“Sólo tenemos exposiciones temporales”, una chica de la recepción informa a un visitante que, ahora más ubicado, se dirige hacia las escaleras rumbo a la primera planta.
Cuadros, sobre todo cuadros. Pero también fotografías, vídeos, esculturas y piezas de arte de todo tipo. Por temporadas, como dice la recepcionista, merece la pena pasarse por el Caixa Forum de Madrid. En ocasiones te encuentras con el mundo fascinante de Alphonse Mucha, en otras recorres entre objetos del Aga Khan los distintos Mundos del Islam, o te mides con los bronces de Rodin, o te mueves por las arquitecturas de Richard Rogers…
Ahora, hasta mediados de junio, se puede ver parte del trabajo que Miquel Barceló ha realizado a lo largo de tres décadas. Hace tiempo trajeron a este centro una muestra sobre el proceso de creación de su bóveda para la Sala de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de Ginebra. Era un proyecto envuelto por las críticas y la polémica, así que no fue difícil leer en los gestos y reconocer en las voces del público cierto grado de desaprobación. Esta muestra es, sin embargo, una reconciliación con Barceló.
Sólo ver los deslumbrantes murales de barro de la capilla de San Pedro de la Catedral de Palma sirve, más que de sobra, para ser conscientes de todo el trabajo y el tremendo estudio que Barceló puede llegar a dedicarle a su arte. Aun así creo que -como ocurre con muchos otros artistas- estas cosas son una cuestión de fe y que a los convencidos nos cuesta mucho menos pasar por el aro. Esta exposición recorre buena parte de su vida, desde sus trabajos más modestos hasta algunas de sus obras de mayor calado. Es un viaje a la energía pura y también a la introspección, una declaración de principios y una demostración de cómo se puede ver el mundo. Su mundo. Nuestro mundo.
Cuadros, sobre todo cuadros. Pero también fotografías, vídeos, esculturas y piezas de arte de todo tipo. Por temporadas, como dice la recepcionista, merece la pena pasarse por el Caixa Forum de Madrid. En ocasiones te encuentras con el mundo fascinante de Alphonse Mucha, en otras recorres entre objetos del Aga Khan los distintos Mundos del Islam, o te mides con los bronces de Rodin, o te mueves por las arquitecturas de Richard Rogers…
Ahora, hasta mediados de junio, se puede ver parte del trabajo que Miquel Barceló ha realizado a lo largo de tres décadas. Hace tiempo trajeron a este centro una muestra sobre el proceso de creación de su bóveda para la Sala de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de Ginebra. Era un proyecto envuelto por las críticas y la polémica, así que no fue difícil leer en los gestos y reconocer en las voces del público cierto grado de desaprobación. Esta muestra es, sin embargo, una reconciliación con Barceló.
Sólo ver los deslumbrantes murales de barro de la capilla de San Pedro de la Catedral de Palma sirve, más que de sobra, para ser conscientes de todo el trabajo y el tremendo estudio que Barceló puede llegar a dedicarle a su arte. Aun así creo que -como ocurre con muchos otros artistas- estas cosas son una cuestión de fe y que a los convencidos nos cuesta mucho menos pasar por el aro. Esta exposición recorre buena parte de su vida, desde sus trabajos más modestos hasta algunas de sus obras de mayor calado. Es un viaje a la energía pura y también a la introspección, una declaración de principios y una demostración de cómo se puede ver el mundo. Su mundo. Nuestro mundo.
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