Todos los años en los que el mes de febrero no se sale "de medidas" a uno se le hace corto. Se nos queda corto, como un pantalón que misteriosamente ha encogido y nos preguntamos si lo habremos lavado mal, o si nos habremos ajustado la cinturilla más alta de lo habitual o, incluso, si habremos pegado un estirón de última -para algunos desesperada y feliz- hora.
Cuando se tiene un mes de febrero más "reposado" de lo normal, éste, por el simple hecho de llamarse febrero, nunca promete dar mucho de sí. Reconozcamos que el descanso con fecha límite 28 no sienta de la misma forma que el que expira un día 31.
Cada cuatro años la tabla de los números primos deja caer una cifra por estas fechas: el 29. Aparentemente, el número en cuestión no debería suponer una gran ventaja con respecto al otro, el 28, pero en un mes de los "apacibles" la cosa cambia. Para mal... y para bien.
Este mes yo he sido divisible por mí mismo y por 1, como caído también de esa lista celestial de la que también procede el 31. Afortunadamente, el único primo en este calendario sólo he sido yo mismo. Por lo tanto, quedando descartado un vil 29 e, incluso, un pérfido 31, ya me quedan escasos días para volver a la batalla.
Por otra parte, ¡pena de un brillante 29, o de un soberbio 31! Las treguas, aunque sean forzosas, buscan siempre dilatarse, expandirse, estirarse. Como el listado de esos números que, de natural, aún con sólo dos divisores distintos, tienden a infinito.
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