Diré solo el pecado: el escaparate de una armería junto a la que paso de vez en cuando guarda uno de los peores ejemplares de animal disecado que jamás he visto. Se trata de una cabeza de jabalí que, desgraciadamente para el difunto y para todos sus congéneres vivos, cuelga con mueca estúpida y bien podría pasar por oso Gummi.
No es que tenga nada contra la taxidermia, pero mucho me temo que hay quienes se hacen llamar profesionales del ramo y bien podrían merecer ser naturalizados con las mismas malas artes que ellos mismos suelen gastarse en estos menesteres. Y, por si a alguien se le pasara por la cabeza, mejor no hablar de darles un destino similar al que Arturo Pérez-Reverte le dedica en El asedio a su enigmático taxidermista, Gregorio Fumagal. En todo caso me inclinaría por invitarles a tomar un chatito de jugo de Gommi-baya, aquella poción que hacía a los osos Gummi saltar muy muy alto y ponerse a rebotar, boing boing, durante un buen rato. (Sí, ya sé que a los humanos ese brebaje les daba una fuerza descomunal, pero mejor ignoremos el detalle y démosles el gusto a los pobrecitos jabalíes agraviados).
En el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, entre piezas de animales disecados con menor o mayor suerte encontramos un puñado de escenas colectivas perfectamente logradas. Una muy llamativa representa con tremenda fortuna una colonia de abejarucos dentro de una magnífica réplica de su hábitat. Esta obra de 1916, maestra sin duda, se debe a José María Benedito, quien logró reproducir con fidelidad este numeroso grupo de aves y permitirnos observarlas desde todos los ángulos en una escena posible en su vida cotidiana. Cuando uno rodea la urna que conserva todo ello, no puede evitar hacer comparaciones entre unos escaparates y otros muy distintos...
Gracias a los hermanos Benedito Vives y a otros taxidermistas conservamos una huella realista de algunas especies animales ya extinguidas y podemos asistir a su expresión espontánea. Es el fruto de estudios exhaustivos al natural, realizados en el campo con la intención de captar sus movimientos y trasladarlos en el taller de manera equilibrada y estéticamente acertada. Un buen profesional, aparte de conocedor de diversas técnicas, debe ser también experto en anatomía, escultura y pintura.
Ya que esta disciplina se prestaría a un larguísimo debate entre defensores y detractores de la misma, prefiero quedarme en estas líneas con la escandalosa diferencia entre el arte o artesanía y la más terrible impostura o villanía.
No es que tenga nada contra la taxidermia, pero mucho me temo que hay quienes se hacen llamar profesionales del ramo y bien podrían merecer ser naturalizados con las mismas malas artes que ellos mismos suelen gastarse en estos menesteres. Y, por si a alguien se le pasara por la cabeza, mejor no hablar de darles un destino similar al que Arturo Pérez-Reverte le dedica en El asedio a su enigmático taxidermista, Gregorio Fumagal. En todo caso me inclinaría por invitarles a tomar un chatito de jugo de Gommi-baya, aquella poción que hacía a los osos Gummi saltar muy muy alto y ponerse a rebotar, boing boing, durante un buen rato. (Sí, ya sé que a los humanos ese brebaje les daba una fuerza descomunal, pero mejor ignoremos el detalle y démosles el gusto a los pobrecitos jabalíes agraviados).
En el Museo de Ciencias Naturales de Madrid, entre piezas de animales disecados con menor o mayor suerte encontramos un puñado de escenas colectivas perfectamente logradas. Una muy llamativa representa con tremenda fortuna una colonia de abejarucos dentro de una magnífica réplica de su hábitat. Esta obra de 1916, maestra sin duda, se debe a José María Benedito, quien logró reproducir con fidelidad este numeroso grupo de aves y permitirnos observarlas desde todos los ángulos en una escena posible en su vida cotidiana. Cuando uno rodea la urna que conserva todo ello, no puede evitar hacer comparaciones entre unos escaparates y otros muy distintos...
Gracias a los hermanos Benedito Vives y a otros taxidermistas conservamos una huella realista de algunas especies animales ya extinguidas y podemos asistir a su expresión espontánea. Es el fruto de estudios exhaustivos al natural, realizados en el campo con la intención de captar sus movimientos y trasladarlos en el taller de manera equilibrada y estéticamente acertada. Un buen profesional, aparte de conocedor de diversas técnicas, debe ser también experto en anatomía, escultura y pintura.
Ya que esta disciplina se prestaría a un larguísimo debate entre defensores y detractores de la misma, prefiero quedarme en estas líneas con la escandalosa diferencia entre el arte o artesanía y la más terrible impostura o villanía.
4 comentarios:
CUANTA VERDAD DESTILA EL POST, QUERIDO DANIEL. BIEN POR TU VUELTA. EXTRAÑABA TUS TEXTOS E IDEAS. SALUDOS CORDIALES.
Muchas gracias Daniel por nombrar a mi familia en tu blog, soy bisnieto de Luis Benedito Vives, sobrino bisnieto de Jose Maria Benedito Vives y nieto de Jose Luis Benedito Lopez.
La verdad que es todo una joya contemplar los abejarucos!
1 abrazo
Carlos R.Benedito
¡Vaya, esto sí es una gran sorpresa! Muchas gracias a ti, Carlos, por visitar el blog y dejar este comentario. Las obras que conozco de tus familiares son sencillamente magistrales. Y la que más he disfrutado siempre que la he visto en el Museo de CC. Naturales es la que menciono en este post.
Otro fuerte abrazo para ti.
Hola de nuevo Daniel. Hace poco Santiago Aragón público un libro ' En la piel de un animal' habla entre otras cosas sobre mi familia, además ocupa la portada el elefante naturalizado por Luis Benedito y sale él de espaldas. Los Abejarucos como bien dices tu son una obra maestra.
Un abrazo enorme.
Carlos Ramos Benedito
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