Desde muy niño le habían tratado como a un adulto más y en su casa todo era orden y obligación. Su hermano, ya adolescente cuando él nació, siempre le había utilizado y tenido a su servicio. "Hazme la cama, límpiame los zapatos, ordéname el cuarto". Aunque hacía unos años que se había independizado y sus exigencias eran menos frecuentes, para Simón seguía siendo un suplicio tener que atenderlas.
De sus padres podía decir que no eran tan interesados como su hermano pues prácticamente le ignoraban, tan ocupados como estaban por llevar su vida de rectitud y seriedad. Jamás le felicitaban ni elogiaban y sus magníficas notas nunca eran un acontecimiento. Según le decían, sacar sobresalientes era una obligación por la que no debía esperar recompensa alguna. Incluso en el deporte destacaba sobre todos los demás, pero su familia nunca le premiaba de ninguna manera. Ni siquiera con una triste palmadita en la espalda. Las numerosas medallas que conseguía habían terminado siendo sólo un peso enorme que no le permitía alzar el cuello.
Simón no era feo, aunque tampoco el más agraciado de su grupo de amigos, si es que podía llamarlos así. Las chicas no solían enviarle la clase de señales que necesitaba recibir para lanzarse al abismo. Le costaba mucho aventurarse y, cuando por fin intentaba algo, una negativa podía llegar a ser descorazonadora. Por suerte las que había recibido ese año no habían minado su voluntad férrea, único pilar de su anodina existencia.
Acababa de comenzar sus vacaciones de Navidad y más que nunca echaba de menos el calor de los auténticos amigos y el abrigo de un verdadero hogar. Sentía que en su casa hacía mucho frío, más incluso que en las calles heladas de aquel gélido diciembre.
1 comentario:
Daniel: tus relatos generan ideas, brindan imágenes y éste, en particular, posibilidades de reflexionar...ABRAZO NAVIDEÑO.
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