A su paso por las calles del centro había oscurecido ya. La noche aparecía cerrada y la niebla engullía todo contorno de siluetas conocidas o no. Las pocas personas que pasaban iban algo apresuradas para no llegar tarde a sus citas. Junto a algunos portales a los que entraban esos transeúntes había cartones, jergones envueltos en mantas roídas, sacos de dormir, carritos de la compra y maletas llenas de multitud de cosas.
–Fíjate –le dijo Laura a su primo–, veo que no están ni Pedro, ni Dolores, ni tampoco el señor Arturo.
–Les habrá costado mucho separarse de sus cosas –añadió él mientras afinaba la vista intentando encontrar un hueco para aparcar–. Me alegro de que se hayan animado.
Cuando descargaron la furgoneta por completo se acercaron a una plazuela donde había instalada una carpa. Estaba iluminada por dentro y desde fuera daba la impresión de ser una enorme caja de luz, cálida y especial.
–Hemos llegado – informó Laura–. Aquí cenaremos este año.
Entonces pasaron por una puerta plegable al caldeado interior de aquel espacio blanco. Dentro se encontraban reunidas en torno a una mesa unas veinte personas. Algunos estaban acabando de organizar los platos y cubiertos sobre los manteles. Otros conversaban ajenos a llegada de Laura, su primo y el desconocido Simón. Unos cuantos, sin embargo, los miraron con una sonrisa de bienvenida y avisaron a quienes parecían ser compañeros en la organización de todo aquello. Era como si ya no faltase nadie más.
–A pesar de las estufas algunos no se quitan el gorro. Ya lo ves, en invierno es como su segunda piel –le comentó Laura a Simón mientras movían la caja más grande de todas, la del asado.
Le resultaba difícil precisar los años que cada uno de ellos tendría. Mientras colaboraba con Laura los observó con cierto pudor. Muchos habían procurado aderezar sus ropas con motivos navideños que les añadían una gracia típica. Sus arrugas y su piel curtida parecían deberse al frío, aunque también al sol y al desamparo. Algunos no se habían despojado de los abrigos y chaquetones que tanta falta les harían fuera de aquel lugar. Al instante, mientras seguían disponiendo cada cosa en su sitio, se vieron rodeados por unos cuantos hombres y mujeres que abrazaron y besaron a Laura. Era cierto, formaban una gran familia. También hubo besos y abrazos para Simón, a pesar de ser un completo extraño. No estaba acostumbrado a tanto afecto en tan poco tiempo y tuvo que sobreponerse a algún que otro pellizco de emoción.
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