Martes 5 de enero, noche de Reyes. Asisto al discurrir de la cabalgata que el ayuntamiento de esta ciudad patrimonio ha organizado en honor a los Magos de Oriente. No estaba en mis planes, pero de camino hacia otros barrios no queda más remedio que atravesar las calles por las que pasan sus Majestades y sus séquitos. Eso, o dar un rodeo propio del mismísimo Marco Polo. Acabo alcanzando el punto en el que debo parar y admirar lo que está por llegar.
Una carroza vacía se abre paso tirada por media docena de renos inertes. Si su trayectoria no estuviera marcada por cientos de personas expectantes, parecería un convoy fantasma salido de la niebla nocturna. Es un bonito vehículo que debería ir conducido por alguien pero, extrañamente, aparece desocupado. Podría tratarse de una buena broma, aunque dudo que a la organización se le haya ocurrido sugerir de esta forma la rivalidad entre los Magos y el gordito lapón del traje de la Coca-Cola.
Llega otra carroza. La habita sólo una chica vestida de paje. La pobre se mata intentando lanzar todos los caramelos que le han encargado arrojar a la concurrencia. Tal vez, de seguir esta progresión, la siguiente carroza vendrá llena de... dos inquilinos.
A pie, también un rey mago, el de la melena y barba blancas. Los niños lo miran desconcertados, poniendo más o menos la misma cara que ya han practicado al percatarse del vacío del primer vehículo que han visto pasar. "Si no hay camellos, ni caballos, ni ponis, ni carros ni carretas, ¿cómo me van a llevar a casa todo lo que me he pedido?"
Tras decenas de pastores, pastorcitas y comparsas más propias de un carnaval que de un desfile de epifanía, llegan las carrozas de los Reyes. Dan el pego, sí, pero creo que acierto con las cifras que antes aventuré: van medio vacías. ¿Faltan niños en esta ciudad para acompañarles y animar un poco la fiesta? Y Baltasar, como cada año, vuelve a ser capítulo aparte. Mejor no abundar en ese tizne impostor que delata otro año más las chapuzas de turno de este ayuntamiento.
La cosa se acaba. El coche escoba nunca ha tenido un sentido más literal como aquí. Un estruendoso ejército de barredoras sigue a la última carroza, tan de cerca que a los niños que desean pasar a recoger los caramelos que han quedado en mitad de la calzada no les queda más remedio que reprimirse. Eso, o ser absorbidos por las aspiradoras, barridos por los cepillos y convertidos en sujetos de hechicería macabra. A Tim Burton le cuadraría la escena para una de sus historias. Esperaré a que se estrene.
Con respecto a la cabalgata, si lo llego a saber doy un rodeo.
Una carroza vacía se abre paso tirada por media docena de renos inertes. Si su trayectoria no estuviera marcada por cientos de personas expectantes, parecería un convoy fantasma salido de la niebla nocturna. Es un bonito vehículo que debería ir conducido por alguien pero, extrañamente, aparece desocupado. Podría tratarse de una buena broma, aunque dudo que a la organización se le haya ocurrido sugerir de esta forma la rivalidad entre los Magos y el gordito lapón del traje de la Coca-Cola.
Llega otra carroza. La habita sólo una chica vestida de paje. La pobre se mata intentando lanzar todos los caramelos que le han encargado arrojar a la concurrencia. Tal vez, de seguir esta progresión, la siguiente carroza vendrá llena de... dos inquilinos.
A pie, también un rey mago, el de la melena y barba blancas. Los niños lo miran desconcertados, poniendo más o menos la misma cara que ya han practicado al percatarse del vacío del primer vehículo que han visto pasar. "Si no hay camellos, ni caballos, ni ponis, ni carros ni carretas, ¿cómo me van a llevar a casa todo lo que me he pedido?"
Tras decenas de pastores, pastorcitas y comparsas más propias de un carnaval que de un desfile de epifanía, llegan las carrozas de los Reyes. Dan el pego, sí, pero creo que acierto con las cifras que antes aventuré: van medio vacías. ¿Faltan niños en esta ciudad para acompañarles y animar un poco la fiesta? Y Baltasar, como cada año, vuelve a ser capítulo aparte. Mejor no abundar en ese tizne impostor que delata otro año más las chapuzas de turno de este ayuntamiento.
La cosa se acaba. El coche escoba nunca ha tenido un sentido más literal como aquí. Un estruendoso ejército de barredoras sigue a la última carroza, tan de cerca que a los niños que desean pasar a recoger los caramelos que han quedado en mitad de la calzada no les queda más remedio que reprimirse. Eso, o ser absorbidos por las aspiradoras, barridos por los cepillos y convertidos en sujetos de hechicería macabra. A Tim Burton le cuadraría la escena para una de sus historias. Esperaré a que se estrene.
Con respecto a la cabalgata, si lo llego a saber doy un rodeo.
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