Regreso de una expedición absolutamente desquiciada y paranoica. Hace un par de meses leí a Pérez Reverte en un artículo sobre el conquistador Lope de Aguirre, quien en su expedición en busca de El Dorado acaba liderando un grupo de traidores contra la corona de Felipe II. Hacía más de un año que tenía sobre una estantería el libro de Ramón J. Sender La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, al que Pérez Reverte se refiere con gran entusiasmo en dicho artículo. Lo había comprado en una pequeña feria tras escuchar a un amigo un no menos entusiasmado comentario sobre el mismo. Parecía ser un libro difícil de conseguir, aunque gracias a una edición que lanzó El País dentro de una colección de novela histórica es ahora una obra muy asequible.
Es apasionante. Narra ese viaje desde el Perú hasta el Atlántico a través del Marañón, el Amazonas, el Orinoco. Lope de Aguirre y sus "marañones" van poco a poco reduciendo su propia compañía, causando muchas más bajas entre los suyos que las que les provocan los indios o las enfermedades. No contento con eso Aguirre decide rebelarse contra el hombre más poderoso de la época y "desnaturalizarse de los reinos de España", descartar la búsqueda de El Dorado, tomar Isla Margarita y pensar en conquistar la costa venezolana y después avanzar hacia el Perú.
R. J. Sender acierta con el modo de narrar, utilizando un lenguaje con el regusto del siglo XVI. También da en el clavo con sus descripciones finas y atmosféricas. El clima sofocante, las jornadas extenuantes, la podredumbre derivada de la humedad. La locura de Aguirre podría entenderse habida cuenta de semejantes condiciones. Y es tremendo: por momentos uno teme por su propio cuello, agarrotado en un santiamén por los negros asesinos a su servicio, matarifes de todo el que incomoda a su señor o es un estorbo para el avance de sus planes.
Conspirador entre conspiradores. Así es el protagonista de esta historia, de la que se extrae de todo menos indiferencia.
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