De una escena invernal soñada paso a otra estival, recordada esta vez. Ya se sabe, en los sueños uno puede saltar del más crudo invierno al verano más bochornoso en un abrir y cerrar de ojos (o en un cambio de postura, pues lo otro sólo se produciría al despertarnos, rompiendo así cualquier estado onírico en el que pudiéramos estar inmersos).
Las noches de verano este pueblo tiene algo que echo de menos desde este valle del Henares: uno puede dormir a pierna suelta, a veces incluso con la complicidad necesaria de una colcha o una manta. Los días, sin embargo, tienen las mismas cualidades que el resto de lugares de la meseta castellana y una tarde de agosto, con el sol tirando a dar desde lo alto, permanecer en la casa es siempre lo más sensato.
Esas tardes los niños nos ocupábamos en toda clase de juegos y entretenimientos. Me encuentro en el portal de la casa de la abuela, con su ligera pendiente que vierte hasta la puerta del corral. Me veo sentado en el suelo de cemento pulido, con un cojín guardándome de la fría superficie del piso. Estoy pegando cromos en un álbum de alguna de las series que ponían en la televisión de aquellos años. En Zorita, con vecindario insuficiente para dar de comer a unos pocos negocios, no hay tiendas donde poder comprar pegamento, así que lo fabrico yo mismo. El clásico engrudo, hecho de harina y agua, siempre funciona. Lo malo es que al aplicarlo sobre el papel humedece las páginas del álbum y tira de éstas hasta secarse, arrugándolas un poco. Si no se tiene mesura aplicando el engrudo, finalmente el álbum quedará muy abultado y coleccionará, aparte de los cromos, todas las gruesas capas adhesivas que uno vaya dejando.
Veo ahora el resultado. Más que a un álbum de cromos, su grosor me recuerda a una de las carpetas clasificadoras que todos hemos usado en el instituto.
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