¿Por qué leemos? ¿Para qué recorremos con la mirada líneas y líneas hechas de caracteres que se casan para adquirir sentido y se divorcian cuando carecen de él? Supongo que para informarnos, para adquirir conocimientos nuevos, o porque sin leer es imposible estudiar. Esa debe ser la parte más práctica del asunto.
Pero también existe otra dimensión. Y en ella escuchamos nuestra voz interior, que adquiere otros timbres, otros colores distintos a los propios. Así nuestros sonidos recónditos se miden con los demás, se ponen a dialogar y se cuentan sus intimidades.
Leer como vía para llegar a la intimidad. Recreados en nuestra soledad, que se enriquece en los contextos imaginados, junto a todas las cosas que existen entre las frases, en los párrafos, en los artículos, en los capítulos. También nuestro aislamiento se hace rico cuando asistimos a los quehaceres de quienes pueblan esos mundos inventados. Invenciones sacadas de la vida misma que ensanchan nuestro mundo.
Qué grandes son las fantasías que descubrimos en nuestra adolescencia, mientras buscamos nuestra identidad. Llenos de dudas y desvelos, nos entregamos a las ficciones para sentirnos alejados de una realidad firme que nos amenaza llena de intransigencia. Y a la vez vamos convirtiendo ese refugio hecho de tinta y papel en un sólido refuerzo para enfrentarnos con todo lo que nos enseña los dientes ahí fuera. Dentro de las fábulas podemos ensayar, hacer experimentos con la gaseosa que siempre nos permitirá volver atrás sin haber arriesgado nada que no pueda salvarse.
En nuestra juventud encontramos necesario ese recogimiento lector para separarnos de quienes impiden que nos reconozcamos como únicos. Queremos apartarnos de las relaciones con nuestros padres o con otros mayores para empezar a descubrirnos. Y si eso nos satisface, acabamos leyendo a todas horas, en todas partes, ignorando que estamos ahí. Empezamos a vivir en otras vidas, en otras historias.
Pero hay un momento en que el poso que tales vivencias han dejado en nosotros pasa a estar en el plano más consciente, a entremezclarse con los detalles corrientes que están en las cosas del día a día. Y así, como en un círculo que se cierra, volvemos al aspecto más práctico que encontramos en leer. Ahí es donde todo lo leído pasa a ser parte de nosotros, empieza a sernos útil.
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