En unos casos esos cumplidos nacen espontáneamente, acompañados de emociones, sonrisas y abrazos. En otros casos no dejan de ser pura formalidad, un feliz año mecánico, carente de implicación sentimental. Es lo que tiene vivir en sociedad, entre convencionalismos que se nos escapan.
A lo largo de enero nos encontraremos a personas con quienes no habíamos cruzado felicitaciones todavía. A veces nos parecerá que el plazo de entrega de esos deseos ya terminó. Cada uno siente antes o después que la frontera temporal de los parabienes queda rebasada a partir de un día concreto. Yo creo que, una vez ha pasado un par de semanas tras el día de Año Nuevo, ya no es tiempo para ese tipo de cortesías. Daremos por hecho que el mensaje habría sido entregado o recibido de todas formas. Con unos tuvimos la oportunidad de cumplir... y con otros nos descuidamos tal vez. No le demos vueltas.
En definitiva, queremos lo mejor para los nuestros. Deseárselo puede resultar redundante, pues se presupone que reclamamos solo cosas buenas para ellos. Aun así, no dejemos de verbalizarlo. Conozco a quienes creen que lo que no se dice no existe.
Hagamos que todo lo bueno exista:
¡Para 2009, todo lo mejor!
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