De ver También la lluvia uno sale convencido de que ha merecido la pena. La película nos devuelve al año 2000, llevándonos de la mano de un equipo de cine a Cochabamba, Bolivia. Allí pretenden rodar una película sobre la conquista de los españoles en América y sufren la alteración de sus planes cuando estalla una revuelta popular en contra de la privatización del agua.
De ella me interesan muchas cosas. El arranque, con esas imágenes que podrían remitir a La dolce vita y su Cristo suspendido de un helicóptero -en este caso es una cruz que hace revivir al imaginario de La misión-. Me engancha además todo el tramo en el que el proyecto cinematográfico se está desarrollando, se están rematando las localizaciones y el casting de actores y vamos conociendo a todos los personajes. Me gusta cómo se plantean las inquietudes del productor y su forma de trasladarlas al espectador. Integro sin problemas la realidad y la ficción en esa mezcla de lo que se rueda y de cómo se rueda. Escucho atento los argumentos de algunos personajes en su debate sobre algunos temas que se van planteando.
Iglesia e Imperio, entre otros. El ayer y el hoy entremezclados en un enfrentamiento entre los abusos que se produjeron en el pasado y los que se practican en el presente. Icíar Bollaín consigue poner en evidencia las fallas de nuestro sistema y la vergonzante prepotencia del hombre poderoso, venga éste de donde venga. La directora hace un trabajo estupendo en esta historia grande, tan alejada de otros territorios más íntimos y cotidianos en los que ha solido sumergirse en películas anteriores. Me gusta, sí, aunque también trato de imaginar este guión realizado por Alejandro González Iñárritu, quien lo tuvo en sus manos hasta que prefirió hacer Biutiful en su lugar.
Supongo que me quedo con el planteamiento y el desarrollo porque en ellos está la esencia del ritmo y el pulso vibrante de la narración, que decae cuando el conflicto llega a su clímax. Ahí es cuando echo en falta a un Luis Tosar más apasionado y a un más creíble Gael García Bernal. Están correctos, pero les falta un toque de la varita de su directora para hacer redonda del todo su evolución dentro de la trama. No ocurre así en otros casos: me pongo a los pies de un colosal Karra Elejalde en la piel de Cristóbal Colón y del actor, Antón, que lo encarna en la ficción. Magnífico en su delicada verosimilitud. También me convence la imponente presencia de Juan Carlos Aduviri, un actor boliviano soberbio en su puesta en escena de todo un luchador.
A pesar de mis reparos no dudaría en volver a verla para extraer algo más de un riquísimo guión -lo siento por la Academia de la Lengua, pero me resisto a eliminar esta tilde- de Paul Laverty, quizás lo más valioso del film. Casi tan valioso como el agua.
5 comentarios:
Excelente comentario. Yo también volvería a verla, sólo por disfrutarla de nuevo.
Saludos. Lola.
Daniel: Bueno el comentario (Lola también habló del filme). Lo agendo. Apenas se estrene en Baires, lo veo. Me atrae el tema. Hay un libro que te recomiendo porque merodea en el tema, pero vínculado más con las Misiones Jesuíticas y otros tópicos contemporáneos, de un argentino, Marcos Aguinis, "La gesta del marrano". Es excelente. Nuestra América profunda, cuántas historias para descubrir. Abrazo.
Lola, ya he leído tu post sobre la película. Tienes razón, la música de Alberto Iglesias es también magnífica.
Gustavo, me apunto ese libro (ya son unos cuantos los que me has recomendado).
La realidad Boliviana es diferente a la que tenemos en Europa, yo también volvería a verla. Daniel "revolucionario" está increible.y la banda sonora de Alberto Iglesias es preciosa.
Un abrazo.
Cristina B.
Otra recomendación para todos:
El discurso del rey.
Gracias, Cris, por tu comentario.
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