He tenido la suerte de volver a ver La Mejor Juventud, esa miniserie que la RAI produjo en 2003. Fue concebida para emitirse en cuatro capítulos en la televisión italiana, aunque no estoy seguro de si finalmente pudo verse así. Los productores la vieron terminada y decidieron que tenían en sus manos material muy valioso y digno de verse en cines.
Y tanto. Le sobra dignidad para haberse exhibido en todas las salas y desplazar en cartel a muchas de las bazofias americanas que se estrenan cada semana. Finalmente se proyectó como dos películas de tres horas cada una que, por cierto, no resultaban nada largas a pesar de su duración. Y siguen sin aburrir. Al contrario. Son admirables en su fluidez y en la precisión con que cuentan el paso de los últimos cuarenta años de la historia de Italia a través de los avatares de una familia romana.
A pesar de haberse distribuido en dos partes, La Mejor Juventud (La meglio gioventù, de Marco Tullio Giordana) debe considerarse como una sola obra, como un todo. En ella asistimos a las vidas de dos hermanos para quienes unos años de su juventud van a determinar muchos aspectos de su futuro. Les veremos separarse, reunirse y mostrar su calidad y complejidad humana. Las protestas estudiantiles de los sesenta, los asesinatos mafiosos en Sicilia, los atentados de las Brigadas Rojas, la crisis de los noventa y otros acontecimientos puntuales van coloreando este cuadro que la familia Carati llena de alma y calidez.
Un trabajo de interpretación fabuloso, a la par que gozoso y repleto de magnífica sensibilidad. Un total de seis horas durante las que recorremos Italia de punta a punta y saltamos, incluso, hasta la Noruega más septentrional.
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