La Universidad de Alcalá ha celebrado hoy la apertura del curso académico. Lo ha hecho de forma Solemnísima. En torno a una pequeña representación de sus alumnos, una serie de personas Ilustrísimas, Excelentísimas, Serenísimas tal vez y, entre ellas, como en una película de DreamWorks, algún que otro Magnífico investido de los más amplios poderes.
Ha sido bonito el desfile desde la Magistral hasta la Cisneriana, a lo largo de la calle Mayor y pasando por la plaza de Cervantes. Sobre el repicar de campanas de la Catedral, una agrupación de chirimías y otros vientos ha precedido a los maceros, y éstos a profesores, doctores, decanos y vicedecanos. Los niños de los colegios del centro han animado con sus gritos el pasacalles, atraídos por la viveza del colorido de birretes y mucetas. Como todos los asistentes, han agradecido la viveza de rojos, narajas, azules y otros colores correspondientes a las diferentes Escuelas y Facultades. Sin ese toque habría sido difícil alegrar la negrura de las togas y nos habríamos visto metidos de lleno en una procesión, como en una Semana Santa adelantada unos cuantos meses.
Recuperar el ceremonial de antaño tiene su gracia. Por momentos nos trasladamos a la Alcalá renacentista, cuando su Universidad era una de las más relevantes de Europa. En su fachada principal, plateresca, nunca nadie ha buscado una rana sobre una calavera, aunque ésa sea otra historia. Otra historia, como la de quien trató de comprar el edificio por cuatro perras, desmontarlo, numerar sus piedras y llevárselo a los Estados Unidos de América para volverlo a montar, cual rompecabezas, en algún lugar donde acabase conviviendo con rifles y banjos.
Por suerte eso nunca ocurrió y hoy podemos entrar al Paraninfo y aguardar la llegada de la comitiva. Sus miembros acceden descubiertos, birrete en mano, y el coro canta el Veni, Creator Spiritus. Con todo el mundo en pie, el Maestro de Ceremonias da un golpe en el suelo. Es entonces cuando el Rector dice: "Señores, sentaos. Se abre la sesión".
Se sucede entonces una serie de lecturas, entre las que asistimos a una Lección Inaugural sobre asuntos legales durante la que cualquier detalle decorativo de techo y paredes es motivo ideal de distracción. Después, los nuevos profesores prestan juramento o promesa, acompañados de sus padrinos -ya se sabe, sin ellos nadie se bautiza-, frente a una mesa tocada con la Sagrada Biblia y la Constitución Española. "Per deum iuro...", "Polliceor me maxima diligentia...". Uff, tanta pompa hace que alguno se trastabille.
Añadimos a la sesión una entrega de premios y un discurso inaugural. Para terminar, no puede faltar el Gaudeamus igitur. Nos ha quedado muy bien. De verdad, en serio.
Aunque espero que también vaya en serio ese nuevo enfoque de Bolonia para los planes de estudios. Espero que la reforma sirva para algo. Y sobre todo para alguien: los alumnos, futuros graduados a quienes deberá servir de algo el esfuerzo que ahora se les va a exigir. Más asistencia, participación, trabajo e investigación.
Sí, investigación, eso mismo para lo que ahora desde Ciencia e Innovación quieren recortarse medios y recursos. Lo dicho: Gaudeamus igitur o, lo que es lo mismo, Alegrémonos pues...
Ha sido bonito el desfile desde la Magistral hasta la Cisneriana, a lo largo de la calle Mayor y pasando por la plaza de Cervantes. Sobre el repicar de campanas de la Catedral, una agrupación de chirimías y otros vientos ha precedido a los maceros, y éstos a profesores, doctores, decanos y vicedecanos. Los niños de los colegios del centro han animado con sus gritos el pasacalles, atraídos por la viveza del colorido de birretes y mucetas. Como todos los asistentes, han agradecido la viveza de rojos, narajas, azules y otros colores correspondientes a las diferentes Escuelas y Facultades. Sin ese toque habría sido difícil alegrar la negrura de las togas y nos habríamos visto metidos de lleno en una procesión, como en una Semana Santa adelantada unos cuantos meses.
Recuperar el ceremonial de antaño tiene su gracia. Por momentos nos trasladamos a la Alcalá renacentista, cuando su Universidad era una de las más relevantes de Europa. En su fachada principal, plateresca, nunca nadie ha buscado una rana sobre una calavera, aunque ésa sea otra historia. Otra historia, como la de quien trató de comprar el edificio por cuatro perras, desmontarlo, numerar sus piedras y llevárselo a los Estados Unidos de América para volverlo a montar, cual rompecabezas, en algún lugar donde acabase conviviendo con rifles y banjos.
Por suerte eso nunca ocurrió y hoy podemos entrar al Paraninfo y aguardar la llegada de la comitiva. Sus miembros acceden descubiertos, birrete en mano, y el coro canta el Veni, Creator Spiritus. Con todo el mundo en pie, el Maestro de Ceremonias da un golpe en el suelo. Es entonces cuando el Rector dice: "Señores, sentaos. Se abre la sesión".
Se sucede entonces una serie de lecturas, entre las que asistimos a una Lección Inaugural sobre asuntos legales durante la que cualquier detalle decorativo de techo y paredes es motivo ideal de distracción. Después, los nuevos profesores prestan juramento o promesa, acompañados de sus padrinos -ya se sabe, sin ellos nadie se bautiza-, frente a una mesa tocada con la Sagrada Biblia y la Constitución Española. "Per deum iuro...", "Polliceor me maxima diligentia...". Uff, tanta pompa hace que alguno se trastabille.
Añadimos a la sesión una entrega de premios y un discurso inaugural. Para terminar, no puede faltar el Gaudeamus igitur. Nos ha quedado muy bien. De verdad, en serio.
Aunque espero que también vaya en serio ese nuevo enfoque de Bolonia para los planes de estudios. Espero que la reforma sirva para algo. Y sobre todo para alguien: los alumnos, futuros graduados a quienes deberá servir de algo el esfuerzo que ahora se les va a exigir. Más asistencia, participación, trabajo e investigación.
Sí, investigación, eso mismo para lo que ahora desde Ciencia e Innovación quieren recortarse medios y recursos. Lo dicho: Gaudeamus igitur o, lo que es lo mismo, Alegrémonos pues...
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