miércoles, 29 de junio de 2011

Tiovivo de verano

En casa la barra de mercurio parece hierro candente. Araña con su filo esos números de los que preferiría mantenerla lejos. Calor, calor, calor. Pero es lo que debe ser, que para esto hemos cambiado la ropa de invierno por otra más ligera. Me pongo dos de esas prendas  -algodón ligero y lino-  y me marcho al trabajo. En el portal se está fresquito. Miro a través del vidrio de la puerta  -barrotes negros, tiradores dorados-. Al otro lado me ciega una luz blanca propia de las apariciones marianas. Me quedaría un buen rato al pie de los buzones, revisando el correo. Cachis, solo folletos comerciales y propagandas que tiro ipso facto a la papelera.

De camino a la estación busco la sombra como el perro en febrero. A mi lado pasa una furgoneta haciendo un ruido de larga pegatina arrancada pesadamente. No me haría ninguna gracia ver mis suelas adheridas al asfalto como sus ruedas, deshiladas cual chicle requetemascado.

Sudo. Accedo al andén por un subterráneo. De la fresca sombra salgo de nuevo al fuego. 5 minutos para mi tren. Me pongo los cascos. La radio anuncia otra subida de las temperaturas. La canícula me nubla la visión. Mi tren llega borroso, frena difuso, se detiene turbio y abre sus puertas imprecisas. Han configurado el climatizador en el preset Aldea Siberiana. Me desoriento mientras mi cabeza asimila la anunciada subida del calor y mi cuerpo experimenta, digamos, cierta gelidez.

No sin esfuerzo, me aclimato. El recorrido termina. Prepárate, amigo, la bofetada será despiadada. ¡Zas! Camino a duras penas, cuesta respirar. Cruzo una calle. Más neumáticos pegados a la calzada, olor a alquitrán y a goma chamuscada. Mi autobús espera. Subo. Otra lanza de frío. Pico mi billete, me encojo. En menos de 10 minutos de trayecto y tiritona me acuerdo con nostalgia de mi gorro, mis guantes, mi bufanda y mis botas de borrego. Paramos. El par de puertas se pliega. Esta vez agradezco el manotazo de fuego, pero solo hasta tener el sol encima otra vez. Panel con reloj-termómetro. No sé si mirarlo, ya se sabe, por lo del calor psicológico. Venga, hombre, que es verano, ya tocaba, ¿no?

14:55 / 42ºC

Me hago bajito por momentos. Últimos metros, por fin, abro la puerta del edificio. Ay, otra vez enero, ya no sé cómo tomármelo. Hall. Saludos. Ascensor:  los focos radian una primavera encerrada en una caja. Primera. Segunda. Tercera planta. Ya estoy. Bienvenidos a la Antártida.

sábado, 25 de junio de 2011

Sunset Park

En lo último de Paul Auster reconozco su estilo, sus temas, sus personajes, su forma de mirar sobre Nueva York. Es esta la realidad actual de los Estados Unidos en plena crisis, cebada en las carnes de Miles Heller y otros personajes con quienes convivirá. Todos ellos atraviesan por episodios que no dejan de ser distintas caras de ese mismo problema y, a la vez, piezas que completan para el lector el rompecabezas de la historia del protagonista.

Auster no puede ocultar el dolor que le produce esta situación crítica, la de los deshaucios de los caídos en tan desalentadora batalla y los parados que se rascan los bolsillos sin dar con un mísero tintineo. Damos en la novela con jóvenes desamparados  -el mismo Heller, su novia menor de edad, y sus compañeros de casa okupada, que estudian y no tienen grandes ambiciones-,  pero también conocemos a otras personas, como Morris Heller, el padre editor, o a la madre, reconocida actriz, o a otros de quienes Miles se ha alejado durante años. Éstos últimos, lejos de sufrir problemas económicos, sobrellevan las secuelas que ha ido dejando la actitud del joven Miles, herrante, abandonando y siendo abandonado, roído por su sentimiento de culpa, el que lo atormenta y no le deja vivir en paz.

En Sunset Park su autor trata sobre el azar y la intervención sobre él y sobre el destino. Muestra, además, su compromiso firme con la realidad y con el cambio. Confía en aplicar la creatividad ante las dificultades, asumiendo en todo momento lo que a cada cual toque asumir. Y cómo no, también en recuperar el pasado. Relaciona lo ocurrido décadas atrás en su país con la narración, encontrando puntos en común entre ello y el presente de sus personajes. Aparecen Liu Xiaobo y su lucha personal en la censora China, así como Obama y las guerras en las que el imperio decadente sigue metido y sus efectos colaterales en territorio propio. La lucha en estas grandes guerras y el destino incierto de quienes vuelven de ellas sin recompensa se relaciona con historias similares contadas por el cine. Por ejemplo, en Los mejores años de nuestra vida, el clásico de William Wyler, diseccionado desde la mesa de trabajo de la compañera okupa de Heller, que prepara su tesis doctoral.


La novela cuenta con una técnica muy lograda, ágil, que dirige el interés del lector hasta el final. Quizás al llegar al él Auster se deja sin completar algunas historias laterales de gran entidad. Me quedo con ganas de más. Aun así, no evito reconocer sus grandes méritos y los buenos ratos pasados entre sus páginas.

miércoles, 22 de junio de 2011

Noche de San Juan

La noche ha sido... uff, creo que demasiado corta. Mucha luz ya. Hace un buen rato salió el sol, seguro que hace horas, y ni me he enterado. Alguien me puso en la cara... ¡coño, mi camiseta!... a lo mejor fui yo mismo. Ya me pareció que hacía un poco de rasca:  la camiseta había pasado de estar en mi cuerpo a, ¿vestir mi cabeza?

Me han abandonado. Estos cabrones se han marchado ya y, o me voy yo también, o esa máquina rastrilladora o como se llame no va a dejar de mí ni este trapo. Haremos un esfuerzo y nos levantaremos, ay, por el pellejo propio. ¡Puaf!, estoy de arena hasta las cejas y, entre la lengua zapatilla y los granos de tierra, mi boca es lo más parecido a una pista forestal. Mira que les dije que unas esterillas o unas toallas nos vendrían de lujo, pero ya salió el Chema con que era peligroso, no fueran a prenderse con una chispa de la hoguera y, claro, como todo lo que dice el Chema va a misa... Jo-der, vaya resacón. Esto no lo arreglo ni con el agua del rocío de hoy, tan milagrosa que dicen que es.

Mucho rollo con lo de purificarse, la destrucción de lo maligno y todo lo demás, pero aquí la peña se ha dejado los plásticos, las latas, las botellas... No venían más que a beber y hacer el indio, que nosotros también, aunque, dicho sea de paso, además le dedicamos un ratito al espíritu. Anda que no nos pusimos profundos ni nada con eso de pasar al otro lado y que esta noche era la puerta de los hombres, a diferencia del solsticio de invierno que es la puerta de los dioses; o lo de que la tierra remueve los tesoros ocultos en sus entrañas y los hace salir a la luz de la luna. En fin, las movidas del Tole y todas esas cosas que lee. La verdad, a mí siempre me deja pensativo. Me gustó sobre todo cuando hicimos el conjuro. Será que soy algo supersticioso y la magia, las brujas, los encantamientos, los seres del inframundo, todo eso me da bastante que pensar.

Me quedé pillado mirando las estrellas con Sonia, ya ves tú la gilipollez. Cuando me quise dar cuenta, estos ya se estaban dando un chapuzón. No nos vino mal quedarnos los dos solos, que así aprovechamos para buscarnos el trébole, a ver si lo recogíamos, jeje. Además, en cuanto salieron del agua no hacían más que quejarse de que la chasca ya no calentaba y no sabían qué hacer para secarse, danzando alrededor de las pocas llamas que quedaban aún y pegándose carreras por toda la playa.

Lo que no sé es de qué me sirvió estar anoche con Sonia, si hoy me despierto aquí tirado y más solo que la una. Hace unas horas me hacía mis ilusiones, pero ahora ya no estoy seguro de nada. Bueno, sí, de algo estoy seguro:  de lo que dijo el Tole sobre la belleza del fuego y lo de que las hogueras ayudan al sol a renacer con más energía. En eso no se equivocaba, ¡no veas cómo pega!

miércoles, 8 de junio de 2011

Taxidermia

Diré solo el pecado:  el escaparate de una armería junto a la que paso de vez en cuando guarda uno de los peores ejemplares de animal disecado que jamás he visto. Se trata de una cabeza de jabalí que, desgraciadamente para el difunto y para todos sus congéneres vivos, cuelga con mueca estúpida y bien podría pasar por oso Gummi.

No es que tenga nada contra la taxidermia, pero mucho me temo que hay quienes se hacen llamar profesionales del ramo y bien podrían merecer ser naturalizados con las mismas malas artes que ellos mismos suelen gastarse en estos menesteres. Y, por si a alguien se le pasara por la cabeza, mejor no hablar de darles un destino similar al que Arturo Pérez-Reverte le dedica en  El asedio a su enigmático taxidermista, Gregorio Fumagal. En todo caso me inclinaría por invitarles a tomar un chatito de jugo de Gommi-baya, aquella poción que hacía a los osos Gummi saltar muy muy alto y ponerse a rebotar, boing boing, durante un buen rato. (Sí, ya sé que a los humanos ese brebaje les daba una fuerza descomunal, pero mejor ignoremos el detalle y démosles el gusto a los pobrecitos jabalíes agraviados).

En el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, entre piezas de animales disecados con menor o mayor suerte encontramos un puñado de escenas colectivas perfectamente logradas. Una muy llamativa representa con tremenda fortuna una colonia de abejarucos dentro de una magnífica réplica de su hábitat. Esta obra de 1916, maestra sin duda, se debe a José María Benedito, quien logró reproducir con fidelidad este numeroso grupo de aves y permitirnos observarlas desde todos los ángulos en una escena posible en su vida cotidiana. Cuando uno rodea la urna que conserva todo ello, no puede evitar hacer comparaciones entre unos escaparates y otros muy distintos...

Gracias a los hermanos Benedito Vives y a otros taxidermistas conservamos una huella realista de algunas especies animales ya extinguidas y podemos asistir a su expresión espontánea. Es el fruto de estudios exhaustivos al natural, realizados en el campo con la intención de captar sus movimientos y trasladarlos en el taller de manera equilibrada y estéticamente acertada. Un buen profesional, aparte de conocedor de diversas técnicas, debe ser también experto en anatomía, escultura y pintura.

Ya que esta disciplina se prestaría a un larguísimo debate entre defensores y detractores de la misma, prefiero quedarme en estas líneas con la escandalosa diferencia entre el arte o artesanía y la más terrible impostura o villanía.

lunes, 6 de junio de 2011

Abejarucos

Mi tren pasa junto a un corte hecho en el terreno para facilitar el discurrir de las vías, una pared de arena firme y compacta que exhibe los estratos de su vida milenaria. Es algo así como un depósito de tiempo que una máquina carente de respeto por la intimidad ha dejado al descubierto. Ese cúmulo de siglos, hoy escaparate indiscreto, es el lugar donde muchos seres se las apañan para vivir a su manera, haciendo de tan agreste fondo el soporte perfecto para lucir toda su vistosidad.

El abejaruco me ha fascinado desde niño, supongo que por la policromía de su plumaje, singular dentro de la fauna ibérica, dominantemente parda. No me sorprende que haya llamado la atención de muchos otros también, pues parece cierto que todos los colores están presentes en él, incluido el rojo, ausente en sus plumas pero no en el iris de sus ojos.

Casi a diario suelo permanecer atento al momento en el que puedo empezar a divisar la zona habitada por esta ave. Entonces, cambio una página del libro que leo por un folio del tamaño de la ventana junto a la que voy sentado. En apenas unos segundos el espacio se llena de aleteos en tonos azules, amarillos, verdes, negros, anaranjados. Los abejarucos planean desde sus nidos perforados en el talud terroso hasta posarse en el cableado ferroviario. Muchos descansan sobre las líneas aéreas, intentando atrapar a simple vista los insectos que acto seguido apresarán al vuelo con su pico puntiagudo. Otros se asoman desde sus agujeros, mirando quizás el paso de este gran gusano de metal que ni en sus mejores sueños lograrían tragarse.

Apenas unos segundos...  y el tren pasa. La vida a todo color sigue ahí, dispuesta a engendrar más vida este verano. Nuevos seres saldrán de su cueva-útero profunda y oscura. Por mi parte, mis deseos vivos de seguir asistiendo a ella, a la vida, aunque deba ser girando el cuello de izquierda a derecha, al otro lado de un vidrio que no tiene previsto detenerse frente a ella.

domingo, 27 de marzo de 2011

Di que fue un mal sueño

Polillas en el telón
y una luz
a través del tejido
de su gula destructiva.
La función no ha terminado.
Es muy simple,
ha sido deglutida.

Los focos proyectan arena
y el aire no encuentra muros,
arranca el fulgor y el color.

Madera clavada
sobre madera,
pasos de ficciones encarnadas
resuenan cuando nadie queda.
Ni Medeas ni Laurencias,
no hay Titos ni Pantalones,
un suspiro en suspenso
por la ardiente calle
de ambarina sombra.

Te diré,
las butacas engullen ecos
de gritos, risas, aplausos, bostezos.
Serrín de carcoma,
yeso muerto en el hueco
del cielo raso,
flores secas
donde pisó la vida,
voces distantes, más aún.

Despego los ojos
sin esfuerzo;
estaban abiertos
asistiendo al mal sueño.

Miro el reloj:
hay tiempo, ¡sí!
y qué suerte,
a su lado una entrada.

jueves, 24 de marzo de 2011

La musa

En el 99 tuve la suerte de poder asistir a un ensayo general de Sansón y Dalila, la ópera de Camille Saint-Saëns, en el Teatro Real de Madrid. Entonces no conocía la obra e ignoraba lo que podría encontrarme. Solo estaba convencido de hallar, al menos, una gran voz:  la de Plácido Domingo. Él encarnaría al héroe de Israel acompañado de Carolyn Sebron, la mezzosoprano que haría las veces de la seductora princesa filistea Dalila.

Cuando la orquesta terminó y el telón cayó no podía pensar. La representación había sido fantástica, transmisora de toda la energía que la Orquesta Sinfónica de Madrid podía sacar acompañada de voces míticas. Pasados unos instantes el riego acabó regresándome al cerebro desde allá donde anduviera perdido. Concluí que la ópera era de las más bonitas que nunca había escuchado. Lo tenía todo:  arias y dúos magníficos, melodías soberbias y fragmentos instrumentales de tremenda entidad.


Esta no es la del Real, pero es una preciosa interpretación en versión de concierto.

Hace poco que escuché el último disco de Muse, The Resistance, y encontré en él una curiosa sorpresa. Entre las canciones del cedé, precediendo a una singular pieza en tres partes nada habitual para un álbum de rock llamada  Exogenesis: Symphony, hay una joya, otra más. Se trata de  I belong to you, que cuenta con una primera parte rockera que remite nada menos que a Queen, seguida de un piano delicado, preludio de la parte más operística, vibrante, espectacular, apasionada. Es en ella donde aparece  Mon coeur s'ouvre à ta voix, el momento más seductor de Sansón y Dalila. Ahí está otra vez la cúspide de la obra de Saint-Saëns, esa aria-dúo perfectamente encajada en esta canción.

Escuchar un disco de Muse tiene asegurada, al igual que un escenario sobre el que esté Plácido Domingo, una voz prodigiosa. La de Matt Bellamy es una de las más grandes del rock hoy, comparable a la de Freddie Mercury. Su inquietud musical es el corazón de este grupo y le sobran aptitudes como músico. Aquí ha encontrado a su otra musa, Dalila, y es un gusto tenerla también así.

viernes, 18 de marzo de 2011

Educar en la creatividad

Ayer Eduard Punset se entrevistaba con Ken Robinson en uno de sus programas de Redes, gran bastión dentro de la feliz programación-oasis, a la vez tristemente insular, de La 2. Su invitado, especialista en educación y creatividad, está convencido de que lo mejor del aprendizaje está en el camino, en la experiencia, en lo bueno de pensar qué es lo que despierta nuestra inquietud para, en consecuencia, formular las preguntas.

Tiene razón. O eso creo. Muchos niños pasan por el colegio sin acabar de saber cuáles son sus aptitudes, sus capacidades, sin tener claro lo que quieren en la vida y cuáles son sus talentos. Esto sin duda termina siendo fuente de frustración. A diario se aburren soberanamente aguantando charlas interminables o teniendo que reproducir de memoria eternas listas, inservibles a la larga.

Hay en muchos casos una fijación por el destino final de lo que hacemos, una obsesión por formarnos para ocupar un lugar en esta sociedad enfocada a la producción. Es como si en el mundo todo se dispusiera en ese triste sentido. Se han jerarquizado las disciplinas y se ha dado más importancia a, por ejemplo, las matemáticas, o a las ciencias en general, a todo lo que conduce a convertirnos en piezas útiles para ese engranage industrial. Y digo yo, ¿cuándo encontraremos a las artes en un nivel superior o, al menos, a la altura de esas materias? Lo que realmente tiene valor en esta vida es la empatía, la pasión, la emoción, y fijarnos solo en ese destino final va eliminando la alegría de lo que nos ocurre por el camino. Es una pena dejar de disfrutar del proceso porque el resultado es lo único valioso.


Punset se plantea que es como si la educación no hubiera cambiado apenas con respecto a la de muchas décadas atrás. Es como si nadie estuviera dispuesto a replantearse la creatividad, a darle un fuerte impulso a la originalidad. Y el profesor Robinson concluye que si no estás dispuesto a equivocarte, nunca llegarás a nada original.

jueves, 10 de marzo de 2011

Todo mi tiempo

Salgo sin reloj
con rumbo inconcreto.
Qué bueno
olvidar la hebilla,
y el bocado en la correa.

Puedo desandarme,
desentenderme,
descolgarme,
perderme.

Paseo junto al río
y la caricia de su corriente,
agua en fuga ruidosa
con saltos de escamas.

La esquina del rato de sol
es hoy cualquiera.
Cara al astro y a su calor
callo, cierro los ojos.

Mi no tiempo
no se escapa,
suficiente
para invertirlo en nada.

Seguiré caminando
por no olvidar
que avanzo
para mover las fechas.
¿Cuáles?

Pasos sin remite,
sin marca ni huella;
no recordaré el camino.
Para qué.

viernes, 4 de marzo de 2011

Días de nieve

El patio de luces tiene hoy otro aspecto. Sobre los tendederos hay tiras blandas, rotas por partes, como queriendo escribir un mensaje en algún peculiar código Morse. Las poleas mantienen tirante el soporte y se resisten a lanzar sus habituales gritos de cotorra. Nadie pulsa las cuerdas y en las líneas de pentagrama sólo hay escrito ruido blanco.

Cualquier sonido queda disuelto, atrapado, silenciado.

Los gatos vecinos dejan sus huellas en la hoja virgen. Llenan los tejados de firmas, estampan marcas efímeras, irregulares líneas de puntos por las que la página nevada quedará cortada. Se desprenderá para desplomarse, formando una nueva cobertura. Tal vez los niños, ya en el suelo, harán de ella porciones arrojadizas, o darán vida a algún muñeco de hechuras más o menos reconocibles, ya con las horas contadas desde su minuto cero.

Las ramas de los árboles soportan delicadas cargas. Sólo algún chasquido da a entender que se trata de un peso añadido, y tensión y elasticidad echan su pulso constante hasta que la resistencia decida por sí misma.

La nieve siempre es inspiradora. Su mera visión lo es. También caminar sobre ella, bajo ella;  patearla, cogerla, compactarla y moldearla, lanzarla. Una nevada suave, levemente acunada por el viento, nos regala imágenes sosegadas y reparadoras. Conlleva la despreocupación de las cosas que se caen y uno sabe que no se van a romper.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Contra el terror

Pienso en las revueltas del mundo árabe. Digo pienso, sólo, y con ello admito que no actúo. Pensar y actuar deberían ir unidos o relacionados al menos. Sin embargo, desde esta paz europea de cartón-piedra no estoy, no estamos, dispuestos a poner en peligro nada de lo que nos aletarga y nos mece.

Sigo rumiando y acabo aceptando creer que desde África no piden tanto:  tan solo la condición de ciudadanos libres que se les presupone, aparte de acabar levantando la condena del terror y la explotación.

En estas revoluciones que los medios tildan de  "pacíficas"  está habiendo muertes, muchas por cierto. El que pide lo hace por las buenas, pero el que debe ceder no lo hará sin antes revolverse como gato panza arriba con la pistola cargada entre las garras. Y nuestros gobiernos miran para otro lado, más preocupados por lo que pueda pasarles a sus amigos y socios gobernantes tiranos y a esas sucias relaciones que acabarán torcidas, si no deshechas, a la espera de nuevos esfuerzos negociadores con vaya usté a saber quien, que manda huevos lo atadito que lo teníamos todo y la que nos han liado esos muertos de hambre.

Pero esos famélicos, aparte de comer, lo único que desean es vivir tranquilos en sus casas, libres del pavor a verse exterminados como ratas bajo sus propios tejados. Nada más.

Miro de nuevo a esto que llamamos occidente y no encuentro rastro del paradero de la ONU, ni de la Corte Penal Internacional de La Haya, ni de cualquier otro órgano internacional creado para, supuestamente, velar por la justicia, la paz y la seguridad comunes (¿comunes para quiénes?).

Seguiremos inmóviles, incapaces de actuar en su ayuda, viviendo en nuestros nidos de comodidad desde los cuales no nos dejan advertir el acecho del halcón que sobrevuela lo poco que hemos ido conquistando, narcotizados por los mensajes que nos lanzan desde los medios, dormidos en el sueño profundo de la democracia. Ellos, los revolucionarios, quieren construirla. A nosotros se nos podría estar escapando ya.

domingo, 20 de febrero de 2011

Otra vida en Venecia

Venecia puede ser el mejor lugar para descansar. Eso pensaron muchos cuando la eligieron para hacerlo eternamente y otros tantos que les concedieron su deseo y cumplieron con el ritual. Algún ritual más o menos clandestino.

Cosas que hacer cuando mueras en Venecia...

Como si de las tablas de los mandamientos se tratara, hay un precepto oculto, una serie de decisiones sobre planes que uno desconoce pero está dispuesto a consumar un poco más allá del acá.

En los canales se deja escapar algo de eso que trasciende a la belleza más insoportable. El agua tiene mucho de liberador y libertador del alma, que se escabulle además por las grietas de muros húmedos, oxidados, corrompidos; se filtra en las vetas abiertas de la madera sumergida y se cuela por trampillas en acuático vaivén.

Y renacida en los brillos de cada pequeña cresta de ola puede permanecer, regalarse otra existencia.

Ahora, frente a la cara más prosaica de esta vida, el gobierno de la Serenissima ha decidido convertir esos sueños dorados en tesoro contante y sonante y encauzar las corrientes del deseo hacia otra caja de otros caudales. Ayer las cenizas se esparcían en secreto y los seres queridos, furtivos, partían hacia sus anhelos. El rito carecía de etiqueta y el cortejo se permitía voluble. Hoy la propia ciudad sugiere que lo hagan tras pagar una tasa, bajo el protocolo de una ceremonia instituida, desde el muelle fijado para soltar cabos.

Por tanto, señores, muéranse con la cartera en el bolsillo si quieren una otra vida en Venecia.

jueves, 17 de febrero de 2011

Cine analgésico

Para saber si una película calma o elimina el dolor, la apatía, o un ataque prolongado de aburrimiento, debemos ponerla a prueba en el momento adecuado.

Vivamos un día tonto. Uno de esos que pasamos sin saber si venimos o vamos, si dormimos o velamos, si pertenecemos a esta dimensión o deberíamos estar en otra aun siendo conscientes de tener un pie interno en ella desde que nos hemos levantado. Vivámoslo a tope aunque parezca imposible. Sólo una recomendación:  no nos detengamos a pensar si estamos haciéndolo bien hasta que la evidencia pese lo suficiente como para desplomársenos encima.

El hecho de ir al cine no deberá ser algo planificado. Al menos no por nosotros mismos. Dejemos que otro nos haga la propuesta y digámosle que sí a pesar de no tener el día. Añadamos al conjunto un tiempo frío y lluvioso que no tienda invitación alguna a salir de casa. Hagamos el esfuerzo, claro. Encontrémonos además con alguien a quien le ha ido mal en el trabajo y convirtámonos en un grupo, reducido pero grupo al fin y al cabo. Desplacémonos y entremos a ver la película que decida quien nos ha sugerido la salida.

De hacer el experimento un día como hoy, dicha persona se inclinará por comprar entradas para Primos. ¿Por qué? Se trata de una comedia y percibe que el panorama a su alrededor no está para otra cosa. No sabe si acertará del todo, pero confía en su olfato y asume riesgos sin pestañear.


Un monólogo fantástico abre la sesión y el día tonto va llenándose de risas a medida que el metraje avanza. El guión es divertido a pesar de los dramas que aborda, e incita a una puesta en entredicho de lo que nos pasa  (si es que ya habíamos tomado conciencia de nuestro estado). En fin, comparada con ciertas tragedias personales a las que vamos asistiendo se podría decir que vivimos una jornada cualquiera. Nos hacía falta un rato lleno de frescura, talento, miradas entrañables a los veranos de nuestra adolescencia y citas cinéfilas muy ocurrentes. Lo hemos encontrado y nos alegramos de ello.

Agradeceremos este giro en nuestro día desastroso a Daniel Sánchez Arévalo, que ha escrito y dirigido, a los actores y, por supuesto, a quien ha elegido que veamos esta película de entre otras quince posibles. Concluyendo:  sí, podríamos hablar de cine analgésico.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Un buen discurso

De transmitir. De eso se trata. Para quien será rey del Reino Unido y de unos cuantos territorios más, la cosa empieza siendo una cuestión de dignidad y de amor propio. Pero acabará siendo algo mucho más serio:  este señor deberá transmitir seguridad y confianza, valor y coraje, a toda una nación y sus satélites.

A priori, una historia sobre la intervención de un logopeda en la solución del grave problema de un tartamudo a la hora de hablar en público no parece resultar demasiado atractiva. Sin embargo, El discurso del rey consigue convertir semejante argumento en todo un deleite para quien se sienta a verla. Nos introduce entre los dobleces de la vida privada de la familia real británica en un momento crucial para su devenir y su permanencia. El príncipe Albert, duque de York, Bertie para los amigos, está intentando librarse de su engorrosa tartamudez con la intención de poder salir airoso de algún que otro speech al que su profesión obliga. Pero, ¡oh, carambolas del destino!, parece que nada en los planes de sucesión va a ocurrir como parecía estar previsto. Serán esta circunstancia y otras tantas más personales las que vayan conformando esta magnífica recreación biográfica  (desconozco si fiel o no a la realidad).

Partiendo de un guión redondo siempre se tiene mucho ganado. Si a esto se le añade una buena realización y grandes dosis de sentido del humor, digamos que el público estará en tu bolsillo. Tom Hooper dirige con brillantez y los chicos de producción, dueños del mencionado bolsillo, han cuidado todos los detalles al máximo. El resto ya es cosa de los actores... y menuda cosa.

Colin Firth, como príncipe Albert, lo borda. Si es posible, mejor ver esta película en versión original, pues ahí se apreciará el increíble esfuerzo de este actor para reproducir los problemas de dicción de su personaje. Logra darle una tremenda carga humana, de gran complejidad y hondura. También está soberbio Geoffrey Rush quien, como peculiar logopeda, a medida que vaya tratando a Bertie conseguirá ganarse su confianza y romper así la barrera que impide ciertos avances hacia una solución. Es su parte, quizás, la más grande en cuanto a personalidad y calidad humana. ¿Y qué decir de Helena Bonham Carter? Me alegra volver a verla en un papel  "normal", después de tantos histriones y extravagancias. Vuelve a parecerse a aquella actriz que trabajaba con James Ivory, aunque esta vez está presente para dar apoyo y mucha sutilidad e ironía en sus intervenciones.

En cuanto a la música, últimamente Alexandre Desplat está en casi todo, aunque siempre en su sitio. Esta vez sus composiciones llegan acompañadas de otras de Beethoven o Mozart, nada menos. La música tiene aquí la función de enfatizar, apoyar en ese camino interior que Bertie tendrá que recorrer, contrayendo una carga muy pesada de responsabilidad, en busca de la autoridad para convencer a su pueblo de que se puede luchar contra el nazismo. En fin, una historia entretenidísima que también trata sobre la amistad y la superación.

lunes, 31 de enero de 2011

Adiós a un creador

Es la vorágine misma de la vida. Si uno busca John Barry en Wikipedia, lo primero que encuentra es un lapso vital entre dos paréntesis:  (3 de noviembre de 1933 - 30 de enero de 2011). Sobre la última fecha, ayer mismo, imagino la ilustración sonora de una marcha fúnebre. Es una marcha con toques de jazz subrayada vigorosamente por una línea de trompas, arropada por el dramatismo de un grupo de cuerdas. Sobrecoge profundamente.

John Barry deja en las pantallas, en nuestros oídos, en nuestra piel, la música de muchas películas ligadas a la acción, al misterio y a la emoción. Siempre reconocible, con su sello propio y sonidos tan personales; accesible a la vez. Es un gusto poder vivir en un mundo que quedará ambientado por sus creaciones. Ahí va una de ellas, tan parecida a otras y tan suya.

viernes, 28 de enero de 2011

Cifras

Hoy hemos sabido que el año pasado cada día se quedaron sin trabajo 1000 personas en España. Pasaron a incrementar el número total de parados, que ya se acerca a la terrible cantidad de 5 millones. En sólo 3 años hemos multiplicado la cifra casi por 3.

Los anteriores gobernantes nos dejaron un país enladrillado en el que primó la cultura del pelotazo y el llevárselo calentito. Los actuales recogieron aquella herencia y les fue bien hasta que la crisis nos engulló  (a nosotros más que a ellos). Estos días tenemos un país congelado  (nieves y hielos por todas partes)  con cerca de 25 millones de españoles paralizados por el miedo y la incertidumbre. 'No te muevas, que puede ser peor', 'Virgencita, que me quede como estoy', 'Más vale pájaro en mano'...

Y mejor no hablemos de dinero, del que desaparece y nadie sabe adónde va, del que sólo beneficia a unos pocos habiendo salido del bolsillo común, del de los que pagan y jamás reciben nada, del que sufraga una justicia bastante dudosa, del que compra silencios, del que produce náuseas, de las decisiones que sobre él se toman sin contar con todos.

Parece que asistimos a una ola destructiva tras el paso de la cual todo lo que se crea es precario y decepcionante. Aquí no hay visos de volver a vivir buenos tiempos y el que los disfrutó, se lo lleva puesto. Nuestros políticos dicen tener la solución, pero ninguno suelta prenda  (¿?). El gobierno lo está haciendo fatal y la oposición, visto lo visto, se frota las manos. No me extraña que muchos jóvenes menores de 30 años se estén planteando emigrar, volar, darse el piro. Ellos integran buena parte de nuestro 20 por ciento de paro y saben que en este país no se valora casi nada de lo que ellos podrían aportar.

Ya veremos si alguno de ellos  (de nosotros)  logrará cotizar esos 38,5 años que a partir de ahora nos van a imponer para podernos jubilar a los 65 años. ¿Vamos a seguir callados, paralizados, maniatados?

lunes, 24 de enero de 2011

Además de la lluvia

De ver  También la lluvia  uno sale convencido de que ha merecido la pena. La película nos devuelve al año 2000, llevándonos de la mano de un equipo de cine a Cochabamba, Bolivia. Allí pretenden rodar una película sobre la conquista de los españoles en América y sufren la alteración de sus planes cuando estalla una revuelta popular en contra de la privatización del agua.

De ella me interesan muchas cosas. El arranque, con esas imágenes que podrían remitir a  La dolce vita  y su Cristo suspendido de un helicóptero  -en este caso es una cruz que hace revivir al imaginario de  La misión-.  Me engancha además todo el tramo en el que el proyecto cinematográfico se está desarrollando, se están rematando las localizaciones y el casting de actores y vamos conociendo a todos los personajes. Me gusta cómo se plantean las inquietudes del productor y su forma de trasladarlas al espectador. Integro sin problemas la realidad y la ficción en esa mezcla de lo que se rueda y de cómo se rueda. Escucho atento los argumentos de algunos personajes en su debate sobre algunos temas que se van planteando.

Iglesia e Imperio, entre otros. El ayer y el hoy entremezclados en un enfrentamiento entre los abusos que se produjeron en el pasado y los que se practican en el presente. Icíar Bollaín consigue poner en evidencia las fallas de nuestro sistema y la vergonzante prepotencia del hombre poderoso, venga éste de donde venga. La directora hace un trabajo estupendo en esta historia grande, tan alejada de otros territorios más íntimos y cotidianos en los que ha solido sumergirse en películas anteriores. Me gusta, sí, aunque también trato de imaginar este guión realizado por Alejandro González Iñárritu, quien lo tuvo en sus manos hasta que prefirió hacer Biutiful en su lugar.

Supongo que me quedo con el planteamiento y el desarrollo porque en ellos está la esencia del ritmo y el pulso vibrante de la narración, que decae cuando el conflicto llega a su clímax. Ahí es cuando echo en falta a un Luis Tosar más apasionado y a un más creíble Gael García Bernal. Están correctos, pero les falta un toque de la varita de su directora para hacer redonda del todo su evolución dentro de la trama. No ocurre así en otros casos:  me pongo a los pies de un colosal Karra Elejalde en la piel de Cristóbal Colón y del actor, Antón, que lo encarna en la ficción. Magnífico en su delicada verosimilitud. También me convence la imponente presencia de Juan Carlos Aduviri, un actor boliviano soberbio en su puesta en escena de todo un luchador.

A pesar de mis reparos no dudaría en volver a verla para extraer algo más de un riquísimo guión  -lo siento por la Academia de la Lengua, pero me resisto a eliminar esta tilde-  de Paul Laverty, quizás lo más valioso del film. Casi tan valioso como el agua.