El patio de luces tiene hoy otro aspecto. Sobre los tendederos hay tiras blandas, rotas por partes, como queriendo escribir un mensaje en algún peculiar código Morse. Las poleas mantienen tirante el soporte y se resisten a lanzar sus habituales gritos de cotorra. Nadie pulsa las cuerdas y en las líneas de pentagrama sólo hay escrito ruido blanco.
Cualquier sonido queda disuelto, atrapado, silenciado.
Los gatos vecinos dejan sus huellas en la hoja virgen. Llenan los tejados de firmas, estampan marcas efímeras, irregulares líneas de puntos por las que la página nevada quedará cortada. Se desprenderá para desplomarse, formando una nueva cobertura. Tal vez los niños, ya en el suelo, harán de ella porciones arrojadizas, o darán vida a algún muñeco de hechuras más o menos reconocibles, ya con las horas contadas desde su minuto cero.
Las ramas de los árboles soportan delicadas cargas. Sólo algún chasquido da a entender que se trata de un peso añadido, y tensión y elasticidad echan su pulso constante hasta que la resistencia decida por sí misma.
La nieve siempre es inspiradora. Su mera visión lo es. También caminar sobre ella, bajo ella; patearla, cogerla, compactarla y moldearla, lanzarla. Una nevada suave, levemente acunada por el viento, nos regala imágenes sosegadas y reparadoras. Conlleva la despreocupación de las cosas que se caen y uno sabe que no se van a romper.
1 comentario:
Bellas y delicadas imágenes, Daniel. Aquí, en Bs. As. no nieva. Hace unos años sucedió en pleno invierno y, por ser atípico, resultó una fiesta...Abrazo.
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