miércoles, 30 de diciembre de 2009

Humo X -fin-

-Ese final... -la rubia me devuelve a la realidad- ...tu libro no debe de estar nada mal.
-Habla de un prisionero que, tras un sinfín de aventuras, acaba siendo liberado -informo.
-Ah, bueno. Pues a mí me ha parecido más bien una historia de amor.
-El caso es que también hay en él una historia de amor, pero acaba siendo imposible -quito relevancia a ese aspecto de la novela.
-Claro, perdona, no había caído en que antes me contarías lo del prisionero que lo de ese romance.
Le lanzo una mirada recelosa. ¿Acaso sabe más de lo que yo sé? Sherezade, la hija del visir, obtuvo un respiro de mil días con sus mil noches atrapando al sultán con cada uno de sus cuentos interrumpidos. Por fin la clemencia llegó y acabaron sus vidas siendo felices. ¿Hubo el amo de uno de sus relatos de solicitar al genio todos los deseos de su cuenta para poder dejarlo marchar?
-Ya he leído para ti -le digo intencionadamente-. Hace un rato has dicho que después de escucharme...
-Que yo sepa, aún sólo te he pedido un par de cosas -me interrumpe-. Pero vas a tener suerte. ¿Ves? Se ha terminado -sentencia arrojando al suelo la colilla, que exhala sus últimos vapores.
-¿Eso significa que...?
-Que tengo que volver a la oficina. Se acabó mi descanso y, ¿sabes?, al final ha terminado siendo más agradable de lo que prometía.
-¿Entonces? -pregunto sin saber aún si celebrar o no mi libertad.
-Entonces... ya sabes a qué hora salgo a respirar un poco, si es que puede llamársele así. Mañana volveré aquí y encenderé otro de tus cigarrillos -dice a medida que se aleja y se despide con la mano, agitando su manga blanca. Me sonríe. Es la primera vez que veo la sonrisa de la rubia. Le correspondo con la mía.

Sigo cautivo.
Y tal vez deba celebrarlo, ahora que ya no hay humo.

martes, 29 de diciembre de 2009

Humo IX

¿Veré una vez más su rostro, su tez pálida y su glorioso cabello? No lo sé. El Destino no me envía ninguna señal; mi corazón no alberga el más mínimo presentimiento. En este mundo quizá... no, probablemente... nunca. ¿Existirá un lugar donde podamos reunirnos ella y yo, de forma que nuestras mentes -encarceladas en nuestros cuerpos- sean libres, no exista nada que perturbe nuestra dicha, nada que estorbe nuestro amor? Ni yo lo sé, ni lo saben mentes más poderosas que la mía. Pero si tal no sucede nunca, si jamás puedo volver a conversar dulcemente con ella, ni a contemplar su rostro, ni a oírle decir que me ama, entonces, de este lado de la tumba seguiré viviendo como corresponde al hombre que ella dio su amor; y del otro, suplicaré que me sea otorgado un sueño sin sueños.

Respiro profundamente; el humo ya no me arranca la tos. Cierro el libro y me permito mirar por unos instantes al frente, cedido a la abstracción. La rubia sigue a mi derecha, callada, pensativa quizás.

Compartir el final de mi libro no era algo que hubiera pensado hacer. Ni con ella ni con nadie. Acabar de leer un libro es un acto privado, íntimo. Incluso más que la religión, o que cualquiera de las perversiones que uno nunca se atrevería a revelar. He disfrutado haciendo que las últimas palabras del autor dialoguen con las sensaciones que he reunido a medida que he ido avanzando en la historia. Probablemente, cuando lo deposite en el hueco de la estantería del que lo saqué hace unos días, no vuelva a abrirlo nunca más. Por eso es una despedida, un adiós, pero también es el nacimiento de una conclusión. Ahora surgirán las ideas y el poso.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Humo VIII

Vaya, creía que correr me aclararía las ideas. Para muchos un paseíto a comprar tabaco es como un pasaje en primera hacia el paraíso. Por mi parte, tenía la tregua perfecta para idear mi salida de este escenario, pero me temo que hacer mutis va a costarme mucho más de lo que pensaba. Ahora mi obligación es trabajar a contrarreloj, y resulta que yo bajo presión funciono bastante mal.
-Oye -la rubia se interpone entre mis pensamientos y yo-, veo que estás terminando de leer ese libro, ¿no?
-Tienes buen ojo -le respondo reparando en mi dedo, mordido aún por los dientes de estas páginas-, apenas me queda un párrafo.
-Tal vez, si quisieras leerlo en voz alta...
¿Ha sido eso un deseo? Supongo que sí, pero creo que no está bien formulado. Seguirá considerándome un loco, o un cuerdo con el día un poco tonto, o un extravagante. El caso es que no me queda otra.
-¿Podrías...? -pero me corta.
-Lee para mí.
Me quedo mudo. La rubia exhala el humo de su cigarrillo y, después de un silencio, vuelve a tomar la palabra:
-Y después podrás marcharte.
Un escalofrío me recorre el cuerpo. En este instante lo pienso todo y, a la vez, no sé qué pensar. Libero mi dedo de su trampa. Siento en él un golpe de calor y la sangre vuelve a circular hasta la yema, hasta la uña diría yo. Ahora que lo pienso, no sé cómo he pedido apañármelas para hacer tantas cosas con sólo una mano. Tomo el libro otra vez con las dos y suspiro porque ya estoy más cerca de ser libre otra vez.

martes, 15 de diciembre de 2009

Humo VII

-Gracias por el detalle, pero... es que no entiendo nada -la rubia acepta el paquete de tabaco y se dispone a estrenarlo-. ¿Te importa? -Le doy permiso y desgarra el plástico ayudándose de una de esas pestañas que suelen hacernos la vida más fácil.
Me viene a la mente una leyenda que circuló hace años entre fumadores, activos y pasivos, que venía a decir que si reunías un kilo de esos envoltorios de celofán y lo entregabas en el lugar convenido, alguien regalaba a un minusválido una silla de ruedas. Siento curiosidad por saber si hubo alguno que se beneficiase de todo aquello aparte, claro está, de la industria tabacalera.
La rubia se enciende uno nuevo con el cigarrillo que estoy a punto de agotar. Cuando el suyo prende y su ascua se enrojece, se deshace del mío.
-No parecías disfrutarlo mucho. Es más, creo que no has fumado en toda tu vida. ¿Para qué me lo has pedido? ¿Una apuesta, o algo así?
-Ya te lo he dicho, la verdad es que ha sido una necesidad de ésas que no pueden eludirse -no sé si he resultado muy convincente.
-Vamos a ver -se planta delante de mí con los brazos en jarras-, cuando me has dicho que te pida que vayas a comprarme tabaco ya me ha parecido que eras un poco raro. Ahora llegas echando el corazón por la boca, con el pitillo a punto de quemarte los labios y totalmente congestionado. Lo más curioso es que quieras seguir con todo esto.
-Verás, es que...
-No, si me lo figuraba -me corta-. Ya sabía yo que algo iba a torcerse en este rato. Salgo de la oficina con la única intención de disfrutar un poco de este sol, de despejarme sin más, pero siempre me pasa algo. Cuando no son unos niñatos poniendo al límite el volumen de la música en sus móviles, es un corro de señores de otras oficinas tratando de saber si estaría dispuesta a encajar en un hueco entre la academia de sus hijos y la cena con sus respectivas mujeres. ¡Qué coñazo! Voy a terminar por decidir no salir más.
Aparta los ojos de mí, los dirige al frente y hace un silencio. Aprovecho para inspirar otra vez su humo y me recreo en su aparente genio. ¿No era yo el genio?
-En fin -suspira-, ya que mi descanso de las doce ha vuelto a ser un desastre, tienes exactamente el tiempo que tarde en fumarme éste para intentar arreglarlo.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Humo VI

He dado el primer paso hacia la libertad. Bueno, más que un paso ha sido una carrera. En cuanto la rubia me ha hecho su petición he salido pitando a corresponderla. Jamás habría imaginado que acudiría como alma que lleva el diablo a pagar por un trozo de cartón plastificado relleno de tabaco picado. ¿Alguien ha conseguido alguna vez correr los cien metros lisos con un cigarrillo invadiéndole los pulmones?

Pulmones, por cierto, con su volumen ampliado por mi respiración alterada. El humo disfruta ahora de mucho más espacio para hacerse conmigo. Toso compulsivamente y me vuelve a los oídos la voz de la máquina expendedora: "Su tabaco, gracias". No, no es mi tabaco, pero como si lo fuera. Fumar puede ser causa de una muerte lenta y dolorosa. El mensaje impreso en la cajetilla despierta mi compasión por la rubia, y creo que también por mí mismo. Pero ahora me resulta necesario. Se me empieza a enturbiar la vista: "Fumar puede ser a veces necesario". ¿Es ésa realmente la frase impresa?

Ahora no sería capaz de leer una sóla de las letras de este libro que sigue en mi mano izquierda. Mi dedo índice continúa pillado entre sus páginas como un ratón en una ratonera. Que yo sepa, los genios no tenían que dejarse el alma corriendo de acá para allá y debería de haber alguna manera algo más... no sé, mágica, de llegar a los sitios. En fin, voy sin resuello pero con los deberes hechos. Ahora me resta hacer que la rubia desee un par de cosas más.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Humo V

Utilizo el pitillo con cuyo humo la rubia me tiene atado. Uno los extremos del viejo y el nuevo en un beso incandescente.
-No sé qué pensarás de todo esto -le digo entre dientes, con el nuevo cigarrillo empezando a arder entre mis labios. Le devuelvo el viejo cuidando que siga intacto.
-Bueno, no sé, supongo que usar el mechero no le habría abierto otro agujero a la capa de ozono -me responde sin sospechar que los lazos de humo deben mantenerse a pesar de tener que incurrir en alguna escena absurda.
-Tienes razón, la atmósfera apenas habría sufrido daños -admito y vuelvo a la carga-. Ahora debemos resolver un problema: el del agujero que acabo de hacerte en el bolso. ¿Te importa pedirme que vaya a comprar tabaco?
-¿Cómo?
-Nada, que con sólo pedirlo tendrás una cajetilla nueva, toda para ti.
-Pero... es que... -la rubia cabecea, sin acabar de comprender que debe pedirme algo que ni siquiera se le ha pasado por la mente. Este cigarrillo que me está haciendo toser tal vez sea su aportación periódica a la supervivencia de los gorrones en el planeta.
-Venga, mujer, es sólo un deseo. ¿No es eso lo que te gustaría? Pues no tienes más que pedirlo.
Se lo piensa. Está desconcertada. El genio acaba de sugerirle a su amo que formule su primer deseo. Me temo que estoy haciendo trampas, pero si la montaña no viene a Mahoma...
-Está bien -se relaja-. Tráeme un paquete de tabaco. Eso sí, cuando vuelvas me vas a explicar en qué clase de jueguecito me estás enredando.