Es esta misma mañana cuando, ante mis recipientes de reciclaje, me pregunto, como cualquier otra, si el papel de la magdalena pertenece a la familia del papel o al reino de lo orgánico.
Se nos pide que lo separemos todo y destinemos cada cosa al lugar que le corresponda. Y ahí andamos, trabajando por la causa. Pero es que, a pesar de estar concienciado, hay cosas indisociables. Lo siento, pero no podría dedicarle todo mi amor a despegar del papel con un cuchillito esos restos de bizcocho con el único fin de tirarlos a un lugar apropiado.
Abro las puertas bajo el fregadero y, al detenerme frente a los distintos receptáculos, me asalta la misma duda de siempre. Es papel, pero tiene restos de bollo. Aunque... en realidad... ahí queda más pastelillo de lo que parece, ergo va a ser orgánico. Sí, pero, pensándolo bien, si por definición lo que hago es quitarle el papel a la magdalena, será evidente que sus restos deberían ir junto al papel. Ya, pero… ¿qué papel de magdalena, sobao pasiego o bizcocho borracho sería apto para reciclarse junto al resto del cartón? Yo creo que ninguno. ¡Si hasta el perro de mi padre se los comía, y le sabían tan ricos! Eso es que ahí debe quedar todavía mucha chicha. Bastante dudoso que de ahí pueda llegar a sacarse un paquete de folios.
Pero sigo con la indecisión a flor de piel. Sostengo en mi mano el objeto que me trae tantos quebraderos de cabeza. Siento que mis dedos juegan a dos bandas. Se sitúan en dos bandos. Por un lado, tocan la parte del papel, suave en su superficie hecha de celulosa y otras sustancias porosas, ahora algo grasientas. Por otro lado, algún dedo disfruta de la zona más mullida: la de los restos de miga que siguen pegados al material que los contenía; podrían haberse ido con la magdalena pero, al pelarla, optaron por seguir agarrados a la pared, como lapas sobre una roca. Inseparables, ya se ve.
Habrá opiniones para todos los gustos. Es decir, o uno u otro. O blanco, o negro. En mi caso, ante la obligación de acabar esto con rapidez en beneficio del resto de cosas que tengo pendientes, decido no mirar. Que caiga donde le toque esta vez. Hasta que se escriba un libro de estilo del reciclado que establezca qué hacer con estos elementos fronterizos, yo juego a cara o cruz.
Se nos pide que lo separemos todo y destinemos cada cosa al lugar que le corresponda. Y ahí andamos, trabajando por la causa. Pero es que, a pesar de estar concienciado, hay cosas indisociables. Lo siento, pero no podría dedicarle todo mi amor a despegar del papel con un cuchillito esos restos de bizcocho con el único fin de tirarlos a un lugar apropiado.
Abro las puertas bajo el fregadero y, al detenerme frente a los distintos receptáculos, me asalta la misma duda de siempre. Es papel, pero tiene restos de bollo. Aunque... en realidad... ahí queda más pastelillo de lo que parece, ergo va a ser orgánico. Sí, pero, pensándolo bien, si por definición lo que hago es quitarle el papel a la magdalena, será evidente que sus restos deberían ir junto al papel. Ya, pero… ¿qué papel de magdalena, sobao pasiego o bizcocho borracho sería apto para reciclarse junto al resto del cartón? Yo creo que ninguno. ¡Si hasta el perro de mi padre se los comía, y le sabían tan ricos! Eso es que ahí debe quedar todavía mucha chicha. Bastante dudoso que de ahí pueda llegar a sacarse un paquete de folios.
Pero sigo con la indecisión a flor de piel. Sostengo en mi mano el objeto que me trae tantos quebraderos de cabeza. Siento que mis dedos juegan a dos bandas. Se sitúan en dos bandos. Por un lado, tocan la parte del papel, suave en su superficie hecha de celulosa y otras sustancias porosas, ahora algo grasientas. Por otro lado, algún dedo disfruta de la zona más mullida: la de los restos de miga que siguen pegados al material que los contenía; podrían haberse ido con la magdalena pero, al pelarla, optaron por seguir agarrados a la pared, como lapas sobre una roca. Inseparables, ya se ve.
Habrá opiniones para todos los gustos. Es decir, o uno u otro. O blanco, o negro. En mi caso, ante la obligación de acabar esto con rapidez en beneficio del resto de cosas que tengo pendientes, decido no mirar. Que caiga donde le toque esta vez. Hasta que se escriba un libro de estilo del reciclado que establezca qué hacer con estos elementos fronterizos, yo juego a cara o cruz.
3 comentarios:
Me recuerda a la magdalena de Proust. Muy bueno, Dani. Da gusto leerte. Preciosa postal. Besicos. Ana
Bueno, ya he vuelto a casa y a leerte. Me reía al leer este texto porque, esta mañana, desayunando en casa ( en Madrid, ¡tengo tantas casas...... pssss!) Alfredo me preguntaba dónde iba el papel de la magdalena. Yo creo que al contenedor de basura orgánica, vamos la de toda la vida. Eso sí, yo antes de tirarlo lo rebaño bien con una cuchara. Ese bizcocho pegadillo está muy dulce y me encanta.
Voy volviendo a la normalidad, para mi desgracia.
El papel manchado de grasa no es apto para ser reciclado ya que a la hora de ser procesado (se mete en depositos de agua hasta convertirlo en pasta de papel) la grasa daña la instalación, además de empeorar la calidad del papel.
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