Cuatro puede presumir de haberlo hecho bien. Han conseguido popularizar este pulso de aliento. Un hálito que surge de dentro. Del ánimo de cada uno de nosotros.
¡Podemos! ¡Claro que sí! Queremos sentirnos capaces y darles alas para que ellos lo consigan. Si ellos pueden nosotros también. Y si ganan vencemos todos.
Yes, we can! Eran las palabras que el equipo que diseñó la campaña de primarias de Obama hizo que se pegasen a los labios de quienes le auparon hasta su victoria. Cada uno de ellos quería darle fuerzas y darse fuerzas. Todos buscamos nuestro propio refuerzo.
La misma fórmula funciona en cualquier ámbito. También en la política. Somos individuos dentro de un grupo al que damos fuerza y de él la extraemos.
Una breve arenga a la tropa. Necesaria en momentos clave. Como cuando los soldados están desmoralizados tras largos años de fracasos en la lucha.
Así somos. Y Cuatro ha conseguido que nos impliquemos y nos veamos coronados por los deseados laureles.
domingo, 29 de junio de 2008
sábado, 28 de junio de 2008
Siempretodavía
O Everstill. Como uno prefiera.
La Huerta de San Vicente, corazón cultural granadino, recibe estos días las obras de un puñado de artistas contemporáneos que se permiten darnos su visión de García Lorca a través de su vida cotidiana en esta casa.
Siento que me cuelo en casa de Federico, que se ha marchado fuera durante una temporada, y que puedo husmear entre sus cosas sin que nadie me llame la atención. Y mi curiosidad se alimenta doblemente, pues veo cómo todos estos artistas han establecido una relación íntima con el poeta para crear algo a partir de ella. Entro también en su mundo privado.
Los García Lorca reciben varias visitas al día. Son buenos anfitriones. Me encuentro entre los concurrentes. Todos poblamos las dos plantas de la casa, al igual que muchos objetos que Federico nunca conoció pero que le resultarían como suyos de poder verlos.
Sobre la mesa del poeta, una máquina de escribir. Cualquiera puede utilizarla pero sólo conseguirá concretar unos cuantos ceros en el papel. Sobre ese escritorio ya todo se escribió. Nada queda por contar.
Dos artistas de la vanguardia actual osan acostarse en la cama de Federico y fotografiarse soñando. O aspirando a soñar lo mismo que él. ¡Quién pudiera tener una de sus pesadillas!
Alguien ha decidido devolverle la vida a la casa mediante el correo. Evocando los días que Federico mantenía su relación epistolar con Eduardo Marquina, Jorge Guillén o Ana María Dalí, o tantos otros. Cada día, sin descanso, llega a la huerta una postal que nos devuelve la ilusión de que alguien sigue recibiendo correspondencia en la casa. Se trata siempre de la misma estampa pero lo valioso es que da nueva vida a un buzón que recibe visita sin falta otra vez.
El mérito de quien nos regala un nuevo retrato del poeta a través de la literatura es también grande. Nos muestra decenas de libros en los que ha visto la presencia de Lorca plasmada de una u otra forma. Un retrato hecho de páginas que él no escribió.
Y la presencia de sus obras. Cómo no.
Un placer.
Siempre.
Todavía.
La Huerta de San Vicente, corazón cultural granadino, recibe estos días las obras de un puñado de artistas contemporáneos que se permiten darnos su visión de García Lorca a través de su vida cotidiana en esta casa.
Siento que me cuelo en casa de Federico, que se ha marchado fuera durante una temporada, y que puedo husmear entre sus cosas sin que nadie me llame la atención. Y mi curiosidad se alimenta doblemente, pues veo cómo todos estos artistas han establecido una relación íntima con el poeta para crear algo a partir de ella. Entro también en su mundo privado.
Los García Lorca reciben varias visitas al día. Son buenos anfitriones. Me encuentro entre los concurrentes. Todos poblamos las dos plantas de la casa, al igual que muchos objetos que Federico nunca conoció pero que le resultarían como suyos de poder verlos.
Sobre la mesa del poeta, una máquina de escribir. Cualquiera puede utilizarla pero sólo conseguirá concretar unos cuantos ceros en el papel. Sobre ese escritorio ya todo se escribió. Nada queda por contar.
Dos artistas de la vanguardia actual osan acostarse en la cama de Federico y fotografiarse soñando. O aspirando a soñar lo mismo que él. ¡Quién pudiera tener una de sus pesadillas!
Alguien ha decidido devolverle la vida a la casa mediante el correo. Evocando los días que Federico mantenía su relación epistolar con Eduardo Marquina, Jorge Guillén o Ana María Dalí, o tantos otros. Cada día, sin descanso, llega a la huerta una postal que nos devuelve la ilusión de que alguien sigue recibiendo correspondencia en la casa. Se trata siempre de la misma estampa pero lo valioso es que da nueva vida a un buzón que recibe visita sin falta otra vez.
El mérito de quien nos regala un nuevo retrato del poeta a través de la literatura es también grande. Nos muestra decenas de libros en los que ha visto la presencia de Lorca plasmada de una u otra forma. Un retrato hecho de páginas que él no escribió.
Y la presencia de sus obras. Cómo no.
Un placer.
Siempre.
Todavía.
lunes, 23 de junio de 2008
Emma
Muchos días me doy de cabezazos contra las paredes del este pasillo por el que recorro la vida. Sé que me lleva a casi todas partes. Voy encontrando infinidad de puertas por las que colarme para experimentar cosas nuevas, o incluso para replantear el rumbo emprendido.
Y hay momentos en los que, después de haber visitado algo al otro lado de una de esas puertas, siento mucho no haberla atravesado antes. ¡Qué tonto!
La que da paso al mundo de Madame Bovary hace que me sienta así. Sabía que estaba ahí, disponible para ser visitado el día menos pensado. Lo que no sabía era que no era un escaparate ante el que uno se para a mirar. No. Era algo más.
He entrado a vivir.
Después de conocer a Charles, y a Emma de su mano, me he quedado con ésta última. ¡Y cómo he disfrutado con ella! Aunque también he sufrido sus frustraciones, sus anhelos y sus rencores. Por eso en algunos momentos he querido acompañarla de la mano y en otros apartarme con cuidado, por miedo a ser dañado.
La odio, me atrae, me produce rechazo, la quiero. Siento terriblemente su desgracia y la de los suyos. Suyos muy a su pesar.
Aun así, siento mucho no haberla conocido antes. Por eso voy lamentándome contra estas duras paredes.
jueves, 19 de junio de 2008
Mi radio
En mi vieja radio, la de bolsillo comprada durante mi primer curso universitario, aparecen sonidos que echo de menos en otras radios. En una nueva, mucho más pequeña, con pantalla LCD y memoria suficiente para grabar la emisión completa de Radio Nacional, sólo encuentro tecnología, pero nada de encanto.
Mi radio de siempre, aunque ahora parezca un cacharro, ya era muy pequeña en su momento. Tenía tanta o más tecnología, pero de la de hace años, claro. Tiene una carcasa plateada que ha perdido todo su brillo con el tiempo y el uso. Cuenta con las marcas de la batalla diaria y con los golpes de innumerables caídas involuntarias. Ella no las quería, ni yo tampoco. Pero sigue dándome las alegrías de siempre. Sólo me pide pilas. Nada más. Y le cunden mucho. Ya lo creo. Qué buena es.
Tiene una rueda con la que siempre he encontrado en el dial todas las emisiones que me han interesado. Todo un placer dar con algo nuevo, que se sale de la rutina, de lo más trillado a diario, y de esos lugares comunes entre todos los oyentes. Comunes, incluso, conmigo mismo.
Girar esa rueda es casi darle a la fortuna un motor y ponerla a rodar. Un milímetro en el dial es un trecho largo en el mundo. A mí siempre me ha gustado ir haciendo paradas y detenerme a husmear entre los sonidos que voy encontrando a lo largo de esa regla de centímetros desiguales. Puedo saltar de un punto a otro trazando siempre una linea recta, y así me dirijo directamente al grano, sin dar rodeos.
Me muevo en un espacio de ruido de nieve, la nieve de las frecuencias en blanco por las que debo transitar hasta dar con alguna válida. Y cuando la encuentro está llena de sonidos que acaban dando sentido a mi travesía casi esteparia. Me quedo admirando las vistas y permanezco, o decido marcharme a otro sitio. Salto de una canción a otra, de una voz a otra, o de todas ellas al silencio.
Y todo ello sólo con mi ruedecita.
Por eso me gusta más mi vieja radio.
Mi radio de siempre, aunque ahora parezca un cacharro, ya era muy pequeña en su momento. Tenía tanta o más tecnología, pero de la de hace años, claro. Tiene una carcasa plateada que ha perdido todo su brillo con el tiempo y el uso. Cuenta con las marcas de la batalla diaria y con los golpes de innumerables caídas involuntarias. Ella no las quería, ni yo tampoco. Pero sigue dándome las alegrías de siempre. Sólo me pide pilas. Nada más. Y le cunden mucho. Ya lo creo. Qué buena es.
Tiene una rueda con la que siempre he encontrado en el dial todas las emisiones que me han interesado. Todo un placer dar con algo nuevo, que se sale de la rutina, de lo más trillado a diario, y de esos lugares comunes entre todos los oyentes. Comunes, incluso, conmigo mismo.
Girar esa rueda es casi darle a la fortuna un motor y ponerla a rodar. Un milímetro en el dial es un trecho largo en el mundo. A mí siempre me ha gustado ir haciendo paradas y detenerme a husmear entre los sonidos que voy encontrando a lo largo de esa regla de centímetros desiguales. Puedo saltar de un punto a otro trazando siempre una linea recta, y así me dirijo directamente al grano, sin dar rodeos.
Me muevo en un espacio de ruido de nieve, la nieve de las frecuencias en blanco por las que debo transitar hasta dar con alguna válida. Y cuando la encuentro está llena de sonidos que acaban dando sentido a mi travesía casi esteparia. Me quedo admirando las vistas y permanezco, o decido marcharme a otro sitio. Salto de una canción a otra, de una voz a otra, o de todas ellas al silencio.
Y todo ello sólo con mi ruedecita.
Por eso me gusta más mi vieja radio.
viernes, 13 de junio de 2008
La llamada
Jack viajaba en un autobús urbano. Era lunes. De madrugada. A esa hora Madrid aún dormía y todavía no se habían desperezado las primeras almas para comenzar otra semana más. Se había montado en Cibeles y se dirigía hacia Canillejas, confirmando por el camino que el conductor hacía la misma ruta de siempre. Ninguna alteración sobre lo previsto.
Tercera parada del trayecto. Una chica subió y tomó asiento enfrente de Jack. Le sonrió abiertamente y dejó que su mirada se perdiese hacia el fondo del autobús.
Jack la observó con interés. Advirtió cómo ese gesto amable y momentáneo se había empezado a borrar de sus labios. Sus ojos se estaban entristeciendo, una pena enorme se escapaba de ellos y empezaba a envolverla toda entera. ¿Por qué aquella sonrisa tan hermosa se había perdido en la amargura? Se preguntó Jack al tiempo que su teléfono empezó a sonar. Era una llamada de origen desconocido.
-¿Sí? -atendió. Una voz le dijo al oído algo que llevó su interés de nuevo hacia la chica. Cabeceó asintiendo, sin perderla de vista, como queriendo establecer contacto con ella.
Con el móvil pegado a la oreja, incredulidad ante la situación y mucha cautela, trató de llamar su atención con su otro brazo, el que no sostenía el aparato. Los ojos apenados que antes miró sin que le vieran, ahora se posaban otra vez en él.
-Disculpa. Es que... esta llamada es para ti -la chica mostró su enorme extrañeza y, sin decir nada, tendió su mano para recoger el objeto que Jack le estaba ofreciendo. Se puso al habla.
-¿Hola?
Jack escrutó su expresión. La chica miraba al suelo y también le miraba a él. Sólo le transmitía sorpresa y recelo mientras atendía a lo que alguien le decía a través del auricular.
Parecía un monólogo del que Jack no podía escuchar nada, aunque la cara de su, ahora, invitada empezaba a translucir otro color. Algo de luz iluminaba la cabina del autobús y no provenía de las mortecinas farolas que pespunteaban la calle. Su abatimiento tendía a desaparecer.
Se le volvía a escapar la misma sonrisa que Jack recibió de ella cuando se sentó frente a él, y se la volvía a dedicar completa. Vió en sus ojos un chispazo de alegría que le hacía olvidar la inmensa tristeza que le había transmitido. Era como si su aflicción hubiese quedado aislada en un segmento del tiempo que, afortunadamente, ya estaba enterrado.
-Gracias. Muchas gracias -dijo la chica a su interlocutor. Colgó la llamada, se levantó de su asiento y le devolvió a Jack el teléfono poniéndoselo sobre una mano. Cogiéndole la otra, reunió las cuatro manos, las suyas y las de él, con el móvil arropado entre todas ellas. Ahora estaba feliz y quería que Jack participase de su momento.
El autobús paró, le dió un beso y corrió hacia la salida para alejarse sin mirar atrás. Se la vió doblar una esquina mientras el vehículo marchaba adelante.
Jack atesoraba el aparato entre las palmas de sus manos, encerrándolo como oro dentro de un cofre. Imaginó que ese mismo cofre se abría y la sonrisa recobrada de la chica salía de él llenando todo su entorno de dicha.
Bip bip. Bip bip. Era un mensaje. Nuevamente un desconocido. Se apresuró a leerlo.
"Gracias, Jack. Juntos hemos logrado algo hermoso".
Tercera parada del trayecto. Una chica subió y tomó asiento enfrente de Jack. Le sonrió abiertamente y dejó que su mirada se perdiese hacia el fondo del autobús.
Jack la observó con interés. Advirtió cómo ese gesto amable y momentáneo se había empezado a borrar de sus labios. Sus ojos se estaban entristeciendo, una pena enorme se escapaba de ellos y empezaba a envolverla toda entera. ¿Por qué aquella sonrisa tan hermosa se había perdido en la amargura? Se preguntó Jack al tiempo que su teléfono empezó a sonar. Era una llamada de origen desconocido.
-¿Sí? -atendió. Una voz le dijo al oído algo que llevó su interés de nuevo hacia la chica. Cabeceó asintiendo, sin perderla de vista, como queriendo establecer contacto con ella.
Con el móvil pegado a la oreja, incredulidad ante la situación y mucha cautela, trató de llamar su atención con su otro brazo, el que no sostenía el aparato. Los ojos apenados que antes miró sin que le vieran, ahora se posaban otra vez en él.
-Disculpa. Es que... esta llamada es para ti -la chica mostró su enorme extrañeza y, sin decir nada, tendió su mano para recoger el objeto que Jack le estaba ofreciendo. Se puso al habla.
-¿Hola?
Jack escrutó su expresión. La chica miraba al suelo y también le miraba a él. Sólo le transmitía sorpresa y recelo mientras atendía a lo que alguien le decía a través del auricular.
Parecía un monólogo del que Jack no podía escuchar nada, aunque la cara de su, ahora, invitada empezaba a translucir otro color. Algo de luz iluminaba la cabina del autobús y no provenía de las mortecinas farolas que pespunteaban la calle. Su abatimiento tendía a desaparecer.
Se le volvía a escapar la misma sonrisa que Jack recibió de ella cuando se sentó frente a él, y se la volvía a dedicar completa. Vió en sus ojos un chispazo de alegría que le hacía olvidar la inmensa tristeza que le había transmitido. Era como si su aflicción hubiese quedado aislada en un segmento del tiempo que, afortunadamente, ya estaba enterrado.
-Gracias. Muchas gracias -dijo la chica a su interlocutor. Colgó la llamada, se levantó de su asiento y le devolvió a Jack el teléfono poniéndoselo sobre una mano. Cogiéndole la otra, reunió las cuatro manos, las suyas y las de él, con el móvil arropado entre todas ellas. Ahora estaba feliz y quería que Jack participase de su momento.
El autobús paró, le dió un beso y corrió hacia la salida para alejarse sin mirar atrás. Se la vió doblar una esquina mientras el vehículo marchaba adelante.
Jack atesoraba el aparato entre las palmas de sus manos, encerrándolo como oro dentro de un cofre. Imaginó que ese mismo cofre se abría y la sonrisa recobrada de la chica salía de él llenando todo su entorno de dicha.
Bip bip. Bip bip. Era un mensaje. Nuevamente un desconocido. Se apresuró a leerlo.
"Gracias, Jack. Juntos hemos logrado algo hermoso".
jueves, 5 de junio de 2008
Los unos y los otros
Uno dice que no ha sido él, que ha sido el otro. El otro le replica que no sólo no lo ha hecho, sino que es algo que jamás haría y que es propio del estilo del uno.
El uno se defiende y señala que no sabe de qué se le habla. Ya no se acuerda de cual era el objeto de su acusación sobre el otro.
El otro aprovecha para jactarse de algo que ha hecho. El uno opina que no está bien y que él lo habría hecho mejor. El otro se ofende y le recuerda al uno que cuando tuvo ocasión de hacerlo no lo hizo, por lo cual ahora no está autorizado a reclamar.
El uno calla al respecto y se atribuye el mérito de otra acción muy distinta de la que el otro también se considera responsable. De hecho, cree que no se habría conseguido sin su aportación. El uno no le quita la razón, pero estima que ese apoyo debía haber existido también en otras ocasiones. El otro alega que siempre ha estado ahí, pero que no se ha contado con su ayuda.
El uno replica que la última vez que pudieron lograr algo no existió esa mano tendida. Y el otro ya ha olvidado aquel momento, pero insiste en que siempre se ha contado con él para todo.
¿Sí? ¿Como cuando te pedí colaboración y me la negaste? Le pregunta el uno y el otro apunta que nunca dijo que no, sino todo lo contrario.
¿Nunca has dicho lo que dijiste?
Ya no lo recuerdo. Ni quiero acordarme.
Pues así nunca nos entenderemos. No llegaremos a un acuerdo.
Estoy de acuerdo.
El uno se defiende y señala que no sabe de qué se le habla. Ya no se acuerda de cual era el objeto de su acusación sobre el otro.
El otro aprovecha para jactarse de algo que ha hecho. El uno opina que no está bien y que él lo habría hecho mejor. El otro se ofende y le recuerda al uno que cuando tuvo ocasión de hacerlo no lo hizo, por lo cual ahora no está autorizado a reclamar.
El uno calla al respecto y se atribuye el mérito de otra acción muy distinta de la que el otro también se considera responsable. De hecho, cree que no se habría conseguido sin su aportación. El uno no le quita la razón, pero estima que ese apoyo debía haber existido también en otras ocasiones. El otro alega que siempre ha estado ahí, pero que no se ha contado con su ayuda.
El uno replica que la última vez que pudieron lograr algo no existió esa mano tendida. Y el otro ya ha olvidado aquel momento, pero insiste en que siempre se ha contado con él para todo.
¿Sí? ¿Como cuando te pedí colaboración y me la negaste? Le pregunta el uno y el otro apunta que nunca dijo que no, sino todo lo contrario.
¿Nunca has dicho lo que dijiste?
Ya no lo recuerdo. Ni quiero acordarme.
Pues así nunca nos entenderemos. No llegaremos a un acuerdo.
Estoy de acuerdo.
miércoles, 4 de junio de 2008
Dentro de un tren
Subido en el primer piso de este tren veo que todo pasa a mi lado y se marcha. Yo no me muevo. El traqueteo zarandea a derecha e izquierda a los que me rodean. Sólo permanecen inmóviles las señales fijadas a las paredes del vagón: la del extintor, la del cigarrillo negado, la de los escalones peligrosos, la del asiento reservado...
A mi espalda un grupo de chavales toca las palmas flamencas. Creo que fuera de contexto. Aunque no tanto de horario. El duende gitano se arranca bien entrada la noche.
A mi derecha dos gigantones de origen africano se empeñan en conversar a un volumen exageradamente alto. También fuera de lugar. Tienen costumbre de comunicarse a gritos en esa mezcla de inglés y alguna lengua tropical. En otros momentos del día no me habrían fastidiado, pero ahora me obligan a buscar otro sitio alejado del ruido.
La prensa gratuíta se desparrama por los asientos y el suelo. Algunas personas no son capaces de mantener un periódico entero, sin desmontarlo. Desperdigados los titulares, los anuncios por palabras, la publicidad de agencias de viajes y algún sudoku relleno ya, no sé si con éxito.
El resto del trayecto sigo oyendo voces africanas con un fondo de palmas. Me temo que la fusión no es muy afortunada, o yo no estoy para experimentos.
A mi izquierda la ventana. Me miro en mi reflejo translúcido, a través del que veo las nubes y los edificios recortados sobre el cielo que se apaga en tonos tibios. Y en mis ojos todo el cansancio de una jornada y el deseo de cenar en compañía muy deseada.
A mi espalda un grupo de chavales toca las palmas flamencas. Creo que fuera de contexto. Aunque no tanto de horario. El duende gitano se arranca bien entrada la noche.
A mi derecha dos gigantones de origen africano se empeñan en conversar a un volumen exageradamente alto. También fuera de lugar. Tienen costumbre de comunicarse a gritos en esa mezcla de inglés y alguna lengua tropical. En otros momentos del día no me habrían fastidiado, pero ahora me obligan a buscar otro sitio alejado del ruido.
La prensa gratuíta se desparrama por los asientos y el suelo. Algunas personas no son capaces de mantener un periódico entero, sin desmontarlo. Desperdigados los titulares, los anuncios por palabras, la publicidad de agencias de viajes y algún sudoku relleno ya, no sé si con éxito.
El resto del trayecto sigo oyendo voces africanas con un fondo de palmas. Me temo que la fusión no es muy afortunada, o yo no estoy para experimentos.
A mi izquierda la ventana. Me miro en mi reflejo translúcido, a través del que veo las nubes y los edificios recortados sobre el cielo que se apaga en tonos tibios. Y en mis ojos todo el cansancio de una jornada y el deseo de cenar en compañía muy deseada.
martes, 3 de junio de 2008
El jugador
Un energúmeno de cabeza pelada, cuerpo doble y músculos inventados corta cabezas con artes de segador. Su hoja, de precisión quirúrgica, rebana y desmembra sin el apoyo de una piedra de carnicero. El barbero de la calle Fleet la querría para sí.
El asesino mata frenéticamente, con la mirada perdida y la expresión dibujada a rayajos. Los cuerpos de sus oponentes caen y quedan diseminados a su alrededor. Algunos han logrado, en defensa o en ataque, herir con dagas y navajas al impertérrito fenómeno. Heridas rojas de arma blanca.
Las mellas no le detienen y, aunque ha perdido su espada, sigue armado con sus puños de forja. Lanzados con tino son tan demoledores como el hierro, y el animal derriba con ellos a otro buen número de rivales. Los desarma y después los desalma. Y así ve crecer el saldo de su barbarie.
La gesta sangrienta progresa hasta que un descuido le hace fallar. Otro guerrero le ha batido y el héroe cae fulminado. Todo se detiene. Su cuerpo, inerte, parpadea durante unos instantes hasta desaparecer.
Una maldición y un manotazo al aire sacan al jugador de su trance. Se incorpora y vuelve a sentarse, removiéndose incómodo. Golpea contra sus rodillas el instrumento con el que manejaba el poder del bruto y relaja sus pulgares, todavía palpitantes tras pulsar tanto y tan rápido. Para que otro salvaje surja de la nada y luche a merced de dos dedos imparables, sólo debe apretar un botón.
No se lo piensa y vuelve a la carga.
El asesino mata frenéticamente, con la mirada perdida y la expresión dibujada a rayajos. Los cuerpos de sus oponentes caen y quedan diseminados a su alrededor. Algunos han logrado, en defensa o en ataque, herir con dagas y navajas al impertérrito fenómeno. Heridas rojas de arma blanca.
Las mellas no le detienen y, aunque ha perdido su espada, sigue armado con sus puños de forja. Lanzados con tino son tan demoledores como el hierro, y el animal derriba con ellos a otro buen número de rivales. Los desarma y después los desalma. Y así ve crecer el saldo de su barbarie.
La gesta sangrienta progresa hasta que un descuido le hace fallar. Otro guerrero le ha batido y el héroe cae fulminado. Todo se detiene. Su cuerpo, inerte, parpadea durante unos instantes hasta desaparecer.
Una maldición y un manotazo al aire sacan al jugador de su trance. Se incorpora y vuelve a sentarse, removiéndose incómodo. Golpea contra sus rodillas el instrumento con el que manejaba el poder del bruto y relaja sus pulgares, todavía palpitantes tras pulsar tanto y tan rápido. Para que otro salvaje surja de la nada y luche a merced de dos dedos imparables, sólo debe apretar un botón.
No se lo piensa y vuelve a la carga.
domingo, 1 de junio de 2008
Mucho ruido y pocas nueces
Mi obligación laboral me tiene despierto hasta las tantas. En una de las pantallas que tengo delante empiezan a aparecer imágenes que me resultan familiares. Las selecciono para traerlas cerca. Quiero reconocerlas mejor.
Se trata de "Mucho ruido y pocas nueces", una película que recuerdo con cariño y que... ¡veré otra vez! Después de quince años de su estreno no sé si me dará lo mismo que recibí de ella en su momento. Veremos.
Y digo veremos porque lo que sí he revisitado de vez en cuando ha sido su banda sonora. Conozco bien todos sus pasajes y canciones, con el grandísimo Patrick Doyle regalándonos una partitura excelente, aparte de su voz y su presencia como Balthasar en la película. Sin duda, buena parte de la vitalidad de la cinta tiene que ver con la música de Doyle. Desde la prometedora obertura hasta su grandioso finale. Es uno de mis compositores favoritos y lo traeré a estas líneas más de una vez.
Disfruto de nuevo de los enredos, de los malentendidos y de toda la carga poética y sensual que su director, Kenneth Branagh, supo manejar muy bien. Gracias siempre al gran Shakespeare.
Son muchos elementos en uno: estupendos actores y actrices, buena fotografía, un texto infalible... ¡y cómo me gusta haber vuelto a la Toscana!
Se trata de "Mucho ruido y pocas nueces", una película que recuerdo con cariño y que... ¡veré otra vez! Después de quince años de su estreno no sé si me dará lo mismo que recibí de ella en su momento. Veremos.
Y digo veremos porque lo que sí he revisitado de vez en cuando ha sido su banda sonora. Conozco bien todos sus pasajes y canciones, con el grandísimo Patrick Doyle regalándonos una partitura excelente, aparte de su voz y su presencia como Balthasar en la película. Sin duda, buena parte de la vitalidad de la cinta tiene que ver con la música de Doyle. Desde la prometedora obertura hasta su grandioso finale. Es uno de mis compositores favoritos y lo traeré a estas líneas más de una vez.
Disfruto de nuevo de los enredos, de los malentendidos y de toda la carga poética y sensual que su director, Kenneth Branagh, supo manejar muy bien. Gracias siempre al gran Shakespeare.
Son muchos elementos en uno: estupendos actores y actrices, buena fotografía, un texto infalible... ¡y cómo me gusta haber vuelto a la Toscana!
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