Por la mañana busco la visión de un paño de sol que raya con línea marginal la terraza del último piso del edificio de enfrente. ¿Lo encuentro donde estuvo ayer?
Descuelgo mi persiana en cuanto el destello tamizado por el visillo alcanza el primer libro de los estantes. Seguirá reptando, ahora mucho más cribado.
Salgo de casa cuando mi calle acaba de dividirse en dos bandas. Una, blanca y más lejana, me deslumbra. La otra, sobre la que paso, va cediendo milímetros, fiándolos sin afán de propiedad... o eso parece.
Llego a la tienda y, antes de entrar, instalo con la mano derecha una visera sobre mi frente. De nuevo el sol, repelido con chispas por las lunas de la fachada.
Durante la comida, primero las cacerolas y después el aparato de radio, se calientan a la luz. Es una ayuda para los fogones y también refuerzo para el calor de las palabras que vienen del aire.
Al caer la tarde un foco se instalará sobre el albarelo de Salvia que decora el aparador. Será sólo durante un rato, afectuoso, anaranjado, casi mágico.
Pero todo eso que marca mis días tiene un punto variable, mutable y pasajero. Cada minuto, cada hora, cada segundo van dejando marchar de sus distritos perdurables a las líneas, a los rayos, a los destellos, a los soles.
El tiempo sigue transportado dentro de su caja sellada y eterna. Mientras, la luz lo agita, lo anima y persuade.
Descuelgo mi persiana en cuanto el destello tamizado por el visillo alcanza el primer libro de los estantes. Seguirá reptando, ahora mucho más cribado.
Salgo de casa cuando mi calle acaba de dividirse en dos bandas. Una, blanca y más lejana, me deslumbra. La otra, sobre la que paso, va cediendo milímetros, fiándolos sin afán de propiedad... o eso parece.
Llego a la tienda y, antes de entrar, instalo con la mano derecha una visera sobre mi frente. De nuevo el sol, repelido con chispas por las lunas de la fachada.
Durante la comida, primero las cacerolas y después el aparato de radio, se calientan a la luz. Es una ayuda para los fogones y también refuerzo para el calor de las palabras que vienen del aire.
Al caer la tarde un foco se instalará sobre el albarelo de Salvia que decora el aparador. Será sólo durante un rato, afectuoso, anaranjado, casi mágico.
Pero todo eso que marca mis días tiene un punto variable, mutable y pasajero. Cada minuto, cada hora, cada segundo van dejando marchar de sus distritos perdurables a las líneas, a los rayos, a los destellos, a los soles.
El tiempo sigue transportado dentro de su caja sellada y eterna. Mientras, la luz lo agita, lo anima y persuade.
1 comentario:
"El tiempo sigue transportado dentro de su caja sellada y eterna": rotunda, sonora, armoniosa, fuerte...
Bello en lo formal y valioso por su contenido. Un muy buen post...
Saludos.
Publicar un comentario