Ahí está, sigue mirando al frente sin reparar en mí. Soy el fruto de su capricho y ni siquiera se ha dado cuenta. El mundo está lleno de madres desatentas.
Un vistazo más y advierto que unos cables blancos trepan hasta sus orejas y le taponan los oídos. Se mimetizan con el fondo también blanco de su camisa. Descarto decirle algo: no me oiría. Quizás lo que escucha haga de ella otro ser abducido, como yo lo estaba por la novela que leía, la misma que sigue mordiéndome el dedo.
El pitillo prosigue su sacrificio. Es esa lámpara de la que salgo. El fumador no necesita frotarla si quiere sacarle el genio. Sólo le basta una llama que prenda su mecha. La mía es este hechizo que me encadena, recién nacido.
Debo marcharme. Pero la condición es verme liberado, y sólo podré ser libre si mi amo me pide tres deseos. No, no basta con dejar que el cigarrillo se consuma. Si se apagase o se consumiera antes de lo necesario mi cordón umbilical se rompería. El genio necesita seguir unido a su placenta, lámpara prendida en pos de la existencia y del antojo.
No debe apagarse antes de que mi amo solicite sus tres deseos: las reglas para liberar genios son ley. Pero lo tengo muy difícil. Debo encontrar la forma de conseguir que ese cigarrillo siga encendido y ¡está en las últimas!
No hay comentarios:
Publicar un comentario