Llega, además, la parte culinaria de un buen fuego. Lo mejor, aparte de calentarse y dejarse cautivar, es poderte preparar la comida.
Un puchero de alubias hechas lentamente es un auténtico lujo. A mi madre le quedan exquisitas. Sólo hay que procurar que las llamas tengan la fuerza justa y mimarlas a ratitos.
Las migas de mi padre también merecen mención especial. Las trae del pueblo rajadas ya. El pan aguanta mucho y así puedes disponer de unas pocas para hacerlas en cualquier momento. Una buena sartén, una paleta, agregar los ingredientes cuando corresponde y voltearlas hasta que estén listas. Ese es su secreto, aparte del fuego.
La parrilla también es un fantástico aliado un día junto a la chimenea. Y la previsión también. Si no se ha pasado antes por la carnicería, difícilmente podrá hacerse nada sobre las ascuas. Nunca he probado con verduras.
Hace pocos años la plancha también entró a la chimenea. Fue nuestro hallazgo más logrado. Basta con preparar una buena cama de rojo encendido, poner la plancha a calentar y hacer pasar por ella todo lo que a uno se le ocurra. Punto de aceite y pizca de sal. Queda todo delicioso.
Y a media tarde, cuando pica el gusanillo, siempre se puede tirar de una sartén para asar castañas. Una vez hechas, solemos echarlas sobre un papel de periódico para que se enfríen un poco. Lo justo para no quemarnos al comerlas.
¿Qué tal unas patatas? No hace falta pelarlas. Se envuelven con papel de aluminio y se entierran entre las ascuas. En cuestión de unos veinte minutos están listas. Abrirlas y ponerles la salsa que más nos guste.
Es lo que tiene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario