Abro un paraguas todavía a cubierto y salgo hacia donde el agua no cesa de caer. La oigo chocar contra la tela que me cubre. Estallidos sobre un lienzo tenso.
Sobre mí dos cielos. Uno sujeto por un árbol de varillas metálicas que despliego para protegerme del otro, ése al que miro disgustado.
Mientras se aguan mis planes de escapada primaveral también lo hacen los pantanos. Mi pequeña desgracia es una gran suerte para todos.
miércoles, 28 de mayo de 2008
viernes, 23 de mayo de 2008
Llueve
Tras varios días de lluvia incesante y cielos cubiertos que la pregonan todavía, necesito ver un claro por alguna parte. Un pequeño resquicio por el que la luz del sol se cuele, llegue al suelo y lo encienda.
La verdadera energía, por mucho que al átomo le duela, es la del sol. A él le debemos la vida y echarlo de menos cuando no está presente nos es innato. Y suspiramos anhelantes mientras vemos la lluvia caer. Quizás por eso las tristezas y desánimos vienen llovidos del cielo, que cierra con nubes el paso de esa luz que nos da alegría.
La verdadera energía, por mucho que al átomo le duela, es la del sol. A él le debemos la vida y echarlo de menos cuando no está presente nos es innato. Y suspiramos anhelantes mientras vemos la lluvia caer. Quizás por eso las tristezas y desánimos vienen llovidos del cielo, que cierra con nubes el paso de esa luz que nos da alegría.
jueves, 22 de mayo de 2008
Actores
Veo en La 2 un reportaje basado en entrevistas a actores españoles. En apariencia, la plantilla empleada es un cuestionario que alguien ha ido formulando a todos ellos, uno a uno. Los encuentros con cada actor y actriz han debido producirse hace no mucho tiempo pero, por desgracia, alguno ya ha fallecido. Como el maestro Fernando Fernán Gómez.
A solas, reunidos en el mismo montaje, van desentrañando lo que es para ellos ser actor. Hablan de los difíciles comienzos y del aprendizaje en escuelas o viendo trabajar a los más grandes. De la ilusión con que, durante años, se han enfrentado al día a día.
Coinciden en lo enormemente afortunados que son por haber dado con su profesión. De entre todas las posibles, no podrían haber encontrado ninguna mejor.
Mencionan la vanidad como uno de sus fuertes... o flaquezas. Y también al espectador como espejo en el que mirarse para saber si lo están haciendo bien o no tanto.
Nos descubren una de las cualidades imprescindibles para dedicarse a la interpretación: la fortaleza física. Deben cuidarse para evitar caer enfermos, pues saben que de ellos depende que aquello que están haciendo siga adelante. Y la incertidumbre siempre presente. ¿Tendré trabajo? ¿Me llamarán? Pueden tener el favor del público, pero de nada sirve si los directores y los productores no se acuerdan de ellos.
Su consejo para quienes quieren también ser actores: intentarlo, perseguirlo, empeñarse en ello. Actuar sin parar, crear, hacer sin descanso.
Me planteo que sin esa perseverancia nunca habría llegado a enamorarme, ni emocionarme, ni a divertirme tanto con los actores y actrices a los que admiro.
Mi aplauso para todos ellos, siempre.
A solas, reunidos en el mismo montaje, van desentrañando lo que es para ellos ser actor. Hablan de los difíciles comienzos y del aprendizaje en escuelas o viendo trabajar a los más grandes. De la ilusión con que, durante años, se han enfrentado al día a día.
Coinciden en lo enormemente afortunados que son por haber dado con su profesión. De entre todas las posibles, no podrían haber encontrado ninguna mejor.
Mencionan la vanidad como uno de sus fuertes... o flaquezas. Y también al espectador como espejo en el que mirarse para saber si lo están haciendo bien o no tanto.
Nos descubren una de las cualidades imprescindibles para dedicarse a la interpretación: la fortaleza física. Deben cuidarse para evitar caer enfermos, pues saben que de ellos depende que aquello que están haciendo siga adelante. Y la incertidumbre siempre presente. ¿Tendré trabajo? ¿Me llamarán? Pueden tener el favor del público, pero de nada sirve si los directores y los productores no se acuerdan de ellos.
Su consejo para quienes quieren también ser actores: intentarlo, perseguirlo, empeñarse en ello. Actuar sin parar, crear, hacer sin descanso.
Me planteo que sin esa perseverancia nunca habría llegado a enamorarme, ni emocionarme, ni a divertirme tanto con los actores y actrices a los que admiro.
Mi aplauso para todos ellos, siempre.
miércoles, 21 de mayo de 2008
Calles descubiertas
Tengo la increíble fortuna de poder recorrer uno de los callejones rescatados para mi ciudad. Quiero gozar mientras camino por él y pisar con sentido, refrescado por sus guijarros mojados tras un chubasco de primavera. Después del chaparrón llega un baño de luz.
Siento que todo se ha dispuesto para que lo disfrute a solas. Me dispongo a pasear con los ojos bien abiertos y mi piel tendida al sol. Quiero recoger sus rayos, que saltan por encima de los aleros de los tejados y se lanzan al suelo retozando.
Y avanzo.
Admiro los muros que enmarcan el trazado de la calleja, otros días enmascarados o hurtados a cualquier ojeada. Son las tapias laterales de edificios del pasado, hechas de piedra y paños de ladrillo. Sólidos tabiques que separan el aire de fuera, que fluye y no se detiene, del de dentro, suspendido entre paredes.
Adivino una silueta lejana al fondo. Aparece y desaparece sin que pueda describir ningún detalle. Ha sido una sombra a contraluz que se marcha e ignora que paseo transportado. Me reanima una palmada en el hombro del viento, que encuentra en este angostillo su camino para alborotarse. Levanto la vista y, buscando el cielo, trepo con los ojos por las paredes, aferrado a sus piedras hasta encaramarme a las tejas. Y desde arriba me veo abajo, casi al final de mi travesía.
Oigo una voz cuyo eco reverbera a mi espalda y corretea entre las paredes centenarias. He llegado al final del camino habiendo conquistado un nuevo espacio. O un viejo territorio. Dentro de un instante quien deja escapar su voz detrás de mí va a tener la suerte de hacerlo suyo también.
Siento que todo se ha dispuesto para que lo disfrute a solas. Me dispongo a pasear con los ojos bien abiertos y mi piel tendida al sol. Quiero recoger sus rayos, que saltan por encima de los aleros de los tejados y se lanzan al suelo retozando.
Y avanzo.
Admiro los muros que enmarcan el trazado de la calleja, otros días enmascarados o hurtados a cualquier ojeada. Son las tapias laterales de edificios del pasado, hechas de piedra y paños de ladrillo. Sólidos tabiques que separan el aire de fuera, que fluye y no se detiene, del de dentro, suspendido entre paredes.
Adivino una silueta lejana al fondo. Aparece y desaparece sin que pueda describir ningún detalle. Ha sido una sombra a contraluz que se marcha e ignora que paseo transportado. Me reanima una palmada en el hombro del viento, que encuentra en este angostillo su camino para alborotarse. Levanto la vista y, buscando el cielo, trepo con los ojos por las paredes, aferrado a sus piedras hasta encaramarme a las tejas. Y desde arriba me veo abajo, casi al final de mi travesía.
Oigo una voz cuyo eco reverbera a mi espalda y corretea entre las paredes centenarias. He llegado al final del camino habiendo conquistado un nuevo espacio. O un viejo territorio. Dentro de un instante quien deja escapar su voz detrás de mí va a tener la suerte de hacerlo suyo también.
martes, 20 de mayo de 2008
Calles secretas
Estoy descubriendo mi enorme interés por la recuperación urbana. No me atrae tanto la proyección de entornos habitables en los que las calles nos llevan de unas casas a otras. Ni tampoco el delineado de planos que esbozan ciudades. Prefiero la recreación de éstas a partir de lo que ya existía y, aunque no lo supiéramos, aún sigue ahí. Podría llamarlo arqueología de superficie.
Tómese una zona en la que hace siglos existieron varios edificios y algunas calles entre ellos. Con el paso de los años esas construcciones se han envuelto y revestido, incluso han cambiado de uso o dejado de tenerlo. Tal vez también por el desuso las calles que las separaban y unían se han cerrado. Puertas y tapias han celado la luz que antes las hacía visibles y, durante mucho tiempo, hemos rozado al pasar sus accesos ocultos.
Muchos calendarios después un nuevo plan urbano o la regeneración puntual de una manzana hace que un par de calles vuelva a abrirse. Y muchos de los que ignorábamos que algún día del pasado a alguien le sirvieron para atajar de un punto a otro quedamos fascinados. Nos ocurre lo mismo al comprobar que una fachada que solo escondía ruinas ha pasado a ser la delantera de una edificación viva otra vez.
Construcciones que regresan a la vida y calles que vuelven a verla pasar. Me abstraigo y sueño despierto que me adentro en uno de esos nuevos accesos y piso su empedrado con zapatos de suela delgada. Un nuevo acceso que, por su antigüedad, no se llamará así. Por fuerza deberá tomar el nombre de travesía, o corredera, o pasaje, o calleja, o incluso angostillo. Como debe ser.
Tómese una zona en la que hace siglos existieron varios edificios y algunas calles entre ellos. Con el paso de los años esas construcciones se han envuelto y revestido, incluso han cambiado de uso o dejado de tenerlo. Tal vez también por el desuso las calles que las separaban y unían se han cerrado. Puertas y tapias han celado la luz que antes las hacía visibles y, durante mucho tiempo, hemos rozado al pasar sus accesos ocultos.
Muchos calendarios después un nuevo plan urbano o la regeneración puntual de una manzana hace que un par de calles vuelva a abrirse. Y muchos de los que ignorábamos que algún día del pasado a alguien le sirvieron para atajar de un punto a otro quedamos fascinados. Nos ocurre lo mismo al comprobar que una fachada que solo escondía ruinas ha pasado a ser la delantera de una edificación viva otra vez.
Construcciones que regresan a la vida y calles que vuelven a verla pasar. Me abstraigo y sueño despierto que me adentro en uno de esos nuevos accesos y piso su empedrado con zapatos de suela delgada. Un nuevo acceso que, por su antigüedad, no se llamará así. Por fuerza deberá tomar el nombre de travesía, o corredera, o pasaje, o calleja, o incluso angostillo. Como debe ser.
lunes, 19 de mayo de 2008
El sonido del horror
Esta tarde he asistido a varias escenas de guerra. No he visto luchas, ni armas, ni sangre, ni nada de lo habitual en estas situaciones. No había nada ante mí. Tampoco una pantalla de cine o televisión en la que hubiera podido verlo todo sin estar en el lugar de los hechos. Pero estaba. No veía pero oía.
Mediante el oído he podido despertarme una mañana hace doscientos años, salir a la calle y recorrerla entre el sonido de los carros, los animales y los ecos de voces lejanas y cercanas. La cotidianeidad de un día en el Madrid de 1808 y la calma tensa que se rompe sin remedio. He escuchado los pasos de los soldados franceses a pie y los de los cascos de los caballos. Gritos valerosos de quienes se enfrentan a ellos. Otros aterrorizados de quienes les combaten sin posibilidad de salir con vida de las refriegas. El choque de hojas de espada contra navajas y otros hierros no ideados para pelear. Y más gritos y alaridos acallados por cañonazos y disparos.
En mis oídos todo un día de combates sangrientos en los que muchos madrileños no sólo han perdido sus vidas. Y también una noche en la que la justicia del invasor, rotunda y brutal, ha sido aplicada.
Los últimos tiros ejecutores resuenan aún, mezclados con el canto de grillos y chicharras. A partir de entonces dejo de oír, de auscultar la noche, y veo el sol. Ha llegado el día, pero la luz no trae felicidad.
(Para los que queráis vivir algo parecido, basta con que os acerquéis al Cuartel del Conde Duque, en Madrid, y entréis en una pirámide negra que encontraréis en uno de sus patios).
Mediante el oído he podido despertarme una mañana hace doscientos años, salir a la calle y recorrerla entre el sonido de los carros, los animales y los ecos de voces lejanas y cercanas. La cotidianeidad de un día en el Madrid de 1808 y la calma tensa que se rompe sin remedio. He escuchado los pasos de los soldados franceses a pie y los de los cascos de los caballos. Gritos valerosos de quienes se enfrentan a ellos. Otros aterrorizados de quienes les combaten sin posibilidad de salir con vida de las refriegas. El choque de hojas de espada contra navajas y otros hierros no ideados para pelear. Y más gritos y alaridos acallados por cañonazos y disparos.
En mis oídos todo un día de combates sangrientos en los que muchos madrileños no sólo han perdido sus vidas. Y también una noche en la que la justicia del invasor, rotunda y brutal, ha sido aplicada.
Los últimos tiros ejecutores resuenan aún, mezclados con el canto de grillos y chicharras. A partir de entonces dejo de oír, de auscultar la noche, y veo el sol. Ha llegado el día, pero la luz no trae felicidad.
(Para los que queráis vivir algo parecido, basta con que os acerquéis al Cuartel del Conde Duque, en Madrid, y entréis en una pirámide negra que encontraréis en uno de sus patios).
domingo, 18 de mayo de 2008
Esperando el tren
Hoy la estación de Atocha vive su hora punta sin serlo. Son casi las doce de la noche y hay muchos más viajeros de lo acostumbrado. Les observo sentado en uno de los bancos de metal rojo calado.
La mayoría de ellos esperan solos. Como yo. A mi lado un joven sudamericano oye en sus auriculares música electrónica mientras lee la Biblia. Abierta concretamente por el libro de Daniel. ¿Coincidencia?
Si levanto la vista de las páginas de la Biblia de mi vecino me topo con un kamikaze que bordea el andén ignorando el peligro que corre. Seguramente confía más en el agarre de sus suelas a ese filo de piedra que cualquiera de los que asistimos a su improvisado espectáculo de funambulismo. La banda sonora la pone la música que sigue llegándome alta y clara desde los cascos de mi compañero. Le va como un guante a la escena.
Distrae mi atención el desagradable ruido que produce un elemento que escupe contra el suelo. Viste traje y corbata. Eso, lleva corbata. Sólo espero ver cómo se limpia con ella tras lanzar un par de escupitajos más. Los ha enviado con soltura a viajar sobre raíles. ¡Qué virtuoso!
Me desentiendo de él cuando el aire movido por unos papeles me da en la cara. Huele a tinta seca. La que llena las páginas de unos cuantos ejemplares de prensa gratuita que una señora sacude con intención de plancharles las arrugas. Se sienta entre el chico que lee la Biblia y yo. Es muy tarde para hacer el esfuerzo de leer de reojo los titulares de alguno de esos periódicos. Se imprimieron hace más de veinticuatro horas y ya los llenan noticias del pasado.
El tren llega puntual, con sus dos plantas habitadas con poco orden. Es el último del día y el andén, en ese preciso momento, despide a la vez a los que salen y de él a los que nos subimos.
La mayoría de ellos esperan solos. Como yo. A mi lado un joven sudamericano oye en sus auriculares música electrónica mientras lee la Biblia. Abierta concretamente por el libro de Daniel. ¿Coincidencia?
Si levanto la vista de las páginas de la Biblia de mi vecino me topo con un kamikaze que bordea el andén ignorando el peligro que corre. Seguramente confía más en el agarre de sus suelas a ese filo de piedra que cualquiera de los que asistimos a su improvisado espectáculo de funambulismo. La banda sonora la pone la música que sigue llegándome alta y clara desde los cascos de mi compañero. Le va como un guante a la escena.
Distrae mi atención el desagradable ruido que produce un elemento que escupe contra el suelo. Viste traje y corbata. Eso, lleva corbata. Sólo espero ver cómo se limpia con ella tras lanzar un par de escupitajos más. Los ha enviado con soltura a viajar sobre raíles. ¡Qué virtuoso!
Me desentiendo de él cuando el aire movido por unos papeles me da en la cara. Huele a tinta seca. La que llena las páginas de unos cuantos ejemplares de prensa gratuita que una señora sacude con intención de plancharles las arrugas. Se sienta entre el chico que lee la Biblia y yo. Es muy tarde para hacer el esfuerzo de leer de reojo los titulares de alguno de esos periódicos. Se imprimieron hace más de veinticuatro horas y ya los llenan noticias del pasado.
El tren llega puntual, con sus dos plantas habitadas con poco orden. Es el último del día y el andén, en ese preciso momento, despide a la vez a los que salen y de él a los que nos subimos.
viernes, 16 de mayo de 2008
Por debajo
Es de noche. Atravieso Madrid por debajo. Por donde nadie en la superficie puede ver los faros encendidos de mi coche ni oír la ronca monotonía de su motor. Es el territorio de los insectos y de otros muchos seres que perforan el suelo en un punto y parten desde él horadando la tierra, abriendo galerías que les llevan a otro espacio distinto. Ignoro qué hacen por el camino y si ese trayecto hacia un punto final tiene algún sentido más que el propio fin que intentan alcanzar. En definitiva, eso son cosas de bichos.
El caso es que me siento uno más de ellos, oxigenando la tierra o moviendo, al menos, el aire en sus entrañas. Encuentro semejantes por el camino. Seres noctámbulos como yo que habitan en tránsito estas galerías. Me dan su compañía por un momento, marchando parejos hasta que su rumbo deja de ser como el mío. Me pregunto si desean llegar a su destino tanto como yo. Son individuos que se saben anónimos, que no conocen a quien deambula junto a ellos. Pero en ese estrato, por debajo de la realidad, tienen la certeza de estar conectados entre sí. Ellos y yo tenemos mucho en común: un mucho que es todo lo que cabe en ese espacio que vamos salvando en paralelo. Una conexión temporal que se rompe en cuanto cada cual se dirige hacia su salida. Yo también encuentro la mía y me olvido, como todos ellos, de ese cosmos cavernoso que permanecerá ahí. Pero para otros.
Recorremos el Madrid subterráneo buscando salir de él. No queremos estar ahí porque no es Madrid.
El caso es que me siento uno más de ellos, oxigenando la tierra o moviendo, al menos, el aire en sus entrañas. Encuentro semejantes por el camino. Seres noctámbulos como yo que habitan en tránsito estas galerías. Me dan su compañía por un momento, marchando parejos hasta que su rumbo deja de ser como el mío. Me pregunto si desean llegar a su destino tanto como yo. Son individuos que se saben anónimos, que no conocen a quien deambula junto a ellos. Pero en ese estrato, por debajo de la realidad, tienen la certeza de estar conectados entre sí. Ellos y yo tenemos mucho en común: un mucho que es todo lo que cabe en ese espacio que vamos salvando en paralelo. Una conexión temporal que se rompe en cuanto cada cual se dirige hacia su salida. Yo también encuentro la mía y me olvido, como todos ellos, de ese cosmos cavernoso que permanecerá ahí. Pero para otros.
Recorremos el Madrid subterráneo buscando salir de él. No queremos estar ahí porque no es Madrid.
martes, 13 de mayo de 2008
¿La vida es sueño?
Hoy vivo en la nebulosa del jet lag que sufro cada vez que paso del horario nocturno al diurno. Debo adaptarme nuevamente al ritmo que está marcado para casi todos. Vivir cuando casi todos y dormir también cuando casi todos. Diferencio vivir de dormir pues hace tiempo que siento que durmiendo no vivo.
Estos días se habla de que varias universidades de distintos países han completado el mapa genético del ornitorrinco. ¡Por fin! Ya sabemos cuánto tenemos en común con ese simpático puzzle disparatado de la creación. Pero a mí estos días me interesa más saber si mi genoma y el del lirón careto tienen algo que ver entre sí. Mi necesidad de sueño es abundante y, aunque hoy el lapso temporal que dedico a dormir se ha desplazado unas horitas, voy cubriéndola sin grandes problemas.
Vamos, que duermo a pierna suelta. Eso del lado positivo. Del negativo la más amarga frustración que se adueña de mí cada vez que intento recordar lo que he soñado y no lo consigo. ¿Horas y horas durmiendo para nada? ¡Es como si todo ese tiempo no existiese! A veces quisiera tener la seguridad de que no sueño, pero la evidencia me rompe la cara cuando me sorprendo a mí mismo siendo protagonista de historias en las que mi subconsciente me implica. Ahí está el peligro de desvelarnos mientras dormimos y toparnos con nuestras otras realidades.
Así que por más que quisiera no podría negarlo. Hay sueños dentro de mi sueño. Vidas dentro de la mía. O serían eso si fuese capaz de evocarlas y entregarlas a la memoria para que las manejase junto al resto de los recuerdos. De ellos está la vida hecha. De los recuerdos que la memoria va almacenando y gestionando. Son los objetos que ésta toma y organiza en sus estantes. Muchos de ellos debe moverlos constantemente, bajo petición. Alguna exigencia le obliga a tenerlos a mano, en las primeras filas. Por eso va rescatándolos del fondo a medida que van llegando otras piezas, siendo depositados con método en las líneas delanteras.
Hay determinados recuerdos que siempre deben estar a mano y me gustaría que entre ellos se encontrasen mis sueños. Trabajaré para conseguir que mi memoria también los tenga en cuenta. Va a ser un proceso difícil, propio de un negociador curtido. Pero algún día tendré mi premio y comenzarán a ser trozos de mi vida. Así viviré mientras duermo.
Estos días se habla de que varias universidades de distintos países han completado el mapa genético del ornitorrinco. ¡Por fin! Ya sabemos cuánto tenemos en común con ese simpático puzzle disparatado de la creación. Pero a mí estos días me interesa más saber si mi genoma y el del lirón careto tienen algo que ver entre sí. Mi necesidad de sueño es abundante y, aunque hoy el lapso temporal que dedico a dormir se ha desplazado unas horitas, voy cubriéndola sin grandes problemas.
Vamos, que duermo a pierna suelta. Eso del lado positivo. Del negativo la más amarga frustración que se adueña de mí cada vez que intento recordar lo que he soñado y no lo consigo. ¿Horas y horas durmiendo para nada? ¡Es como si todo ese tiempo no existiese! A veces quisiera tener la seguridad de que no sueño, pero la evidencia me rompe la cara cuando me sorprendo a mí mismo siendo protagonista de historias en las que mi subconsciente me implica. Ahí está el peligro de desvelarnos mientras dormimos y toparnos con nuestras otras realidades.
Así que por más que quisiera no podría negarlo. Hay sueños dentro de mi sueño. Vidas dentro de la mía. O serían eso si fuese capaz de evocarlas y entregarlas a la memoria para que las manejase junto al resto de los recuerdos. De ellos está la vida hecha. De los recuerdos que la memoria va almacenando y gestionando. Son los objetos que ésta toma y organiza en sus estantes. Muchos de ellos debe moverlos constantemente, bajo petición. Alguna exigencia le obliga a tenerlos a mano, en las primeras filas. Por eso va rescatándolos del fondo a medida que van llegando otras piezas, siendo depositados con método en las líneas delanteras.
Hay determinados recuerdos que siempre deben estar a mano y me gustaría que entre ellos se encontrasen mis sueños. Trabajaré para conseguir que mi memoria también los tenga en cuenta. Va a ser un proceso difícil, propio de un negociador curtido. Pero algún día tendré mi premio y comenzarán a ser trozos de mi vida. Así viviré mientras duermo.
sábado, 10 de mayo de 2008
Soy virgen
Acabo de lanzarme, con nocturnidad e inconsciencia, a esto de las bitácoras online. A estas horas y con este sueño tremendo ignoro todo tipo de respeto o miedo ante la nueva aventura. Y me lanzo sin más.
Espero ser constante y encontrar a menudo una excusa para entrar y escribir.
Espero ser constante y encontrar a menudo una excusa para entrar y escribir.
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