Subieron y lo dejaron todo en la cocina.
–Perdona por el desorden, pero llevo unos días tan ocupada con lo de esta noche que no he tenido tiempo para nada –la chica se disculpó–. Uff, tu ayuda me viene muy bien –respiró–. Por cierto, me llamo Laura.
–Yo Simón –se presentó también, animado por momentos–. ¿Por dónde empezamos?
Abrieron las cajas. Había panecillos, jamón, queso, pavo trufado, salmón, gambas y muchos dulces. De las bolsas sacaron frutas de todas clases y varios paquetes de servilletas decoradas. En el horno había un magnífico asado de carne que llenaba la casa de un olor suculento.
–Disfruto mucho haciendo esto, preparando toda esta comida, imaginándome cómo serán las caras de nuestros invitados.
Sin haberlo previsto Simón se había convertido en el pinche de una estupenda cocinera y preparaban la cena de Navidad para una familia que, con total seguridad, sería mucho más acogedora que la suya.
–Si quieres puedo ayudarte a poner la mesa –se ofreció, dispuesto a demostrar que se las apañaba bien con ciertas tareas.
–No hace falta, la verdad es que no vamos a cenar aquí. Todo está organizado en otro lugar –se fijó en la bolsa que llevaba y en el nombre de aquella tienda tan selecta y cara–. Ojalá pudieras venir, pero supongo que te estarán esperando para una cena maravillosa.
–Bueno, yo…
En ese momento sonó el timbre.
–Ese debe ser mi primo –anunció Laura, acercándose a abrir.
–¿Estás lista? –Apremió el recién llegado, asomándose por la puerta entreabierta–. Nos tenemos que marchar ya.
–Mira, este es Simón –le dijo–. Me ha estado ayudando con los preparativos.
–Encantado, Simón. ¿Te importaría echarme una mano para cargarlo todo en la furgoneta? –Propuso con método idéntico al que su prima había empleado cuando se vieron en la estación. Debía de ser algo genético.
Cuando Simón quiso darse cuenta ya habían subido y bajado media docena de veces y completado la operación.
–Vámonos ya. Más de uno se estará poniendo nervioso y todavía hay mucho que hacer –les recordó el primo–. Ven, móntate aquí, que así Laura vigila que ahí detrás no se vuelque nada.
Arrancó y en cuanto ella estuvo lista salieron a toda prisa.
–Vaya, veo que te has animado –le dijo a Simón al darse cuenta de que al fin iba con ellos–. No sabía que pudieras.
–La verdad es… –¿qué podía decir?–… lo que hay en la bolsa me lo ha dado un matrimonio en la estación. Me han visto solo y…
–No te preocupes –le interrumpió–, no hace falta que me expliques nada –le tocó el hombro desde el asiento trasero–. Lo vamos a pasar bien, Simón. Ya somos una gran familia y uno más es siempre bien recibido.
Mientras sus anfitriones hablaban de sus cosas él le daba vueltas a la cabeza. No sabía si hacía bien, montado en aquel vehículo camino de una cena de Nochebuena con desconocidos. Todo había sucedido tan deprisa que no estaba muy convencido, aunque tenía claro que, de poder elegir, prefería estar en cualquier sitio antes que en su propia casa. En el fondo aquella noche le importaba muy poco lo que pudiera pasar en su casa.
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