Hace pocas semanas, en un autobús, me vi rodeado de adolescentes emocionados/as. Abrazaban -mejor, atesoraban- carpetas, fotos, posters firmados con rotulador negro. Me pregunté qué ídolo juvenil los habría garabateado.
Uno de los fenómenos que hoy mueven masas de fanes -qué raro este plural- es la última peli de Harry Potter. Para el que quiera atar cabos sueltos sin haber leído todos los libros, como yo, no queda otro remedio que verla. El caso es que esto no supone ningún esfuerzo. Al contrario.
Todo acaba, sí, y la guinda está bien puesta sobre el pastel. Quienes justo al comienzo esperen una descarga de fuegos artificiales, tal vez se vean algo defraudados. Aunque poco después, ya concluido el trámite de explicar ciertos porqués, llega por fin el verdadero espectáculo: pirotecnia y magníficos efectos al servicio de la magia más poderosa de toda la serie. La épica guerrera, cercana a la de El señor de los anillos, está bien ajustada, aunque quizás no se equivoquen los que piensan que otro director habría hecho mejores maravillas.
Harry, después de tantos incidentes, acabará conociendo los motivos de su propia supervivencia. Sabrá por fin qué hacer frente a Voldemort, invariablemente decidido a eliminarlo. 'El que no debe ser nombrado' alcanza por fin el trono entre los grandes villanos de la historia del cine, mérito exclusivo de la autora y, por supuesto, de Ralph Fiennes. Él es uno de tantos y tantos actores británicos que aparecen en la saga. Se podría decir que casi todos los mejores han pasado por las ocho películas con solvencia sobrada. Esa madurez, me temo, se echa en falta en las interpretaciones de los más jóvenes, aunque, claro, hace diez años nadie podía prever cómo evolucionarían el físico y la técnica de aquellos niños. Echo de menos más desgarro, emotividad, expresividad en ciertos momentos. Y, por supuesto, más pasión en el esperadísimo beso entre Ron y Hermione, o el de Ginny y Harry, lástima de beso, tímido y desganado.
Asistimos al cierre de las subtramas que habíamos dejado abandonadas años atrás, apuntando la genialidad y el ingente trabajo de planificación de J. K. Rowling. Conoceremos la verdad de Severus Snape, estrechamente ligada al destino de Potter. La muerte, presidiendo siempre, nos brindará unas cuantas desapariciones -muchas de ellas resueltas con brevedad, tibiamente, sin la relevancia que se les otorga en otras películas-. Y, a pesar de la muerte, veremos que hay valores que perviven incluso más allá.
En fin, entretenidísimo final de H.P. Por cierto, al día siguiente de haber coincidido con los chavales del 'mundo fan', vi en televisión a los actores que encarnan a los hermanos Weasley. Ron y los gemelos Fred y George enviaban un saludo a los españoles desde una terraza de Madrid. A sus espaldas reconocí el lugar donde me había subido al autobús.
Uno de los fenómenos que hoy mueven masas de fanes -qué raro este plural- es la última peli de Harry Potter. Para el que quiera atar cabos sueltos sin haber leído todos los libros, como yo, no queda otro remedio que verla. El caso es que esto no supone ningún esfuerzo. Al contrario.
Todo acaba, sí, y la guinda está bien puesta sobre el pastel. Quienes justo al comienzo esperen una descarga de fuegos artificiales, tal vez se vean algo defraudados. Aunque poco después, ya concluido el trámite de explicar ciertos porqués, llega por fin el verdadero espectáculo: pirotecnia y magníficos efectos al servicio de la magia más poderosa de toda la serie. La épica guerrera, cercana a la de El señor de los anillos, está bien ajustada, aunque quizás no se equivoquen los que piensan que otro director habría hecho mejores maravillas.
Harry, después de tantos incidentes, acabará conociendo los motivos de su propia supervivencia. Sabrá por fin qué hacer frente a Voldemort, invariablemente decidido a eliminarlo. 'El que no debe ser nombrado' alcanza por fin el trono entre los grandes villanos de la historia del cine, mérito exclusivo de la autora y, por supuesto, de Ralph Fiennes. Él es uno de tantos y tantos actores británicos que aparecen en la saga. Se podría decir que casi todos los mejores han pasado por las ocho películas con solvencia sobrada. Esa madurez, me temo, se echa en falta en las interpretaciones de los más jóvenes, aunque, claro, hace diez años nadie podía prever cómo evolucionarían el físico y la técnica de aquellos niños. Echo de menos más desgarro, emotividad, expresividad en ciertos momentos. Y, por supuesto, más pasión en el esperadísimo beso entre Ron y Hermione, o el de Ginny y Harry, lástima de beso, tímido y desganado.
Asistimos al cierre de las subtramas que habíamos dejado abandonadas años atrás, apuntando la genialidad y el ingente trabajo de planificación de J. K. Rowling. Conoceremos la verdad de Severus Snape, estrechamente ligada al destino de Potter. La muerte, presidiendo siempre, nos brindará unas cuantas desapariciones -muchas de ellas resueltas con brevedad, tibiamente, sin la relevancia que se les otorga en otras películas-. Y, a pesar de la muerte, veremos que hay valores que perviven incluso más allá.
En fin, entretenidísimo final de H.P. Por cierto, al día siguiente de haber coincidido con los chavales del 'mundo fan', vi en televisión a los actores que encarnan a los hermanos Weasley. Ron y los gemelos Fred y George enviaban un saludo a los españoles desde una terraza de Madrid. A sus espaldas reconocí el lugar donde me había subido al autobús.
1 comentario:
VIMOS JUNTOS LA PELI, DANIEL. COINCIDO CON TUS APRECIACIONES. TODO ACABA; OTRAS COSAS, COMENZARAN. TE JURO QUE ME EMOCIONA EL POST, LA DESPEDIDA DE ESA ETAPA INGENUA, HERMOSA: LA INFANCIA...UN ABRAZO DESDE BAIRES. EN LA ARGENTINA YA LLEGA AL MILLON DE ESPECTADORES.
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