Mi obligación laboral me tiene despierto hasta las tantas. En una de las pantallas que tengo delante empiezan a aparecer imágenes que me resultan familiares. Las selecciono para traerlas cerca. Quiero reconocerlas mejor.
Se trata de "Mucho ruido y pocas nueces", una película que recuerdo con cariño y que... ¡veré otra vez! Después de quince años de su estreno no sé si me dará lo mismo que recibí de ella en su momento. Veremos.
Y digo veremos porque lo que sí he revisitado de vez en cuando ha sido su banda sonora. Conozco bien todos sus pasajes y canciones, con el grandísimo Patrick Doyle regalándonos una partitura excelente, aparte de su voz y su presencia como Balthasar en la película. Sin duda, buena parte de la vitalidad de la cinta tiene que ver con la música de Doyle. Desde la prometedora obertura hasta su grandioso finale. Es uno de mis compositores favoritos y lo traeré a estas líneas más de una vez.
Disfruto de nuevo de los enredos, de los malentendidos y de toda la carga poética y sensual que su director, Kenneth Branagh, supo manejar muy bien. Gracias siempre al gran Shakespeare.
Son muchos elementos en uno: estupendos actores y actrices, buena fotografía, un texto infalible... ¡y cómo me gusta haber vuelto a la Toscana!
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