Subido en el primer piso de este tren veo que todo pasa a mi lado y se marcha. Yo no me muevo. El traqueteo zarandea a derecha e izquierda a los que me rodean. Sólo permanecen inmóviles las señales fijadas a las paredes del vagón: la del extintor, la del cigarrillo negado, la de los escalones peligrosos, la del asiento reservado...
A mi espalda un grupo de chavales toca las palmas flamencas. Creo que fuera de contexto. Aunque no tanto de horario. El duende gitano se arranca bien entrada la noche.
A mi derecha dos gigantones de origen africano se empeñan en conversar a un volumen exageradamente alto. También fuera de lugar. Tienen costumbre de comunicarse a gritos en esa mezcla de inglés y alguna lengua tropical. En otros momentos del día no me habrían fastidiado, pero ahora me obligan a buscar otro sitio alejado del ruido.
La prensa gratuíta se desparrama por los asientos y el suelo. Algunas personas no son capaces de mantener un periódico entero, sin desmontarlo. Desperdigados los titulares, los anuncios por palabras, la publicidad de agencias de viajes y algún sudoku relleno ya, no sé si con éxito.
El resto del trayecto sigo oyendo voces africanas con un fondo de palmas. Me temo que la fusión no es muy afortunada, o yo no estoy para experimentos.
A mi izquierda la ventana. Me miro en mi reflejo translúcido, a través del que veo las nubes y los edificios recortados sobre el cielo que se apaga en tonos tibios. Y en mis ojos todo el cansancio de una jornada y el deseo de cenar en compañía muy deseada.
A mi espalda un grupo de chavales toca las palmas flamencas. Creo que fuera de contexto. Aunque no tanto de horario. El duende gitano se arranca bien entrada la noche.
A mi derecha dos gigantones de origen africano se empeñan en conversar a un volumen exageradamente alto. También fuera de lugar. Tienen costumbre de comunicarse a gritos en esa mezcla de inglés y alguna lengua tropical. En otros momentos del día no me habrían fastidiado, pero ahora me obligan a buscar otro sitio alejado del ruido.
La prensa gratuíta se desparrama por los asientos y el suelo. Algunas personas no son capaces de mantener un periódico entero, sin desmontarlo. Desperdigados los titulares, los anuncios por palabras, la publicidad de agencias de viajes y algún sudoku relleno ya, no sé si con éxito.
El resto del trayecto sigo oyendo voces africanas con un fondo de palmas. Me temo que la fusión no es muy afortunada, o yo no estoy para experimentos.
A mi izquierda la ventana. Me miro en mi reflejo translúcido, a través del que veo las nubes y los edificios recortados sobre el cielo que se apaga en tonos tibios. Y en mis ojos todo el cansancio de una jornada y el deseo de cenar en compañía muy deseada.
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