sus hermanos. Lo tenemos otra vez con nosotros, en casa, y aunque ayer parecía algo triste hoy se yergue otra vez con fuerza. Le hacían falta más riegos. Tal vez más cuidados. No sé. Compañía quizás.

Hoy luce su cara feliz.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Tirar el cigarro

Ese tío acaba de deshacerse de su cigarrillo lanzándolo a las vías desde el andén. Lo desecha a medias aún. El tren va a llegar en unos instantes y, como la mayoría de quienes lo tiran sin acabarlo, ya ve las luces de la máquina asomar.

Cada uno a su manera. Todavía encendido, lo hacen volar hasta caer entre los raíles sobre el duro y compacto cemento. Muchos le dan un golpecito con el pulgar. Tobita lo llaman. Ya me sirves de poco. Otros lo lanzan impulsándolo con un juego completo de brazo, como el que se entrena al bolo leonés. Donde pongo el ojo pongo el cigarro. Algunos lo tiran como una peonza sin cuerda, tratando de clavarlo. Consúmete ahí. Ni te muevas.

Y están quienes lo apagan. Se plantan cerca de la línea amarilla, lo arrojan a sus pies, pisan lo que queda de él y, ahogado bajo la suela, convertido en rastrera colilla, le dan un puntapié. Cae dejando el pavimento ennegrecido.

¿Qué se dejan con el cigarro? Me pregunto qué abandonan al calor del fuego del tabaco y si el humo que sigue brotando de la colilla es su demonio liberado.

Podría tratar de averiguarlo. Pero no fumo. Ni ganas.

lunes, 18 de mayo de 2009

Mudarse

Eunice Tietjens no contó en su poesía que a los niños se les aparta de enmedio cuando se está cargando con los armarios de luna, los sofás Luis XV y las mesas en pino castellano. Ellos, más que ayudar, suelen estorbar y, como mucho, se les deja que lleven algo ligero y prescindible.

En cambio sí se les puede pedir que ayuden con los preparativos. No es complicado envolver algunas cosas con plástico de burbujas y pueden divertirse haciéndolas estallar entretanto. Tampoco lo es embalar con papeles de periódico, ni meter cosas en cajas de cartón. Encajar: meter cosas en cajas.

Encajar para después trasladarlo todo evitando que las cosas se pierdan. Algunas cajas quedan tan perfectamente llenas y herméticamente cerradas que, cuando llegan a su destino, es una lástima deshacer todo lo hecho.

Embalar, envolver, cargar, apilar...

...para descargar, desenvolver y desembalar.

Deshacemos un mundo para rehacerlo en otra parte.

jueves, 14 de mayo de 2009

Crisis, cambio, mundanza

Ya no la vemos así. La inmersión es ahora completa y esta crisis ya no se interpreta solamente en términos lingüísticos. Al principio, hace meses, cuando la palabra se empezaba a utilizar para describir el estado de las cosas, ésta se tradujo como cambio.

Es evidente que casi todo está cambiando -en muchos casos para mal- y la situación nos conduce a hacer las cosas de forma distinta, de acuerdo con las nuevas reglas del juego. Hay que desmontar las estructuras, desechar lo inservible, recomponer las cosas y organizarlas con orden nuevo.

Como en una mudanza. El cambio es inminente y para llevarlo a cabo con orden, obteniendo un buen resultado, hay que prepararlo bien. Como en toda crisis, pasamos bruscamente de una situación a otra con la consecuente alteración del estado de las cosas. Debemos desmontar nuestro mundo de la noche a la mañana, apilarlo en cajas y trasladarlo ipso facto.

En uno de los libros con los que estudié la extinta EGB aparecía un poemita de una escritora americana de la primera mitad del siglo pasado, Eunice Tietjens. Cuando me he enfrentado a una mudanza he recordado sus primeros versos con el mismo canturreo con que lo leí hace muchos años.

Lo rescato aquí e intento quedarme con parte del espíritu que transmite. Es el mundo atrapado en los objetos que se trasladan, captado por la mirada lúdica de un niño.


LA MUDANZA

Me encantan las mudanzas
me gusta ese trajín,
sin fin de ir y venir,
bajar, subir, entrar, salir.
Hombres con bultos y con paquetes.
Lámparas, sillas, mesas, juguetes,
libros, pucheros, ollas, colchones,
todo revuelto por los rincones...
Pero no me gusta sólo mirar;
en los trajines quiero ayudar,
ir, venir, bajar, subir.
Y hacer paquetes muy primorosos...
con perros, gatos, muñecos, osos...
Una mudanza es tan movida,
tan animada, tan divertida.

Eunice Tietjens

sábado, 9 de mayo de 2009

Sorpresa y haba

El pasado día de Reyes, como siempre, tuvimos nuestro roscón. Uff, qué lejos quedan ya tanto Reyes como el roscón. En realidad fueron dos roscones. Ambos contenían su sorpresa, este año de Disney, y haba. Era la primera vez que los que traíamos a casa tenían haba y nos hizo mucha ilusión.

-Qué chulas las habas.
-Fíjate, parecen de verdad. Hasta son diferentes entre si. Mira que como sean de verdad...
-No puede ser. Serán de plástico, como Mickey y Minnie. Anda, límpiales la nata.
-Espera. Tengo que encontrar la junta del plástico por algún lado.
-¿En el borde quizás?
-Oye, nada, que no hay ni junta, ni rebaba, ni nada. Te digo yo que son de verdad.
-Pues nadie lo diría. Parecen como barnizadas.
-¿Sabes qué? Que las voy a plantar.
-Eso no puede germinar. Las habrán cocido con el roscón.
-No, hombre. Iban dentro de la nata y la ponen cuando lo abren, ya cocido.
-Bueno bueno, tú verás.

El mes pasado germinaron y hoy mismo las he visto amarradas a unas varas con algunas de sus flores ya cuajadas. Una de ellas exhibe una vaina de la que saldrán unas cuatro habas y las demás aún son pequeñas. Crecerán, seguro.

De éstas podrán salir más y acabaremos convirtiendo el patio en una plantación. Yo lo flipo.

jueves, 30 de abril de 2009

Recobrarnos

Guardar lo mejor de los días,
Reservarlo por si el ayer nos faltase,
Vivir lo recuperable
Ignorando que lo será.

Las fotos son sólo estampas.
Las palabras tintineos de cucharilla cortando vapor de café.
¿Los placeres?
Quedarán abocados al destierro.

Las risas, agostadas, no volverán a brillar.
Estómagos al punto de ebullición
Devueltos a la calma.
Emociones abiertas al calor
Enfriadas en invierno.

Los inviernos.

La memoria preserva sensaciones.
Las ordena el sentido.
Los sentidos las despiertan.

¿Y los placeres?
Se cubrirán de hormigas.