Ennio Morricone es uno de los grandes, un compositor legendario. Buena parte de su música no es solamente un regalo para los oídos. También lo es para el propio cine, que no habría sido lo mismo sin sus bandas sonoras. Muchas de ellas merecen una escucha atenta, entregada. Desde las que acompañan a los spaghetti westerns de Sergio Leone hasta partituras tan conocidas como La Misión o Érase una vez en América, pasando por Los intocables de Eliot Ness o Malena.
Hasta hace unos días ha habido en mi discoteca un hueco que por fin, gracias a los magos de Oriente, he llenado. Cinema Paradiso tiene mucho de eso que damos en llamar emoción, que no es una convención pero que puede crearse a partir de muy pocos elementos. Siempre que he visto esta película he pensado que la música es su coprotagonista indiscutible, la que nos hace imaginar a Totó y Elena juntos otra vez. O a Totó y Alfredo volviendo a alimentar su entrañable amistad. Es ya imposible acompañar sus imágenes con otra música que no sea la de Morricone. Esa evocación de la niñez, del primer amor, la pérdida, la fuerza de la memoria... Todo eso lo consigue por sí sola, reproducida en cualquier lugar, con sus melodías sencillas, sin florituras, hechas para poder llegar ligeras y directas al corazón.
Esta pieza, que aparece en el álbum declinada de diferentes formas en varios cortes, también la introdujo Dulce Pontes en su disco Focus, un trabajo conmovedor que pone letra a muchas melodías de Morricone y las convierte en bellísimas canciones... A disfrutar.
1 comentario:
Cinema Paradiso! Eso sí es pura emoción. Gracias por mencionarla aquí!
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