Hace unos nueve años, cuando me saqué el carnet de conducir, compré uno. Eran muy baratos. Casi todo su coste era saldo para hacer llamadas o enviar mensajes. Lo quería para llevarlo encima cada vez que cogiera un coche. Sólo por seguridad. No todo el mundo tenía, aunque ya empezaban a ser habituales. Pocos años antes cualquiera que paseaba por la calle agarrado a un móvil era un esnob, un lechuguino. Si no lo necesitaban para sus negocios y el "busca" era todavía la herramienta habitual utilizada por las empresas para localizar a sus empleados, es que eran todos unos engreídos que alardeaban de tecnología pegada a la oreja.
Hoy el móvil se ha convertido en algo casi imprescindible. Tras difundir tu número entre los tuyos, éste pasa a ser la primera opción de quien quiere localizarte. El número de tu teléfono fijo pasa a dejar de existir para casi todos. Menos para los comerciales, que no dejan de insistir tratando de venderte la mejor conexión a internet del mundo o la tarjeta de crédito con la que dejarás de preocuparte por la inflación. Y eso cansa mucho.
Nadie usa ya agendas de papel y tu número fijo quedó apuntado en alguna página olvidada de una de ellas. La tinta ha comenzado a palidecer mientras el papel amarillea. Ya no merece la pena actualizar esas viejas agendas, total, ¿para qué?, pudiéndolo llevar todo en el teléfono. Ahora sólo guardamos dos únicos datos: número de móvil y dirección de e-mail, que almacenamos en sus recipientes correspondientes. Cualquier día, si uno necesita algún dato adicional, siempre puede pedirlo. "Ya te enviaré mis señas por correo electrónico". Pero nunca llegan. Alguna vez uno se encuentra en un lugar remoto y se le ocurre que sería un bonito detalle enviar una postal a alguien. ¿Pero a qué dirección?
Y si te llaman al móvil y éste no está operativo, ya casi nadie se molesta en intentarlo con el fijo. Entre otras cosas porque no está memorizado en su agenda SIM. Todos los huecos de la tarjeta están dedicados a números "portables". No es como antes, que si alguien te llamaba a casa y no estabas, volvía a insistir más tarde. Ahora sabemos que el primer intento habrá quedado reflejado en algún lugar suspendido sobre las microondas y entrará en el móvil receptor cuando éste sea encendido. "Verá mi llamada y sabrá que quiero decirle algo".
En mi caso, el móvil nunca ha sido un objeto al que he tenido apego. O no me acuerdo de encenderlo o, ya conectado, se me olvida llevarlo conmigo. Ahí se queda, en algún lugar de la casa y anejos. Será que no están hechos para mí. Lo siento por quienes intentan localizarme y no siempre lo consiguen. No me preocupa lo suficiente, así que puede pasarse días apagado sin que logre echarlo de menos. Y digo yo... ¿no sigue existiendo el fijo?
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