El otro día estrené mi máquina de taladrar nueva. Hasta entonces sólo era propietario de otro tipo de artilugio que también sirve para hacer taladros, pero en el papel. Ahora estoy equipado "de gordo". Qué gusto blandir la bicha para agujerear todo lo que se ponga por delante. Y que cada cual interprete esto como se le ocurra.
Hasta hoy siempre había utilizado máquinas y brocas ajenas -bueno, de la familia, que también son de prestado pero con más confianza-. Cuando las empuñaba me acordaba de aquel anuncio, creo que de Black and Decker, en el que un operario se enfrentaba a una pared-lienzo y la agujereaba de arriba abajo. Se liaba a taladrar sin parar hasta mostrar su rostro de satisfacción ante una supuesta obra bien hecha. ¿Una pared con más agujeros que un queso holandés? El autor, herramienta en mano, se alejaba para tomar la perspectiva suficiente y... aquel colador era la reproducción de un cuadro de Roy Lichtenstein. ¡Qué preciosidad de anuncio!
Nunca había tenido un regalo de cumpleaños de ese tipo, y me ha gustado. Hace años, y aún hoy, estas cosas eran propias del hombre de la casa y uno, que aún no ostentaba el título, de vez en cuando asumía el rol como en un simulacro de lo que podría ser el futuro. Empecé colgando cuadros: agujero, taco, escarpia y ya. Después algún espejo, alguna estantería y, cuando ya la cosa estaba dominada, me atreví con todos los muebles de una cocina. Por eso ya era hora de tener un artilugio propio.
Yo, que ya había cambiado de parecer en cuestión de cuadros, me había hecho fan del cuelgafácil y me había entregado a la comodidad del martillo y el clavito, ahora me veo armado como de infantería.
1 comentario:
Muy fácil¡¡
..todo es ponerse¡¡ digo yo¡¡
Ala¡¡ me alegro que tengas experiencia en manejarlo cuando tenga que recurrir en tú ayuda.
Un beso.
Cristina B.
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