Es la anatomía de lo ocurrido. Cada cosa que hacemos va transformando nuestro aspecto. Unas veces se nota y otras no. Cuando exploramos nuestro cuerpo vamos dando con las marcas que va dejando la vida. Algunas son muy fáciles de encontrar: ha pasado poco tiempo desde que algo las ha originado o se muestran con vehemencia, saltando a primera vista. Otras, en cambio, se han desleído con el tiempo, se han reducido en comparación con el resto del cuerpo, que ha seguido creciendo, o han quedado ocultas por el vello o algunos pliegues no deseados.
Son los accidentes de nuestro propio físico. Sólo hace falta ponerse el sombrero de explorador forrado en caqui, las botas de cuero viejo y avanzar centímetro a centímetro intentando hallar las señales de lo vivido. La piel tiene memoria, que diría un dermatólogo. Guarda el recordatorio claro de lo que nos ha pasado y lo expone para nuestros ojos, dispuesta a resucitarlo todo al primer vistazo.
En este dedo de la mano izquierda veo mi paso por aquel albergue de Viena desde el que tuve tan cerca el Schönbrun, donde Maria Theresia, die Kaiserin, quiso reunir a su incontable familia para que siguiesen multiplicándose hasta el infinito.
Un poco más arriba, cerca de la muñeca, me acuerdo de los ratos difíciles pasados hasta llegar a tiempo a inaugurar el Time Festival de Gante. Hubo mucho trabajo y no tantas satisfacciones, salvo la de haber convivido con la gente del Teatro de los Sentidos. ¡Qué grandes son!
En mi pecho se perpetúa un día en una piscina de Villar del Olmo. Aunque hace muchos años que me cuesta tenerlo presente, todavía huelo la sustancia yodada que me pusieron en la enfermería.
Mi frente alude a una varicela. Mientras la padecí sospecho que mis uñas se convirtieron en garras afiladas que no pude parar de "usar". De pequeño, en el cole, alguna vez me hice el interesante vendiendo alguna de esas marcas como la cicatriz que conservaba de una horrible caída. Ya se sabe, los niños y sus heridas siempre heroicas.
Mi rodilla derecha invoca uno de los peores momentos que he pasado nunca sobre el sillín de una bicicleta. Concretamente en Piedrabuena. Una cuesta abajo. Qué suerte tuve de que la hazaña tuviese lugar a finales de agosto, pues pocos días después podría fardar de costra ante a mis compañeros de clase.
Y podría seguir. Claro.
Sólo es cuestión de recorrer con paciencia la superficie de cada uno para obtener un resumen de los hitos de nuestros días. Una autobiografía que se escribe sin pluma ni papel.
Son los accidentes de nuestro propio físico. Sólo hace falta ponerse el sombrero de explorador forrado en caqui, las botas de cuero viejo y avanzar centímetro a centímetro intentando hallar las señales de lo vivido. La piel tiene memoria, que diría un dermatólogo. Guarda el recordatorio claro de lo que nos ha pasado y lo expone para nuestros ojos, dispuesta a resucitarlo todo al primer vistazo.
En este dedo de la mano izquierda veo mi paso por aquel albergue de Viena desde el que tuve tan cerca el Schönbrun, donde Maria Theresia, die Kaiserin, quiso reunir a su incontable familia para que siguiesen multiplicándose hasta el infinito.
Un poco más arriba, cerca de la muñeca, me acuerdo de los ratos difíciles pasados hasta llegar a tiempo a inaugurar el Time Festival de Gante. Hubo mucho trabajo y no tantas satisfacciones, salvo la de haber convivido con la gente del Teatro de los Sentidos. ¡Qué grandes son!
En mi pecho se perpetúa un día en una piscina de Villar del Olmo. Aunque hace muchos años que me cuesta tenerlo presente, todavía huelo la sustancia yodada que me pusieron en la enfermería.
Mi frente alude a una varicela. Mientras la padecí sospecho que mis uñas se convirtieron en garras afiladas que no pude parar de "usar". De pequeño, en el cole, alguna vez me hice el interesante vendiendo alguna de esas marcas como la cicatriz que conservaba de una horrible caída. Ya se sabe, los niños y sus heridas siempre heroicas.
Mi rodilla derecha invoca uno de los peores momentos que he pasado nunca sobre el sillín de una bicicleta. Concretamente en Piedrabuena. Una cuesta abajo. Qué suerte tuve de que la hazaña tuviese lugar a finales de agosto, pues pocos días después podría fardar de costra ante a mis compañeros de clase.
Y podría seguir. Claro.
Sólo es cuestión de recorrer con paciencia la superficie de cada uno para obtener un resumen de los hitos de nuestros días. Una autobiografía que se escribe sin pluma ni papel.
4 comentarios:
Creo que el comentario que quería enviarte lo he lanzado a tu cuenta de correo. No es que no controle la tecnología, noooooo, es que yo he querido.
Mañana mejor
Dani: te superas! Espléndida semblanza en ese recorrido por el cuerpo y sus huellas. Muy bueno, de verdad. Besicos desde el canal. Por cierto, ¿no vais a venir a la EXPO?
¡Oye,oye ! que desde el día 27 no has escrito nada. Nos tienes expectantes a todos............
La Val
Marival, tranqui, ya ves que no lo dejo. Ha sido sólo un poquito de relax, jeje.
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