Guardar lo mejor de los días,
Reservarlo por si el ayer nos faltase,
Vivir lo recuperable
Ignorando que lo será.
Las fotos son sólo estampas.
Las palabras tintineos de cucharilla cortando vapor de café.
¿Los placeres?
Quedarán abocados al destierro.
Las risas, agostadas, no volverán a brillar.
Estómagos al punto de ebullición
Devueltos a la calma.
Emociones abiertas al calor
Enfriadas en invierno.
Los inviernos.
La memoria preserva sensaciones.
Las ordena el sentido.
Los sentidos las despiertan.
¿Y los placeres?
Se cubrirán de hormigas.
jueves, 30 de abril de 2009
jueves, 23 de abril de 2009
Libros
¿El santo del día? San Cervantes.
Así le decimos en Alcalá, aunque el auténtico día de Cervantes se celebre el 9 de octubre. Hoy se conmemoran muchas cosas. Es el día que más cosas podemos celebrar o recordar. El Día del Libro es fiesta, aunque cada uno siga con sus quehaceres y sus obligatorias ocupaciones.
Estos días las librerías sacarán sus expositores a la calle. Unas junto a sus puertas de entrada. Otras, en corrillo con otras, dentro de casetas que preserven tan valioso papel de algún que otro chubasco. Una de las de las complutenses, Liberarte, exhibe como eslógan una frase, creo que de Gamoneda: Leer es vivir dos veces.
Hay mucho de verdad en esa frase. Cada libro es una y varias vidas en sí mismo. Las sumamos a la nuestra y logramos desdoblarnos. Leer es alargar la vida, multiplicarla por n.
Hoy es la fiesta de lo leído y de lo que está por leerse. Si la imaginación es inabarcable, también es insondable todo lo que celebramos hoy.
Así le decimos en Alcalá, aunque el auténtico día de Cervantes se celebre el 9 de octubre. Hoy se conmemoran muchas cosas. Es el día que más cosas podemos celebrar o recordar. El Día del Libro es fiesta, aunque cada uno siga con sus quehaceres y sus obligatorias ocupaciones.
Estos días las librerías sacarán sus expositores a la calle. Unas junto a sus puertas de entrada. Otras, en corrillo con otras, dentro de casetas que preserven tan valioso papel de algún que otro chubasco. Una de las de las complutenses, Liberarte, exhibe como eslógan una frase, creo que de Gamoneda: Leer es vivir dos veces.
Hay mucho de verdad en esa frase. Cada libro es una y varias vidas en sí mismo. Las sumamos a la nuestra y logramos desdoblarnos. Leer es alargar la vida, multiplicarla por n.
Hoy es la fiesta de lo leído y de lo que está por leerse. Si la imaginación es inabarcable, también es insondable todo lo que celebramos hoy.
miércoles, 22 de abril de 2009
En negro
Los días en negro no deberían existir. Uno puede vivir un día en blanco, que es como habitar una nebulosa dentro de la que es difícil encontrarse y dar con las cosas. Forma parte del devenir de los días, de un fluido existir, de la cadencia de la vida.
El tiempo debe poder perderse y los días en blanco tendrán ese cometido. Servirán para que uno se justifique en su torpeza, o en su inutilidad, o en la voluntad de vivirlos para nada. La nada consentida, aunque no nos quede otro remedio, también nos enriquece.
El negro es otra cosa. Es ausencia en sí mismo. La negatividad de lo arrebatado. Algo existente deja de estar ahí, pasando a faltarnos. Sólo hay en él lo que ya no hay.
En imágenes, interpretar el negro es difícil. Nada está definido y, por tanto, todo puede decirse. Difícil es verlo con positividad, pues no la hay. Una pantalla en negro sin solución de continuidad es algo grave en sí mismo. No tiene nada que ver con un fundido a negro, sobre todo los del cine clásico, tan llenos; tan ricos. El negro a secas puede interpretarse de maneras dispares. La pantalla está encendida, pero nada aparece en ella.
¿Por qué? La explicación es tan difusa como la propia naturaleza de ese negro. ¿Luz negada o luz retenida?
El tiempo debe poder perderse y los días en blanco tendrán ese cometido. Servirán para que uno se justifique en su torpeza, o en su inutilidad, o en la voluntad de vivirlos para nada. La nada consentida, aunque no nos quede otro remedio, también nos enriquece.
El negro es otra cosa. Es ausencia en sí mismo. La negatividad de lo arrebatado. Algo existente deja de estar ahí, pasando a faltarnos. Sólo hay en él lo que ya no hay.
En imágenes, interpretar el negro es difícil. Nada está definido y, por tanto, todo puede decirse. Difícil es verlo con positividad, pues no la hay. Una pantalla en negro sin solución de continuidad es algo grave en sí mismo. No tiene nada que ver con un fundido a negro, sobre todo los del cine clásico, tan llenos; tan ricos. El negro a secas puede interpretarse de maneras dispares. La pantalla está encendida, pero nada aparece en ella.
¿Por qué? La explicación es tan difusa como la propia naturaleza de ese negro. ¿Luz negada o luz retenida?
martes, 21 de abril de 2009
Mirar alrededor
Este domingo visitamos la exposición de José Ibarrola en la Casa de Vacas de El Retiro. Mirar alrededor nos sorprendió con una simplicidad aparente que esconde muchas voces tras tantos silencios.
Silencios visibles. Palpables.
Transmitir sin comunicar.
Los cuadros de Ibarrola presentan a personas de ciudad encuadradas en ámbitos urbanos, que se relacionan dentro de la soledad más expresiva. Son retratos de urbanitas en pose de triunfadores, cerrados frente a su entorno y a todos los que les rodean, encerrados en un gesto perenne, siempre encajado. Sus pieles de cartón-piedra encierran interiores inquietantes.
Hay en ellos ganas de un grito necesario. Pero, ¿para qué? ¿Para salir de dónde? En el fondo están cómodos en ese territorio que les garantiza el status del que disfrutan. O creen que disfrutan aunque, en realidad, no sepan qué es disfrutar.
Recomendable.
Silencios visibles. Palpables.
Transmitir sin comunicar.
Los cuadros de Ibarrola presentan a personas de ciudad encuadradas en ámbitos urbanos, que se relacionan dentro de la soledad más expresiva. Son retratos de urbanitas en pose de triunfadores, cerrados frente a su entorno y a todos los que les rodean, encerrados en un gesto perenne, siempre encajado. Sus pieles de cartón-piedra encierran interiores inquietantes.
Hay en ellos ganas de un grito necesario. Pero, ¿para qué? ¿Para salir de dónde? En el fondo están cómodos en ese territorio que les garantiza el status del que disfrutan. O creen que disfrutan aunque, en realidad, no sepan qué es disfrutar.
Recomendable.
martes, 7 de abril de 2009
Calambrazos
Marco un número novecientos de los de atención al cliente. Tras el estallido de la música corporativa de la eléctrica en mi oído, "así lo reciben a uno, con fanfarrias", escucho la voz de una grabación que me va pidiendo que vaya especificando el motivo de mi llamada. Procedo.
"Lo de siempre: la máquina no me va a entender. Estoy por decir ¡operador! y acabaremos antes". Me da un calambre en los dedos y me cambio el auricular de mano. Aguardo con paciencia y contesto a todo lo que el sistema pregunta hasta que éste, él solito, me sale con "le va a atender un operador".
Una señorita. Le doy de nuevo todos los datos que ya he dado a la máquina. La señorita me los pide en el mismo orden como si a las dos, a ella y a la máquina, las hubiera programado el mismo cerebro. Por fin puedo plantear mi petición:
-Quisiera hacer un cambio de titular del contrato del servicio eléctrico.
-Muy bien. Manténgase a la espera unos instantes.
"Necesitará su tiempo para procesar lo que le he dicho; se acaban identificando con el sistema y, claro, la RAM requiere tiempo para trabajar". Podría ponerme a tararear la canción corporativa, pero temo ser sorprendido por la señorita a su vuelta, ...o por la máquina.
-Muy bien, necesitaría los siguientes datos...
Repito, paso a paso, todo lo que la máquina no le ha transmitido a la humana. "A la siguiente se lo suelto de memoria. Y si no me lo sé, que me dé un chispazo".
-Además de cambiar de titular quisiera modificar la potencia contratada.
-¿Podría esperar un momentito?
Vuelvo a deleitarme con los instantes musicales cortesía de la eléctrica. "¿Tendrán un espacio de peticiones del oyente?".
-¿Señor? Mire, resulta que no podemos hacer dos cambios en la misma llamada. Para modificar también el dato de la potencia debería darle de baja y después de alta, lo que le costaría unos cien euros.
-¿Cien? No, claro que no, se supone que estas cosas son gratuitas.
-Si quiere que no le cueste nada deberá llamar en otra ocasión y solicitarlo.
-Así que se trata de llamar otra vez, ¿sin más?
-Eso es.
Se me saltan los plomos.
"Lo de siempre: la máquina no me va a entender. Estoy por decir ¡operador! y acabaremos antes". Me da un calambre en los dedos y me cambio el auricular de mano. Aguardo con paciencia y contesto a todo lo que el sistema pregunta hasta que éste, él solito, me sale con "le va a atender un operador".
Una señorita. Le doy de nuevo todos los datos que ya he dado a la máquina. La señorita me los pide en el mismo orden como si a las dos, a ella y a la máquina, las hubiera programado el mismo cerebro. Por fin puedo plantear mi petición:
-Quisiera hacer un cambio de titular del contrato del servicio eléctrico.
-Muy bien. Manténgase a la espera unos instantes.
"Necesitará su tiempo para procesar lo que le he dicho; se acaban identificando con el sistema y, claro, la RAM requiere tiempo para trabajar". Podría ponerme a tararear la canción corporativa, pero temo ser sorprendido por la señorita a su vuelta, ...o por la máquina.
-Muy bien, necesitaría los siguientes datos...
Repito, paso a paso, todo lo que la máquina no le ha transmitido a la humana. "A la siguiente se lo suelto de memoria. Y si no me lo sé, que me dé un chispazo".
-Además de cambiar de titular quisiera modificar la potencia contratada.
-¿Podría esperar un momentito?
Vuelvo a deleitarme con los instantes musicales cortesía de la eléctrica. "¿Tendrán un espacio de peticiones del oyente?".
-¿Señor? Mire, resulta que no podemos hacer dos cambios en la misma llamada. Para modificar también el dato de la potencia debería darle de baja y después de alta, lo que le costaría unos cien euros.
-¿Cien? No, claro que no, se supone que estas cosas son gratuitas.
-Si quiere que no le cueste nada deberá llamar en otra ocasión y solicitarlo.
-Así que se trata de llamar otra vez, ¿sin más?
-Eso es.
Se me saltan los plomos.
lunes, 6 de abril de 2009
La sonrisa de Bruno

Estos días la "tengo" de otra forma, gracias a La sonrisa etrusca de José Luis Sampedro, y a Salvia, que me cede sus estanterías y las asalto con su permiso. También estos días decido dejar de lamentarme siempre que cojo algún libro que guardaba hacía años y, tras leerlo al fin, acaba gustándome mucho. Como el de Sampedro.
No he dejado de recorrer Italia de punta a punta, de Milán a Roccasera, llenándome de sus paisajes: el urbano que a Bruno tanto le desagrada y el calabrés, evocado siempre y para siempre. Pasando, además, por Roma para visitar a Los Esposos en Villa Giulia.
Es la actitud de este matrimonio etrusco de terracota lo que llama la atención de Bruno en sus últimos días. Admirable la energía de este viejo y el ejemplo vivo que le da a su nietecito y a todos nosotros. Este partisano sigue luchando, defendiendo a los suyos de los tedescos aunque la Guerra terminase hace muchos años. Y acaba descubriendo toda su ternura, ignorada o reservada ante la vacuidad que les presume a los milaneses.
Magnífica novela, llena llenísima de vida.
martes, 31 de marzo de 2009
Pin
¿Era el niño o la niña? Uff, no me acuerdo bien.
¿Un pin? Yo creía que era un clavito, una chincheta, en fin, algo que poder pinchar. Siempre me hizo gracia la manera de tener agujetas de los ingleses. Para ellos son pins and needles, clavos y agujas, lo cual resulta incluso más gráfico que lo nuestro. A ellos les deben doler más.
Sí, hombre, aquellos microbios cabezones que dieron por perdidos en más de una casa, apareciendo años después tras desmontar los muebles del salón. Venían con todo: su casita, su cochecito, su escuela,... Y acababan extraviados sin remedio. Tan pequeños eran...
Hace tiempo que los pines pasaron a ser los números que introducimos en los móviles para ponerlos a funcionar. También las claves que tecleamos en un cajero cuando queremos sacar dinero. PIN (Número de Identificación Personal). Tenemos la cabeza llena de ellos: para el móvil, para la banca electrónica, para las tarjetas. Son tantos que es difícil retenerlos todos. Deberíamos sujetarlos al cráneo con alfileres, claro, como si llevásemos una sesión permanente de acupuntura que, aparte de darnos bienestar, nos ayudase a portar todos esos datos.
El caso es que... creo que era la niña. Sí, Pin debía ser ella porque Pon suena más bruto. De plástico, por supuesto, pero bien bruto.
¿Un pin? Yo creía que era un clavito, una chincheta, en fin, algo que poder pinchar. Siempre me hizo gracia la manera de tener agujetas de los ingleses. Para ellos son pins and needles, clavos y agujas, lo cual resulta incluso más gráfico que lo nuestro. A ellos les deben doler más.
Sí, hombre, aquellos microbios cabezones que dieron por perdidos en más de una casa, apareciendo años después tras desmontar los muebles del salón. Venían con todo: su casita, su cochecito, su escuela,... Y acababan extraviados sin remedio. Tan pequeños eran...
Hace tiempo que los pines pasaron a ser los números que introducimos en los móviles para ponerlos a funcionar. También las claves que tecleamos en un cajero cuando queremos sacar dinero. PIN (Número de Identificación Personal). Tenemos la cabeza llena de ellos: para el móvil, para la banca electrónica, para las tarjetas. Son tantos que es difícil retenerlos todos. Deberíamos sujetarlos al cráneo con alfileres, claro, como si llevásemos una sesión permanente de acupuntura que, aparte de darnos bienestar, nos ayudase a portar todos esos datos.
El caso es que... creo que era la niña. Sí, Pin debía ser ella porque Pon suena más bruto. De plástico, por supuesto, pero bien bruto.
lunes, 30 de marzo de 2009
No hay quien se aclare
¿Alteraciones? ¿Quién se entretiene hoy en buscar esas asomos de piel que aparecían hace unos días por doquier? ¿Astenia? ¿Quién habló de ella? El atontamiento pasado trae el desconcierto presente, pasando por el descoloque forzoso causado por ese maldito cambio de hora, ladrón -esta vez sí- de nuestro tiempo.
¿Calor? Ayer me sobraba y hoy me falta. Kiko Veneno diría que hoy lo echa de menos, mientras que antes lo echaba de más. Escribo con las manos heladas. No sé si tanto como los pies, o la nariz.
Los ingleses recurren mucho a estas conversaciones sobre el tiempo. Allí es tan cambiante que es comprensible que les sirva de comodín tan a menudo. ¿Nos estaremos britanizando? Y si a nosotros el clima se nos va a ir pareciendo al suyo, ¿a cuál se les va a parecer el que ahora tienen ellos?
¿Calor? Ayer me sobraba y hoy me falta. Kiko Veneno diría que hoy lo echa de menos, mientras que antes lo echaba de más. Escribo con las manos heladas. No sé si tanto como los pies, o la nariz.
Los ingleses recurren mucho a estas conversaciones sobre el tiempo. Allí es tan cambiante que es comprensible que les sirva de comodín tan a menudo. ¿Nos estaremos britanizando? Y si a nosotros el clima se nos va a ir pareciendo al suyo, ¿a cuál se les va a parecer el que ahora tienen ellos?
jueves, 26 de marzo de 2009
De alteraciones
La primavera las provoca. Nuestras hormonas la esperan para revolucionarse. Los niños aguardan la llegada de sus primos para salir y desmandarse, lo mismo que nuestros adentros, puestos a bullir cuando el sol hace de las suyas por fin.
Dejamos de dormir bien de noche y no podemos evitar el adormecimiento sobre la mesa de trabajo. Nos aliviamos del peso de ropas sobrantes -nos pican si no, como erupciones alérgicas-, mostrando así alguna porción de carne cuyo aspecto habíamos olvidado bajo telas de abrigo.
Quien moquea, restriega sus ojos y traga para aliviarse la garganta sabe ya de alteraciones. Su ánimo también las sufre, rebelándose contra el malestar y la repetición. Es lo que toca, año tras año.
En otros momentos el decaimiento, la apatía y la falta de fuerzas podrían traducirse de otra forma. Estos días los llamamos astenia, otra de las alteraciones que deseamos perder de vista.
Dejamos de dormir bien de noche y no podemos evitar el adormecimiento sobre la mesa de trabajo. Nos aliviamos del peso de ropas sobrantes -nos pican si no, como erupciones alérgicas-, mostrando así alguna porción de carne cuyo aspecto habíamos olvidado bajo telas de abrigo.
Quien moquea, restriega sus ojos y traga para aliviarse la garganta sabe ya de alteraciones. Su ánimo también las sufre, rebelándose contra el malestar y la repetición. Es lo que toca, año tras año.
En otros momentos el decaimiento, la apatía y la falta de fuerzas podrían traducirse de otra forma. Estos días los llamamos astenia, otra de las alteraciones que deseamos perder de vista.
lunes, 23 de marzo de 2009
La ceremonia
Dos gaitas llenan con sus voces el aire. Alboroto de entrada y besos estallando en las mejillas de muchos reencontrados. Telas frotándose unas con otras en roces mezclados con algún chasquido de articulaciones. Crujidos de madera bajo los pies. Toses y carrasperas multiplicadas contra paredes y bóvedas. Murmullos entre los que se esconden conversaciones privadas. Banales, seguro. Un niño ahoga un grito a la oportuna señal de "ya" de su madre. Otro, en cambio, no tiene quien lo controle. Golpeteos algo lejanos, seguramente procedentes del exterior. Algún motor que también llega de fuera.
De fondo alguien lee, otros oran y dos personas se buscan las manos, desnudas de anillos aún. Las gaitas vuelven a sonar. Nos llenan el aire y el alma. No logramos oír cómo nuestro vello se eriza.
Bajo el sol esperamos a que los protagonistas salgan a cegarse también. El estallido de una traca nos ensordece y lo engulle todo.
De fondo alguien lee, otros oran y dos personas se buscan las manos, desnudas de anillos aún. Las gaitas vuelven a sonar. Nos llenan el aire y el alma. No logramos oír cómo nuestro vello se eriza.
Bajo el sol esperamos a que los protagonistas salgan a cegarse también. El estallido de una traca nos ensordece y lo engulle todo.
sábado, 7 de marzo de 2009
A la expectativa
Esperamos que llegue y que las cosas acaben en su sitio, en el que deben estar, el que queremos que ocupen. Cuando se espera con ese anhelo es difícil apartar del pensamiento la idea de que algo podría fallar, o torcerse, o salir mal. Muchas veces no todo depende de uno mismo. Más de las que nos gustaría. En los asuntos de uno intervienen factores y agentes que no se pueden manejar del todo. Es eso que se nos escapa o podría escaparse lo que nos mantiene en ascuas.
Hace unos días oí a alguien decir que en los campamentos del Sáhara, donde tantos seres humanos no le ven el fin a su tragedia, el tiempo no pasa. Allí puedes quitarte el reloj y adueñarte de cada minuto. A veces -casi siempre- nos gustaría ser los amos del tiempo y poder decidir qué horas deben ser cortas y cuáles podrían durar agusto una eternidad.
En las largas esperas es ese epíteto el que define cada segundo que pasa. Aguardar, acechar, y no llegar a ver que el momento se acerca. Postergar, prorrogar, diferir, todas ellas haciendo daño, acrecentando nuestra sensación de que nada está al alcance aún.
Pero acaba llegando. Lo que se esperó con desvelo termina siendo parte de la realidad. Entonces es cuando aparecen en ella otras metas y el tiempo vuelve a pasar lentamente. Inexorablemente lento.
Hace unos días oí a alguien decir que en los campamentos del Sáhara, donde tantos seres humanos no le ven el fin a su tragedia, el tiempo no pasa. Allí puedes quitarte el reloj y adueñarte de cada minuto. A veces -casi siempre- nos gustaría ser los amos del tiempo y poder decidir qué horas deben ser cortas y cuáles podrían durar agusto una eternidad.
En las largas esperas es ese epíteto el que define cada segundo que pasa. Aguardar, acechar, y no llegar a ver que el momento se acerca. Postergar, prorrogar, diferir, todas ellas haciendo daño, acrecentando nuestra sensación de que nada está al alcance aún.
Pero acaba llegando. Lo que se esperó con desvelo termina siendo parte de la realidad. Entonces es cuando aparecen en ella otras metas y el tiempo vuelve a pasar lentamente. Inexorablemente lento.
jueves, 5 de marzo de 2009
La niña de la foto
Esa noche se acurrucó junto a ella más que nunca. Quería fundirse con su calor.
Sobre el mueble del salón, hacía tiempo que ella había puesto una fotografía en un marco plateado. Era de cuando era pequeña, uno de esos retratos que les hacían a los niños en el colegio. En ella estaba, como dirían las tías cuando ven a sus sobrinos pequeños, para comérsela. El pelo, peinado hasta el punto que la rebeldía permitía. El gesto, entre curioso y desenfadado, lleno de la inocencia y conformidad que despiertan ternuras. En poco más de un año, la foto se había paseado por varias baldas del mismo mueble. A ella le gustaba reorganizar las cosas y, de cuando en cuando, poner a la niña a mirar desde un lugar diferente, desde alturas distintas.
Se le había hecho tarde y llegó a la cama cuando ella dormía profundamente. Se metió procurando no hacer ningún movimiento brusco que pudiese despertarla. Tiró del edredón hacia sí y, tras detener el refrote de su cuerpo con las telas y el de estas unas con otras, se detuvo a escuchar. Buscó oírla respirar en el silencio reciente. Y encontró un vaivén de aire susurrante que acariciaba la almohada y le llenaba de paz.
Él, sereno ya, a punto de quedarse dormido, se volvió hacia ella y la rozó sin querer. Desvelada a medias, se movió respirando más sonoramente, gruñendo una retahíla imposible de entender. Levantó uno de sus brazos y lo dejó caer sobre la ropa con un golpe travieso y una sonrisa invisible en la oscuridad. La niña de la foto volvía a paladear su sueño y a él le daban ganas de comérsela.
Sobre el mueble del salón, hacía tiempo que ella había puesto una fotografía en un marco plateado. Era de cuando era pequeña, uno de esos retratos que les hacían a los niños en el colegio. En ella estaba, como dirían las tías cuando ven a sus sobrinos pequeños, para comérsela. El pelo, peinado hasta el punto que la rebeldía permitía. El gesto, entre curioso y desenfadado, lleno de la inocencia y conformidad que despiertan ternuras. En poco más de un año, la foto se había paseado por varias baldas del mismo mueble. A ella le gustaba reorganizar las cosas y, de cuando en cuando, poner a la niña a mirar desde un lugar diferente, desde alturas distintas.
Se le había hecho tarde y llegó a la cama cuando ella dormía profundamente. Se metió procurando no hacer ningún movimiento brusco que pudiese despertarla. Tiró del edredón hacia sí y, tras detener el refrote de su cuerpo con las telas y el de estas unas con otras, se detuvo a escuchar. Buscó oírla respirar en el silencio reciente. Y encontró un vaivén de aire susurrante que acariciaba la almohada y le llenaba de paz.
Él, sereno ya, a punto de quedarse dormido, se volvió hacia ella y la rozó sin querer. Desvelada a medias, se movió respirando más sonoramente, gruñendo una retahíla imposible de entender. Levantó uno de sus brazos y lo dejó caer sobre la ropa con un golpe travieso y una sonrisa invisible en la oscuridad. La niña de la foto volvía a paladear su sueño y a él le daban ganas de comérsela.
lunes, 23 de febrero de 2009
And the Oscar goes to...
Hace años -muchos ya- un grupo de amigos y yo buscábamos algo para regalar a otro. El presupuesto era muy limitado, tanto como las pagas semanales que cada uno de nosotros recibía en casa. Éramos adolescentes, estudiantes del desaparecido BUP y, como la mayoría a esas edades, perdidos entre las dudas sobre qué hacer con nuestros respectivos futuros.
Llegaría la noche y nos veríamos en La Chopera, el lugar ideal para celebrar los cumpleaños. Allí uno podía permitirse invitar a unas raciones y unos cuantos litros de las bebidas habituales, siempre a buen precio. Además, si decidíamos llevar una tarta para compartir al final de la sesión, los dueños nos dejaban un cuchillo y platos para todos. Era un bar siempre animado y cada noche podía oírse algún "cumpleaños feliz", mal entonado pero entusiasta, mezclado con los golpes secos del futbolín.
No recuerdo qué acabamos comprando para el cumpleañero. Como el dinero no llegaba para "algo bueno", solíamos cargar con cuatro baratijas que nos parecían simpáticas. Una de ellas acabó siendo un Oscar de plástico, de los que exhiben juntas doradas con alguna rebaba que va de arriba abajo, evidenciando su acabado mediocre. Supongo que hoy siguen vendiéndolas por ahí. "A la mejor madre", "Al mejor abuelo", "Al mejor amigo".
Entonces en Hollywood la fórmula verbal para entregarlos era "and the winner is...", que acabó siendo sustituida por otra más políticamente correcta, "and the Oscar goes to...", tratando de eliminar el matiz más competitivo de la expresión. En nuestra particular entrega debimos hacer el paripé y tal vez nuestro amigo también actuó al recibirlo.
Quizás ese Oscar acabó cogiendo polvo sobre una estantería y nadie nunca más lo sostuvo mientras improvisaba un emocionado agradecimiento. Anoche Kate Winslet dijo que a los ocho años ya fantaseaba ante el espejo del cuarto de baño, recogiendo un bote de champú, supongo que también de plástico, que algún día podría convertirse en el trofeo que ya ha recibido por fin.
Quizás ese Oscar de plástico fue el juguete con el que nuestro amigo, mirándose a un espejo, dejó correr su fantasía más de una vez, soñando con que en la vida acabase ocurriéndole "algo bueno". Tal vez fue su particular bote de champú.
Llegaría la noche y nos veríamos en La Chopera, el lugar ideal para celebrar los cumpleaños. Allí uno podía permitirse invitar a unas raciones y unos cuantos litros de las bebidas habituales, siempre a buen precio. Además, si decidíamos llevar una tarta para compartir al final de la sesión, los dueños nos dejaban un cuchillo y platos para todos. Era un bar siempre animado y cada noche podía oírse algún "cumpleaños feliz", mal entonado pero entusiasta, mezclado con los golpes secos del futbolín.
No recuerdo qué acabamos comprando para el cumpleañero. Como el dinero no llegaba para "algo bueno", solíamos cargar con cuatro baratijas que nos parecían simpáticas. Una de ellas acabó siendo un Oscar de plástico, de los que exhiben juntas doradas con alguna rebaba que va de arriba abajo, evidenciando su acabado mediocre. Supongo que hoy siguen vendiéndolas por ahí. "A la mejor madre", "Al mejor abuelo", "Al mejor amigo".
Entonces en Hollywood la fórmula verbal para entregarlos era "and the winner is...", que acabó siendo sustituida por otra más políticamente correcta, "and the Oscar goes to...", tratando de eliminar el matiz más competitivo de la expresión. En nuestra particular entrega debimos hacer el paripé y tal vez nuestro amigo también actuó al recibirlo.
Quizás ese Oscar acabó cogiendo polvo sobre una estantería y nadie nunca más lo sostuvo mientras improvisaba un emocionado agradecimiento. Anoche Kate Winslet dijo que a los ocho años ya fantaseaba ante el espejo del cuarto de baño, recogiendo un bote de champú, supongo que también de plástico, que algún día podría convertirse en el trofeo que ya ha recibido por fin.
Quizás ese Oscar de plástico fue el juguete con el que nuestro amigo, mirándose a un espejo, dejó correr su fantasía más de una vez, soñando con que en la vida acabase ocurriéndole "algo bueno". Tal vez fue su particular bote de champú.
viernes, 20 de febrero de 2009
Cotorras y cínicas
El caso es que se las veía venir. Dos señoras emperifolladas que se adentran en el patio de butacas de la sala y, aunque van diciéndose la una a la otra "elije tú, que a mí me da igual la once que la doce", acaban sentándose justo detrás de nosotros, que estamos en la fila diez.
No me gusta el ruido. Y menos en el cine. Reconozco que me molesta mucho que alguien rasque con las uñas ese aparatoso cartón lleno de palomitas. También que las mastique sacándoles toda su sonoridad -el recital de crujidos puede ser asombroso-. El chocar de hielos dentro de ese gigantesco vaso de refresco también me pone de los nervios. Pero lo peor son los charlatanes.
El otro día la experiencia en The reader no pudo ser completa. O, visto de otra manera, fue de lo más completa. Cuando un par de especímenes como las señoras que he mencionado no es capaz de callarse durante los tráilers y promociones, ¡uff!, la cosa promete ser movidita. Y lo fue. No decepcionaron: todas las idioteces, sandeces y obviedades que pudieron pasársele por la cabeza al escaso público de la sala, ellas dos tuvieron que verbalizarlas. Una tras otra. Nos dolía el cuello de girarnos continuamente para pedir silencio.
Al final, con el corazón todavía encogido, no pudimos reprimir nuestra bronca a las dos pavas, quienes lejos de pedir disculpas y agachar las orejas, tiraron de cinismo: "Si nos lo hubiérais dicho nos habríamos callado". Y, para colmo, una de ellas acabó diciendo que había muchas butacas libres, que si tanto molestaban podíamos habernos sentado en otro sitio.
¿No es para empezar a retorcer cuellos sin parar?
No me gusta el ruido. Y menos en el cine. Reconozco que me molesta mucho que alguien rasque con las uñas ese aparatoso cartón lleno de palomitas. También que las mastique sacándoles toda su sonoridad -el recital de crujidos puede ser asombroso-. El chocar de hielos dentro de ese gigantesco vaso de refresco también me pone de los nervios. Pero lo peor son los charlatanes.
El otro día la experiencia en The reader no pudo ser completa. O, visto de otra manera, fue de lo más completa. Cuando un par de especímenes como las señoras que he mencionado no es capaz de callarse durante los tráilers y promociones, ¡uff!, la cosa promete ser movidita. Y lo fue. No decepcionaron: todas las idioteces, sandeces y obviedades que pudieron pasársele por la cabeza al escaso público de la sala, ellas dos tuvieron que verbalizarlas. Una tras otra. Nos dolía el cuello de girarnos continuamente para pedir silencio.
Al final, con el corazón todavía encogido, no pudimos reprimir nuestra bronca a las dos pavas, quienes lejos de pedir disculpas y agachar las orejas, tiraron de cinismo: "Si nos lo hubiérais dicho nos habríamos callado". Y, para colmo, una de ellas acabó diciendo que había muchas butacas libres, que si tanto molestaban podíamos habernos sentado en otro sitio.
¿No es para empezar a retorcer cuellos sin parar?
jueves, 19 de febrero de 2009
The reader
La imaginé dotada de un físico más teutón, algo más grave. Sobre el papel me pareció algo más voluptuosa, aunque de carácter seco, displicente de entrada. Hanna Schmitz era otra cosa: no era Kate Winslet.
Ahora no puede ser otra. Ha dejado de ser una mujerona como la que habitó en mi cabeza y ha comenzado a ser la creación de Kate Winslet. El adjetivo es SOBERBIA. Su interpretación de este personaje no se puede definir de otra forma.
La Winslet ha logrado dar a esta pobre mujer infinidad de matices, consiguiendo "leer" entre líneas, extraer del texto de Schlink (y del guión de David Hare, en el que trabajaron también los desaparecidos hace justo un año Sidney Pollack y Anthony Minghella) los detalles que le prestan una humanidad que trasciende. Su Hanna es la que se merecía esta historia, un ser víctima-verdugo que conmueve, que lleva a la empatía, a la incomprensión y a la triste compasión.
De la película, me quedo con ella y con muchas otras cosas. Me gusta que se le haya dado otra estructura muy distinta a la de la novela, cuya fragmentación habría pesado mucho sobre una historia que salta continuamente en el tiempo. Por lo demás, creo que todo está en ella perfectamente encajado. Es una magnífica adaptación del libro, trasladando a la pantalla casi todos sus ángulos con transportador.
Sólo chirría un poco ver y oír en plena Alemania de posguerra algunas palabras escritas y dichas en inglés. Todos los libros que el protagonista va leyéndole a Hanna aparecen editados en inglés. Incluso el "chico", como ella le llama, tiene un nombre tan sajón como Michael Berg, pero en la película nadie lo pronuncia en alemán, sino en inglés. Tengamos en cuenta que es una producción de Alemania y Estados Unidos. Pero me temo que la parte germana de esta co-producción no ha sabido cuidar ese detalle, cedido más bien a la comercialidad del idioma en el que se ha rodado, el de la parte estadounidense.
Excelente.
Ahora no puede ser otra. Ha dejado de ser una mujerona como la que habitó en mi cabeza y ha comenzado a ser la creación de Kate Winslet. El adjetivo es SOBERBIA. Su interpretación de este personaje no se puede definir de otra forma.
La Winslet ha logrado dar a esta pobre mujer infinidad de matices, consiguiendo "leer" entre líneas, extraer del texto de Schlink (y del guión de David Hare, en el que trabajaron también los desaparecidos hace justo un año Sidney Pollack y Anthony Minghella) los detalles que le prestan una humanidad que trasciende. Su Hanna es la que se merecía esta historia, un ser víctima-verdugo que conmueve, que lleva a la empatía, a la incomprensión y a la triste compasión.
De la película, me quedo con ella y con muchas otras cosas. Me gusta que se le haya dado otra estructura muy distinta a la de la novela, cuya fragmentación habría pesado mucho sobre una historia que salta continuamente en el tiempo. Por lo demás, creo que todo está en ella perfectamente encajado. Es una magnífica adaptación del libro, trasladando a la pantalla casi todos sus ángulos con transportador.
Sólo chirría un poco ver y oír en plena Alemania de posguerra algunas palabras escritas y dichas en inglés. Todos los libros que el protagonista va leyéndole a Hanna aparecen editados en inglés. Incluso el "chico", como ella le llama, tiene un nombre tan sajón como Michael Berg, pero en la película nadie lo pronuncia en alemán, sino en inglés. Tengamos en cuenta que es una producción de Alemania y Estados Unidos. Pero me temo que la parte germana de esta co-producción no ha sabido cuidar ese detalle, cedido más bien a la comercialidad del idioma en el que se ha rodado, el de la parte estadounidense.
Excelente.
martes, 17 de febrero de 2009
Ampliando el vocabulario
Acabo de recibir esta aportación, esta inyección de léxico, una genialidad más de Les Luthiers. Ahí va:
INESTABLE: Mesa norteamericana de Inés.
ENVERGADURA: Lugar de la anatomía humana en dónde se colocan los condones.
ONDEANDO: Onde estoy.
CAMARÓN: Aparato enorme que saca fotos.
DECIMAL: Pronunciar equivocadamente.
BECERRO: Que ve u observa una loma o colina.
BERMUDAS: Observar a las que no hablan.
TELEPATÍA: Aparato de TV para la hermana demi mamá.
TELÓN: Tela de 50 metros... o más.
ANÓMALO: Hemorroides.
BERRO: Bastor Alebán.
BARBARISMO: Colección exagerada de muñecas Barbie.
POLINESIA: Mujer Policía que no se entera de nada.
CHINCHILLA: Auchenchia de un lugar para chentarche.
DIADEMAS: Veintinueve de febrero.
DILEMAS: Háblale más.
MANIFIESTA: Juerga de cacahuetes.
MEOLLO: Me escucho.
TOTOPO: Mamamífero ciciciego dede pepelo nenegro que cocome frifrijoles.
ATIBORRARTE: Desaparecerte.
CACAREO: Excremento del preso.
CACHIVACHE: Pequeño hoyo en el pavimento que está a punto de convertirse en vache.
ELECCIÓN: Lo que expelimenta un oliental al vel una película polno.
ENDOSCOPIO: Me preparo para todos los exámenes excepto para dos.
NITRATO: Ni lo intento.
NUEVAMENTE: Cerebro sin usar.
TALENTO: No ta rápido.
ESGUINCE: Uno más gatorce.
ESMALTE: Ni lune ni miélcole.
SORPRENDIDA: Monja en llamas.
Gracias, Marisol, por compartir estas cosillas que, como poco, nos hacen sonreír. Ay... qué gusto da esto de copiar-pegar...
INESTABLE: Mesa norteamericana de Inés.
ENVERGADURA: Lugar de la anatomía humana en dónde se colocan los condones.
ONDEANDO: Onde estoy.
CAMARÓN: Aparato enorme que saca fotos.
DECIMAL: Pronunciar equivocadamente.
BECERRO: Que ve u observa una loma o colina.
BERMUDAS: Observar a las que no hablan.
TELEPATÍA: Aparato de TV para la hermana demi mamá.
TELÓN: Tela de 50 metros... o más.
ANÓMALO: Hemorroides.
BERRO: Bastor Alebán.
BARBARISMO: Colección exagerada de muñecas Barbie.
POLINESIA: Mujer Policía que no se entera de nada.
CHINCHILLA: Auchenchia de un lugar para chentarche.
DIADEMAS: Veintinueve de febrero.
DILEMAS: Háblale más.
MANIFIESTA: Juerga de cacahuetes.
MEOLLO: Me escucho.
TOTOPO: Mamamífero ciciciego dede pepelo nenegro que cocome frifrijoles.
ATIBORRARTE: Desaparecerte.
CACAREO: Excremento del preso.
CACHIVACHE: Pequeño hoyo en el pavimento que está a punto de convertirse en vache.
ELECCIÓN: Lo que expelimenta un oliental al vel una película polno.
ENDOSCOPIO: Me preparo para todos los exámenes excepto para dos.
NITRATO: Ni lo intento.
NUEVAMENTE: Cerebro sin usar.
TALENTO: No ta rápido.
ESGUINCE: Uno más gatorce.
ESMALTE: Ni lune ni miélcole.
SORPRENDIDA: Monja en llamas.
Gracias, Marisol, por compartir estas cosillas que, como poco, nos hacen sonreír. Ay... qué gusto da esto de copiar-pegar...
viernes, 13 de febrero de 2009
Torres de papel
Uno deja sobre la mesa un papel, un programa de mano o alguna revista de las decentes. Si cerca de donde uno suele ponerse a trabajar hay espacio, ése va a ser su asiento perfecto. Tendremos el germen, la base que verá crecer la torre. Será el momento más crítico. También el más dichoso. Un edificio acaba de nacer.
Un libro de texto de un curso de alemán que me costaría mucho repasar, varias revistas de suplemento dominical, una funda de plástico llena de documentos, documentación encuadernada con canutillo y acetatos, un folleto de decoración, una carta insustancial del banco, libros de tapa dura y blanda, una agenda del año anterior que no usé, muy buena, por cierto. Y otro sinfin de cosas que me es difícil detallar, por inaccesibles.
Uno puede vivir rodeado de estas torres, como en su Manhattan personal, habiéndolas dispuesto en ordenación urbana pensada, para pasearse agusto por la casa. Y disfrazarse de Godzilla, bramando sin parar mientras intenta encontrar algo entre esa arquitectura del desorden.
Un libro de texto de un curso de alemán que me costaría mucho repasar, varias revistas de suplemento dominical, una funda de plástico llena de documentos, documentación encuadernada con canutillo y acetatos, un folleto de decoración, una carta insustancial del banco, libros de tapa dura y blanda, una agenda del año anterior que no usé, muy buena, por cierto. Y otro sinfin de cosas que me es difícil detallar, por inaccesibles.
Uno puede vivir rodeado de estas torres, como en su Manhattan personal, habiéndolas dispuesto en ordenación urbana pensada, para pasearse agusto por la casa. Y disfrazarse de Godzilla, bramando sin parar mientras intenta encontrar algo entre esa arquitectura del desorden.
Y tratar de extraer cualquier elemento de los que forman las columnas, cuidando que sus cimientos no se meneen. Todo un ejercicio de habilidad. Uno no acaba sabiendo si antes fue su rascacielos de papeles, o el mítico Jenga, que para el caso es lo mismo. Extraer para depositar nuevamente en lo más alto, en la azotea.
Al igual que en Malasia o en China, uno puede competir consigo mismo para ir construyendo la torre más alta. El riesgo de desplome existe, sí, pero el desafío se disfruta. Más y más estratos, unos sobre otros, hasta lograr que la altura del engendro supere la de los demás.
Megatorres.
martes, 10 de febrero de 2009
El arte de mugir
Llevan recorriendo las ciudades durante años. Una noche cualquiera toman un casco urbano y se van aposentando allí donde más les place. Donde más les pace. Porque acaban quedándose a pacer sobre las aceras y en el asfalto.
Hace un par de años descubriendo Lisboa también las descubrimos a ellas. Volvíamos de la Praça do Comércio y, llegando a la altura del Ayuntamiento, las vimos aparecer. Una caravana de tráilers entraba formando una comitiva magnífica. La prensa portuguesa aguardaba pertrechada de cámaras y micrófonos. ¿Qué imágenes grabarían? ¿Qué sonidos captarían? Al momento lo supimos. Los grandísimos remolques se habían detenido y un ejército de operarios se encargaba de remangar las lonas que ocultaban la carga. Allí estaban.
No saltaron a embestirnos. Tampoco nos ofrecieron sus ubres para ser ordeñadas y liberadas de tanto peso. No. Permanecieron allí arriba, como en un escaparate, viéndonos admirarlas. Cada una se había vestido de una forma, con sus propios motivos y colores. Todas parecían orgullosas de presentarse de semejante guisa. Estaban contentas: iban a ser recibidas por el alcalde en acto oficial.
Aquella misma noche, paseando por el Chiado, asistimos a la plantá. Algunas de las vacas que descubríamos horas antes a la cálida luz de la tarde estaban siendo dispuestas a lo largo y ancho de la ciudad de las siete colinas. Era todo un acontecimiento. A partir de aquel momento, durante el resto de los días que continuamos allí, íbamos topándonos con ellas. Se convirtieron en un personaje más de nuestra escapada lisboeta.
Ahora la manada está en Madrid. No son las mismas y hace mucho frío. A las pobres les ha nevado y algunas han sufrido algún que otro ataque vacunófobo.
Aun así van a quedarse. Hasta que haga buen tiempo.
Hace un par de años descubriendo Lisboa también las descubrimos a ellas. Volvíamos de la Praça do Comércio y, llegando a la altura del Ayuntamiento, las vimos aparecer. Una caravana de tráilers entraba formando una comitiva magnífica. La prensa portuguesa aguardaba pertrechada de cámaras y micrófonos. ¿Qué imágenes grabarían? ¿Qué sonidos captarían? Al momento lo supimos. Los grandísimos remolques se habían detenido y un ejército de operarios se encargaba de remangar las lonas que ocultaban la carga. Allí estaban.
No saltaron a embestirnos. Tampoco nos ofrecieron sus ubres para ser ordeñadas y liberadas de tanto peso. No. Permanecieron allí arriba, como en un escaparate, viéndonos admirarlas. Cada una se había vestido de una forma, con sus propios motivos y colores. Todas parecían orgullosas de presentarse de semejante guisa. Estaban contentas: iban a ser recibidas por el alcalde en acto oficial.
Aquella misma noche, paseando por el Chiado, asistimos a la plantá. Algunas de las vacas que descubríamos horas antes a la cálida luz de la tarde estaban siendo dispuestas a lo largo y ancho de la ciudad de las siete colinas. Era todo un acontecimiento. A partir de aquel momento, durante el resto de los días que continuamos allí, íbamos topándonos con ellas. Se convirtieron en un personaje más de nuestra escapada lisboeta.
Ahora la manada está en Madrid. No son las mismas y hace mucho frío. A las pobres les ha nevado y algunas han sufrido algún que otro ataque vacunófobo.
Aun así van a quedarse. Hasta que haga buen tiempo.
domingo, 8 de febrero de 2009
El lector
Me preguntaba qué tal estaría, pero su título, Der Vorleser, así como mi pobre alemán me echaban atrás. Y ahí seguía, descansando sobre la estantería.

Después leí El regreso, también de Schlink y, aunque no me pareció redonda, me alegró ver que un juez -que el autor lo es- no deja de plantearse una y otra vez todo tipo de preguntas sobre el sentido de la justicia e interpretarla con constancia.
Ahora estoy pendiente del estreno de El lector, la adaptación al cine de esa novela que no me atrevía a abrir en alemán y que, sin saberlo en un principio, acabé leyendo traducida. La dirige Stephen Daldry, magnífico en trabajos como Billy Elliot o Las horas. Tengo muchas ganas de ver qué ha hecho y estoy encantado de saber que las buenas historias se tienen en cuenta y siempre hay alguien con el talento suficiente para transportarlas con una cámara.
Pues eso: que se estrene ya.
sábado, 31 de enero de 2009
Crónicas Oxonianas VII
Dentro de un rato saldre de esta computer room y me ire a casa. Hoy pienso darme un jarton de tele. Creo que no hay peligro de lluvia y el cielo del city centre tiene un magnifico aspecto. Este es uno de esos "deja vu" que, de vez en cuando, me traen a ese punto a medio camino entre el cerebro y la lengua un "ya estamos de nuevo con el dichoso estoyalohevivido” (de pequeno esa sensacion era excitante -...y por que?, ...y por que?, ...y por que?-, pero ahora es algo asi como que hay otras madejas que me interesa desentranar antes que esa-). Ese celeste lo he visto en el Springfield de "Los Simpsons". Que grandes que son, despues de diez anos on. Un dia de estos vere un especial que el viernes pasado emitio la BBC2.
Aparte de esos, tengo otros idolos mediaticos. Uno autoctono: se llama Carol Vorderman y esta como el cheese on toast. Bueno, digamos que me debe sacar quince o veinte a-os y que deberia buscarme una buena guia de casos freudianos para explicar semejante atraccion. Me cae bien. Aparece los lunes en la Carlton ITV presentando sus "Better Homes" y hace feliz a la gente convirtiendo las habitaciones mas cutres y lamentables de sus casas en autenticas fotos de catalogo. "Oh, it's marvellous, absolutely gorgeous!!!!" es la expresion que habitualmente les sale cuando vuelven a su hogar. Estoy seguro de que muchos de ellos han empezado a hacer la vida en el cuarto de bano tras el gran cambiazo.
Aparte de la Vorderman, tambien soy acusado de ligero fanatismo hacia Julia Roberts -no lo niego, aunque yo siempre he sido pro Pfeiffer y hay cosas que nunca cambian- y Rebecca, una buena amiga de Birmingham, apunta a sus "hairy armpits". Me temo que las chinchillas en estado salvaje gustan de vivir en otros lugares.
Esto esta tomando un color no previsto. Vamos a ir dejandolo.
Aparte de esos, tengo otros idolos mediaticos. Uno autoctono: se llama Carol Vorderman y esta como el cheese on toast. Bueno, digamos que me debe sacar quince o veinte a-os y que deberia buscarme una buena guia de casos freudianos para explicar semejante atraccion. Me cae bien. Aparece los lunes en la Carlton ITV presentando sus "Better Homes" y hace feliz a la gente convirtiendo las habitaciones mas cutres y lamentables de sus casas en autenticas fotos de catalogo. "Oh, it's marvellous, absolutely gorgeous!!!!" es la expresion que habitualmente les sale cuando vuelven a su hogar. Estoy seguro de que muchos de ellos han empezado a hacer la vida en el cuarto de bano tras el gran cambiazo.
Aparte de la Vorderman, tambien soy acusado de ligero fanatismo hacia Julia Roberts -no lo niego, aunque yo siempre he sido pro Pfeiffer y hay cosas que nunca cambian- y Rebecca, una buena amiga de Birmingham, apunta a sus "hairy armpits". Me temo que las chinchillas en estado salvaje gustan de vivir en otros lugares.
Esto esta tomando un color no previsto. Vamos a ir dejandolo.
jueves, 29 de enero de 2009
Crónicas Oxonianas VI
Eso no es todo. Hace unos dias el amigo me sorprendio con su nueva adquisicion. Ya lo ha hecho en otras ocasiones (un saco de boxeo, una nueva chimenea de las de pega, unos cuadros tacky tacky...), pero esta es digna de un aparte. Se trata de un pez que canta exitos tales como "Don't worry, be happy" y "Take me to the river, drop me in the water". Puedo disfrutar de semejantes megahits cada vez que entro o salgo de casa, porque una celula fotoelectrica me detecta y hace que el bicho haga su performance. Es una especie de trucha que coletea y mueve la boca. Su aspecto se acerca bastante a la realidad. Por fin se le han gastado las pilas.
Nuestra chati, Difina, volvio a la carga. Aparte de mi barra de cacao madeinSpain (con la que debio combatir el sol salvaje de Gran Canaria hace unas pocas semanas,... bless her), he podido comprobar que a estos ingleses tambien les va el aceite de oliva. A ella le mola cantidad. Ultimamente me divierto mucho tratando de encontrar evidencias que me confirmen que Difina sigue siendo mi fridge picker favorita.Lastima que Colin, mi housemate de los ultimos dos meses, se haya mudado a otra casa. Nos lo pasabamos muy bien con estas y otras aventuras. Le vere un dia de estos en las carreras de galgos. Trabaja en el Oxford Stadium, preparando las pistas para que corran los perros. No ha podido disfrutar de mis mejores tortillas de patata. Es alergico a la cebolla.
Nuestra chati, Difina, volvio a la carga. Aparte de mi barra de cacao madeinSpain (con la que debio combatir el sol salvaje de Gran Canaria hace unas pocas semanas,... bless her), he podido comprobar que a estos ingleses tambien les va el aceite de oliva. A ella le mola cantidad. Ultimamente me divierto mucho tratando de encontrar evidencias que me confirmen que Difina sigue siendo mi fridge picker favorita.Lastima que Colin, mi housemate de los ultimos dos meses, se haya mudado a otra casa. Nos lo pasabamos muy bien con estas y otras aventuras. Le vere un dia de estos en las carreras de galgos. Trabaja en el Oxford Stadium, preparando las pistas para que corran los perros. No ha podido disfrutar de mis mejores tortillas de patata. Es alergico a la cebolla.
lunes, 26 de enero de 2009
Crónicas Oxonianas V
Vaya!, he vuelto a ver a la bibliotecaria descalza. Eso me recuerda que WHSmith ha cambiado su estilo y su centro de Cornmarket Street nunca recobrara su encanto: han quitado esa moqueta que lo hacia unico y han puesto tarima. Menos mal que todavia me quedan paraisos como Waterstone’s o Blackwell’s, donde uno siente que es recibido con la alfombra que se tiende al paso de los elegidos.
Parece ser que mi landlord ha decidido que el mismo tipo de moqueta que puso en el salon va a quedar bien en el bano. No es que no me guste. Es, simplemente, que se le debio olvidar podarla con la segadora, o a machetazos o similar, y es bastante dificil abrir y cerrar la puerta properly. Aquel pobre hombre que, encarcelado, sobrevivio a base de Tranchetes, en mi domicilio de Spencer Crescent lo tendria un poco mas complicado.
Si Neizan, al fin, decide llevar a cabo la operacion, le pedire que se asegure de darle un recorte. No seria muy agradable quedarse encerrado en el aseo leyendo su coleccion de periodicos atrasados para matar el rato.
Parece ser que mi landlord ha decidido que el mismo tipo de moqueta que puso en el salon va a quedar bien en el bano. No es que no me guste. Es, simplemente, que se le debio olvidar podarla con la segadora, o a machetazos o similar, y es bastante dificil abrir y cerrar la puerta properly. Aquel pobre hombre que, encarcelado, sobrevivio a base de Tranchetes, en mi domicilio de Spencer Crescent lo tendria un poco mas complicado.
Si Neizan, al fin, decide llevar a cabo la operacion, le pedire que se asegure de darle un recorte. No seria muy agradable quedarse encerrado en el aseo leyendo su coleccion de periodicos atrasados para matar el rato.
viernes, 23 de enero de 2009
Crónicas Oxonianas IV
6 de julio de 2000
Ya soy convicto y, teniendo en cuenta que mi delito es internacional, debo figurar en las listas de los mas buscados por la INTERPOL. Acabo de robarle el ordenata a una japonesa. Bueno, lo cierto es que yo lo tenia reservado y la amiguita no estaba al tanto, asi que, despues de pedirle amablemente que me cediese el puesto, hemos llegado a un acuerdo: yo ahora estoy "enredado" y la nipona, lo que es la vida, tendra que esperar a que otro de estos cacharros quede libre.
En el fondo soy buen chico y la falta queda aminorada por un acto de buena fe. Dare una explicacion: el domingo pasado pude haber desencadenado un efecto domino bastante curioso, pero todo quedo en la intencion. No tuve balls. En la noble ciudad de Oxford de vez en cuando se produce una oleada de robos de bicicletas. No suele durar mas de un par de dias y todo empieza cuando alguien decide "tomar prestada" una de las miles que hay por las calles. El sujeto que, amablemente, ha "cedido" la suya llega al lugar en cuestion y se encuentra con el gap. Ese es el punto clave del proceso. Dura unos segundos. Cuando el resultado es positivo, significa que la inercia le va a llevar a quedarse con la bici que tenga mas a mano. No hay vuelta de hoja. Las cosas se calman cuando uno a mi imagen y semejanza llega a la conclusion de que no merece la pena seguir con el jueguecito.
Lo mio solo fue la rueda delantera. Con ella debieron completar otra bici de la que solo quedaba esa misma rueda, atada a unos metros de la mia. En fin, que para devolver el aspecto habitual -y la utilidad- a esa especie de freak en el que mi maquina quedo, he tenido que gastarme unas cuantas pounds. Never mind.
Fucking bastards!!!!!!!!!
martes, 20 de enero de 2009
Crónicas Oxonianas III
Neizan (o esa suerte de electricista que trata de ganarse una reputacion como disc jockey -chundachunda del malo y a un volumen poco agradable cuando son las seis de la manana-) en el fondo es un buenazo del que todos se aprovechan. Ahora tenemos un acople llamado Davina (pronunciese Difina) que es como otro mas en la familia. Es la nueva chati del landlord. En un principio pense que seria algo de un par de dias. Despues pude comprobar que no les va del todo mal y que ella se esta "acomodando perfectamente". Difina lleva ya un mes con nosotros.
Los primeros dias solo me sonreia. Tras una semana de convivencia, incluso me empezaba a saludar. No ha pasado de ahi. Trate de comprender que se debia a la timidez frente a lo desconocido,o al choque de culturas. Tras comprobar que es silenciosa incluso para pedir permiso (se come MI mantequilla -dejando increibles socavones en el contenido de la tarrina- y se hace el te con MI leche!), he llegado a la conclusion de que las dos unicas culturas que chocan son la de uno que paga el alquiler y respeta a sus convecinos, y la de una que cualquier dia de estos se lleva un rapapolvo en castellano viejo.
La meteremos en el saco de los parasitos.
Hoy he aprendido, gracias a Mr. Moss (el big boss), que una de las canciones mas bellas y tristes del cancionero anglosajon lleva por titulo "Oh, Danny boy". Me ha cogido por banda mientras me comia un bocata de jamon (del gueno gueno, con G de guelcome) y me ha dicho que no es posible que alguien con ese nombre no conozca tan linda tonada. No he podido seguir el ritmo con mis mandibulas, aunque le he dado las gracias por el apunte cultural y le he dicho "I'll never forget it".
Desde luego, lo que sera inolvidable sera la vision diaria de mi nombre escrito de la misma forma en las tablas de turnos de las tiendas. Siempre que puedo, aprovecho para escribirlo como sigue...
...Dani.
Los primeros dias solo me sonreia. Tras una semana de convivencia, incluso me empezaba a saludar. No ha pasado de ahi. Trate de comprender que se debia a la timidez frente a lo desconocido,o al choque de culturas. Tras comprobar que es silenciosa incluso para pedir permiso (se come MI mantequilla -dejando increibles socavones en el contenido de la tarrina- y se hace el te con MI leche!), he llegado a la conclusion de que las dos unicas culturas que chocan son la de uno que paga el alquiler y respeta a sus convecinos, y la de una que cualquier dia de estos se lleva un rapapolvo en castellano viejo.
La meteremos en el saco de los parasitos.
Hoy he aprendido, gracias a Mr. Moss (el big boss), que una de las canciones mas bellas y tristes del cancionero anglosajon lleva por titulo "Oh, Danny boy". Me ha cogido por banda mientras me comia un bocata de jamon (del gueno gueno, con G de guelcome) y me ha dicho que no es posible que alguien con ese nombre no conozca tan linda tonada. No he podido seguir el ritmo con mis mandibulas, aunque le he dado las gracias por el apunte cultural y le he dicho "I'll never forget it".
Desde luego, lo que sera inolvidable sera la vision diaria de mi nombre escrito de la misma forma en las tablas de turnos de las tiendas. Siempre que puedo, aprovecho para escribirlo como sigue...
...Dani.
domingo, 18 de enero de 2009
Crónicas Oxonianas II
La moqueta. La moqueta es, sin duda, mi obsesion. Me pregunto que pasara el dia que, de vuelta a casa, haya dejado de pisar estos mullidos suelos. Seguro que echare de menos esta incertidumbre que en todo momento me plantea las siguientes preguntas: que especies animales y vegetales viven bajo mis pies?; que condiciones necesitan para reproducirse?; en ese caso sospecho que tales seres son silenciosos en tales menesteres o... ah, claro! por esporas!; me atrevere algun dia a echar un vistazo?; los de Marks & Spencer estaran mejor alimentados que los de WHSmith?
Habra que recurrir a las altas instancias. Es posible que "El Gran Hermano" tenga las respuestas. Si hay alguien que todavia no me ha hablado de semejante acontecimiento, por favor, que lo haga ahora o calle para siempre, a riesgo de quedar excluido del grupo de elegidos por la mirada del ojo que todo lo ve.
Mi gran hermana me tiene al corriente de lo que sucede en esa casa que esta convirtiendo mi pais en un nido de voyeurs (cada vez que paso por la puerta de una agencia de viajes hay un Big Brother que me incita a abrirla para reservar un billete hacia el paraiso de los curiosos). Resistiremos.
Y yo me pregunto que, quizas, el lugar mas digno de ser espiado por todas esas camaras es el 71, Spencer Crescent. Magnifico espacio para el estudio de sus gentes. No me refiero a un servidor, que ocupa la "box room" de la casa y trata de hacerse un hueco mas o menos idoneo para llevar una vida digna, sino a Nathan (lease Neizan) y personas anejas. Estoy deseando que se marchen una semanita a Gran Canaria (lo haran en unos dias) y se detenga el peregrinaje de lapas, remoras y demas vidas parasitas que se pasan todos los dias por "mi" casa. Desde que Neizan no tiene novia (acabaron realmente mal y ella, Claire, de un momento a otro se pasara a recuperar lo que es suyo: la aspiradora) la paz es huidiza, sobre todo cuando se trata de levantarse pronto para trabajar el dia siguiente.
Habra que recurrir a las altas instancias. Es posible que "El Gran Hermano" tenga las respuestas. Si hay alguien que todavia no me ha hablado de semejante acontecimiento, por favor, que lo haga ahora o calle para siempre, a riesgo de quedar excluido del grupo de elegidos por la mirada del ojo que todo lo ve.
Mi gran hermana me tiene al corriente de lo que sucede en esa casa que esta convirtiendo mi pais en un nido de voyeurs (cada vez que paso por la puerta de una agencia de viajes hay un Big Brother que me incita a abrirla para reservar un billete hacia el paraiso de los curiosos). Resistiremos.
Y yo me pregunto que, quizas, el lugar mas digno de ser espiado por todas esas camaras es el 71, Spencer Crescent. Magnifico espacio para el estudio de sus gentes. No me refiero a un servidor, que ocupa la "box room" de la casa y trata de hacerse un hueco mas o menos idoneo para llevar una vida digna, sino a Nathan (lease Neizan) y personas anejas. Estoy deseando que se marchen una semanita a Gran Canaria (lo haran en unos dias) y se detenga el peregrinaje de lapas, remoras y demas vidas parasitas que se pasan todos los dias por "mi" casa. Desde que Neizan no tiene novia (acabaron realmente mal y ella, Claire, de un momento a otro se pasara a recuperar lo que es suyo: la aspiradora) la paz es huidiza, sobre todo cuando se trata de levantarse pronto para trabajar el dia siguiente.
viernes, 16 de enero de 2009
Crónicas Oxonianas I
Aviso a navegantes:
Copio y pego sin más. Ya sabéis que esos teclados de otras latitudes carecen de eñes, tildes y algún que otro signo de puntuación.
Copio y pego sin más. Ya sabéis que esos teclados de otras latitudes carecen de eñes, tildes y algún que otro signo de puntuación.
22 de abril de 2000
Awful day! I mean, estos zapatos que me he puesto hoy ya se podian haber quedado en la Ciudad Patrimonio. No se que cono les habre hecho. A lo mejor es el tiempo (el tiempo que hace que no los calzan estos pies que dia a dia patean tierras inglesas).
Prosigo rellenando este libro de reclamaciones.
Esta resacosa hang over, valga la redundancia, me esta durando mas de lo que pensaba. Claro, si es lo que yo digo. Que no se puede uno estar hasta las cuatro de la manana degustando buena parte de la cosecha de Rioja del 96, sabiendo que a tan solo cuatro horas time hay que estar en el shop floor de las Oxford Campus Stores sonriendo a un bloody grupo de franceses. !Que maldita la gracia que me hace soportar que los galos esten picados con los de estas islas y la paguen con este honrado (y, eso si, muy limpio) trabajador! Claro, que ni se imaginan que el que les atiende proviene de esas magnificas tierras que para ellos deben ser africanas... o, aun peor, de aquello que circunda Gibraltar (ese jodido penasco hueco que refuerza estrategicamente a los subditos de su graciosa majestad -ja,ja,ja- en el punto donde el reguero de aguas calentorras del Mediterraneo ensucia ese oceano que, !gracias a Dieu!, les aparta de estos que ahora me acogen.
Pues si, pues si, gracias a esos momentos de asueto (bienvenidos sean) arrastro durante tres dias esta falta de sueno. A ver si hoy me acuesto antes y evito el tentador "Who wants to be a millionaire?" (el presentador de aqui es mejor que el Sobera, y aqui los 50 millones de la racana version espanola son peanuts: esta gente puede enmoquetar doscientas casas con los 277 millones de pesetas -pound arriba, pound abajo- que aqui estan en juego. !Vamos, que incluso podrian poblar la moqueta con la fauna variada que por aqui se estila! (la de los cuartos de bano es siempre un poquito mas cara, por aquello de que hay que aclimatarse).
jueves, 15 de enero de 2009
Textos rescatados
¡Por fin! Por fin he encontrado unos textos que andaban perdidos entre unos cuantos miles de bytes y que hace unas semanas me empeñé en recuperar. Me ha costado. Mucho. Sabía que no estaban perdidos, pero en estos últimos nueve años he pasado por tres ordenadores diferentes y los archivos digitales a veces son traicioneros.
Tras ver en televisión un Oxford parecido al que conocí en el 2000, necesitaba releer algo de lo que escribí entonces. De lo que escribí estando allí. Con los años muchas cosas se desdibujan y la memoria va transformando los recuerdos. Por eso, a veces, sólo si no resulta doloroso, es bueno retrotraerse -palabra enjundiosa, como ésta- y verse reflejado en las palabras que uno fue dejando por acá y por allá. Nunca hay que ponerse "cebolletas", que eso resulta muy coñazo, pero sí merece la pena investigarse uno mismo. ¿Quién sabe?, puede que uno rescate algo de cómo fue hace años y que le venga bien aplicárselo en la actualidad.
Me ha resultado curioso leer algo de aquéllo, ver parte de lo que yo era por entonces -en esencia, seguimos siendo los mismos, pero ciertas cosas van cambiando-. Son textos que redacté en Oxford, en el ordenador del college en el que estaba matriculado y los dejé guardados en mi cuenta de correo. Cuando volví a España los pasé a archivos de Word y quedaron en el disco duro de mi primer PC, que cuatro años después cascó. Afortunadamente, había hecho alguna copia, pero no sabía dónde la tenía. No se encontraba en C:\ del siguiente ordenador que tuve. Tampoco en un CD en el que guardo un pequeño backup de las cosas más valiosas que tenía en el difunto clónico. En fin, todo un descontrol.
Finalmente, dos cajas de disquetes -sí, oh, loado sea el Señor: de los floppies de 1,44 Mb- guardaban el misterio. Ha sido cuestión de escudriñar uno por uno -y son varias decenas-, hasta dar con los archivos, ¡que no estaban nombrados como yo recordaba!
En fin, ya tengo material para dar la brasa durante unos días. Algunos ya lo leísteis en su momento, aunque, digo yo que si a mí se me había medio olvidado, a vosotros os va a parecer casi nuevo.
Tras ver en televisión un Oxford parecido al que conocí en el 2000, necesitaba releer algo de lo que escribí entonces. De lo que escribí estando allí. Con los años muchas cosas se desdibujan y la memoria va transformando los recuerdos. Por eso, a veces, sólo si no resulta doloroso, es bueno retrotraerse -palabra enjundiosa, como ésta- y verse reflejado en las palabras que uno fue dejando por acá y por allá. Nunca hay que ponerse "cebolletas", que eso resulta muy coñazo, pero sí merece la pena investigarse uno mismo. ¿Quién sabe?, puede que uno rescate algo de cómo fue hace años y que le venga bien aplicárselo en la actualidad.
Me ha resultado curioso leer algo de aquéllo, ver parte de lo que yo era por entonces -en esencia, seguimos siendo los mismos, pero ciertas cosas van cambiando-. Son textos que redacté en Oxford, en el ordenador del college en el que estaba matriculado y los dejé guardados en mi cuenta de correo. Cuando volví a España los pasé a archivos de Word y quedaron en el disco duro de mi primer PC, que cuatro años después cascó. Afortunadamente, había hecho alguna copia, pero no sabía dónde la tenía. No se encontraba en C:\ del siguiente ordenador que tuve. Tampoco en un CD en el que guardo un pequeño backup de las cosas más valiosas que tenía en el difunto clónico. En fin, todo un descontrol.
Finalmente, dos cajas de disquetes -sí, oh, loado sea el Señor: de los floppies de 1,44 Mb- guardaban el misterio. Ha sido cuestión de escudriñar uno por uno -y son varias decenas-, hasta dar con los archivos, ¡que no estaban nombrados como yo recordaba!
En fin, ya tengo material para dar la brasa durante unos días. Algunos ya lo leísteis en su momento, aunque, digo yo que si a mí se me había medio olvidado, a vosotros os va a parecer casi nuevo.
miércoles, 14 de enero de 2009
Recuperando a Kubrick
Hace unos diez años algunos fuimos al cine a ver aquella obra póstuma del gran Stanley Kubrick: Eyes Wide Shut. Sabíamos que había fallecido sin dejarla terminada y que sus ayudantes hicieron el montaje final como creían que él lo habría querido. Había dejado todo el material rodado, incluso parte del montaje terminado, así que la mayoría quisimos creer que la película era suya casi al cien por cien.
Dado el perfeccionismo extremo del director, quien ya había vuelto a convocar a Tom Cruise y Nicole Kidman para rodar nuevamente algunos planos que no le convencían, muchos salimos del cine pensando que, de haber visto la película acabada, no la habría estrenado como finalmente se exhibió. Eso nunca se sabrá.
Ahora se ha recuperado buena parte del material que Kubrick había reunido durante la preproducción de su proyecto Aryan papers, una película que iba a contar la historia de una mujer polaca judía que se hace pasar por católica para librarse de la persecución nazi en Varsovia. En este caso no hay ningún plano rodado, aunque sí multitud de documentación, archivos y pruebas de todo tipo. Con ello se hará un corto documental que tratará de indagar en las entrañas de una película que no llegó a ser tal. Podremos imaginar lo que pudo haber sido y no fue, asistir a cómo el director planteaba su proceso de creación, intuir algunos de los porqués de sus elecciones y sus decisiones.
Cuando veamos este montaje recuperaremos esa sensación que ya tuvimos viendo Eyes Wide Shut. ¿Cómo habría sido si él lo hubiera llevado a cabo? ¿Habría sido tan bueno como se esperaba? Son preguntas que siempre quedarán en el aire.
Dado el perfeccionismo extremo del director, quien ya había vuelto a convocar a Tom Cruise y Nicole Kidman para rodar nuevamente algunos planos que no le convencían, muchos salimos del cine pensando que, de haber visto la película acabada, no la habría estrenado como finalmente se exhibió. Eso nunca se sabrá.
Ahora se ha recuperado buena parte del material que Kubrick había reunido durante la preproducción de su proyecto Aryan papers, una película que iba a contar la historia de una mujer polaca judía que se hace pasar por católica para librarse de la persecución nazi en Varsovia. En este caso no hay ningún plano rodado, aunque sí multitud de documentación, archivos y pruebas de todo tipo. Con ello se hará un corto documental que tratará de indagar en las entrañas de una película que no llegó a ser tal. Podremos imaginar lo que pudo haber sido y no fue, asistir a cómo el director planteaba su proceso de creación, intuir algunos de los porqués de sus elecciones y sus decisiones.
Cuando veamos este montaje recuperaremos esa sensación que ya tuvimos viendo Eyes Wide Shut. ¿Cómo habría sido si él lo hubiera llevado a cabo? ¿Habría sido tan bueno como se esperaba? Son preguntas que siempre quedarán en el aire.
martes, 13 de enero de 2009
Pobre muñeco de nieve
Se llama Rodolfo. Lo supe ayer. No sé si fue bautizado nada más nacer.
Es bastante alto: me llega a la cintura. Puede presumir de tener buena talla, comparado con sus semejantes, habitantes de rincones en plazoletas y parques. Es regordete y se conserva muy bien para su edad. Tras un par de días de sol aún no le ha dado por tenderse a tomarlo en el suelo. Cumple con los clásicos cánones, al menos en la nariz y los ojos: zanahoria la una y botones los otros. En lo demás tiende a la vanguardia, pues luce gorrilla moderna de un amarillo fuerte y una margarita del mismo color se sostiene sobre su oreja invisible.
Desde que nos conocemos ha ido cambiando por momentos. Inclinó su pose erguida para adoptar otra más complaciente y dulce, de las que invitan a los niños a dar abrazos y besos. Se deshizo de la escoba con la que apuntaba al cielo del que sabe que cayó. Bueno, creo que se la quitaron para darle un uso más productivo. Su base permanece sólida, aunque se desnudó en parte y ahora le falta la alfombra blanca que la rodeaba. Incluso, aunque no lo haya advertido aún, diría que se ha desplazado unos milímetros hacia la derecha, como si quisiera arrimarse a un lugar más seguro. (Luego le diré a su oído invisible que no vaya por ahí: a pocos centímetros está la rejilla de alcantarillado).
Pero los cambios que más me conmueven son los que observo en su rostro. Mantiene una sonrisa abierta, amplia, hecha con las briznas de unas hierbas del jardín. Labios verdes. Fría felicidad. La nariz sigue apuntando al frente. Dicen que esas napias rectas indican determinación y me gustaría que la mantuviera. También la confianza.
Son sus ojos los que me dicen otra cosa. Cada vez es mayor la hondura de sus cuencas, antes llenas y firmes; hoy algo tristes y ensombrecidas. En ellas siguen los botones, como depositados, sin hilo. Ojos negros de mirada descosida.
Hoy Rodolfo recibe unos copos más. Su cielo quiere llenarle los ojos.
Es bastante alto: me llega a la cintura. Puede presumir de tener buena talla, comparado con sus semejantes, habitantes de rincones en plazoletas y parques. Es regordete y se conserva muy bien para su edad. Tras un par de días de sol aún no le ha dado por tenderse a tomarlo en el suelo. Cumple con los clásicos cánones, al menos en la nariz y los ojos: zanahoria la una y botones los otros. En lo demás tiende a la vanguardia, pues luce gorrilla moderna de un amarillo fuerte y una margarita del mismo color se sostiene sobre su oreja invisible.
Desde que nos conocemos ha ido cambiando por momentos. Inclinó su pose erguida para adoptar otra más complaciente y dulce, de las que invitan a los niños a dar abrazos y besos. Se deshizo de la escoba con la que apuntaba al cielo del que sabe que cayó. Bueno, creo que se la quitaron para darle un uso más productivo. Su base permanece sólida, aunque se desnudó en parte y ahora le falta la alfombra blanca que la rodeaba. Incluso, aunque no lo haya advertido aún, diría que se ha desplazado unos milímetros hacia la derecha, como si quisiera arrimarse a un lugar más seguro. (Luego le diré a su oído invisible que no vaya por ahí: a pocos centímetros está la rejilla de alcantarillado).
Pero los cambios que más me conmueven son los que observo en su rostro. Mantiene una sonrisa abierta, amplia, hecha con las briznas de unas hierbas del jardín. Labios verdes. Fría felicidad. La nariz sigue apuntando al frente. Dicen que esas napias rectas indican determinación y me gustaría que la mantuviera. También la confianza.
Son sus ojos los que me dicen otra cosa. Cada vez es mayor la hondura de sus cuencas, antes llenas y firmes; hoy algo tristes y ensombrecidas. En ellas siguen los botones, como depositados, sin hilo. Ojos negros de mirada descosida.
Hoy Rodolfo recibe unos copos más. Su cielo quiere llenarle los ojos.
lunes, 12 de enero de 2009
Críticas y elogios
Es extraordinario. Jamás habíamos visto tanta nieve en Alcalá, al menos en los últimos treinta años. Era precioso ver los copos caer, a ratos con fuerza y determinación; otros con suavidad, dejándose mecer en su descenso. Lo cubrieron todo en cuestión de unas pocas horas, con un grosor de un palmo -de una mano grandota, de largos dedos, sí-.
Hace tres días ya y todavía quedan muchísimas zonas completamente cubiertas. En muchos sitios se puede aún caminar sobre nieve blanda, de ésa que cruje a medida que se prensa bajo las suelas de los zapatos. En otros lugares esa nieve se ha congelado y se han formado unas placas de hielo sobre las que resulta suicida caminar.
Es extraordinario. Por eso en esta ciudad no estamos preparados para retirar a tiempo parte de la nieve de las calles, la que después de helar noche y día se ha convertido en una pista de patinaje. Comprendo -en parte- que este Ayuntamiento se haya visto desbordado por el imprevisto y no haya sido capaz de hacer ni una porción del trabajo que ya debería estar acabado. Los vecinos estamos acostumbrados a pasar por alto tantas cosas... Lo que no es aceptable son las declaraciones del concejal de Medio Ambiente, quien asegura que está satisfecho por las tareas realizadas y manda callar a quienes se quejan porque es imposible caminar por la ciudad con garantías de volver ilesos a casa.
En este caso -como en tantos otros- sobran esos comentarios carentes de humildad, sobran el autobombo y la autoindulgencia, la falta de honestidad y, sobre todo, la cara dura. Señores, ya es hora de que algún día ustedes admitan que también hacen mal muchas cosas. Si hay críticas justificadas, como lo son éstas, ustedes deben agachar las orejas y ponerse a trabajar. Creo, creemos, que no es tan complicado y que su orgullo no sufre ningún menoscabo. Al contrario, todos estaremos más satisfechos y nuestra confianza en ustedes será mayor.
Críticas y alabanzas pueden ir unidas. Por eso aprovecho para felicitar a quienes corresponda por el espléndido trabajo acometido para abrir dos nuevas calles en el centro: los callejones del Horno Quemado y de las Santas Formas. En realidad no son nuevos, sino que se han recuperado, pues ya existieron en el trazado medieval de la ciudad. A éstos añado un tercero, el callejón del Pozo, delicioso con sus farolitas pegando a la tapia del Parador.
A pesar de los pesares, ha sido bonito pasear por Basilios -que parecía la mismísima Narnia- y por la explanada de San Lucas toda cubierta de nieve. Y hielo. A falta de crampones, un cuidado de mil demonios.
Hace tres días ya y todavía quedan muchísimas zonas completamente cubiertas. En muchos sitios se puede aún caminar sobre nieve blanda, de ésa que cruje a medida que se prensa bajo las suelas de los zapatos. En otros lugares esa nieve se ha congelado y se han formado unas placas de hielo sobre las que resulta suicida caminar.
Es extraordinario. Por eso en esta ciudad no estamos preparados para retirar a tiempo parte de la nieve de las calles, la que después de helar noche y día se ha convertido en una pista de patinaje. Comprendo -en parte- que este Ayuntamiento se haya visto desbordado por el imprevisto y no haya sido capaz de hacer ni una porción del trabajo que ya debería estar acabado. Los vecinos estamos acostumbrados a pasar por alto tantas cosas... Lo que no es aceptable son las declaraciones del concejal de Medio Ambiente, quien asegura que está satisfecho por las tareas realizadas y manda callar a quienes se quejan porque es imposible caminar por la ciudad con garantías de volver ilesos a casa.
En este caso -como en tantos otros- sobran esos comentarios carentes de humildad, sobran el autobombo y la autoindulgencia, la falta de honestidad y, sobre todo, la cara dura. Señores, ya es hora de que algún día ustedes admitan que también hacen mal muchas cosas. Si hay críticas justificadas, como lo son éstas, ustedes deben agachar las orejas y ponerse a trabajar. Creo, creemos, que no es tan complicado y que su orgullo no sufre ningún menoscabo. Al contrario, todos estaremos más satisfechos y nuestra confianza en ustedes será mayor.
Críticas y alabanzas pueden ir unidas. Por eso aprovecho para felicitar a quienes corresponda por el espléndido trabajo acometido para abrir dos nuevas calles en el centro: los callejones del Horno Quemado y de las Santas Formas. En realidad no son nuevos, sino que se han recuperado, pues ya existieron en el trazado medieval de la ciudad. A éstos añado un tercero, el callejón del Pozo, delicioso con sus farolitas pegando a la tapia del Parador.
A pesar de los pesares, ha sido bonito pasear por Basilios -que parecía la mismísima Narnia- y por la explanada de San Lucas toda cubierta de nieve. Y hielo. A falta de crampones, un cuidado de mil demonios.
jueves, 8 de enero de 2009
Despertador dormido
Resulta cacofónico: despertador dormido.
El sonido del despertador es siempre molesto, malsonante. Pero lo es aun más cuando no se produce. La cacofonía también aparece en el oído de quien esperaba oír su timbre y éste no llega a desatarse. Sabemos que es infalible, que su ruido infernal llega y nos sobresalta justo cuando queremos cada mañana. Sí, pero puede fallar. A veces nos falla.
"He tenido un mal despertar", todos lo hemos dicho alguna vez. Suele tener que ver con alguna circunstancia que nos ha hecho empezar el día de mal humor. Podemos prevenirnos y plantar nuestro pie derecho en el suelo antes que ninguna otra cosa, y ni siquiera eso nos libra de tener uno de esos días en los que mejor habría sido quedarse en la cama. Cuando el día empieza mal, empieza mal.
Quizás porque ha empezado tarde.
Tal vez cuando el despertador no suena es porque intenta evitarnos ese primer mal paso del día. Deberíamos agradecerle su buen gesto. Al fin y al cabo quiere que durmamos un poco más. Procura no cortar en seco ese sueño feliz que estamos teniendo. Sabe que no nos gusta su voz y, a veces, algún día, opta por enmudecer. Todo sea por nosotros.
Pero no estamos con él. Lo ponemos a trabajar y le confiamos nuestra puntualidad, que no es mérito nuestro sino suyo. Y claro, un buen día se queda sin pilas y la tragedia del mal despertar nos ennegrece la mañana sin remedio.
¿Y si las pilas no están agotadas? ¿Y si sólo ha sido un mal contacto?... Él se ha puesto a dormir para que nosotros durmamos también.
El sonido del despertador es siempre molesto, malsonante. Pero lo es aun más cuando no se produce. La cacofonía también aparece en el oído de quien esperaba oír su timbre y éste no llega a desatarse. Sabemos que es infalible, que su ruido infernal llega y nos sobresalta justo cuando queremos cada mañana. Sí, pero puede fallar. A veces nos falla.
"He tenido un mal despertar", todos lo hemos dicho alguna vez. Suele tener que ver con alguna circunstancia que nos ha hecho empezar el día de mal humor. Podemos prevenirnos y plantar nuestro pie derecho en el suelo antes que ninguna otra cosa, y ni siquiera eso nos libra de tener uno de esos días en los que mejor habría sido quedarse en la cama. Cuando el día empieza mal, empieza mal.
Quizás porque ha empezado tarde.
Tal vez cuando el despertador no suena es porque intenta evitarnos ese primer mal paso del día. Deberíamos agradecerle su buen gesto. Al fin y al cabo quiere que durmamos un poco más. Procura no cortar en seco ese sueño feliz que estamos teniendo. Sabe que no nos gusta su voz y, a veces, algún día, opta por enmudecer. Todo sea por nosotros.
Pero no estamos con él. Lo ponemos a trabajar y le confiamos nuestra puntualidad, que no es mérito nuestro sino suyo. Y claro, un buen día se queda sin pilas y la tragedia del mal despertar nos ennegrece la mañana sin remedio.
¿Y si las pilas no están agotadas? ¿Y si sólo ha sido un mal contacto?... Él se ha puesto a dormir para que nosotros durmamos también.
martes, 30 de diciembre de 2008
Mis mejores deseos
Llevamos unos cuantos días dando y recibiendo mensajes cargados de bondades para 2009. Orales o textuales, da lo mismo. Es el momento de hacerlo, ahora que todos cerramos nuestra agenda y sustituimos el calendario por uno nuevo.
En unos casos esos cumplidos nacen espontáneamente, acompañados de emociones, sonrisas y abrazos. En otros casos no dejan de ser pura formalidad, un feliz año mecánico, carente de implicación sentimental. Es lo que tiene vivir en sociedad, entre convencionalismos que se nos escapan.
A lo largo de enero nos encontraremos a personas con quienes no habíamos cruzado felicitaciones todavía. A veces nos parecerá que el plazo de entrega de esos deseos ya terminó. Cada uno siente antes o después que la frontera temporal de los parabienes queda rebasada a partir de un día concreto. Yo creo que, una vez ha pasado un par de semanas tras el día de Año Nuevo, ya no es tiempo para ese tipo de cortesías. Daremos por hecho que el mensaje habría sido entregado o recibido de todas formas. Con unos tuvimos la oportunidad de cumplir... y con otros nos descuidamos tal vez. No le demos vueltas.
En definitiva, queremos lo mejor para los nuestros. Deseárselo puede resultar redundante, pues se presupone que reclamamos solo cosas buenas para ellos. Aun así, no dejemos de verbalizarlo. Conozco a quienes creen que lo que no se dice no existe.
Hagamos que todo lo bueno exista:
En unos casos esos cumplidos nacen espontáneamente, acompañados de emociones, sonrisas y abrazos. En otros casos no dejan de ser pura formalidad, un feliz año mecánico, carente de implicación sentimental. Es lo que tiene vivir en sociedad, entre convencionalismos que se nos escapan.
A lo largo de enero nos encontraremos a personas con quienes no habíamos cruzado felicitaciones todavía. A veces nos parecerá que el plazo de entrega de esos deseos ya terminó. Cada uno siente antes o después que la frontera temporal de los parabienes queda rebasada a partir de un día concreto. Yo creo que, una vez ha pasado un par de semanas tras el día de Año Nuevo, ya no es tiempo para ese tipo de cortesías. Daremos por hecho que el mensaje habría sido entregado o recibido de todas formas. Con unos tuvimos la oportunidad de cumplir... y con otros nos descuidamos tal vez. No le demos vueltas.
En definitiva, queremos lo mejor para los nuestros. Deseárselo puede resultar redundante, pues se presupone que reclamamos solo cosas buenas para ellos. Aun así, no dejemos de verbalizarlo. Conozco a quienes creen que lo que no se dice no existe.
Hagamos que todo lo bueno exista:
¡Para 2009, todo lo mejor!
lunes, 29 de diciembre de 2008
De ilusiones
Un día dije en este blog que tenía aversión a los listos, los sobraos, los maleducaos y los aprovechaos. Pues bien, tampoco me gustan los que dan su palabra y después no cumplen con su compromiso. Supongo que entran dentro del subgrupo de los maleducaos y también del de los listos.
Recientemente me he llevado un chasco muy gordo con alguien que un día dijo una cosa y ahora ha dicho otra muy distinta. La cara de gilipollas, en estos casos, no hay que forzarla. Sale sola. Uno pasa primero por la decepción, la transforma después en cabreo, y éste, nuevamente, vuelve a convertirse en un decepcionado pesar.
Junto a la decepción, el vacío. Cuando crees que cuentas con algo y, repentinamente, eso que estaba a tu alcance se esfuma, la sensación es de hueco insondable. Las ilusiones ocupan un área de unos cuantos centímetros cuadrados -difícil medir- y llenan también un lugar -complicado cubicarlo-. Hay ilusiones de mayor recorrido que otras. Son, quizás, las que acaban llevándote hacia otras, y éstas engendrando otras,... y así. Supongo que son las que llenan más. Y dejan un vacío mayor cuando desaparecen.
En fin, son cosas que nos pasan a todos. Para cada cual sus disgustos son los más terribles y no siempre es fácil dejarlos a un lado y seguir adelante. Bueno, hasta que uno mira atrás y, tomando algo de perspectiva, se da cuenta de que ya quedaron lejos otras situaciones que fueron peores en comparación. Entonces lo mejor es tomar aire para llenar ese hueco dejado por la ilusión que se ha evaporado.
Pero entonces queda el recelo.
Recientemente me he llevado un chasco muy gordo con alguien que un día dijo una cosa y ahora ha dicho otra muy distinta. La cara de gilipollas, en estos casos, no hay que forzarla. Sale sola. Uno pasa primero por la decepción, la transforma después en cabreo, y éste, nuevamente, vuelve a convertirse en un decepcionado pesar.
Junto a la decepción, el vacío. Cuando crees que cuentas con algo y, repentinamente, eso que estaba a tu alcance se esfuma, la sensación es de hueco insondable. Las ilusiones ocupan un área de unos cuantos centímetros cuadrados -difícil medir- y llenan también un lugar -complicado cubicarlo-. Hay ilusiones de mayor recorrido que otras. Son, quizás, las que acaban llevándote hacia otras, y éstas engendrando otras,... y así. Supongo que son las que llenan más. Y dejan un vacío mayor cuando desaparecen.
En fin, son cosas que nos pasan a todos. Para cada cual sus disgustos son los más terribles y no siempre es fácil dejarlos a un lado y seguir adelante. Bueno, hasta que uno mira atrás y, tomando algo de perspectiva, se da cuenta de que ya quedaron lejos otras situaciones que fueron peores en comparación. Entonces lo mejor es tomar aire para llenar ese hueco dejado por la ilusión que se ha evaporado.
Pero entonces queda el recelo.
domingo, 28 de diciembre de 2008
Comer de la lumbre
Llega, además, la parte culinaria de un buen fuego. Lo mejor, aparte de calentarse y dejarse cautivar, es poderte preparar la comida.
Un puchero de alubias hechas lentamente es un auténtico lujo. A mi madre le quedan exquisitas. Sólo hay que procurar que las llamas tengan la fuerza justa y mimarlas a ratitos.
Las migas de mi padre también merecen mención especial. Las trae del pueblo rajadas ya. El pan aguanta mucho y así puedes disponer de unas pocas para hacerlas en cualquier momento. Una buena sartén, una paleta, agregar los ingredientes cuando corresponde y voltearlas hasta que estén listas. Ese es su secreto, aparte del fuego.
La parrilla también es un fantástico aliado un día junto a la chimenea. Y la previsión también. Si no se ha pasado antes por la carnicería, difícilmente podrá hacerse nada sobre las ascuas. Nunca he probado con verduras.
Hace pocos años la plancha también entró a la chimenea. Fue nuestro hallazgo más logrado. Basta con preparar una buena cama de rojo encendido, poner la plancha a calentar y hacer pasar por ella todo lo que a uno se le ocurra. Punto de aceite y pizca de sal. Queda todo delicioso.
Y a media tarde, cuando pica el gusanillo, siempre se puede tirar de una sartén para asar castañas. Una vez hechas, solemos echarlas sobre un papel de periódico para que se enfríen un poco. Lo justo para no quemarnos al comerlas.
¿Qué tal unas patatas? No hace falta pelarlas. Se envuelven con papel de aluminio y se entierran entre las ascuas. En cuestión de unos veinte minutos están listas. Abrirlas y ponerles la salsa que más nos guste.
Es lo que tiene.
Un puchero de alubias hechas lentamente es un auténtico lujo. A mi madre le quedan exquisitas. Sólo hay que procurar que las llamas tengan la fuerza justa y mimarlas a ratitos.
Las migas de mi padre también merecen mención especial. Las trae del pueblo rajadas ya. El pan aguanta mucho y así puedes disponer de unas pocas para hacerlas en cualquier momento. Una buena sartén, una paleta, agregar los ingredientes cuando corresponde y voltearlas hasta que estén listas. Ese es su secreto, aparte del fuego.
La parrilla también es un fantástico aliado un día junto a la chimenea. Y la previsión también. Si no se ha pasado antes por la carnicería, difícilmente podrá hacerse nada sobre las ascuas. Nunca he probado con verduras.
Hace pocos años la plancha también entró a la chimenea. Fue nuestro hallazgo más logrado. Basta con preparar una buena cama de rojo encendido, poner la plancha a calentar y hacer pasar por ella todo lo que a uno se le ocurra. Punto de aceite y pizca de sal. Queda todo delicioso.
Y a media tarde, cuando pica el gusanillo, siempre se puede tirar de una sartén para asar castañas. Una vez hechas, solemos echarlas sobre un papel de periódico para que se enfríen un poco. Lo justo para no quemarnos al comerlas.
¿Qué tal unas patatas? No hace falta pelarlas. Se envuelven con papel de aluminio y se entierran entre las ascuas. En cuestión de unos veinte minutos están listas. Abrirlas y ponerles la salsa que más nos guste.
Es lo que tiene.
sábado, 27 de diciembre de 2008
Al amor del fuego
Uno de los grandes placeres cada invierno es sentarse ante la chimenea encendida. La lumbre tiene un nosequé de brujo llameante que engatusa al primer contacto.
Para echar fuego es imprescindible tener leña. Dicen que la leña calienta varias veces: al cortarla, al cargarla, cuando la metemos en casa y, finalmente, mientras arde. No les falta razón, su poder calorífico es así de amplio. Hace años el proceso había que realizarlo completo en la mayoría de los casos. Ahora, instalados en esta comodidad relativa, lo habitual es comprar la leña cortada (ya hecha). Yo casi todos los años entro en calor descargando, transportando y apilando todos esos troncos, bueno, digamos que la mitad, ayudando a colocarlos de forma que no ocupen mucho espacio y sea fácil disponer de ellos.
Esa pila irá mermando de un año para otro, dando siempre la oportunidad a más de un animalillo de anidar o cobijarse entre sus piezas leñosas. Y acabará por desaparecer tarde o temprano, habiendo acogido durante una temporada algo de vida.
En cuanto al fuego, cuesta creer que algo tan destructivo pueda resultar hermoso. Pero lo es. Un buen ceporro abrazado por las llamas dentro del hogar de la chimenea es algo prodigioso. Contemplarlo es un placer adictivo. La danza de las llamas nos deja hechizados y su calor nunca llega a ser demasiado. Podría estar horas y horas charlando, o leyendo, o ensimismado. Enmimismado. Sólo hay que atizar un poco al genio para que siga vivo y no se escape.
Para echar fuego es imprescindible tener leña. Dicen que la leña calienta varias veces: al cortarla, al cargarla, cuando la metemos en casa y, finalmente, mientras arde. No les falta razón, su poder calorífico es así de amplio. Hace años el proceso había que realizarlo completo en la mayoría de los casos. Ahora, instalados en esta comodidad relativa, lo habitual es comprar la leña cortada (ya hecha). Yo casi todos los años entro en calor descargando, transportando y apilando todos esos troncos, bueno, digamos que la mitad, ayudando a colocarlos de forma que no ocupen mucho espacio y sea fácil disponer de ellos.
Esa pila irá mermando de un año para otro, dando siempre la oportunidad a más de un animalillo de anidar o cobijarse entre sus piezas leñosas. Y acabará por desaparecer tarde o temprano, habiendo acogido durante una temporada algo de vida.
En cuanto al fuego, cuesta creer que algo tan destructivo pueda resultar hermoso. Pero lo es. Un buen ceporro abrazado por las llamas dentro del hogar de la chimenea es algo prodigioso. Contemplarlo es un placer adictivo. La danza de las llamas nos deja hechizados y su calor nunca llega a ser demasiado. Podría estar horas y horas charlando, o leyendo, o ensimismado. Enmimismado. Sólo hay que atizar un poco al genio para que siga vivo y no se escape.
viernes, 19 de diciembre de 2008
Vredaman
Hoy he terminado Vredaman, la novela de Unai Elorriaga (versión en castellano de Alfaguara, 2006). Ya fue reconocido y laureado por su novela Un tranvía en SP, como sus demás obras, escrita en euskera y traducida con posterioridad. De ésta recuerdo su tremenda fragmentación y aquel mosaico tan logrado en el que las piezas aparecían aisladas y a la vez íntimamente interrelacionadas. Asistíamos a los sueños y ensueños de su protagonista, subiendo los últimos peldaños de la vida como en una ascensión a alguna de las montañas más altas del planeta. Fue un juego creativo y experimental que leí con interés.

Oímos el latido de sus corazones, sentimos el calor de sus emociones, nos prende su emotividad creciente.
Tenía una duda con respecto al título. He descubierto en internet que Vredaman es una palabra inventada, que no aparece en el libro, y que el autor la sacó de la mezcla del nombre de uno de los personajes de la novela Mientras agonizo, de William Faulkner, un niño llamado Vardaman, y del nombre de un pintor holandés, Vredeman de Brie, que tuvo un hijo que nunca pintó un cuadro original, sino que lo único que hizo fue copiar los de su padre.
jueves, 18 de diciembre de 2008
Los jueves al sol
En febrero busca la sombra el perro. En este diciembre no. Y en algunos febreros tampoco. Esta mañana era un placer exponerse al sol. Se llega a notar cómo sus brazos te alcanzan la cara y ésta se enciende.
Y por la noche, en el mismo instante en que uno se sienta en el sofá y se ensombrece un poco frente al televisor, ese calor parece devolverle algo de vida a la piel. Debemos tener un pequeño acumulador en algún lugar entre la epidermis y los tuétanos. Y despide calorías cuando no hay sol.
Anoche una noticia pulsó el botón del disipador de calor. Tuve que apartar la mantita bajo la que estaba sentado cuando Mara Torres anunciaba que, por ahora, esa posible jornada-muerte-en-vida de 65 horazas semanales quedaba en stand-by. Las manos y los pies se me caldearon al instante.
Pero el frío amenaza con ponerse a soplar sus aires escarchados. Esa jornada-hacedora-de-zombis no se descarta cualquier día del mañana. Se mantendrá agazapada sobre el yeso de los falsos techos de los centros de trabajo, acechando entre sus tornos de entrada, dentro de las ranuras para las tarjetas de fichaje, escondida dentro de las máquinas de café, con la respiración contenida.
Hoy jueves, que podría ser otro día cualquiera, bajo el sol previo a mi entrada al trabajo, no dejaba de sentir que ahora sí somos afortunados. Hace años muchos trabajadores no podían deshacerse de su mantita por las noches. No habían acumulado el calor que al sol le sobra. No tenían ni un triste rato para llenarse.
Y por la noche, en el mismo instante en que uno se sienta en el sofá y se ensombrece un poco frente al televisor, ese calor parece devolverle algo de vida a la piel. Debemos tener un pequeño acumulador en algún lugar entre la epidermis y los tuétanos. Y despide calorías cuando no hay sol.
Anoche una noticia pulsó el botón del disipador de calor. Tuve que apartar la mantita bajo la que estaba sentado cuando Mara Torres anunciaba que, por ahora, esa posible jornada-muerte-en-vida de 65 horazas semanales quedaba en stand-by. Las manos y los pies se me caldearon al instante.
Pero el frío amenaza con ponerse a soplar sus aires escarchados. Esa jornada-hacedora-de-zombis no se descarta cualquier día del mañana. Se mantendrá agazapada sobre el yeso de los falsos techos de los centros de trabajo, acechando entre sus tornos de entrada, dentro de las ranuras para las tarjetas de fichaje, escondida dentro de las máquinas de café, con la respiración contenida.
Hoy jueves, que podría ser otro día cualquiera, bajo el sol previo a mi entrada al trabajo, no dejaba de sentir que ahora sí somos afortunados. Hace años muchos trabajadores no podían deshacerse de su mantita por las noches. No habían acumulado el calor que al sol le sobra. No tenían ni un triste rato para llenarse.
jueves, 11 de diciembre de 2008
Un agujero negro en casa
-Ahí está. Es negro, como todo lo negro que hay a su alrededor. Es el sumidero cuyo poder de succión amenaza con tragársenos a todos. Una galaxia entera regida por el poder del Rey Negro. Estuvo ahí durante millones de años hasta que se apagó. Consumido, pasó a ser sombra, la sombra que necesita engullir infinitas masas solares para seguir existiendo.
Mathias no paraba de hablar en el tono novelesco y misterioso que solía utilizar cuando quería divertirse. La entonación de los documentales de ciencia siempre le había hecho gracia.
-Y lo tenemos en nuestra propia casa. La Vía Láctea tiene bicho. Un inquilino que nunca se marchará. Todo lo contrario: permanecerá ahí, en el centro, moviéndolo todo en torno suyo. Es el más seductor, el que todo lo atrae. Ahí pueden verle, con su ballet de jóvenes estrellas danzándole alrededor.
Sus compañeros le sonreían con miradas de resaca. La noche anterior se habían ido directos del Instituto Max Planck al bar más cercano. Querían celebrarlo. Algunos llevaban los dieciséis largos años en el mismo proyecto. Ya era hora, por fin resultados. Al día siguiente la noticia se publicaría en todo el mundo. De eso hablaban, y de otro montón de cosas, a medida que iban vaciando las jarras de cerveza sobre la mesa de siempre.
El astrónomo Reinhard Genzel se había pasado la tarde contrastándolo todo una y otra vez. Sin la certeza de haber acabado, pidió a su equipo que se fuesen marchando al bar, que él iría un poco después. Quiso quedarse solo, junto a su telescopio. Se frotó los ojos. Le escocían. Se acercó a las lentes, pero decidió no ponerse a mirar. Apagó las luces del centro y sintió un gran alivio. En aquellos momentos no estaba para preocuparse por la repercusión de su estudio. Ya saldrían todas las publicaciones. Sólo le importaba parar por fin. Unos instantes nada más.
Y no pensó en nada.
De camino a la cervecería pensó en su mujer.
-Oye, Reinhard, ¿tú crees que han merecido la pena tantos años para esto? Nadie lo verá jamás a simple vista,... a no ser que vayan al centro y miren por el VLT... y aun así, tampoco.
El astrónomo miró al profesor Stuck. Demasiadas cervezas de ventaja, pensó. Saludó a todos efusivamente, recibiendo abrazos alcohólicos y cariñosos alientos cerveceros. Ya habría tiempo de organizar la celebración que el éxito merecía. Se marchó a casa. Necesitaba ver a Hanna.
Mathias no paraba de hablar en el tono novelesco y misterioso que solía utilizar cuando quería divertirse. La entonación de los documentales de ciencia siempre le había hecho gracia.
-Y lo tenemos en nuestra propia casa. La Vía Láctea tiene bicho. Un inquilino que nunca se marchará. Todo lo contrario: permanecerá ahí, en el centro, moviéndolo todo en torno suyo. Es el más seductor, el que todo lo atrae. Ahí pueden verle, con su ballet de jóvenes estrellas danzándole alrededor.
Sus compañeros le sonreían con miradas de resaca. La noche anterior se habían ido directos del Instituto Max Planck al bar más cercano. Querían celebrarlo. Algunos llevaban los dieciséis largos años en el mismo proyecto. Ya era hora, por fin resultados. Al día siguiente la noticia se publicaría en todo el mundo. De eso hablaban, y de otro montón de cosas, a medida que iban vaciando las jarras de cerveza sobre la mesa de siempre.
El astrónomo Reinhard Genzel se había pasado la tarde contrastándolo todo una y otra vez. Sin la certeza de haber acabado, pidió a su equipo que se fuesen marchando al bar, que él iría un poco después. Quiso quedarse solo, junto a su telescopio. Se frotó los ojos. Le escocían. Se acercó a las lentes, pero decidió no ponerse a mirar. Apagó las luces del centro y sintió un gran alivio. En aquellos momentos no estaba para preocuparse por la repercusión de su estudio. Ya saldrían todas las publicaciones. Sólo le importaba parar por fin. Unos instantes nada más.
Y no pensó en nada.
De camino a la cervecería pensó en su mujer.
-Oye, Reinhard, ¿tú crees que han merecido la pena tantos años para esto? Nadie lo verá jamás a simple vista,... a no ser que vayan al centro y miren por el VLT... y aun así, tampoco.
El astrónomo miró al profesor Stuck. Demasiadas cervezas de ventaja, pensó. Saludó a todos efusivamente, recibiendo abrazos alcohólicos y cariñosos alientos cerveceros. Ya habría tiempo de organizar la celebración que el éxito merecía. Se marchó a casa. Necesitaba ver a Hanna.
También a partir del artículo publicado ayer por Rosa M. Tristán en El Mundo.
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/12/09/ciencia/1228850495.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/12/09/ciencia/1228850495.html
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Un logro científico
Todos los días llegaba restregándose los ojos con las manos. Los tenía irritados, llorosos; incluso, iba por días, con marcas alrededor, como si hubiese llevado grandes gafas muy pegadas a la piel de la cara. No le apetecía ponerse a ver la tele. Tanta luminiscencia le hacía daño tras volver del trabajo. Tampoco leía. Demasiado esfuerzo visual. A veces tenía que entornar los párpados para soportar la luz incandescente de las bombillas de la casa.
Su mujer se paró frente a él y, después de darle un beso de bienvenida, volvió a mirarle nuevamente a los ojos. Más acuosos que nunca. Cabeceó.
-Reinhard, no puedes seguir así. ¿Tú te has visto? Llevas más de quince años en ese centro de observación. Cada día tienes la vista más cansada. Ya ni puedes mirarme con esos lagrimones que se te caen en cuanto entras y enciendes la luz. ¿Cuánto te ha aumentado la miopía? Ni siquiera lo sabes.
Se marchó al salón sin obtener respuesta de su marido. Se acomodó en el sofá con su cojín a la espalda y cambió de canal hasta dar con el programa que buscaba. A esa hora le encantaba ver Küstenwache, su serie policíaca preferida de la 2DF.
Reinhard apareció tras unos instantes, se sentó a su lado y, como todas las noches, con la cabeza gacha, evitó que el resplandor de la pantalla le deslumbrase. Siguió sin decir nada. Hanna permanecía atenta a las peripecias del capitán Ehlers, que en este capítulo olfateaba el rastro de unos ladrones de arte. Llegó el corte de publicidad y quitó el sonido del televisor. No soportaba el bombardeo acústico cuando ponían los anuncios.
Se había hecho el silencio en la casa de los Genzel.
Era un respiro habitual, en el que cada uno se centraba en sus propios pensamientos. Durante ese intervalo se pudo oír un leve gemido. Hanna lo advirtió muy de cerca; hubiera dicho que provenía de al lado. Se volvió hacia su marido y éste, sin poder reprimirse más, se puso a llorar abiertamente. A ella el corazón se le encogió.
-Lo siento. Siento haberte dicho todo eso. Sé que, aunque me duela verte así, no tengo derecho a pedirte que lo dejes. Llevas tanto tiempo en ello... Perdona.
Entonces él se repuso por momentos. Negaba con la cabeza, como queriendo decirle que no debía disculparse, mirándola mientras trataba de calmar su llanto. Le lanzó una sonrisa. ¿Sonreía? Era como una explosión inesperada de alegría, sobresaliendo de entre la rojez habitual de los ojos de Reinhard. Ella se quedó parada. No sabía cómo reaccionar ante aquel inexplicable y repentino paso del sollozo a la felicidad. Esperó.
-Cariño, lo hemos conseguido. ¡Por fin tenemos resultados!
-Entonces, lo de hoy... hoy tus lágrimas...
Se echó a sus brazos. Esa noche, durante aquel corte de publicidad, los dos lloraron de verdad. De alegría.
Su mujer se paró frente a él y, después de darle un beso de bienvenida, volvió a mirarle nuevamente a los ojos. Más acuosos que nunca. Cabeceó.
-Reinhard, no puedes seguir así. ¿Tú te has visto? Llevas más de quince años en ese centro de observación. Cada día tienes la vista más cansada. Ya ni puedes mirarme con esos lagrimones que se te caen en cuanto entras y enciendes la luz. ¿Cuánto te ha aumentado la miopía? Ni siquiera lo sabes.
Se marchó al salón sin obtener respuesta de su marido. Se acomodó en el sofá con su cojín a la espalda y cambió de canal hasta dar con el programa que buscaba. A esa hora le encantaba ver Küstenwache, su serie policíaca preferida de la 2DF.
Reinhard apareció tras unos instantes, se sentó a su lado y, como todas las noches, con la cabeza gacha, evitó que el resplandor de la pantalla le deslumbrase. Siguió sin decir nada. Hanna permanecía atenta a las peripecias del capitán Ehlers, que en este capítulo olfateaba el rastro de unos ladrones de arte. Llegó el corte de publicidad y quitó el sonido del televisor. No soportaba el bombardeo acústico cuando ponían los anuncios.
Se había hecho el silencio en la casa de los Genzel.
Era un respiro habitual, en el que cada uno se centraba en sus propios pensamientos. Durante ese intervalo se pudo oír un leve gemido. Hanna lo advirtió muy de cerca; hubiera dicho que provenía de al lado. Se volvió hacia su marido y éste, sin poder reprimirse más, se puso a llorar abiertamente. A ella el corazón se le encogió.
-Lo siento. Siento haberte dicho todo eso. Sé que, aunque me duela verte así, no tengo derecho a pedirte que lo dejes. Llevas tanto tiempo en ello... Perdona.
Entonces él se repuso por momentos. Negaba con la cabeza, como queriendo decirle que no debía disculparse, mirándola mientras trataba de calmar su llanto. Le lanzó una sonrisa. ¿Sonreía? Era como una explosión inesperada de alegría, sobresaliendo de entre la rojez habitual de los ojos de Reinhard. Ella se quedó parada. No sabía cómo reaccionar ante aquel inexplicable y repentino paso del sollozo a la felicidad. Esperó.
-Cariño, lo hemos conseguido. ¡Por fin tenemos resultados!
-Entonces, lo de hoy... hoy tus lágrimas...
Se echó a sus brazos. Esa noche, durante aquel corte de publicidad, los dos lloraron de verdad. De alegría.
A partir de un artículo publicado por Rosa M. Tristán hoy en El Mundo.
martes, 9 de diciembre de 2008
¡Menuda contada!
El domingo fuimos a ver mi amiga Pilar Casas a la sala Plot Point de la calle Ercilla, en Madrid. Presentaba por primera vez Sexo, mentiras y otras historias, un conjunto de cuentos que, sin duda, va a seguir contando muchas veces más.
Fue una velada deliciosa, llena de pasajes hermosos, escritos con una magnífica intuición literaria, y contados con su espíritu lleno y esa voz que tanto me gustaba escuchar cuando trabajábamos en la radio.
Pilar ha logrado reunir una colección de personajes entrañables, habitantes de un mundo existente hoy entre la nostalgia de otros usos y una cotidianeidad que le pertenece sólo al que observa. Descubrimos entre ellos montones de almas anhelantes, mentiras contadas en pos de algo bueno y positivo, secretos que se descubren... y vuelven a cubrir, o también las gracias infinitas por alguna que otra plegaria atendida en su justo momento.
Nos encantó aplaudir las historias sobre pornógrafos de antaño y sus herederas vallisoletanas, o acerca de monjitas que acaban metidas en el mismo gremio, el del cine erótico. Enternecedor el relato sobre los deseos escritos en castellano que una modistilla franquea con destino a Alemania, recibiendo cartas de respuesta que destilan pasión en alemán. Los amores de un frutero y una cantante de ópera acaban siendo posibles, tangibles, a diferencia de otros flirteos imaginarios junto al estanque del Retiro. Incluso aprendemos que a la pérdida de respiración que sobreviene a un joven se asocia la de equilibrio en la doctora que le atiende.
Son ellas mujeres que suspiran por quereres y giros en sus vidas. Recuerdan algunas a la Emma Bovary emprendedora, la que acaba provocando los cambios que le darán la vida -y también la terrible muerte-. Ellos, hombres dispuestos a romper con las líneas marcadas e incitarlas a ellas a que les sigan en su camino.
Un gusto escuchar a Pilar, sabiendo que sus historias han nacido del cariño hacia las narraciones, creadas siempre para ser leídas, contadas y vistas. Qué bien cuenta. Un placer también el reencuentro con viejos amigos y conocidos, todos encantados igualmente.
Fue una velada deliciosa, llena de pasajes hermosos, escritos con una magnífica intuición literaria, y contados con su espíritu lleno y esa voz que tanto me gustaba escuchar cuando trabajábamos en la radio.
Pilar ha logrado reunir una colección de personajes entrañables, habitantes de un mundo existente hoy entre la nostalgia de otros usos y una cotidianeidad que le pertenece sólo al que observa. Descubrimos entre ellos montones de almas anhelantes, mentiras contadas en pos de algo bueno y positivo, secretos que se descubren... y vuelven a cubrir, o también las gracias infinitas por alguna que otra plegaria atendida en su justo momento.
Nos encantó aplaudir las historias sobre pornógrafos de antaño y sus herederas vallisoletanas, o acerca de monjitas que acaban metidas en el mismo gremio, el del cine erótico. Enternecedor el relato sobre los deseos escritos en castellano que una modistilla franquea con destino a Alemania, recibiendo cartas de respuesta que destilan pasión en alemán. Los amores de un frutero y una cantante de ópera acaban siendo posibles, tangibles, a diferencia de otros flirteos imaginarios junto al estanque del Retiro. Incluso aprendemos que a la pérdida de respiración que sobreviene a un joven se asocia la de equilibrio en la doctora que le atiende.
Son ellas mujeres que suspiran por quereres y giros en sus vidas. Recuerdan algunas a la Emma Bovary emprendedora, la que acaba provocando los cambios que le darán la vida -y también la terrible muerte-. Ellos, hombres dispuestos a romper con las líneas marcadas e incitarlas a ellas a que les sigan en su camino.
Un gusto escuchar a Pilar, sabiendo que sus historias han nacido del cariño hacia las narraciones, creadas siempre para ser leídas, contadas y vistas. Qué bien cuenta. Un placer también el reencuentro con viejos amigos y conocidos, todos encantados igualmente.
viernes, 28 de noviembre de 2008
Ya sé que hace frío
Cuando el frío arrecia los informativos abundan en lo mismo de siempre. Son los "directos del frío", recreándose una y otra vez en todo eso que ya sabemos porque nos lo han contado tantas veces... y, ¡qué leche!, porque lo experimentamos en nuestras carnes cuando salimos a la calle.
Ahora se lleva hablar de la sensación térmica. Queda muy bien en cámara y le da a la crónica un toque científico al que casi ningún redactor se resiste. Así que éste nos pide imaginar que, aunque el termómetro diga que los grados son tres, él/ella está sufriendo una cuasicongelación de gravedad extrema porque el viento cruel hace que la temperatura baje hasta el subsuelo.
Después nos dice que va a helar, que nevará incluso, que las máquinas quitanieves trabajarán a destajo y que los almacenes de los ayuntamientos ya están repletos de sal para esparcirla por las carreteras.
¿Y si nos quedásemos atrapados dentro de nuestro vehículo? Pues prevengamos pasarlo mal yendo bien abrigados, tengamos nuestro móvil a tope de carga, las cadenas, mejor saber ponerlas,... y todo eso. Ojalá pudiésemos llevar dentro del coche una máquina de café, té y sopitas calientes. Eso sería el colmo de la prevención.
Cuando muchas cosas no parecen ser noticia, o no interesa que lo sean, lo mejor es rellenar con estos contenidos tan socorridos. Cómo nos encanta ver a los redactores perfectamente enguantados, sosteniendo su micrófono escarchado, con bufandas hasta las orejas, gorros cegadores, narices con sabañones y ese vaho que mana de entre el castañetear de sus dientes.
Estoy deseando que llegue el verano y empiecen los "directos del calor".
Ahora se lleva hablar de la sensación térmica. Queda muy bien en cámara y le da a la crónica un toque científico al que casi ningún redactor se resiste. Así que éste nos pide imaginar que, aunque el termómetro diga que los grados son tres, él/ella está sufriendo una cuasicongelación de gravedad extrema porque el viento cruel hace que la temperatura baje hasta el subsuelo.
Después nos dice que va a helar, que nevará incluso, que las máquinas quitanieves trabajarán a destajo y que los almacenes de los ayuntamientos ya están repletos de sal para esparcirla por las carreteras.
¿Y si nos quedásemos atrapados dentro de nuestro vehículo? Pues prevengamos pasarlo mal yendo bien abrigados, tengamos nuestro móvil a tope de carga, las cadenas, mejor saber ponerlas,... y todo eso. Ojalá pudiésemos llevar dentro del coche una máquina de café, té y sopitas calientes. Eso sería el colmo de la prevención.
Cuando muchas cosas no parecen ser noticia, o no interesa que lo sean, lo mejor es rellenar con estos contenidos tan socorridos. Cómo nos encanta ver a los redactores perfectamente enguantados, sosteniendo su micrófono escarchado, con bufandas hasta las orejas, gorros cegadores, narices con sabañones y ese vaho que mana de entre el castañetear de sus dientes.
Estoy deseando que llegue el verano y empiecen los "directos del calor".
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Buscando
Buscar piso tiene algo de proyección sobre el futuro. Cuando visitamos esos trozos de suelo suspendidos en el aire nuestra mente tiende a salir volando y se precipita desde esas plataformas de ladrillos con puertas y ventanas.
Contenedores de aire y de cosas entre las que querremos estar. Nuestra vida en un futuro próximo podría desarrollarse en ellos y paseamos a través de sus estancias para vernos haciendo todo lo que haríamos el día de mañana. Atraemos las imágenes de lo que podría ser, de cómo todo eso podría llegar a ser. Hay una memoria espontánea que actúa desde lo más secreto de la conciencia, que comienza a obrar trayendo al presente todo tipo de situaciones no vividas, sensaciones no sentidas, acciones no hechas. Ni tan siquiera olvidadas aun.
Nuestra imaginación reconstruye lo que está por llegar, como si en algún lugar del deseo esos acontecimientos ya hubieran tenido lugar. Los positivos.
Los negativos nos asaltan cuando nos disgusta algo de esos espacios en los que viviremos tal vez. "Olvida los muebles, la pintura, los pavimentos... eso siempre se puede cambiar. Céntrate en los espacios nada más." Y uno intenta situar ahí la escena feliz, ésa por la que siente predilección cada vez que se pone a fantasear, pero no le sale. Algo bloquea ese recuerdo de lo ilusorio y cuando eso sucede lo mejor es aterrizar. Cuando lo ideal no tiene cabida ni siquiera en el simulacro, quizás es mejor echar la llave...
...y seguir buscando.
Contenedores de aire y de cosas entre las que querremos estar. Nuestra vida en un futuro próximo podría desarrollarse en ellos y paseamos a través de sus estancias para vernos haciendo todo lo que haríamos el día de mañana. Atraemos las imágenes de lo que podría ser, de cómo todo eso podría llegar a ser. Hay una memoria espontánea que actúa desde lo más secreto de la conciencia, que comienza a obrar trayendo al presente todo tipo de situaciones no vividas, sensaciones no sentidas, acciones no hechas. Ni tan siquiera olvidadas aun.
Nuestra imaginación reconstruye lo que está por llegar, como si en algún lugar del deseo esos acontecimientos ya hubieran tenido lugar. Los positivos.
Los negativos nos asaltan cuando nos disgusta algo de esos espacios en los que viviremos tal vez. "Olvida los muebles, la pintura, los pavimentos... eso siempre se puede cambiar. Céntrate en los espacios nada más." Y uno intenta situar ahí la escena feliz, ésa por la que siente predilección cada vez que se pone a fantasear, pero no le sale. Algo bloquea ese recuerdo de lo ilusorio y cuando eso sucede lo mejor es aterrizar. Cuando lo ideal no tiene cabida ni siquiera en el simulacro, quizás es mejor echar la llave...
...y seguir buscando.
lunes, 24 de noviembre de 2008
Cazorla
Fin de semana de intensas pateadas, de hacer de piernas corazón. Magnífico destino el pueblo de Cazorla, enclavado entre peñas y vastos olivares. Dicen que la Sierra de Cazorla es la más extensa de España y la segunda más larga de Europa. Habría sido un placer tener más tiempo para seguir descubriendo muchos otros de sus rincones. Aun así, nos ha cundido tanto como para llegar a recorrer unos treinta kilómetros a golpe de bomba de sangre, abriendo bien los pulmones.
Hoy me visitan las agujetas, que no serán tan punzantes gracias al placer del recuerdo de esas magníficas visiones. Ascender para después descender con el alma llena de imágenes hermosas.
La primera subida, desde el mismo centro del pueblo, resultó ser el tramo más difícil de todos. El guía impuso un ritmo que nadie se atrevió a frenar -al urbanita le cuesta reconocerse más torpe que el lugareño y prefiere una buena pájara al menoscabo de su orgullo-. Por fin llegamos al primer mirador, terraza sobre la que fue vital tomar la decisión de aminorar el paso. A partir de allí todo resultó más leve, menos pindio -como dirían en mis añoradas montañas cántabras-, y pasamos a preocuparnos menos por nuestras piernas y más por el paisaje, que acaba siempre acompañando al espíritu en forma de luz y de viento.
Qué placer poder oír el sonido de las hojas de los árboles al caer. En la ciudad también suenan pero nadie se molesta en escuchar. A veces el ruido lo enmascara todo. Qué gusto mirar al cielo y ver los buitres leonados y algún águila planeando en busca de comida, o bajar la vista y reconocer un grupo de ciervos que, en su ruta, se dirigen hacia el paso natural entre dos picos. O sorprender a un muflón que nos observa con escepticismo y con la seguridad de saberse a salvo entre el follaje. Incluso encontrar en el Pico de los Halcones algún fósil lleno de formas que alguna vez fueron seres, estuvieron vivos; o leer en la espectacular Cerrada del Utrero las palabras que el agua del Guadalquivir ha escrito sobre la superficie de la roca.
Tierras que, hasta la desamortización del XIX, pertenecieron durante muchos siglos a Toledo. El propio Cardenal Cisneros, vecino de Alcalá, tuvo bastante que ver con Cazorla. Era ya Arzobispo de Toledo y, por tanto, dueño y señor de este pueblo, cuando decidió permanecer dedicado al estudio y nombrar un Adelantado. Él se lo perdió. No quiso dejarse caer por aquel pueblo que tanto costó a los cristianos defender de los musulmanes, quienes, por otra parte, tanto bien hicieron en muchos sentidos. Los guías de montaña no sólo conocen al dedillo cómo llevarte por los caminos. También te hablan de Historia. Y te cuentan historias.
Y vuelta a casa, pasando por Úbeda y su espléndido casco histórico, que estos días exhibe pendones anunciando su Festival de Música Antigua, compartido con Baeza. Como tantas otras cosas.
Hoy me visitan las agujetas, que no serán tan punzantes gracias al placer del recuerdo de esas magníficas visiones. Ascender para después descender con el alma llena de imágenes hermosas.
La primera subida, desde el mismo centro del pueblo, resultó ser el tramo más difícil de todos. El guía impuso un ritmo que nadie se atrevió a frenar -al urbanita le cuesta reconocerse más torpe que el lugareño y prefiere una buena pájara al menoscabo de su orgullo-. Por fin llegamos al primer mirador, terraza sobre la que fue vital tomar la decisión de aminorar el paso. A partir de allí todo resultó más leve, menos pindio -como dirían en mis añoradas montañas cántabras-, y pasamos a preocuparnos menos por nuestras piernas y más por el paisaje, que acaba siempre acompañando al espíritu en forma de luz y de viento.
Qué placer poder oír el sonido de las hojas de los árboles al caer. En la ciudad también suenan pero nadie se molesta en escuchar. A veces el ruido lo enmascara todo. Qué gusto mirar al cielo y ver los buitres leonados y algún águila planeando en busca de comida, o bajar la vista y reconocer un grupo de ciervos que, en su ruta, se dirigen hacia el paso natural entre dos picos. O sorprender a un muflón que nos observa con escepticismo y con la seguridad de saberse a salvo entre el follaje. Incluso encontrar en el Pico de los Halcones algún fósil lleno de formas que alguna vez fueron seres, estuvieron vivos; o leer en la espectacular Cerrada del Utrero las palabras que el agua del Guadalquivir ha escrito sobre la superficie de la roca.
Tierras que, hasta la desamortización del XIX, pertenecieron durante muchos siglos a Toledo. El propio Cardenal Cisneros, vecino de Alcalá, tuvo bastante que ver con Cazorla. Era ya Arzobispo de Toledo y, por tanto, dueño y señor de este pueblo, cuando decidió permanecer dedicado al estudio y nombrar un Adelantado. Él se lo perdió. No quiso dejarse caer por aquel pueblo que tanto costó a los cristianos defender de los musulmanes, quienes, por otra parte, tanto bien hicieron en muchos sentidos. Los guías de montaña no sólo conocen al dedillo cómo llevarte por los caminos. También te hablan de Historia. Y te cuentan historias.
Y vuelta a casa, pasando por Úbeda y su espléndido casco histórico, que estos días exhibe pendones anunciando su Festival de Música Antigua, compartido con Baeza. Como tantas otras cosas.
martes, 18 de noviembre de 2008
El Oxford escogido
Anoche "Madrileños por el mundo" (MXM) dedicó su espacio a Oxford. Al igual que con otros destinos, varias personas de Madrid y aledaños llevan equis tiempo viviendo por allí y Telemadrid nos lo muestra. El programa es excelente, una de las pocas cosas que hoy merecen la pena cuando uno se propone pasar un rato frente a la tele. Ya se emiten varias versiones del mismo en las autonómicas de otras comunidades y no dudo que estén triunfando.
Hace ocho años yo también pasé en el viejo Oxon una temporada. Fueron casi seis meses de los que guardo muy buenos recuerdos. Great remembrances! Me marché con la intención de mejorar mi inglés, con la espinita de no haber hecho un Erasmus durante mis estudios universitarios clavada aún. Creo que cumplí con mi objetivo, aunque con los idiomas nunca se acaba -por favor, que nunca se acabe, y menos con el castellano-. Fue en el 2000 y no he vuelto desde entonces aunque últimamente, por varias razones, tengo todo aquello bastante presente.
Entiendo que el programa se propone mostrarnos cómo viven todos esos madrileños por allí. Cada uno lleva la vida que lleva y, dentro del mosaico que construyen, todo es arbitrario. Es evidente que no se nos muestra mucho de lo que nos gustaría ver de esta o de otras ciudades. Una gran pega: eché de menos el sol. Cuesta creerlo, pero también sale en Inglaterra. Aquel año que fui vecino de sus vecinos -aunque me negase al pago de una parte de la Council Tax que mi landlord insinuó que tendría que apoquinar- pude disfrutar de los meses más cálidos en esa ciudad.
Cuando llegué me dijeron que me había librado de uno de los inviernos más fríos que se recordaban por allá. No me libré, sin embargo, de pasar frío y humedades cuando me movía en bici. De eso no se libra nadie una buena parte del año -ni siquiera los viejos profesores de aquellos colleges, paseando en equilibrio inestable sobre sus bicicletas de manillares rectos-. Lo cierto es que recuerdo otro colorido en las calles y en el cielo. El Oxford de la pantalla era anoche más gris y oscuro que el que conocí.
Esperaba encontrar algunos lugares. Por ejemplo, no apareció el Sheldonian Theatre; no se oían los ecos de ninguno de los pasajes del Carmina Burana a cuya interpretación pude asistir una noche. Era la primera vez que lo escuchaba en directo y me lamenté de no haber estado más relajado para haberlo disfrutado más. Al principio tuve mala suerte con el alojamiento y pasé muchos días buscando casa. Aquella mañana me había trasladado al que fue mi hogar definitivo durante esos meses. El caso es que no estaba seguro de haber tomado una buena decisión y me rondaban dudas de todo tipo.
Tampoco anoche nos llevaron a The Trout, un magnífico pub alejado del centro, a las orillas del Támesis. Me llevaron Adrienne y su novio Colin. Se portaron muy bien conmigo y siempre les estaré agradecido por muchas cosas. Pasamos un día estupendo y comimos muy bien. Recuerdo el dintel de una de las puertas interiores del local, más baja de lo normal, sobre cuya viga de madera avisaban con un cartelito de que te agachases para no tener que quejarte después. Duck or grouse. El que avisa no es traidor.
Y eché de menos muchas otras cosas. Podrían hacerse cientos, qué digo, miles de programas de MXM sin salir del mismo enclave.
Hace ocho años yo también pasé en el viejo Oxon una temporada. Fueron casi seis meses de los que guardo muy buenos recuerdos. Great remembrances! Me marché con la intención de mejorar mi inglés, con la espinita de no haber hecho un Erasmus durante mis estudios universitarios clavada aún. Creo que cumplí con mi objetivo, aunque con los idiomas nunca se acaba -por favor, que nunca se acabe, y menos con el castellano-. Fue en el 2000 y no he vuelto desde entonces aunque últimamente, por varias razones, tengo todo aquello bastante presente.
Entiendo que el programa se propone mostrarnos cómo viven todos esos madrileños por allí. Cada uno lleva la vida que lleva y, dentro del mosaico que construyen, todo es arbitrario. Es evidente que no se nos muestra mucho de lo que nos gustaría ver de esta o de otras ciudades. Una gran pega: eché de menos el sol. Cuesta creerlo, pero también sale en Inglaterra. Aquel año que fui vecino de sus vecinos -aunque me negase al pago de una parte de la Council Tax que mi landlord insinuó que tendría que apoquinar- pude disfrutar de los meses más cálidos en esa ciudad.

Esperaba encontrar algunos lugares. Por ejemplo, no apareció el Sheldonian Theatre; no se oían los ecos de ninguno de los pasajes del Carmina Burana a cuya interpretación pude asistir una noche. Era la primera vez que lo escuchaba en directo y me lamenté de no haber estado más relajado para haberlo disfrutado más. Al principio tuve mala suerte con el alojamiento y pasé muchos días buscando casa. Aquella mañana me había trasladado al que fue mi hogar definitivo durante esos meses. El caso es que no estaba seguro de haber tomado una buena decisión y me rondaban dudas de todo tipo.
Tampoco anoche nos llevaron a The Trout, un magnífico pub alejado del centro, a las orillas del Támesis. Me llevaron Adrienne y su novio Colin. Se portaron muy bien conmigo y siempre les estaré agradecido por muchas cosas. Pasamos un día estupendo y comimos muy bien. Recuerdo el dintel de una de las puertas interiores del local, más baja de lo normal, sobre cuya viga de madera avisaban con un cartelito de que te agachases para no tener que quejarte después. Duck or grouse. El que avisa no es traidor.
Y eché de menos muchas otras cosas. Podrían hacerse cientos, qué digo, miles de programas de MXM sin salir del mismo enclave.
lunes, 17 de noviembre de 2008
Todo tipo de señales
Y sigo sorprendiéndome cuando encuentro cosas dentro de los libros. Dejadas u olvidadas, da lo mismo. El caso es que aparezcan mientras los hojeo en un primer vistazo o durante su lectura. Es raro que esto pase cuando son nuevos, recién llegados de la librería, recién desenvueltos cuando alguien te los regala. En ese caso el regalo es el olor que desprenden sus páginas intactas: el perfume de la novedad. Sólo de un libro usado cabe esperar que guarde algo. Como cuando el volumen proviene de una biblioteca, o te lo presta un amigo, o sale de una estantería de casa tras haberlo utilizado alguien más. Quizás uno mismo.
Folletos con ofertas de productos que hoy ni siquiera se fabrican, tickets de compra -cosas pagadas en pesetas, o en liras italianas-, un carnet de un videoclub ya caducado, un cromo de una colección de una serie de televisión -debía ser "repe"-, la foto de un grupo de compañeros de facultad -nos la hicimos en los servicios y en su reverso encuentro dedicatorias de lo más escatológicas-, una postal de un lugar en el que nunca he estado -me da pudor leer una postal ajena, pero lo venzo siempre-, una lista de la compra, un marcapáginas promocional de uno de los lanzamientos de alguna gran editorial, el recorte de una página de un periódico -la noticia tenía que ver con uno de esos "días sin humos" con los que nadie se compromete nunca-, un boletín de notas -en realidad, una papeleta de notas de la universidad-, un billete de tren -de la red de cercanías de Madrid, estampado con una decoración especial con motivos navideños-, la breve vida laboral de un joven urbanita -no entiendo cómo esos documentos se dejan olvidados tan fácilmente-, un calendario de cartera en el que me da por mirar en qué día cayó mi cumpleaños hace unos cinco años -llevo unos cuantos en los que ha sido laborable-.
Muchas de esas señales me transportan hacia otros lugares y situaciones, hacia las vidas de otras personas desconocidas para quienes construyo durante unos segundos una existencia paralela. Reconstruyo lo que no sé si alguna vez se construyó. Y ellos nunca lo sabrán, pero acaban viviendo desdoblados en el espacio y en el tiempo, recuperando incluso alguno de los objetos que dejaron encerrados en un libro.
Folletos con ofertas de productos que hoy ni siquiera se fabrican, tickets de compra -cosas pagadas en pesetas, o en liras italianas-, un carnet de un videoclub ya caducado, un cromo de una colección de una serie de televisión -debía ser "repe"-, la foto de un grupo de compañeros de facultad -nos la hicimos en los servicios y en su reverso encuentro dedicatorias de lo más escatológicas-, una postal de un lugar en el que nunca he estado -me da pudor leer una postal ajena, pero lo venzo siempre-, una lista de la compra, un marcapáginas promocional de uno de los lanzamientos de alguna gran editorial, el recorte de una página de un periódico -la noticia tenía que ver con uno de esos "días sin humos" con los que nadie se compromete nunca-, un boletín de notas -en realidad, una papeleta de notas de la universidad-, un billete de tren -de la red de cercanías de Madrid, estampado con una decoración especial con motivos navideños-, la breve vida laboral de un joven urbanita -no entiendo cómo esos documentos se dejan olvidados tan fácilmente-, un calendario de cartera en el que me da por mirar en qué día cayó mi cumpleaños hace unos cinco años -llevo unos cuantos en los que ha sido laborable-.
Muchas de esas señales me transportan hacia otros lugares y situaciones, hacia las vidas de otras personas desconocidas para quienes construyo durante unos segundos una existencia paralela. Reconstruyo lo que no sé si alguna vez se construyó. Y ellos nunca lo sabrán, pero acaban viviendo desdoblados en el espacio y en el tiempo, recuperando incluso alguno de los objetos que dejaron encerrados en un libro.
domingo, 16 de noviembre de 2008
Alcine 38
Cada año procuro cumplir con mi cita con el cine en Alcalá. Debo llevar unos quince años inscribiéndome como jurado del público y, salvo dos o tres años que por razones laborales de todo tipo no he podido asistir, el resto de las veces intento ver cuanto más mejor.
Las películas de la sección Pantalla Abierta han tenido un nivel muy alto. Otros años la selección ha sido más desigual, pero en esta edición todas han estado prácticamente a la misma altura. De entre ellas destacaría La zona, de Rodrigo Plá, uruguayo que ha querido situar la acción en una urbanización de México rodeada por un muro de hormigón. Cuenta una historia en la que son clave la corrupción y una justicia muy particular nacida del puro miedo de los moradores de ese reducto dentro de una gran ciudad.
También hemos podido ver Los cronocrímenes, de Nacho Vigalondo, que resulta ser un entretenidísimo experimento tramado con almohadilla y bolillos de los de hacer encaje. Habrá quien piense que es serie B, pero a mí no me lo parece. Karra Elejalde mantiene en pie un estupendo guión rodado con muchísimo oficio a pesar de su tremenda dificultad. Y la misma tarde proyectaron Tres días, una producción andaluza cien por cien. La dirigió Francisco Javier Gutiérrez y tiene una factura muy estadounidense. Algo tendrán que ver en eso Antonio Banderas y su productora. ¿Qué haríamos si sólo quedasen tres días antes de que un meteorito destruyese el planeta? Que cada uno piense lo que más le apetezca hacer durante 72 horas. Una alegría ver a Víctor Clavijo en su interpretación más lograda.
Otra película con muchas estrellas es Yo, de Rafa Cortés. Es otra narración difícil en la que entramos en los problemas que un alemán recién llegado a Mallorca trata de resolver para sentirse integrado. Otro magnífico trabajo de Alex Brendemühl, que ya protagonizó también la estupenda Las horas del día, de Jaime Rosales. En Yo tenemos un ambiente opresivo y una atmósfera cerrada que contrastan con la luz y la apertura de la isla balear. De alguna forma asistimos al debate interior de Hans, el alemán, que acaba enfrentándose a sí mismo.
Además hemos podido ver variados cortos de origen europeo. Ha habido de todo, como en botica. En general, ojalá se mantenga este nivel en posteriores ediciones de Alcine.
Las películas de la sección Pantalla Abierta han tenido un nivel muy alto. Otros años la selección ha sido más desigual, pero en esta edición todas han estado prácticamente a la misma altura. De entre ellas destacaría La zona, de Rodrigo Plá, uruguayo que ha querido situar la acción en una urbanización de México rodeada por un muro de hormigón. Cuenta una historia en la que son clave la corrupción y una justicia muy particular nacida del puro miedo de los moradores de ese reducto dentro de una gran ciudad.
También hemos podido ver Los cronocrímenes, de Nacho Vigalondo, que resulta ser un entretenidísimo experimento tramado con almohadilla y bolillos de los de hacer encaje. Habrá quien piense que es serie B, pero a mí no me lo parece. Karra Elejalde mantiene en pie un estupendo guión rodado con muchísimo oficio a pesar de su tremenda dificultad. Y la misma tarde proyectaron Tres días, una producción andaluza cien por cien. La dirigió Francisco Javier Gutiérrez y tiene una factura muy estadounidense. Algo tendrán que ver en eso Antonio Banderas y su productora. ¿Qué haríamos si sólo quedasen tres días antes de que un meteorito destruyese el planeta? Que cada uno piense lo que más le apetezca hacer durante 72 horas. Una alegría ver a Víctor Clavijo en su interpretación más lograda.
Otra película con muchas estrellas es Yo, de Rafa Cortés. Es otra narración difícil en la que entramos en los problemas que un alemán recién llegado a Mallorca trata de resolver para sentirse integrado. Otro magnífico trabajo de Alex Brendemühl, que ya protagonizó también la estupenda Las horas del día, de Jaime Rosales. En Yo tenemos un ambiente opresivo y una atmósfera cerrada que contrastan con la luz y la apertura de la isla balear. De alguna forma asistimos al debate interior de Hans, el alemán, que acaba enfrentándose a sí mismo.
Además hemos podido ver variados cortos de origen europeo. Ha habido de todo, como en botica. En general, ojalá se mantenga este nivel en posteriores ediciones de Alcine.
sábado, 15 de noviembre de 2008
Más señales entre páginas
En el libro de Adolfo Bioy Casares encuentro una tarjeta de embarque. El libro sirvió de entretenimiento durante un vuelo Madrid-Bruselas, concretamente el de Vueling VY6064 del 15 de marzo cuya salida estaba prevista para las 13:10. Mi desconocido, llamado ALONSO.../JA, acabó sentado en el 25C de la cabina de pasajeros (no referiré aquí las estrecheces que todos sufrimos en ellas, voluntariamente, desde luego, en mi caso en los últimos cuatro vuelos). Embarcó a partir de las 12:40.
Entre sus cosas llevaba este libro que hoy leo. En su ficha de la biblioteca confirmo que el señor Alonso tuvo como fecha límite para devolverlo hasta el pasado 26 de marzo de 2008. Hallo esta tarjeta de embarque entre las páginas 128 y 129. El libro, en esta edición de Destino de 2006, cuenta con un total de 219. Sospecho que mi desconocido la usó como marca de lectura y, si hoy la encuentro en ese punto, me temo que debió quedarse ahí, sin acabar de leer. No lo terminó.
¿No le gustaría? ¿Le aburriría? ¿No tuvo tiempo para acabarlo y lo devolvió sin más? ¿Debería yo utilizar también ese trozo de papel con banda magnética del que él se sirvió para saber por dónde voy dentro de este Plan de evasión? Tendría presente así que alguién lo llevó consigo sobre las nubes...
Entre sus cosas llevaba este libro que hoy leo. En su ficha de la biblioteca confirmo que el señor Alonso tuvo como fecha límite para devolverlo hasta el pasado 26 de marzo de 2008. Hallo esta tarjeta de embarque entre las páginas 128 y 129. El libro, en esta edición de Destino de 2006, cuenta con un total de 219. Sospecho que mi desconocido la usó como marca de lectura y, si hoy la encuentro en ese punto, me temo que debió quedarse ahí, sin acabar de leer. No lo terminó.
¿No le gustaría? ¿Le aburriría? ¿No tuvo tiempo para acabarlo y lo devolvió sin más? ¿Debería yo utilizar también ese trozo de papel con banda magnética del que él se sirvió para saber por dónde voy dentro de este Plan de evasión? Tendría presente así que alguién lo llevó consigo sobre las nubes...
viernes, 14 de noviembre de 2008
Señales entre páginas
Cojo dos libros de la biblioteca. Me gusta pasear en busca de autores que no conozco y extraer de las estanterías esos volúmenes que suelen contener sorpresas muy gratas. Hoy, en cambio, me decanto por nombres ya conocidos: Fotocopias, de John Berger y la novela Plan de evasión, de Bioy Casares. El primero es un conjunto de breves frescos de la vida cotidiana del autor, plasmados como encuentros y vivencias junto a todo tipo de personas. Curioso. El otro aun no lo he empezado.
Ya en casa los hojeo y encuentro en ambos algún secreto. Dentro de Fotocopias aparecen unas hojas secas, que a punto han estado de deslizarse e irse volando. El libro tiene, como dicen los de Círculo de Lectores, "cinta de punto de lectura", por lo que entiendo que las hojas no sirvieron de marca. Entonces, ¿alguien las dejó entre las páginas de un libro de una biblioteca, para qué? ¿Ponerlas a secar y no ver cuál es el resultado?
Son tres hojas pequeñas. La mayor de ellas tiene el ancho de siete líneas del texto del propio libro. Las encuentro pegadas unas a las otras, como construyendo una flor plana que se hubiera formado casualmente, de un rojo oscuro y apagado. Casual es que me las encuentre, o quizás no tanto.
Alguien va dejando señales dentro de los libros. Quizás sean mensajes cifrados que alguien algún día recogerá. Reviso la ficha en la que el personal de la biblioteca estampa un sello con la fecha tope para devolver el libro. Hace dos años que nadie más lo había tomado prestado. 29 NOV 2006.
Las hojas, ahora casi transparentes, se secaron hace mucho tiempo.
Ya en casa los hojeo y encuentro en ambos algún secreto. Dentro de Fotocopias aparecen unas hojas secas, que a punto han estado de deslizarse e irse volando. El libro tiene, como dicen los de Círculo de Lectores, "cinta de punto de lectura", por lo que entiendo que las hojas no sirvieron de marca. Entonces, ¿alguien las dejó entre las páginas de un libro de una biblioteca, para qué? ¿Ponerlas a secar y no ver cuál es el resultado?
Son tres hojas pequeñas. La mayor de ellas tiene el ancho de siete líneas del texto del propio libro. Las encuentro pegadas unas a las otras, como construyendo una flor plana que se hubiera formado casualmente, de un rojo oscuro y apagado. Casual es que me las encuentre, o quizás no tanto.
Alguien va dejando señales dentro de los libros. Quizás sean mensajes cifrados que alguien algún día recogerá. Reviso la ficha en la que el personal de la biblioteca estampa un sello con la fecha tope para devolver el libro. Hace dos años que nadie más lo había tomado prestado. 29 NOV 2006.
Las hojas, ahora casi transparentes, se secaron hace mucho tiempo.
miércoles, 5 de noviembre de 2008
La docena
Fue el otro día. Tras oír mis propias palabras reverberando dentro del hueco de la nevera, corro a la tienda. Lleno una bolsa de cosas que, aunque sé que no llenarán del todo ese vacío, sí harán lo propio en el de un par de estómagos.
Dispongo en dicha bolsa la docena de huevos sobre todo lo otro (su base de cartón y sus plásticos -tapa y envolvente- nunca garantizan que éstos lleguen enteros a ningún lugar). Por la calle mi brazo amortigua cada paso, cada zancada, cada leve salto. La misión requiere poner todas las almohadillas, cojinetes y demás mecanismos del físico propio al servicio de la integridad de los doce.
Consigo que completen la excursión sin daños aparentes. La operación de trasvase hasta las hueveras del frigorífico ha requerido siempre de concentración plena. Nunca es posible pensar en nada más, excepto cuando al sacar del cartón el primero de los doce advierto que... ¡está vacío! Sólo encuentro una cáscara en cuyo interior se realimentan los ecos de mi blanca y diáfana nevera. Me deshago de la cáscara sin plantearme si surgió así de hueca del culo de la gallina o si debo reservarla para decorarla con mis témperas escolares cuando llegue la Pascua.
Sigo con la tarea y descubro -manda huevos- que dos más vuelven a escaparse de la definición más exacta de cigoto o similar. Sus cáscaras están agrietadas: sospecho que no encierran con garantías todo eso que debería haber llegado a ser un pollo y que yo sólo concibo como mera comida. "Evitemos la salmonela"... y los envío al cubo de la basura a hacer carambola contra su primo hermano hueco.
Consigo acomodar con éxito los restantes. Éxito efímero. Al rato acudo a abrir la nevera a oscuras, extraigo de ella no recuerdo qué y cuando voy a cerrarla me doy un coscorrón contra la puerta-albergue de mis nueve proyectos de "algo" comestible. Cinco saltan del soporte en el mismo instante en que un chichón empieza a aflorar en mi frente y engorda con forma y volumen copiados de cualquiera de ellos, estrellados ya sin remedio.
¡Eso es! ¡Estrellados! Acabo preparándolos así. Hago en aceite unas patatas a las que añado, también frito, lo que ha quedado de la docena. Con dos pares.
Dispongo en dicha bolsa la docena de huevos sobre todo lo otro (su base de cartón y sus plásticos -tapa y envolvente- nunca garantizan que éstos lleguen enteros a ningún lugar). Por la calle mi brazo amortigua cada paso, cada zancada, cada leve salto. La misión requiere poner todas las almohadillas, cojinetes y demás mecanismos del físico propio al servicio de la integridad de los doce.
Consigo que completen la excursión sin daños aparentes. La operación de trasvase hasta las hueveras del frigorífico ha requerido siempre de concentración plena. Nunca es posible pensar en nada más, excepto cuando al sacar del cartón el primero de los doce advierto que... ¡está vacío! Sólo encuentro una cáscara en cuyo interior se realimentan los ecos de mi blanca y diáfana nevera. Me deshago de la cáscara sin plantearme si surgió así de hueca del culo de la gallina o si debo reservarla para decorarla con mis témperas escolares cuando llegue la Pascua.
Sigo con la tarea y descubro -manda huevos- que dos más vuelven a escaparse de la definición más exacta de cigoto o similar. Sus cáscaras están agrietadas: sospecho que no encierran con garantías todo eso que debería haber llegado a ser un pollo y que yo sólo concibo como mera comida. "Evitemos la salmonela"... y los envío al cubo de la basura a hacer carambola contra su primo hermano hueco.
Consigo acomodar con éxito los restantes. Éxito efímero. Al rato acudo a abrir la nevera a oscuras, extraigo de ella no recuerdo qué y cuando voy a cerrarla me doy un coscorrón contra la puerta-albergue de mis nueve proyectos de "algo" comestible. Cinco saltan del soporte en el mismo instante en que un chichón empieza a aflorar en mi frente y engorda con forma y volumen copiados de cualquiera de ellos, estrellados ya sin remedio.
¡Eso es! ¡Estrellados! Acabo preparándolos así. Hago en aceite unas patatas a las que añado, también frito, lo que ha quedado de la docena. Con dos pares.
viernes, 31 de octubre de 2008
Noche de ánimas
Es víspera de Todos los Santos y doña Emilia recuerda a sus muertos. No es que esta noche les recuerde más que otros días, pero la tradición manda. ¿Qué pensarían si supiesen que nadie les está mentando cuando todos deben hacer lo propio con sus respectivos? A ella le gusta cumplir con todos y dedica una oración por cada una de sus almas. Una para don Sisenando, otra para el padre Ramón, otra para tía Ricarda y tía Antonia, que les encantaba ir del brazo a todas partes; más rezos para su sobrinita Andrea y también para sus cuatro abuelos, de quienes apenas ya dibuja sus rostros. Si alguno de ellos hubiese quedado atrapado en el purgatorio doña Emilia querría sacarlo de allí a toda costa. "Es mejor alcanzar la luz eterna que vagar sin hallar camino ni lugar", piensa.
Hoy en su pueblo gallego se cuecen castañas con anís. Dicen que se hace para que las ánimas del purgatorio y otros espectros se alimenten. A doña Emilia le da repelús sólo pensarlo y la recorre todo el cuerpo una sensación entre el escalofrío y las fiebres de encamarse. Por eso procura apartarse del caldero humeante e ir encendiendo una a una las velitas que después echará a flotar dentro de cuencos de agua y aceite. Se distrae así de la idea de que los fantasmas tienden una mano para atrapar la comida desde el otro lado. Más agradable es centrarse en la certeza de que las velas acabarán consumiéndose: cuando la mecha ahogada en cera líquida exhale su adiós, será el momento en que un ánima del purgatorio ha alcanzado por fin la luz. Doña Emilia nunca sabrá quién o quiénes de los suyos ha completado su viaje, aunque albergará la esperanza de haber ayudado a guiar sus pasos con las llamas que ha prendido.
Cae la noche y se reúne con sus vecinos para contar historias en las que los vivos y los muertos conviven como si tal cosa. Quizás con esos relatos ayudan a que algunas ánimas pasen al más allá. O tal vez las estén alejando aún más de la vida. Doña Emilia no quisiera vérselas con ninguna de ellas, al menos por ahora. Sólo querrá compartir su ración de castañas cocidas con anís cuando no tenga más remedio que echarse a descansar eternamente.
Hoy en su pueblo gallego se cuecen castañas con anís. Dicen que se hace para que las ánimas del purgatorio y otros espectros se alimenten. A doña Emilia le da repelús sólo pensarlo y la recorre todo el cuerpo una sensación entre el escalofrío y las fiebres de encamarse. Por eso procura apartarse del caldero humeante e ir encendiendo una a una las velitas que después echará a flotar dentro de cuencos de agua y aceite. Se distrae así de la idea de que los fantasmas tienden una mano para atrapar la comida desde el otro lado. Más agradable es centrarse en la certeza de que las velas acabarán consumiéndose: cuando la mecha ahogada en cera líquida exhale su adiós, será el momento en que un ánima del purgatorio ha alcanzado por fin la luz. Doña Emilia nunca sabrá quién o quiénes de los suyos ha completado su viaje, aunque albergará la esperanza de haber ayudado a guiar sus pasos con las llamas que ha prendido.
Cae la noche y se reúne con sus vecinos para contar historias en las que los vivos y los muertos conviven como si tal cosa. Quizás con esos relatos ayudan a que algunas ánimas pasen al más allá. O tal vez las estén alejando aún más de la vida. Doña Emilia no quisiera vérselas con ninguna de ellas, al menos por ahora. Sólo querrá compartir su ración de castañas cocidas con anís cuando no tenga más remedio que echarse a descansar eternamente.
lunes, 27 de octubre de 2008
La parada del 137
Hablo brevemente con una señora que espera el 137. Ha anochecido y aunque no es tarde ha decidido evitar el paseo hacia casa a oscuras.
-No vivo muy lejos, pero con tan poca luz no sabré por dónde voy si tengo que echar a correr... y no puedo permitirme una lesión.
No creo que mi compañera de marquesina tenga más de setenta años. Intuyo su agilidad física y compruebo la mental. Su color de voz es el de una chiquilla con ganas de atrapar todas las cosas que la vida le regalará. Con tiempo todo es posible. En sus ojos una chispa de ilusión y una sonrisa.
-Y como ahora paga el ayuntamiento...
-La verdad es que esa es una ventaja que tienen ustedes.
-No es que el bono me salga gratis, pero me cuesta menos. No se crea que nos dan tanto, que aparte del transporte y la botica...
-Tiene usted razón. Deberían ofrecerles más.
-Aunque sea poco yo lo aprovecho. Ahora me monto y por lo menos evito cualquier mal.
Se fija en las luces de los vehículos que se acercan hacia nosotros. Uno de ellos es un autobús, pero no es el 137.
-Vivo con mi hija, ¿sabe? Por la tarde ella se queda con las niñas y yo me escapo a dar un paseo. Todavía hace bueno, así que aprovecho mi rato libre -dice mientras sigue escudriñando el tráfico de la calle-. El resto del día tengo que estar para todo. Los demás trabajan y tengo que ocuparme de las cosas.
Asiento y me pongo en situación. Parece contenta aunque percibo en sus palabras algo de resignación.
-Ahora trae más cuenta coger el autobús. Si a mí me pasara algo no sé cómo nos íbamos a apañar. Yo soy quien cuida de todos, pero nadie puede cuidar de mí.
El 137 abre sus puertas a la vez que bascula su peso hacia la acera para hacer más sencillo el acceso a su nueva pasajera. "Hasta otro rato, majo". Cuando se marcha yo sigo esperando. Me alegra que mi recién conocida piense en su familia y se cuide con tal de seguir disponible para ellos. "Yo soy quien cuida de todos, pero nadie puede cuidar de mí". Disponible para todo, sí. Sabe que está siendo altruista y desinteresada, también. Es consciente de que si ella necesitase ayuda no encontraría la misma disponibilidad por parte de los demás. Seguramente no se lo plantea a menudo, aunque lo verbaliza de forma espontánea. Se mezclan en sus quehaceres la rutina, el amor familiar y la necesidad. Ese es el tan habitual "qué remedio".
Hay situaciones ante las que es mejor no plantearse qué puede pasar. Hay personas que siguen con su generosa rutina aun a sabiendas de que si ésta cambia nadie podrá entregarles una rutina similar.
-No vivo muy lejos, pero con tan poca luz no sabré por dónde voy si tengo que echar a correr... y no puedo permitirme una lesión.
No creo que mi compañera de marquesina tenga más de setenta años. Intuyo su agilidad física y compruebo la mental. Su color de voz es el de una chiquilla con ganas de atrapar todas las cosas que la vida le regalará. Con tiempo todo es posible. En sus ojos una chispa de ilusión y una sonrisa.
-Y como ahora paga el ayuntamiento...
-La verdad es que esa es una ventaja que tienen ustedes.
-No es que el bono me salga gratis, pero me cuesta menos. No se crea que nos dan tanto, que aparte del transporte y la botica...
-Tiene usted razón. Deberían ofrecerles más.
-Aunque sea poco yo lo aprovecho. Ahora me monto y por lo menos evito cualquier mal.
Se fija en las luces de los vehículos que se acercan hacia nosotros. Uno de ellos es un autobús, pero no es el 137.
-Vivo con mi hija, ¿sabe? Por la tarde ella se queda con las niñas y yo me escapo a dar un paseo. Todavía hace bueno, así que aprovecho mi rato libre -dice mientras sigue escudriñando el tráfico de la calle-. El resto del día tengo que estar para todo. Los demás trabajan y tengo que ocuparme de las cosas.
Asiento y me pongo en situación. Parece contenta aunque percibo en sus palabras algo de resignación.
-Ahora trae más cuenta coger el autobús. Si a mí me pasara algo no sé cómo nos íbamos a apañar. Yo soy quien cuida de todos, pero nadie puede cuidar de mí.
El 137 abre sus puertas a la vez que bascula su peso hacia la acera para hacer más sencillo el acceso a su nueva pasajera. "Hasta otro rato, majo". Cuando se marcha yo sigo esperando. Me alegra que mi recién conocida piense en su familia y se cuide con tal de seguir disponible para ellos. "Yo soy quien cuida de todos, pero nadie puede cuidar de mí". Disponible para todo, sí. Sabe que está siendo altruista y desinteresada, también. Es consciente de que si ella necesitase ayuda no encontraría la misma disponibilidad por parte de los demás. Seguramente no se lo plantea a menudo, aunque lo verbaliza de forma espontánea. Se mezclan en sus quehaceres la rutina, el amor familiar y la necesidad. Ese es el tan habitual "qué remedio".
Hay situaciones ante las que es mejor no plantearse qué puede pasar. Hay personas que siguen con su generosa rutina aun a sabiendas de que si ésta cambia nadie podrá entregarles una rutina similar.
sábado, 25 de octubre de 2008
Una hora más
Mañana tendremos una hora más. Es oficial. Lo dicen el BOE y una directiva del Parlamento Europeo y del Consejo de la Unión. Casi nada.
En marzo nos la quitarán, ya se sabe, para compensar. Pero por el momento es nuestra y podemos hacer con ella lo que nos venga en gana. Habrá quienes la pierdan, como pierden el resto del tiempo. Otros la añadirán a su saldo de horas de sueño, para dormirla o velarla, como cada cual prefiera.
Lo mejor es aprovecharla de día y llenarla de lo que nos apetezca. Sólo en el momento que retrasemos el reloj seremos conscientes de que la hemos ganado. Qué gusto ir por la casa empujando agujas hacia atrás y pulsando botones para retroceder un dígito en una pantalla. Es la ilusión de manejar el tiempo con nuestros propios dedos. ¡Ser los amos del tiempo!
¿Qué cabe en una hora de ese tiempo? Un paseo bajo el sol, o bajo la lluvia. Un café en buena compañía. Unos capítulos de lectura. Unas líneas de escritura. Una visita de las que no cansan. Un disco lleno de sonidos hermosos. Un juego de estrategia. Un juego de estratégicos besos y caricias. Tres mil pasos de baile. Un puñado de setas bien buscadas. Un vuelo de bajo coste. Una sesión de cortos. Un par de platos de comida deliciosa. Y el postre. Unos cuantos largos en la piscina. Horas y horas de viaje recogidas en un álbum... y una hora para verlo.
Todo eso. Algo de eso. Lo que se pueda. ¡Lo que se quiera!
En marzo nos la quitarán, ya se sabe, para compensar. Pero por el momento es nuestra y podemos hacer con ella lo que nos venga en gana. Habrá quienes la pierdan, como pierden el resto del tiempo. Otros la añadirán a su saldo de horas de sueño, para dormirla o velarla, como cada cual prefiera.
Lo mejor es aprovecharla de día y llenarla de lo que nos apetezca. Sólo en el momento que retrasemos el reloj seremos conscientes de que la hemos ganado. Qué gusto ir por la casa empujando agujas hacia atrás y pulsando botones para retroceder un dígito en una pantalla. Es la ilusión de manejar el tiempo con nuestros propios dedos. ¡Ser los amos del tiempo!
¿Qué cabe en una hora de ese tiempo? Un paseo bajo el sol, o bajo la lluvia. Un café en buena compañía. Unos capítulos de lectura. Unas líneas de escritura. Una visita de las que no cansan. Un disco lleno de sonidos hermosos. Un juego de estrategia. Un juego de estratégicos besos y caricias. Tres mil pasos de baile. Un puñado de setas bien buscadas. Un vuelo de bajo coste. Una sesión de cortos. Un par de platos de comida deliciosa. Y el postre. Unos cuantos largos en la piscina. Horas y horas de viaje recogidas en un álbum... y una hora para verlo.
Todo eso. Algo de eso. Lo que se pueda. ¡Lo que se quiera!
martes, 21 de octubre de 2008
Herramienta multiusos
Una cadena alemana de supermercados oferta algo que siempre me llamó la atención: una de esas navajas que vienen acompañadas de un sinfín de útiles desplegables en abanico. Más de una vez estuve tentado de hacerme con una parecida a esta que, siendo alemana, debe tener precisión milimétrica. El objeto en sí mismo es fascinante y llevarlo encima puede que le dé a uno toda la seguridad del mundo. Cualquier necesidad quedaría satisfecha con sólo sacarla del bolsillo. Así de sencillo y socorrido.
¿Cualquier cosa? ¿Seguro?
¿Y si necesito un abrazo? ¿Podría sacar de entre todos sus recursos esos brazos y la fuerza calurosa que me conforte? Podría querer un buen consejo. ¿Surgiría del manojo una voz sabia? ¿Y una sonrisa? ¿Una herramienta de ésas sería capaz de esbozarla para mí?
Pensemos que sí. Que todo lo que imaginamos es posible. Que en un bolsillo caben esos brazos firmes y tiernos a la vez, esa voz hecha de las palabras precisas y ese gesto afable al que devuelvo otro idéntico y siempre agradecido.
¿Cualquier cosa? ¿Seguro?
¿Y si necesito un abrazo? ¿Podría sacar de entre todos sus recursos esos brazos y la fuerza calurosa que me conforte? Podría querer un buen consejo. ¿Surgiría del manojo una voz sabia? ¿Y una sonrisa? ¿Una herramienta de ésas sería capaz de esbozarla para mí?
Pensemos que sí. Que todo lo que imaginamos es posible. Que en un bolsillo caben esos brazos firmes y tiernos a la vez, esa voz hecha de las palabras precisas y ese gesto afable al que devuelvo otro idéntico y siempre agradecido.
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