Amor
Aquella mañana invirtió más tiempo que nunca en ponerse las
zapatillas. Necesitaba ajustarse los cordones perfectamente, ser consciente de
cada lazada, de cada nudo. Sus pies, calzados al fin, revelaban que la energía alcanzaría sus piernas como nacida de un motor de explosión. En su cabeza, el ritmo de una canción imaginada
comenzaba a mezclarse con la vislumbrada cadencia de sus zancadas sobre piedras
y asfalto.
La carrera no había empezado aún y no sabía si lograría mejorar su
marca de la Navidad anterior, aunque sí tenía claro algo: que obtendría un hermoso premio.
La noche previa, cuando su madre le dijo por teléfono “nos
vemos en la meta”, sintió en el estómago una dulce punzada que se dilató hasta
abrazarlo por completo.
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El año pasado acudí a Vallecas para celebrar el fin de año junto a quienes corrían en la San Silvestre. Pasé mucho frío, pero disfruté del ambiente y del ánimo de todos en torno a la meta. Este relato intenta recoger algo del espíritu de dicha carrera popular, tal vez el de alguien que participó, quizás el de alguien que la correrá este año.
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