Leo "Historia de la Noche", el último reportaje de Antonio Muñoz Molina en su semanal Ida y Vuelta de Babelia. Éste se pregunta cómo podía ser la luz que iluminaba las escenas cotidianas descritas en novelas, por ejemplo, del siglo XIX. A partir de su descripción empezamos a imaginar ambientes sumidos en una oscuridad casi completa, escasamente iluminados por la llama de las velas o de otro tipo de luminarias propias de épocas anteriores incluso. Muy recomendable el texto, como todo lo que escribe Muñoz Molina.
Cuando era niño y en casa se iba la luz lo primero que los presentes nos planteábamos era si ya habíamos cenado o no. En caso afirmativo, tal vez diera la casualidad de que estuviésemos en verano y pudiéramos aprovechar para salir a la terraza a tomar el fresco o incluso a la calle, a conocer un lado diferente de la ciudad, el más opaco. En cambio, si la alternativa callejera no era factible, sólo cabía ir pensando en marcharse a la cama. Sin tele no había mucho que hacer y ponerse a leer con linternas habría sido forzar demasiado las cosas.
Cuando el apagón nos pillaba con el estómago vacío y suponíamos que el asunto no iba a solucionarse en un tiempo razonable, entonces la cosa prometía: como en la mejor de las citas románticas, nos veríamos las caras a la luz de las velas. Era habitual que las bombillas hicieran algunos guiños antes de perder por completo la alimentación. Aquella era una pista clara que llevaba a mi padre a prever que el apagón sería inminente. Así que era sólo cuestión de minutos que mi madre nos mandase a mi hermana o a mí a buscar velas. Las encontrábamos invariablemente en el cajón inferior de un mueble de la cocina, envueltas en papel marrón de estraza.
Un apagón no es algo deseado. Suele tener efectos secundarios desagradables en muchos casos. Pero también otros curiosos: la oscuridad nos conduce a generar luz de otras maneras. Y una llama fluctuante hace que las cosas no sólo se vean diferentes. También saben, huelen y se oyen de otra forma. El olor a cera o a parafina se mezcla con los sabores, el humo proyecta su sombra huidiza sobre manteles y platos, el soniquete de los cubiertos contra la loza parece más hueco y misterioso. Es la ausencia de luz, propiciando la presencia de otra clase de luz que lo transforma todo.
Cuando era niño y en casa se iba la luz lo primero que los presentes nos planteábamos era si ya habíamos cenado o no. En caso afirmativo, tal vez diera la casualidad de que estuviésemos en verano y pudiéramos aprovechar para salir a la terraza a tomar el fresco o incluso a la calle, a conocer un lado diferente de la ciudad, el más opaco. En cambio, si la alternativa callejera no era factible, sólo cabía ir pensando en marcharse a la cama. Sin tele no había mucho que hacer y ponerse a leer con linternas habría sido forzar demasiado las cosas.
Cuando el apagón nos pillaba con el estómago vacío y suponíamos que el asunto no iba a solucionarse en un tiempo razonable, entonces la cosa prometía: como en la mejor de las citas románticas, nos veríamos las caras a la luz de las velas. Era habitual que las bombillas hicieran algunos guiños antes de perder por completo la alimentación. Aquella era una pista clara que llevaba a mi padre a prever que el apagón sería inminente. Así que era sólo cuestión de minutos que mi madre nos mandase a mi hermana o a mí a buscar velas. Las encontrábamos invariablemente en el cajón inferior de un mueble de la cocina, envueltas en papel marrón de estraza.
Un apagón no es algo deseado. Suele tener efectos secundarios desagradables en muchos casos. Pero también otros curiosos: la oscuridad nos conduce a generar luz de otras maneras. Y una llama fluctuante hace que las cosas no sólo se vean diferentes. También saben, huelen y se oyen de otra forma. El olor a cera o a parafina se mezcla con los sabores, el humo proyecta su sombra huidiza sobre manteles y platos, el soniquete de los cubiertos contra la loza parece más hueco y misterioso. Es la ausencia de luz, propiciando la presencia de otra clase de luz que lo transforma todo.
4 comentarios:
Hola Daniel: aquí se publican artículos de M.M. Son buenos. "La luz", qué bien lo tratas. Cuánto nos devela su presencia y, también, cuánto oculta su ausencia...aunque, claro, entre las sombras se tejen misterios, secretos, monstruos, fantasías, etc. Abrazo cordial.
Cierto cierto..esas noches a la luz de las velas en salón o cocina sin nada más que hacer..
Qué cosas¡¡ como pasa el tiempo.
Un besazo.
Cristina B.
Sí, Cris, hace ya muchos años de aquello. Supongo que a todos los niños se les quedan grabadas esas experiencias a la luz de las velas.
Un beso.
DANIEL, UNA VEZ MAS EN CONTACTO. SEGUIMOS ESCRIBIENDO, PENSANDO, RELACIONANDONOS...VIVIENDO. ESPERO TUS POST. UN ABRAZO AMIGO.
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