Nunca podemos dar nada por seguro. Ni siquiera cuando ya ha pasado, cuando ya ha sido. Eso tampoco.
La calma ha llegado tras el temporal y lo que veo es: que la tormenta ya se ha ido. Me relajo y salgo a descubierto con total despreocupación porque nada me acecha ya. Y le entrego mi confianza a ese claro que cada vez se abre más y más. No esconde nada, tan diáfano como es. Eso me tranquiliza.
Pero lo que no sé es que tiene otra cara que nunca me muestra. Tampoco en esta ocasión. Su bondad aparente me tiene encantado, alejado de la sospecha. ¿No debería plantearme que una buena faceta puede tener su lado turbio? Me temo que sí. Pero ya es tarde y, nuevamente, la vida vuelve a jugármela con sus cartas marcadas.
Lo que veo no es todo lo que hay. Por desgracia. Por fortuna. Así que no puedo dejarme en paz; tengo que renunciar a la sensación de seguridad dada por tanta quietud.
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