La naturaleza de la sorpresa reside en que su destinatario no esté al corriente de nada de lo que se ha preparado para él. Y si tampoco sabe que se ha preparado algo, entonces la sorpresa será mayúscula.
Cuando uno es el elegido entre los candidatos a recibir un premio sabe ya que éste podría llegar a ser suyo. Lo que no debería saber es si lo será o no. Si está convencido de llegar a ser el premiado, entonces la sorpresa también vendrá del lado del chasco en el triste caso de no lograr el galardón. Pero cuando el premiado sabe ya con seguridad que lo va a ser y el no premiado conoce también su fracaso, la sorpresa se esfuma.
El otro día se entregaron los Max, los premios a las Artes Escénicas. Fue triste comprobar que la ceremonia carecía de la emoción propia de estas entregas de premios. Parece que unas horas antes "se filtró" en internet la lista de los premiados, lo cual arrebató al acto cualquier posible intriga. Si a uno le van a dar un regalo y ya conoce el contenido del paquete, la sorpresa se desvanece. Va desenvolviéndolo y tiene ya una imagen bastante clara de lo que va a encontrarse cuando haya retirado el papel del todo.
El otro día le quitaron al regalo el papel y lo pasaron por delante de las narices de sus futuros dueños. Por eso llegaron a la ceremonia con las manos abiertas, dispuestos a recoger lo que ya se sabía que iba a ser suyo. Los demás nos perdimos sus reacciones de sorpresa y/o emoción. En resumidas cuentas, si una emisión de este tipo (fue La 2 quien la ofreció) resulta atractiva gracias a la incógnita, en este caso no hizo falta despejarla. Cielo azul y limpio.
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