Un poco de luz
En muchos hogares era ya tradición poner el árbol o el belén
durante el puente de primeros de diciembre, así que los padres de Inma acordaron
que esa costumbre tuviera en su casa una mayor razón de ser.
Cada año, cuando llegaba el día de su santo, la niña era la
encargada de decorar con bolas y cintas un árbol que, al igual que ella, iba creciendo
y cambiando. Todos los adornos le parecían preciosos y los colgaba con mimo. Pero lo que de verdad le gustaba a Inma era colocar las luces entre el frondoso
verdor.
Desde que comenzó a distinguir las formas y los colores, le habían fascinado las luces de todo tipo. Las de su árbol de Navidad
habían pasado de llamar vivamente su atención cuando contaba sólo unos pocos
meses de edad a ser lo más excitante en lo que poder fijarse. Se quedaba larguísimos
ratos embobada con aquellos puntos luminosos que saltaban de rama
en rama y que, por momentos, se detenían y parecían incendiar con solemnidad su
rincón favorito.
A todos les enternecía aquella imagen de la niña, sentada
frente a la humilde pero brillante obra que ella misma creaba con tanta
ilusión.
Ese año, sin embargo, las cosas no podrían ser como otros.
Hacía tiempo que sus padres habían perdido sus trabajos y en casa no se debía
hacer ningún gasto de más. Del mismo modo que las preocupaciones no se marchan
de la mente, las facturas se apilaban sobre una mesa y tampoco desaparecían de
ella. La niña sabía que tenían que prescindir de muchas cosas, incluso del calor
de la calefacción.
A pesar de todo, cada tarde sus papás cogían a Inma de la
mano y la conducían junto al abeto que también este año ella misma había
engalanado. “Vamos, cariño, enciéndelo”. Entonces, la pequeña, tras confirmar en sus gestos ese consentimiento, pulsaba el interruptor
y su rostro se iluminaba como un sol.
Era el momento del día en que los mayores se evadían
de tanta angustia y, acurrucados bajo una gruesa manta, gozaban al observar
aquellos ojos encandilados.
Su hija, tras un momento que a cualquiera le habría
parecido muy breve pues, de hecho, lo era, apretaba de nuevo el botón. "Ya está,
¡ha sido increíble!"
Y en la recién recobrada penumbra, Inma se abalanzaba sobre
sus padres y los estrujaba en un cálido abrazo.