viernes, 27 de septiembre de 2013

La ronda en el Rijksmuseum


La foto no tiene una calidad excelente, dada la escasa pericia de su autor para mantener exposiciones largas con una cámara compacta. Aun así, me gusta su composición casual y el foco que conduce la mirada hacia el maravilloso fondo del corredor.

Ese foco no es otro que uno de los cuadros más impresionantes del mundo. Uno sabe que va a poder verlo allí, en ese museo, aunque no espera encontrárselo expuesto de esa forma tan brillante. Por eso, estar dentro de esta gran sala es una gran suerte. Tienes una de tus pinturas favoritas a golpe de vista y, sin embargo, prefieres ir deteniéndote en otras fantásticas obras que vas encontrándote de camino. Podrías avanzar hacia ella directamente, pero intuyes que lo bueno es disfrutar de otros cuadros con la promesa a tu alcance de un delicioso maná.

La ronda de noche no es, ni mucho menos, una ronda nocturna, sino una escena que se desarrolla en un interior plasmada por Rembrandt sobre un lienzo. Cuando, tiempo después, fue denominada así, dicho lienzo tenía encima tanta mugre que para cualquier observador era indudable que allí se había hecho de noche.

Ahora los interiores ya no son tan oscuros, salvo que se desee que lo sean, y en esa sala de pintura holandesa la luz es la idónea, aunque a mí me cueste adaptarla a las funciones de mi cámara. El Rijksmuseum siempre ha sido un buen lugar para estar pero, últimamente, después de las obras de renovación, es uno de los mejores lugares para estar.

lunes, 23 de septiembre de 2013

El gusano de la patata

Hoy, de primer plato, puré de verduras. Cebolla, ajo, zanahoria, apio, calabacín, tomate y patata. Le pongo sal, pimienta y mi toque personal: un poco de curri suave. Aparente normalidad en la superficie de la patata que me dispongo a pelar para, después, trocearla y cocerla con todo lo que ya está en la olla. Tan sólo observo unos puntos negruzcos que no parecen síntoma de nada grave.

Comienzo a retirar la piel del tubérculo y ahora, en el amarillento y más jugoso interior, resaltan unos ojos negros que parecen mirarme. Intento apartarlos con una puntilla pero no lo consigo del todo. Entonces corto un pedazo y, ¡oh, sorpresa!, aparece un gusano. Queda totalmente fuera de su guarida y titubea moviéndose de un lado a otro, cabeceando tembloroso, como deseando que, a falta de cerebro, un buen instinto le lleve con rapidez a un nuevo escondite.

No creo que el bicho me vea ni alcance a imaginar que soy el causante de su repentino desamparo. Miro la galería de la que ha salido y la secciono con el filo del cuchillo. Tiene su principio y su final dentro de la patata. No hallo indicios de entrada hasta el túnel-vivienda: es como si el tubérculo hubiera engendrado a su ocupante a partir de su propia materia y se hubiera prestado a ser comido para darle albergue.

Las últimas patatas que compré lucían una pinta similar a la de esta. Desconozco su placa de identidad (tal vez fueran Monalisa, Ágata, Caesar, o vaya usté a saber...), aunque, de llevarla, supongo que la portarían atornillada por medio de ojales negros en los que se alojarían, tal vez, unos cuantos inquilinos más.

Y entonces me pregunto si habré frito o cocido algún gusano de la patata y si, como resultaría evidente, ya lo habré ingerido.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Solo en el mundo

¿Qué decir de Solo en el mundo? Comenzaré diciendo, aunque no esté del todo bien, que me ha gustado. Es una novela única que refleja la vida tal como acaecía hace años en Trípoli, donde sus ciudadanos vivían fervientemente a favor de sus gobernantes, o irremediablemente sometidos, o revueltos clandestinamente contra ellos, reclamando una Libia mejor, una Libia libre.

Solimán, un niño de nueve años, comienza a coexistir con los misterios de la vida adulta y la terrible realidad de su país. Para alguien de su edad, convivir con traiciones, visitas intrigantes, desapariciones anunciadas de vecinos y juicios sumarísimos televisados es algo desconcertante. En casa, su padre, hombre de negocios y opositor del régimen de Gaddafi, se ve acorralado por los agentes del dictador. Por otra parte, su madre, doblemente atrapada en un matrimonio que no eligió y en un mundo del que se abstrae gracias al alcohol, añora una vida libre. Sin darse cuenta, tal vez llevado por la sinrazón que le rodea, los juegos de Solimán alcanzarán un punto siniestro. Sin alcanzar a prever las consecuencias, intervendrá terriblemente en los hechos que cambiarán el destino de su familia.

Me admira, de entrada, la sensibilidad y precisión con que Hisham Matar narra en ésta, su primera novela. Resulta estimulante recorrer junto a su protagonista los rincones de sus juegos, auténticos reinos particulares dentro de la casa de sus padres, aparte de la calle donde él y sus vecinos construyen sus fantasías. Por otra parte, disfruto con la complejidad de voces que en ciertos pasajes puebla los discursos interiores del protagonista y la contradicción que para él es desasosegante aunque no paradójica. Me ha gustado aprender sobre esos años oscuros de la Libia más deplorable y sobre el funcionamiento de los mecanismos del terror en un régimen monstruoso.

Esta historia arranca en un escenario soleado, mediterráneo, heredero en ciertos sentidos de la colonia romana que fue buena parte del territorio libio. Hallaremos en ella, sin embargo, un país herido por el terror y el fanatismo. Gaddafi y sus militares han creado una red que controla cualquier conato de traición a su ‘revolución’, que plaga de espías todos los rincones, agazapados frente a hogares, fábricas y universidades, a la escucha de cualquier voz temible.

jueves, 29 de agosto de 2013

Tomo nota

Me fascina saber cómo cada uno se las apaña para tomar sus notas.

Durante muchos años, aquéllas que no debía correr el riesgo de olvidar iban a parar a mi mano. ¡Sí, a mi piel! Como diestro no ambivalente, algo sin remedio ya, mi tatuaje quedaba localizado sobre la base del pulgar de la zona dorsal de la mano izquierda. Aquéllo era mejor que en la palma, pues no podía permitir que el sudor deshiciera el garabato, a pesar de ser perpetrado con tinta difícil de lavar.

Después, cuando tener una cierta edad empezó a conllevar la vergüenza de lucir la mano pintarrajeada, cualquier papelito pasó a ser de lo más socorrido. Un tícket de la compra, el pedazo de una hoja de calendario ya arrancada, la esquinita de una página del periódico ya leído, la solapa del sobre de una carta del banco que iba directo a la basura, un billete de tren usado, o de avión, o de autobús; una entrada de cine... Era toda una alegría (lo sigue siendo) dar con algo similar cuando aprieta la necesidad de apuntar.
Con el tiempo, dado que los papelitos se los lleva el viento tan ligeros como las palabras, o acaban deshechos dentro del bolsillo no revisado de un pantalón echado a lavar u olvidados vaya usté a saber dónde, he terminado sospechando que las libretas están para algo.

Y aquí llega el dilema: ¿llevar una siempre encima o esperar a llegar a casa para volcar en ella todo lo anotado en esos utilísimos papelitos? Los lomos de las libretas tradicionales son rígidos, a veces incómodos a la hora de guardarlas. Las espirales y canutillos abultan más de la cuenta, se enganchan en las costuras de la ropa y se clavan en el cuerpo. Las que van pegadas en por la parte superior son incómodas a la hora de pasar las páginas: obligan a cuidarse de que éstas se le echen a uno encima mientras escribe.

Llevo tiempo fijándome en cómo cada cual hace lo propio con sus apuntes... ¡Voy tomando
nota de todo!

miércoles, 21 de agosto de 2013

Los apuntes de un viaje

"Me gusta su recibimiento, con ese precioso saludo ritual. Las azafatas son guapísimas y muy elegantes. Tal vez, si les decimos que nos encanta como visten, nos regalen la mantita morada..."

Hoy rescato de entre un montón de papeles el conato de un diario de viaje. Está hilvanado a lápiz sobre la magnífica superficie satinada de un taco de bolsas para vómito (no sé llamarlas de una forma más fina) de la Thai Airways. Ahora leo las palabras que escribí y, con pena, pienso que un diario incompleto es como un pedazo de vida suelto, algo así como una naturaleza errante y errada.


El mencionado intento de bitácora resultó doblemente frustrado. Primero, porque quedó reducido al relato de un trayecto de ida, las notas acerca de uno de los días pasados en Bangkok y unas pocas líneas más, escritas durante el vuelo de vuelta. Y, segundo, el diario se frustró porque ahí sigue, a la eterna espera de ser rescatado del abandono. No dejan de ser unas notas sueltas en un papel adornado con una singular magnolia en sedoso púrpura.

Un buen cuaderno de viaje hubiera requerido, para empezar, ser éso: un cuaderno. Es difícil cohesionar un conjunto de pasajes sin la intervención de un poco de hilo y unas grapas. Además, pasar de tener únicamente un puñado de apuntes a disponer de un buen diario exige la dedicación y el compromiso que yo me dejé en el tintero. Habría sido bonito conservar el recuerdo de templos y ruinas siamesas plasmado en unos bocetos rápidos (y torpes, seguro), aparte de retenido en cientos de archivos digitales que hoy reposan bajo la lápida, también digital, de una carpeta guardada en un disco duro. Por supuesto, habría gozado relatando muchas experiencias, concretándolas en la secuencia numerada de unas cuantas páginas.

Pero nada de eso ocurrió y estas notas enmarcadas en morado, "Thai, smooth as silk", permanecerán así, tal cual se ven, en el limbo insustancial de los proyectos mal improvisados.

sábado, 17 de agosto de 2013

Vergüenza de Europa

Hace dos años, cuando en Egipto Mubarak fue derrocado, los consentidores y valedores de treinta años de dictadura, a saber, Estados Unidos y, cómo no, mi querida Europa, escenificaron algo así como la regresión de una ceguera que les había impedido ver qué clase de amigos habían tenido durante tanto tiempo.

Tras la caída de ese régimen aliado esta Europa sonrojante, menos mal, no se interpuso para que allí llegase a haber un presidente electo. Lo triste, sin embargo, es que desde aquí nadie se aseguró de que nada, como, por ejemplo, un golpe de los militares, truncase la realidad democrática en el país africano.

Hay y habrá muchas críticas contra la victoria de los Hermanos Musulmanes en aquellas elecciones, pero la verdad es que éstas se produjeron y que el pueblo pudo decidir con sus votos. También es cierto que el islamismo ganó terreno en un país que no parecía querer basar su futuro en un modelo de injerencia religiosa en la vida civil. Por si éso fuera poco, la Constitución que se legitimó no dejaba de ser una Carta deficiente que el presidente Morsi se negó a tratar de mejorar.
Cuando Egipto ya se encuentra al borde de la guerra civil  (algo terrible de lo que ningún país acaba de recuperarse nunca...),  con miles de ciudadanos por caer y la sangre de los que ya han muerto corriendo aún, estadounidenses y europeos se echan las manos a la cabeza, denunciando la brutalidad del ejército y la desproporción de su intervención. Y todavía hoy, con Morsi arrestado y el estado de derecho suspendido, esta Europa que ruboriza hasta al más pintado dice que allí no ha habido un golpe de estado y, cómo no, una vez más se sacude de encima la obligación de trabajar para que los egipcios lleguen a vivir en un país libre algún día.

Parece que todo da excusas a Europa para meterse donde no la llaman o desentenderse de lo que no le conviene. En el caso de 2011 fueron las 'revoluciones árabes'. Ahora es la falta de evidencias...

¡Qué lamentable! Me avergüenzo al mirar hacia este tinglado político del que, supuestamente, y según para qué menesteres, España forma parte, aunque eso no me abochorna menos que vivir en un país que da pábulo a tanto cinismo.

viernes, 2 de agosto de 2013

El precio del arte

"Un portal hacia lo sublime". Es la descripción que desde Sotheby's NY se hacía de este cuadro por el que se pagó la desorbitada cifra de 34 millones de euros en subasta.

Hace unos días, visitando la casa museo de Víctor Corral en Baamonde, Lugo, pude mantener una charla con este veterano escultor. Él criticaba la falta de criterio artístico para valorar las obras con las que hoy se mercadea en ferias y galerías. Y no le faltaba razón. No se puede aproximar el arte a los criterios especulativos que rigen, por ejemplo, la bolsa, donde unos pocos gurús deciden que algo podrá pasar de no costar casi nada a ver su precio multiplicado hasta el infinito. Hay, además, una provocación en el hecho de que las revalorizaciones se hagan, curiosamente, sobre obras que acaba de adquirir 'fulanito' o pretende vender 'menganito'. Se desprecia con ello toda la historia del arte y nuestro acervo de seres dotados de sensibilidad. Conversaba con Corral rodeado de sus obras en madera, cargadas de amor, esfuerzo y buen oficio.

A lo que voy es a que en un trabajo que pretende ser considerado artístico, para empezar, no puede hallarse dicha pretensión. Y no quiero decir que el artista deba renunciar a serlo, pues necesariamente tiene que haber en él la intención de hacer arte y de trascender. Sin embargo, su obra nunca deberá resultar pretenciosa, lo cual será siempre una cuestión de esencia, de entrañas. Por otra parte, tendrá que haber en esa obra una interpretación de la realidad, un filtrado de la misma a través de una mirada singular. Sin ese acercamiento al mundo y sin esa voluntad de multiplicarlo y de hacerlo crecer no hay arte. Además, tengo la certeza de que no puede faltar esfuerzo en el hecho artístico y de que su valor radicará necesariamente en él.

Las tasaciones, supongo, tendrían que ser siempre relativas, tomando en consideración los precios de las obras que universalmente se han reconocido y evaluado. Por eso, desorbitada es la suma a la que no se puede dar explicación cuando, tomando las forzosas referencias, sacar conclusiones acerca de su congruencia es una tarea imposible.

Por cierto, el cuadro es de Barnett Newman y se titula Onement VI (1953). Podrá gustar poco o mucho y transmitir más o menos sensaciones..., pero ésa ya es otra cuestión.

jueves, 25 de julio de 2013

Ánimo, Galicia

Me desayuno con la espantosa noticia de un accidente ferroviario en Santiago de Compostela. Pepa Bueno habla con un redactor de la Cadena SER que, en pasado, explica cómo pudo acceder al área donde todo ocurrió. Me alarmo.

Me desconcierta que, aunque no sea un incidente que yo ya conozca, se refieren a él como un siniestro histórico, de los más terribles que hayan ocurrido nunca en España. El reportero sigue dando detalles sobre el número de fallecidos y heridos, algunas señas del lugar del suceso y explica, además, de qué forma burló las medidas de seguridad para poder narrar en directo lo que allí vio. Habla en pretérito perfecto simple, con serenidad, arropado por la réplica templada de la directora de ‘Hoy por Hoy’.

Algo me choca, y es la falta del pulso que se les imprime a los hechos de actualidad, en especial a las tragedias que ponen a un país patas arriba. Por eso decido relajar mi recién despertada alarma. Pienso que, quizás, hoy, día de la fiesta grande de Galicia, estén recordando en la radio un accidente ocurrido allí tiempo atrás. Y me justifico: “Total, es pleno verano, hay mucha gente de vacaciones y la información del estío se nutre en ocasiones de las fuentes de archivo”.

Pero, seguidamente, Pepa Bueno recibe por teléfono la intervención de alguien ligado al sindicato de maquinistas de Renfe. Es entonces cuando el presente más tajante se hace un hueco junto a mi café. Este señor describe someramente el mecanismo de seguridad de los trenes de alta velocidad, aprovecha para enviar a los familiares de las víctimas un mensaje de solidaridad y añade que aún es pronto para conocer la causa del accidente.

Entonces me queda claro que ha ocurrido. Pasó ayer mismo, sí.

Hace diez días volví de Santiago a Madrid en un Alvia, el mismo modelo de tren que ha descarrilado y en la misma ruta que pasa por Angrois, el lugar en el que aún siguen todos esos vagones diseminados, amontonados, despachurrados; el mismo sitio en el que tanta gente trabaja todavía para salvar vidas. Al pensar en ello el horror me aguijonea y mi mente se vacía, se queda en blanco, como la noche que han pasado cientos de personas en el lugar del siniestro y sus cercanías.

A estas alturas del día he visto ya muchas imágenes espeluznantes, hecho y deshecho nudos en garganta y estómago, además de haber enjugado algunas lágrimas. En este momento sólo puedo esperar que el número de fallecidos no crezca más y querer algo tan dificil como confortar el ánimo devastado de tantos gallegos, viajeros, familiares y amigos de las víctimas.

martes, 23 de julio de 2013

Diccionarios

Te muestras,
me dejas ver,
te dejas ver.

Tus ojos hablan quedos.
Las pupilas dicen,
pestañas que escriben,
tus párpados,
luces discontinuas.

Ambos nos desciframos:
es el lenguaje
y nuestros diccionarios.

Millares de notas,
valores a cientos,
puntos, datos, tildes, censuras.

Hallas una acepción
y yo te aplaudo.
Quien traduzca
atrapará su laurel.

Sin lenguas francas.
Cada cual la suya
definiendo al otro.

jueves, 4 de julio de 2013

¡Guerra a las moscas!

Siete moscas dan vueltas endemoniadas en el aire. Algunas se entrechocan, como si volaran a ciegas. Su espacio aéreo es el de mi dormitorio. Con la ventana abierta de par en par, ignoran la amplitud de su vano. Alguna se empeña en golpear el vidrio y su marco, aunque finalmente acaba saliendo.

Desde la puerta de la habitación hacia adelante, a mi derecha los pies de la cama, llego cerca de la ventana. Hasta lograr expulsarlas he tenido que agitar los brazos como el que calienta para soltar músculos y articulaciones antes de hacer ejercicio. Al mullirlas, aprovecho las almohadas como arma amenazante, cual péndulos o columpios que desafían con llegar a girarse del todo.

Triunfante al fin, me pregunto si las mismas moscas que acabo echando un día tras otro de mi 'comarca' vuelven a invadirla cada mañana cuando decido ventilar. Entonces me acuerdo del abuelo Victoriano y de los utensilios que él mismo fabricaba a partir de unos trozos de malla de plástico y un poco de cinta aislante adhesiva. Eran los matamoscas con mayor eficacia exterminadora que nunca he conocido, aparte de la clave de uno de los pasatiempos más absorbentes que un niño haya probado jamás. Doy fe.

Solo al fin, me dispongo a cerrar ventana y contraventana. Clic, clac. Entonces, advierto que un individuo sobrevuela mi cama. La más lista de las siete ha logrado burlar mi carta de expulsión. La observo: como atraída por una libertad que más bien podría estar fuera (o tal vez dentro), la última mosca acaba posada en el cristal. Quisiera echarla como a las demás pero, me digo, ¡me niego a abrir otra vez! Y decido correr las cortinas.

Ahora está atrapada entre la ventana y una larga caída de tela. Zffgff... ¡Ahí te quedas!, le digo.

jueves, 20 de junio de 2013

El otro Gatsby

Quienes busquen reencontrarse con la maravilla escrita que es la novela de Scott Fitzgerald puede que queden decepcionados con esta película. Quienes acudan al cine para divertirse con este nuevo 'evento' del barroco Luhrman, ahí le van a encontrar, en su más puro estado.

El creador de este Gatsby no es el que nos dejó Australia sino exactamente el mismo de Romeo+Julieta y de Moulin Rouge. Personalmente prefiero a este último, contando a su manera la historia de un advenedizo que logra amasar una fortuna de la nada, rebelándose decidido a recuperar a la chica a la que ama después de cinco años separados. Supongo que para conseguir la creatividad perseguida a partir de una grandísima novela sin deshacerse de uno mismo a la hora de dirigir hay que despegarse de muchas cosas. Y Luhrmann hace básicamente espectáculo, con un punto transgresor e infractor que va aplicando en cada creación.

Fijémonos en las escenas más festivas. He disfrutado hallando paralelismos entre las tres películas del Luhrmann al que prefiero. Todas se parecen muchísimo, aunque cada una de ellas se desarrolle en una época diferente, dentro de su contexto concreto. Hay una secuencia en un piso al que Buchanan lleva a Carraway para reunirle con algunas ‘amigas’ en la que encuentro un toque de bohemia ya visto en otra secuencia del inicio de Moulin Rouge. La imaginería e iconografía en cualquier caso son comunes: los grandes carteles publicitarios en las calles, esas vallas que casi se convierten en un personaje más de la narración, el pulso frenético y alocado que se mezcla con el onírico e hipnótico, la potente amalgama de música y vídeo en un latido que seduce y engatusa...

Supongo que es mejor ver la película en versión original si se quiere oír las voces de los personajes a través de las de sus actores. La de Daisy decepciona en versión doblada al castellano. No decepciona, sin embargo, el resto de los sonidos del film. Brillantísimo el uso de la música, tanto la de los cantantes y grupos recopilados como la de la partitura de Craig Armstrong, que toma de esas canciones algunos leitmotivs y los declina con acierto. Inolvidable la intervención de Lana del Rey con una canción (Young and Beautiful) que aparece repetidas veces como un canto celestial. También sobresaliente la elección de Gotye y su Heart's a Mess, o de una vieja canción de U2, Love is Blindness.

Animo a los amantes de la novela a que vean la peli. Seguro que algo de ella les gustará.

jueves, 13 de junio de 2013

Gatsby

Tengo por aquí The Great Gatsby en la edición de Penguin que compré por sólo 99 peniques en ‘The Works’, una librería enmoquetada que había hace trece años en Oxford. Ignoro si la tienda sigue donde estaba (tecleo en Google... pues parece que sí... en Cornmarket St... ha cambiado su aspecto... también su logo... en fin; son los años). También ignoro si estos libritos de clásicos populares de Penguin siguen vendiéndose a tan buen precio como solían (vuelvo a teclear en Google y... bueno... digamos que han subido... más o menos al doble).

He rescatado de una estantería mi Gran Gatsby porque me picaba la curiosidad de saber si su portada se parecía en algo a la estética desplegada por Baz Luhrmann en su película. En ella me encuentro con la reproducción de un detalle de The Evening, una atractiva pintura de Delphin Enjolras. Gracias a su magia, estamos en los años veinte. No cabe duda por los peinados y los vestidos de las dos damas que aparecen en primer término. Junto a una mesa llena de elegantes copas, tazas y platos, ambas observan relajadas lo que acontece más allá de las enormes puertas acristaladas que dan paso a un jardín, donde otras muchas jóvenes disfrutan de una fiesta en torno a un estanque. Se trata de una reunión a la cálida luz de unas lámparas que dan un toque íntimo a la situación, algo habitual en las obras de este pintor francés.

Leí el libro unos años antes de comprármelo, en una traducción que tenían en mi biblioteca. Recuerdo que me gustó mucho, aunque no me acordaba bien del tono empleado por Fitzgerald en su narración a través del personaje de Nick Carraway. Hojeándolo, parece más analítico e introspectivo de lo que se presenta en la obra de Luhrmann. Aunque creo que no es sensato ponerse a comparar... Esta novela es uno de los grandes clásicos norteamericanos sobre la vacuidad del lujo, los sueños y el desencanto. Sin más.

De la película ya hablaremos.

miércoles, 5 de junio de 2013

Más momentuitos

Decía que, a pesar de verme enfrascado en algunas de ellas, no me gustan las redes sociales y que de todas Twitter me parece la más provechosa hasta ahora.

Y, en cuanto a lo de ir por la red dejándose retazos de uno... en fin, el jurado no tendrá en cuenta este blog para su veredicto. Aquí todo es voluntario y consciente (... a veces semiconsciente) y conste que si uno escribe por aquí es porque le gusta que le lean, al margen de los datos e identidades. Me temo que eso dice mucho acerca de lo sociable que uno pretende ser.

Aunque el blog pueda utilizarse también como plataforma de relaciones y sea halagador tener seguidores que toman parte activa en esta representación, lo cierto es que no está bien diseñado para la interacción en tiempo real.

Twitter, sin embargo, es puro intercambio. Dentro de la concisión, tiene la temperatura ideal para la complicidad y la reciprocidad. Es una fuente fugaz de información cuya nada desdeñable inmediatez es a veces pasmosa. Resulta ser tan rápido como caduco, paradigma quizás del periodismo más expeditivo. Es fuente de fuentes, puerta de acceso a infinidad de sitios, revelador de novedades, rescatador de archivos, catapulta para más de una buena y pesada bola, sonda de las querencias y quereres de muchos...

Y, por supuesto, la única restricción a la libertad que uno encuentra para ir soltando en Twitter sus brevedades son sus 140 caracteres.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Momentuitos

Hace pocos meses me creé un perfil en Twitter. Tiene gracia que reniegue de las redes sociales por antisociales pero vaya cayendo poco a poco en ellas.

Por supuesto, más allá de las redes sociales, voy soltando información personal por acá y por allá, confiado de ser sólo un minúsculo sujeto perdido en la inmensidad digital. Me descuido, pues espero que el cálculo de probabilidades se ponga de mi parte en cuanto a los riesgos de ser escogido para ejercicios poco leales.

En Google+ estoy porque parece que el señor de la lupa lo va abduciendo a uno, llevándole hacia todos los mecanismos de descarrío que su emporio ha creado. Apenas le hago caso, supongo, aunque de vez en cuando muerdo de su melaza sin entender aún hasta dónde extiende sus hilos.

Del Facebook no quiero conocer ni la portada. Lo siento por quienes me invitan a formar parte de la sociedad de sociedades a través de mensajes que me prometen todo un mundo feliz... cuando algo me da mala espina, ay, prefiero no correr el riesgo de pincharme.

Y, volviendo a Twitter, éso sí es otra cosa. Será cuestión de colores, como de gustos, pero el caso es que a mí me ha hecho tilín. Llevaba tiempo queriendo insertar una columna en este blog en la que poder ir soltando laconismos sin tener que abrir un post para ello y no encontraba la mejor manera de hacerlo. Por razones ajenas a mi bitácora, cercanas a mi arrebatado entorno laboral, decidí asomarme a un medio en el que se hacen accesibles informaciones relativas a ese asunto. Y, oh, una vez abierta la ventana el baño de luz ha sido muy generoso.

Dedicaré otro post al pajarito y, mientras llega, seguiré dejando fugacidades a través de su trino, llámense tweets, twits, tuits...

martes, 21 de mayo de 2013

Lo nuevo de Dan Smith

Hace poco he conocido a un autor inglés (vive en Newcastle) que me gusta especialmente. Ha viajado por medio mundo, lo que impregna sus novelas de experiencias que difícilmente podría plasmar sin ese bagaje a sus espaldas. Dan Smith consiguió que se fijasen en él con Dry Season, su primera novela, cuya acción se sitúa en el Mato Grosso brasileño, país en el que vivió durante cuatro años. Con ella logra que vivamos una experiencia oscura y cargada de suspense.

Smith tiene la capacidad de alimentar la tensión y recrear sus atmósferas con maestría, como ocurre en su segunda novela. Dark Horizons está ambientada en Sumatra, donde también el autor estuvo siete años. En ella hace un ejercicio de emotividad que se une a la exuberancia de sus paisajes, siempre dada a esconder secretos.

En junio saldrá la edición para Estados Unidos de su tercera obra, The Child Thief, una historia enclavada en la Ucrania occidental rural de los años 30, y para julio llegará el lanzamiento de Red Winter. Desde que firmase en 2008 su primer contrato con una editorial, Smith no para y sigue sumando lectores día tras día.

He tenido la suerte de leer su próxima novela, esta vez juvenil, My Friend The Enemy, que saldrá en julio también. Me han pedido que escriba una reseña para sus lectores, que, de momento, sólo pueden serlo en lengua inglesa (sorry for the mistakes!). Quien esté interesado podrá leerla en el siguiente post.

jueves, 9 de mayo de 2013

Haneke, premiado

Fantástica sorpresa, sí. Hace unos minutos se ha concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2013 a Michael Haneke. El jurado destaca en esta ocasión que "Haneke ilumina y disecciona con deslumbrante maestría aspectos sombríos de la existencia como la violencia, la opresión y la enfermedad, que afronta con extraordinaria sobriedad formal a la vez que abre espacios a la persistencia consoladora del amor, la confianza y el compromiso".


Lo primero suyo que vi, cuando era universitario, fue Funny Games. Me conmocionó y con ella descubrí que había alguien haciendo un cine de horror  'diferente'. Posteriormente, con La pianista, supe que había muchas formas de desasosegar al espectador, y que ese austríaco lo hacía de maravilla. Y con La cinta blanca supe que el mundo de la mentira, de la rabia y de los monstruos de la infancia podía presentarse con serenidad y una belleza casi hipnótica en una pantalla.

Sobre la maravillosa Amor hablé en el post anterior. ¿Qué más decir...?

Hoy se ha premiado a un cineasta que sabe explorar como nadie en las miserias humanas y en la corrupción, que saca de lo cotidiano lo más perverso y nos muestra como somos... o podríamos llegar a ser.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Amor

O, mejor, AMOR. Así, con mayúsculas, como queda sobreimpresionado el título en la película de Michael Haneke.

Se ha escrito y hablado tanto de esta obra que supongo que no tengo nada nuevo que decir sobre ella. Acabo de verla y diré, sin embargo, que estoy, aparte de muy tocado, admirado de la dignidad de sus personajes. La vejez nos conduce, como también la vida misma (aunque no lo haga tan a las claras), hacia la segura muerte. Y si se ha vivido plena y dignamente, sería deseable morir de la misma forma.

De dignidad, de respeto, de emociones desnudas, de desesperanza, de humanidad en casi todos los sentidos de la palabra. De todo ello nos habla esta película honesta que en ningún momento decae, a pesar de lo difícil de mantenerla arriba. Para lograrlo, el director la dota de tensión y de alma, aparte de añadir su plausible intención de evitar hacer un folletín social ligado a todo lo que la vejez y la enfermedad conllevan.

Pero Haneke sí quiere que nos fijemos en la soledad y en la compañía del otro dentro de un espacio que acaba convirtiéndose en el único. Un espacio que podría ser el nuestro y unas rutinas en las que todos nos reconocemos. Tal vez ésa sea la clave de nuestra perturbadora identificación con quienes llenan la pantalla. Anne y Georges nos conmueven porque asistimos a su desnudez y a su perdurable compromiso.

Aunque sigo aún con el espíritu golpeado, puedo estar seguro de que esta película me ha enseñado algo más sobre el AMOR. Así, con mayúsculas.

martes, 23 de abril de 2013

En el Premio Cervantes

Acudo, ahora que tengo tiempo, a la cita anual que Alcalá brinda a los premiados con el Cervantes. La entrega, como siempre, se celebra a puerta cerrada en el Paraninfo de la Universidad Cisneriana. Los ciudadanos, desde la calle, tan sólo podemos acercarnos a unas vallas que rodean la Plaza de San Diego y, parapetados a nuestro pesar, bien custodiados por ejército y policía, ver pasar a los asistentes.

Llego con la intención de revivir el ambiente que hace unos cuantos años resultaba más cercano y distendido. Pero me temo que hoy todo es tenso y lejano. Muy muy lejano. Dado que no comparto la táctica con que los organizadores alejan al pueblo de este acto y que, por desgracia, debo aceptarlo, decido expresarme acerca de lo que ocurre, aparte de los motivos por los que ocurre. Si las palabras son testimonio de la realidad, pronunciaré realidad.

Recibo como se merece a la comitiva de políticos que va apareciendo, en especial al Presidente de la Comunidad de Madrid, quien se merece toda mi admiración y cariño. Desde el lugar en el que me encuentro no me es posible oír los saludos, también afectuosos, de un grupo de jóvenes que ha logrado llegar cerca de la puerta de la Universidad. Eso les ha costado darse más prisa que yo y tener que dejarse identificar por los policías. Lo que sí puedo escuchar son los comentarios de quienes me rodean, representación creo que fiel de gran parte de los presentes.

"Ahora se quejan estos, pero, anda, que los añitos que hemos pasado nosotros"..., "que grite, que grite, si, total, no le van a oír"..., "éstos son los profesionales del insulto"..., "vosotros, siempre contra el rey y la Iglesia"... A un fotógrafo que, de acá para allá, trata de hacer su trabajo, también le llueve: "por aquí no se puede pasar, ¡haber madrugado si querías estar en primera fila!".

Después de este entrañabilísimo rato, cuando entiendo que ya no puedo sumarme al recibimiento de más asistentes, me retiro y me acerco a la Plaza de Cervantes, donde aprovecho para comprar un libro en la Feria que hoy se ha abierto. Lo leeré, por supuesto, como también leeré a Caballero Bonald, el agasajado.

Una pena que el premiado haya llegado muy temprano a la Universidad y no haber podido verle. Ésa era la imagen que quería traerme a casa. Y una pena también que muchos de los que concurrían ni siquiera se hayan enterado aún de su nombre.

viernes, 12 de abril de 2013

Cartas cruzadas

Decido escribir varias cartas a sendos escritores que estos días me han hecho disfrutar y reflexionar. Entonces, enredando algunos cables en mi cabeza, imagino que, por un error de mi servicio de correo electrónico (o puede que por arte de magia), los mensajes acabarán saliendo y llegando cruzados. Ninguno de ellos terminará en el buzón de entrada de su pretendido destinatario.

Uno aterrizará en el de Lorenzo Silva, de quien, según expreso, acabo de terminar Tierra Firme y Venganza en Sevilla. En un ataque de sinceridad, le confieso que ambas novelas las he tomado prestadas de la biblioteca de mi barrio, aunque le informo de que he querido retribuir su estupendo trabajo (los escritores deben poder vivir bien de su labor literaria, faltaría más) comprándome el volumen de la Trilogía de Martín Ojo de Plata. En esas páginas leeré la tercera y última parte de la saga: La conjura de Cortés.

Otro e-mail lo abrirá Espido Freire. Eso espero. A ella le tocará recibir un reconocimiento muy personal que nace de un encuentro literario reciente en el que pude escuchar palabras magníficas. Le digo que siento que "es de los míos" y que yo también pienso que la ecuanimidad y la justicia son valores superiores. Le felicito por su verbo ágil y preciso, por su claridad de ideas y por su honradez. No entro a valorar sus novelas, pues aún no me he sumergido en su "universo Bevilacqua-Chamorro", aunque me habría encantado decirle que me gustaron mucho Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia y, sobre todo, El cazador del desierto. En fin, quería ser breve y no molestar.

Mi otra misiva digital es para Matilde Asensi, a la que agradeceré su incisiva intervención en el Abril de Cervantes junto a Fernando Marías y las Microlocas (...vaya, no era mi intención convertirlos en el solista y su banda). Le daré mil gracias por activar el despertador de muchas bellas durmientes y ponerle el bocado al caballo de otros tantos príncipes, grises y despistados. Gracias también por añadir un gramo más al platillo de la indignación en esta balanza cuyo mecanismo pretenden amañar unos cuantos. Y gracias, le digo, por aprovechar que sigue habiendo foros como ese para alzar la voz y denunciar. En fin, es terrible que nos hayan robado la voz, que unos cuantos se hayan apoderado de los medios públicos para usarlos a su servicio y el de quienes acechan cualquier oportunidad de manejo, ratería, deformación e impertinencia.

Y hay una última carta, corta pero emocionada, para José Luis Sampedro. Ésta la enviaré por correo ordinario. No me fío de internet para todo lo ligado a la magia verdadera.
 

martes, 9 de abril de 2013

Adiós a Sampedro

El sentimiento de orfandad se convierte en un estado permanente del alma cuando fallece alguien como José Luis Sampedro. En este instante, pocos minutos después de recibir la noticia, parece como si el nudo instalado en mi garganta nunca fuera a disolverse.

Sólo un escritor que conecta tan íntimamente con sus personajes es capaz de hacerlo también con sus lectores de una forma tan estrecha. Ésa era una de las virtudes de Sampedro. Admiraré siempre su sabiduría, su sensibilidad, su sentido del humor, su gran humanidad y su compromiso con la realidad. Siento enormemente que nuestros políticos hayan amargado sus últimos meses con tantas decisiones fatales. A alguien como él ya nadie podía engañarle y, por desgracia, su convivencia con su deteriorado estado de salud se ha hecho algo amarga.

La relación con su enfermedad, sin miedos ni reproches, me ha recordado tanto al Salvatore de La sonrisa etrusca...  Estos días he revivido la lectura de esa grandísima novela a través de Salvia, quien la acabó un día antes de la muerte de su autor... Vaya, hoy lo sé.

Seguiré leyéndole, buscaré en sus palabras el pellizco de la experiencia más amorosa y siempre encontraré en ellas el más hermoso ejemplo vital.
 

viernes, 5 de abril de 2013

El sur, salvaje y brillante

He visto Bestias del sur salvaje y todavía estoy en el estado entre maravillado y emocionado al que esta película te conduce.

Con la única luz cambiante de la pantalla es complicadísimo tomar notas en una sala de cine, pero de vez en cuando lo hago. Ayer no me olvidé de mi libreta y decidí que iba a utilizarla. Mi primera anotación, muy al principio del metraje, fue: "lirismo apabullante".


Cuando una película comienza así es difícil mantener el tono sin desgastarlo o abandonarlo. Esta suerte de cuento sobre las gentes que habitan 'La bañera', un lugar del sur de Luisiana condenado a desaparecer, te lleva hasta el fango y la miseria, pero también te eleva hacia el fenomenal cielo de ese "universo que depende de que todo encaje'".

Ésas son palabras de la pequeña Hushpuppy, dentro del monólogo interior con el que narra desde la más profunda y orgullosa dignidad y da voz a los anhelos de quienes luchan por dotar de sentido a su vida desde su nada favorecido lugar en el mundo. Esta niña, Quvenzhané Wallis, es todo un hallazgo. Ojalá llegue a una madurez actoral apreciable y nos regale grandes interpretaciones.

Sobre el resto de los detalles de esta película se podría escribir largo y tendido y, con seguridad, en clave poética. No deja de ser una extensa poesía visual y sonora. Bestias del sur salvaje se disfruta desde la sensibilidad más abierta y generosa.

jueves, 4 de abril de 2013

Entre platos

Tengo un muy grato recuerdo de aquella película en la que dos amigos recorrían una región vinícola de California y probaban los caldos de la zona mientras se debatían entre peripecias sentimentales varias.

Hoy no estoy Entre copas sino, más bien, entre tazas, fuentes, soperas, teteras, azucareros..., pero, sobre todo, platos. Muchos platos. Lleva su tiempo desembalar una vajilla. Ésta ha llegado dentro de tres pesadas cajas que, a su vez, guardan otras cuantas más. Es chocante que un envoltorio de tosco cartón no sólo contenga sino también proteja objetos tan delicados. Pocas veces se tiene ocasión de ir hallando piezas, extraerlas de una en una sin saber cuál te encontrarás en cada momento, aparte de intuirla por la forma de su embalaje. Podría ser como la suerte de un arqueólogo. La misión ahora consiste en sacar a esta gran familia de su carruaje de papel para darle acomodo en uno de vidrio y madera.

Porcelana blanca con filos plateados y decoración rayada en los bordes. Fina, sí. Me persigno mentalmente (de forma inventada) para no hacer cacharritos. Reúno a cada oveja con su pareja y descubro que los platos llanos y los bajoplatos son iguales..., imposible diferenciar unos de otros, a pesar de haber llegado empaquetados por separado. Tras varios usos y no menos lavados acabarán mezclados.

Admiro la gran capacidad de las tazas. En ellas podremos tomar un buen té cuando se tercie. La salsera recuerda en parte a una concha de Nautilus, al igual que la lecherita, ambas con una elegante asa. Las fuentes, ovaladas, quedarán bonitas recostadas en la parte trasera de la vitrina, contrastando con el tono entre castaño y caoba de la tabla. Y más platos: hondos, de postre, de café,...

Aquí sigo, provocando este tintineo necesario. También dentro de mi cabeza.

sábado, 30 de marzo de 2013

Viajeros de pacotilla

Hay personas que no merecen gozar de la gran suerte que es poder viajar. Ni siquiera creo que gozar sea lo que los susodichos hacen cuando viajan.

El viaje es esa gran oportunidad que a veces tenemos de desdoblar nuestras vidas, hacerlas ocurrir en escenarios nuevos, con gentes diferentes de las habituales, de conocer y conocernos, explorar, aprender y crecer.

Pero hay gente que sólo concibe el viaje como un programa que hay que cumplir, pasando por los lugares previstos a la hora prevista, haciendo las fotos previstas, comiendo sólo lo supuesto, intercambiando con otros las palabras justas, aguantando rígidos, correosos, impermeables.

Esos sujetos se niegan a tratar de comprender que el mundo es diverso y comparan constantemente lo que ven con lo que tienen en casa, hacen listas de preferencia donde nunca la novedad queda bien parada respecto de lo ya usado, escupen sin tacto sus estúpidas observaciones y convierten cualquier momento mágico en una majadería.

¡Líbranos, oh señor agente de viajes, de compañías tan estúpidas y no nos dejes caer en la imbecilidad! Y ahora..., ¿debo decir amén?

viernes, 22 de marzo de 2013

El tiempo y la luz

Por la mañana busco la visión de un paño de sol que raya con línea marginal la terraza del último piso del edificio de enfrente. ¿Lo encuentro donde estuvo ayer?

Descuelgo mi persiana en cuanto el destello tamizado por el visillo alcanza el primer libro de los estantes. Seguirá reptando, ahora mucho más cribado.

Salgo de casa cuando mi calle acaba de dividirse en dos bandas. Una, blanca y más lejana, me deslumbra. La otra, sobre la que paso, va cediendo milímetros, fiándolos sin afán de propiedad... o eso parece.

Llego a la tienda y, antes de entrar, instalo con la mano derecha una visera sobre mi frente. De nuevo el sol, repelido con chispas por las lunas de la fachada.

Durante la comida, primero las cacerolas y después el aparato de radio, se calientan a la luz. Es una ayuda para los fogones y también refuerzo para el calor de las palabras que vienen del aire.

Al caer la tarde un foco se instalará sobre el albarelo de Salvia que decora el aparador. Será sólo durante un rato, afectuoso, anaranjado, casi mágico.

Pero todo eso que marca mis días tiene un punto variable, mutable y pasajero. Cada minuto, cada hora, cada segundo van dejando marchar de sus distritos perdurables a las líneas, a los rayos, a los destellos, a los soles.

El tiempo sigue transportado dentro de su caja sellada y eterna. Mientras, la luz lo agita, lo anima y persuade.

lunes, 11 de marzo de 2013

11-M

11 de marzo... otro más. Han sido ya unos cuantos desde que el terrorismo más sanguinario perpetuó tal fecha dentro de la relación de los días para el recuerdo.

Seguramente, somos muchos los que en este día pensamos que podíamos haber sido una de las víctimas de aquellos trenes que explotaron. Sabemos que nos podría haber tocado ser uno más. O uno menos.

En mi caso, empecé marzo de 2004 engrosando la lista de los desempleados de este país. Con anterioridad había hecho varias entrevistas dentro de un proceso de selección para cubrir un puesto en un centro de trabajo ubicado en la Plaza de Legazpi de Madrid. Cierto es que, aunque me acabaron dando ese puesto, nunca llegué a firmar aquel contrato. La tarde previa a la ambicionada rúbrica e incorporación resultante alguien me llamó para excusarse. Entre titubeos y explicaciones vagas, me dio a entender algo sobre una decisión que modificaba la ya tomada por la dirección de aquel departamento y que situaba a otra persona en el lugar que iba a ocupar yo. "Lo siento, pero alguien por encima de mí ha querido que halla otro..." En definitiva, me quedé con las ganas.

De haber comenzado a trabajar, habría acudido a la oficina en tren, en la hora punta de la mañana y en la misma línea que sufrió tan espantosos ataques unos días después. Siempre que llega otro 11 de marzo pienso que a veces las cosas, los rumbos, los acasos, se tuercen para bien. Esa, al menos, fue mi suerte, aunque nunca se sabe lo que habría pasado aquella mañana si otro montón de circunstancias se hubieran conjugado para cambiar el destino de los que murieron en esos trenes.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Los Miserables

Con ese título este post podría ser tan extenso como todas las páginas de la novela de Victor Hugo sumadas a las del guión de la película de Tom Hooper, las de la partitura del musical de Schönberg y Boublil, y todo lo escrito sobre Les Misérables.

Pero no me complicaré, ni osaré tratar de llegar a la suela del zapato de la altura intelectual de todos los nombrados. Tras escuchar innumerables veces el disco de los momentos musicales destacados de la peli y ver la actuación de sus intérpretes en los Oscar, sólo me centro en esta obra de nuevo para señalar un corte. 

El musical está lleno de grandes canciones, pero One day more es una pieza que reúne todas las mayúsculas del alfabeto. Y cuando llega, la emoción acaba por trascender la pantalla para anudársenos a la garganta. En la película ésta es una secuencia en paralelo que presenta a todos los personajes principales en las diversas acciones previas a la explosión de guerrillas y barricadas, preámbulo del gran final. El montaje, algo más convencional que en el resto de la cinta, adquiere aquí más sentido y acompaña a la música a la perfección, que alcanza una mayor profundidad gracias a recurrir a melodías básicas de la obra. Aparte de otras, volvemos a escuchar el I dreamed a dream de Fantine (anteriormente cantada en un mar de lágrimas por la enorme Anne Hathaway, en su mejor momento). Puesto que la intención del director era hacer la mejor película musical posible, poner a cantar a los actores en directo ha logrado dar más intensidad a esa historia hiperromántica, pasional y épica.

One day more es una pieza coral inolvidable. He encontrado este vídeo en el que aparece la letra y diversos carteles de la película.


viernes, 22 de febrero de 2013

Goya en el fondo del mar

He vuelto a ver El piano, la película de Jane Campion cuya sensibilidad me dejó aturdido, allá por 1993. Cuando la vi era un recién estrenado universitario al que le gustaba el cine y empezaba a querer encontrarles un cauce a sus inquietudes. Hoy ha pasado la friolera de veinte años y sigo encandilado con la poética desplegada por Campion, embelesado por el magnetismo de la música de Nyman y pasmado ante la fuerza dramática de su actriz protagonista, Holly Hunter.

Supongo que muchos vagamos en busca de emociones y, agraciados de vez en cuando, las vamos hallando. El lunes pasado escuché algo que me conmovió: el Goya concedido a J. A. Ballona por su dirección de Lo imposible acabará reposando en el fondo del mar. María Belón, cuya historia real ha servido para apoyar el guión de esta película, ha decidido que no merece ser la depositaria definitiva del galardón al mejor director del año. La propia Belón lo anunciaba durante una entrevista en la radio, y eso resultaba ser de lo más conmovedor que había oído recientemente. Un día más algo me traía otra emoción que echarme al corazón.

"La tentación de quedarme con este Goya es tan grande... es tan bonito, significa tanto... Esto no es mío, se va a ir al fondo del mar, que es donde pertenece, a las 230.000 personas que nos han inspirado. Por primera vez en mi vida he entendido la tentación de quedarte con algo que no es tuyo, pero no puede ser."


En este instante, tal vez, el busto del gran pintor esté viajando hacia las profundidades de un mar que no tendrá que ser necesariamente el Índico. Podría ser otro cualquiera, pues todos los mares son uno solo. Y quizás se cruce en su descenso con el piano de Ada, dirigiéndose también solitario al abismo. Y puede que lo mire, se extrañe, pero después se sonría. Entonces seguramente pensará que nada tiene más sentido en ese mundo que ahora habita que un piano al que le faltan algunas teclas yaciendo en un lugar sin resonancias ni ecos... junto a un viejo sordo.

"Qué muerte, qué suerte, qué sorpresa, ¿mi voluntad ha elegido la vida? Por las noches pienso en mi piano, en su tumba del océano y a veces en mí misma flotando sobre él. Allí abajo todo está tan inmóvil y silencioso que me arrulla y me adormece. Es una extraña canción de cuna, así es, y es mía. Hay un silencio donde no ha habido sonido, hay un silencio donde no puede haber sonido, en la fría tumba, bajo el profundo... profundo mar." (Del guión de El piano, de Jane Campion)

domingo, 3 de febrero de 2013

Pi y la fe

Acabo de ver una película necesaria, gustosa, esperanzada. Más allá de sus méritos en la competición por los Oscar, de su vistosidad y atractivos, merece la pena ver La vida de Pi. Sobre todo porque hay que verla terminar, pues al final viene lo bueno. Es fantástico poder salir del cine pensando, dándole vueltas a lo que uno ha visto, sacando conclusiones.


El Pi adulto nos habla del Pi niño, del adolescente, del enamorado, del desesperado, del superviviente. Todo ello va a ser un juego desde el inicio del film, desde el comienzo de la narración que su protagonista comparte con un escritor que busca una buena historia para convertirla en novela. Sin embargo, tardaremos en saber que hemos estado jugando, en comprender por qué ciertas cosas se han presentado de una forma fabulada o alegórica.

Ang Lee, que resuelve casi todas sus películas impecablemente, consigue aquí volver a firmar triunfante. Toda la parte marina de la cinta está compuesta con destreza, gracias a una cámara que llega a ser el mismísimo espíritu del protagonista, trasladándonos sus emociones de manera efectiva. Y gracias también a la interpretación de Suraj Sharma, pilar central de esta película. De los buenos actores conviene no olvidarse y éste lo es. Lástima no haber podido verla en 3D, pues en ese tercer plano debe de estar en muchos momentos el refuerzo a la imaginación de Pi y todas sus vivencias.

La vida de Pi tiene interés también por su planteamiento filosófico acerca de las religiones. Hay en ella positividad ante las creencias, una revelación de la fe como tabla de salvación sin forma concreta, sin etiqueta alguna, sin liturgias marcadas. Espero que a nadie pueda echarle atrás la carga religiosa de la que hablo a la hora de acudir a ver esta obra. Para bien y para mal la religión está aquí presente, pero siempre desde la reflexión, desde la libertad; al fin y al cabo la fe es lo único que cuenta, no tanto los variados credos que se han estipulado en torno a ella.

domingo, 27 de enero de 2013

Acuarela

Hace unos días estrené mi caja de lápices. Tres años ya en un armario, desde que fuera mi regalo de Reyes. Tampoco había usado el bloc ni los pinceles junto con los que los Magos la dejaron una noche mágica como la de hace unas semanas.

Cuando la abrí aparecieron todos alineados, cumpliendo a la perfección las normas de la escala cromática. Lapiceros de dibujo de grados de dureza diversos, lápices de carbón, lápices de colores clásicos, otros de colores metálicos y, para mí los más deseados, los acuarelables. No tenía ni idea de lo que haría con ellos, pero me apetecía experimentar, ver qué salía.

Busqué en varios libros sin dar con el motivo que me arrancase las ganas imprescindibles para dedicarme a dibujar durante horas. Entonces recordé que el primero de mes descolgué de la cocina el calendario de 2012. Lo había guardado porque contenía decenas de fotografías bellísimas con las que algún día, quién sabe, poder hacer algo especial. Lo hojeé, regresando a los instantes, a las citas, a las esperas, los anhelos, las estampas de todo un año. Impresa en papel satinado de excelente calidad, una de las imágenes acabó por seducirme.

Un llamador o aldabón de los que cuelgan de las puertas. Sobre todo de las de hace décadas, cuando aún no había timbres ni porteros automáticos, ni otros medios para avisar, más allá de la voz en grito o de unos golpes sobre la superficie de madera. ¡Cuántos porrazos sufrían aquellas puertas! Hoy estas aldabas ya se emplean como meros adornos, aunque puedan atizar ruidosamente. Una mano de bronce pintada de azul, gastada por la fiera pátina del uso. Toc, toc, toc, toc, así llamaría con una mano sirviéndome de esta otra. Maciza pero delicada.

No muestro la foto que he querido remedar, sino el dibujo y mis licencias en él.

jueves, 17 de enero de 2013

Por Telemadrid





En la medida que un sencillo texto pueda contener afecto y respeto, vaya por todos los que hoy son víctimas de su propia ideología y principios.

Va por los compañeros que trataron de mantener en su labor el mismo espíritu audaz de la Telemadrid anterior al saqueo y a la falsedad. Por las personas que presenciaron los aquelarres y no dudaron en denunciarlos. Por las que sufrieron acoso y no se doblegaron. Por quienes le pusieron un buen puñado de amor y dedicación a la receta que cocinaban todos los días, a pesar de los malos ingredientes. Por todos los que han respetado y facilitado el trabajo de los demás.

Por quienes han otorgado dignidad y añadido valor a su puesto fijo, logrado con esfuerzo y tras un difícil examen. Por los compañeros que han velado por la continuidad de los empleos de aquellos a quienes nunca se dio la oportunidad de hacer ese examen. Por los que pasaron por la casa durante un tiempo breve, o durante varios, hicieron de ella la suya, la cuidaron y marcaron su valiosa huella.

Vaya por quienes se han volcado hasta el último instante en desempeñar sus tareas con profesionalidad, a pesar de verse condenados. Por quienes se la tendrán jurada por siempre a todos los malvados, para los que nunca habrá paz. Por todos los carteros que en sábado tuvieron que cubrir uno de sus servicios más amargos, entregando burofaxes miserables que les convertían en verdugos involuntarios. Por quienes han soportado tanta violencia impresa en una carta sin responder a ella del mismo modo brutal. Por los que ven en nuestros despidos una sangrante pérdida de libertad.

Por quienes seguirán transformando la opinión siniestra que los ciudadanos tenían de Telemadrid, fruto de tanta manipulación y de tanto engaño. Por todos los que seguirán siendo solidarios. Por quienes han reclutado a familia, amigos, vecinos, conocidos, desconocidos, para manifestaciones y concentraciones, gritando a favor de la justicia...  Porque las voces de todos ellos seguirán contando. Porque sus voces son Telemadrid.

miércoles, 2 de enero de 2013

Impresiones de fin de año

Increíble pero cierto. El mismo día 31 de diciembre ya no quedan apenas dulces navideños en los supermercados. Este año no he hecho mazapán yo mismo, así que esperaba poder comprarlo para Nochevieja. Error garrafal: algunos parecen decididos a retirarlo todo antes, o a no reponer existencias, no vayan a tener que venderlo más barato pasado Año Nuevo.

Los Miserables, la película estrenada en Navidad, es un magnífico experimento. Puede que Sweeney Todd sea lo más parecido que he visto en un cine, aunque esta me gusta más. Los actores están estupendos, aunque entre todos Anne Hathaway sobresale. Su Fantine es inolvidable y su emocionante I dreamed a dream nos hará recordarla siempre, siempre, siempre. El director logra con mérito conectar todos los momentos de dramatismo, algo muy difícil en una adaptación como esta. Le ayudan una partitura grandiosa y las voces de sus intérpretes cantando en directo durante el rodaje. Una verdadera joya.


La cafetería del Museo del Romanticismo de Madrid, tan exquisita como nos la pintan, decepciona. Salvia y yo teníamos muchas ganas de pasar allí un rato con una buena taza de café, así que, obviando la visita de la casa, pasamos directamente al local. Tras repasar su carta del Café del Jardín, elegimos un indio, concretamente el Varanasi, porque nos encanta esa ciudad y porque, sin más, necesitamos algo fuerte. Al cabo de un rato lo vemos llegar a nuestra mesa... ¡servido en vasos de caña! ¡Sí, de los de vidrio de 20 cl.! Si a ese chasco le añadimos sillas incómodas y desencoladas con tapizados sucios... en fin, no le haremos feos a su jardincito, que sí es una chulada.

Mucho me temo que mientras el Partido Popular domine Televisión Española nos tendremos que olvidar de la cultura y del buen entretenimiento. El programa de fin de año de Josema Yuste fue una paletada lamentable, pseudo-crítica y tristemente complaciente con el Gobierno y su infame atentado contra nuestros derechos y libertades. Si el único mérito de un programa de televisión está en el maquillaje, poco más hay que decir sobre él, salvo una sola cosa más: ¡cómo echo de menos al gran José Mota!

La tarde del 31 hizo frío en Madrid. Mucho frío. Podía haberlo evitado si en vez de acudir a ver la San Silvestre la hubiera corrido, aun creyendo con firmeza que correr no es lo mío. De todas maneras, la experiencia por Vallecas fue estupenda, barrio cálido a pesar del leve principio de congelación en mi nariz.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

En 2013 evitaré...

-Comprar cosas que no utilizaré y que, con el tiempo, no recordaré que ya tengo.

-Olvidar que hace no mucho decidí no volver a confiar en los políticos.

-Casarme sin invitar como mínimo a doscientas personas.

-Atender un sólo instante a lo que diga cualquier energúmeno de la ultraderecha.

-Mantenerme templado ante las injusticias.

-Perder el tiempo.

-Desollarme la piel ¡ay! con el borde de una piscina.

-Hacer ciertas cosas como gustan a los demás y no como yo crea oportuno.

-Ver Telecinco y sus teles 'amigas'.

-Salir de casa sin mi kit de manifestante.

-Dar pasto a los marrulleros.

-Hablar con nadie que antes no me haya saludado.

-Pronunciarme acerca de evidentes parecidos físicos de un bebé en presencia de su abuela.

... Hay mucho más, claro, aunque preferiré atreverme, enfrentar y afrontar, emprender y, por supuesto, resistir.

jueves, 25 de octubre de 2012

Pelo ceniza

'Este niño tiene el pelo ceniza'. Las peluqueras de mi madre se llamaban Mari y Sabi, y ese era el color que le adjudicaban a mi cabello. Su peluquería estaba en la primera planta de una casa baja de nuestro barrio. Estuve allí muchas veces, acompañando necesariamente a mi madre, que me llevaba de la mano a todas partes.

Era un lugar curioso, cargado de olores únicos, singulares, algunos atrayentes y otros muy fuertes, como los de los tintes. Las peluqueras usaban un cubilete de plástico del que iban extrayendo con una brocha aquella sustancia para aplicarla sobre la melena de las clientas. Me divertía verlas con el pelo mojado, peinado sobre la cara, con unas marcianas capas de tela de forro en tonos rosa o azul por encima de los hombros.

Pero a veces me tocaba que me cortaran el pelo también a mí. ¡Era un martirio! Hasta que llegaba el momento de pasar a la tijera utilizaban una navaja con peine con la que, a tirones, iban rasgando mechón tras mechón. Aquello sonaba como cuando se raja un pedazo de trapo estirajándolo a golpes secos. Mis rizos iban cayendo al suelo, amontonándose unos sobre otros. Y yo acumulaba tensión y suplicio...

Pero no todo era desagradable en aquella peluquería. Un día sentí una enorme paz al observar a una señora que, bajo un secador, toda cercada de rulos, se estaba comiendo un bocadillo. Recuerdo el tremendo apetito con que la mujer se nutría y el ruido que hacía al remangar el plástico transparente con el que estaba envuelto el bocata. Debía de ser de jamón de york, o de chopped, y no negaré que deseaba estar comiéndomelo yo en vez de ella. Pero, sobre todo, lo que nunca he olvidado es la sensación plácida que aquella escena me transmitió.

Hace décadas que no me veo obligado a acompañar a mi madre a la peluquería. También hace muchos años que nadie ha empleado navaja para cortarme de pelo, lo cual agradezco infinitamente. En fin, no quisiera engañarme, pero, de seguir siendo así, hoy mis mechones ceniza ya no caerían al suelo abundantes como antaño.