Algunos días son dados a la reconciliación con las pantallas. La pequeña, la de la tele, todavía me tiene disgustado -soy algo rencoroso-. Es otra, la grande, la que vuelve a darme una alegría, concretamente con la proyección de The visitor.
Un profesor de Connecticut vuelve a su piso de Nueva York y lo encuentra habitado por una pareja de inmigrantes -él de Siria y ella de Senegal-. Tienen un primer contacto violento, tras el que va a surgir entre ellos una relación que cambiará sus vidas. En varios sentidos.
Todos los años hay alguna película que, alejada de las majors, da la campanada. Esta es una de ellas, un gusto descubrir una historia así.
El actor protagonista, Richard Jenkins, me recuerda al Bill Murray de Lost in translation, pero sin el toque algo histriónico -aunque no sé si se puede ser sólo "un poco histrión"-, y también al Bill Murray de Flores rotas, pero sin un objetivo tan claro a lo largo de la película. A lo que voy es a que Murray ya tiene en Jenkins una competencia muy clara en la selección para según qué papeles. El profesor que encarna Jenkins ha perdido la motivación y la ilusión por muchas cosas. Será ese encuentro fortuito con sus okupas el que le llevará a cruzar una línea necesaria en su vida.
Nos encontramos en The visitor con la terrible realidad de las fronteras. Lo relacionado con ellas es asquerosamente arbitrario. Quien nace en un territorio, sólo por el hecho de ese nacimiento a este o aquel lado de una línea, pasa a tener unos derechos. Derechos innatos, sí. Los demás, los que llegan de fuera, deben renunciar a cualquier opción. Y si algún día consiguieron cruzar esa línea y lograron crearse una vida hermosa, tal vez la vean destruida por culpa de cualquier detalle nimio. El país que se vanagloria de dar las mejores oportunidades es el que las niega con mayor crueldad. Es el lugar donde la palabra inmigrante lleva siempre aparejada la palabra ilegal.
Vemos, además, dos tipos de desamparo. Uno que puede atraer al cariño, el desamparo más bondadoso. Y el otro, el sobrevenido, el despiadado, al que nadie debería llegar jamás.
También hay dos cárceles: la que el profesor se ha creado para sí mismo, olvidando que en su bolsillo tiene la llave que le sacará de ella; y la otra, la legal, la que construyen la arbitrariedad y el abuso de los Estados. Esa cárcel es la que lleva a una persona maravillosa al desamparo más terrible. La otra, la primera, es la que el profesor abandonará. Su desamparo, el más amable, le dejará a las puertas del amor.
sábado, 31 de octubre de 2009
lunes, 26 de octubre de 2009
Diarrea verbal
Hace un rato he apagado la tele con cabreo. "Apagón airado": uno agarra el mando, siente que con él en la mano es un hombre poderoso, planta el pulgar sobre el botón rojo y lo aplasta con determinación, moviendo el brazo con firme sacudida. Después de dirigir el rayo exterminador hacia el punto donde más duele, uno va y pulsa el interruptor del aparato, no vaya a encenderse por casualidad. Todos hemos visto Poltergeist y a ninguno nos gustaría sufrir tanto como aquella niña.
En la pantalla un político hablaba sobre... planteaba un problema que... exponía la posibilidad de... ¡Nada! Todo palabras vacías, humo sin fuego... y sin indios.
Cada vez me repatea más tener que escuchar palabrerías de manual, marcos incomparables, argumentos de ascensor, obviedades de cajón. Me jode que me tomen por idiota y me hagan tragar tanto rollo indigesto, esas papillas hartas de grumos hechas de paja y tronchos. Se creen que a uno le entran bien, pero resulta que los tropezones se atascan y no pasan. Vamos teniendo pocas tragaderas, señores.
Verborrea y diarrea vienen a ser lo mismo. El otro día asistí a un acto en el que tuve que soportar el speech de una consejera -no me apetece escribirlo con mayúscula- de la Comunidad de Madrid, de un ramo relacionado con la cultura. La elementa se marcó una fiesta de la espuma que ni el mejor parque de bomberos. Qué volumen iba alcanzando aquel burbujeo. Y qué limpieza. Blancura de anuncio, vaya. Aunque me temo que diarrea pulcra no deja de ser diarrea. Corrección gramatical y articulación notable, sí. Pero aquella pompa era justo lo que se conoce como tal, una ampolla de aire, un vacío insondable. Se me escapaban aquellos minutos de vida.
La señora terminó henchida de gozo, aliviada tal vez. Y unos cuantos a su alrededor parecían satisfechos también. Les había dado unas friegas placenteras. Pero a mí ya me había explotado en la cara su globo diarreico. Por suerte no salí de allí detrás de todos ellos, así que debieron ser otros quienes se resbalasen con el aceite de las friegas y se pringasen con tanta pomada.
No dudo que fuesen corriendo a verse en algún televisor.
En la pantalla un político hablaba sobre... planteaba un problema que... exponía la posibilidad de... ¡Nada! Todo palabras vacías, humo sin fuego... y sin indios.
Cada vez me repatea más tener que escuchar palabrerías de manual, marcos incomparables, argumentos de ascensor, obviedades de cajón. Me jode que me tomen por idiota y me hagan tragar tanto rollo indigesto, esas papillas hartas de grumos hechas de paja y tronchos. Se creen que a uno le entran bien, pero resulta que los tropezones se atascan y no pasan. Vamos teniendo pocas tragaderas, señores.
Verborrea y diarrea vienen a ser lo mismo. El otro día asistí a un acto en el que tuve que soportar el speech de una consejera -no me apetece escribirlo con mayúscula- de la Comunidad de Madrid, de un ramo relacionado con la cultura. La elementa se marcó una fiesta de la espuma que ni el mejor parque de bomberos. Qué volumen iba alcanzando aquel burbujeo. Y qué limpieza. Blancura de anuncio, vaya. Aunque me temo que diarrea pulcra no deja de ser diarrea. Corrección gramatical y articulación notable, sí. Pero aquella pompa era justo lo que se conoce como tal, una ampolla de aire, un vacío insondable. Se me escapaban aquellos minutos de vida.
La señora terminó henchida de gozo, aliviada tal vez. Y unos cuantos a su alrededor parecían satisfechos también. Les había dado unas friegas placenteras. Pero a mí ya me había explotado en la cara su globo diarreico. Por suerte no salí de allí detrás de todos ellos, así que debieron ser otros quienes se resbalasen con el aceite de las friegas y se pringasen con tanta pomada.
No dudo que fuesen corriendo a verse en algún televisor.
jueves, 22 de octubre de 2009
Enigmas
CUENTO CON PÁJAROS
(A. Mohorade)
Un pájaro al morir
recuerda
que tuvo alas para abarcar el cielo
que tuvo canto para nombrar el vuelo
y un nido pobre con hojas y estrellas
Y recuerda que alguna vez fue libre mientras ahora
tiene dos pies que lo atarán a la tierra:
Un hombre nace
y sueña con volar
hasta que un día lo advierte:
No es más que un pájaro muerto.
Con este poema empieza la obra Enigmas, interpretada ayer en el Aula de Música de la Universidad de Alcalá por el Sonor Ensemble, dirigido por Luis Aguirre. Con este texto entramos en las cuestiones que predominan en ella: habla de la vida, la muerte, los sueños, el destino y, tal vez, sobre eso que nos rige de algún modo desde algún lugar indefinido.
Un lujo disfrutar en su estreno de una obra tan fresca y sorprendente. El director y los músicos gozaban con su representación. No sólo estaban interpretando una partitura, sino que estaban representando una obra. Había mucho de teatral en este conjunto de versos mezclados con la música y las actitudes de cada uno de los músicos y cantantes.
El director recita, los músicos cantan, los cantantes actúan, y el público se pellizca para cerciorarse de que está allí y aquello está pasando de verdad. La partitura es magnífica, logrando dinamismo y distintos planos en el sonido. Cuenta con muchos momentos de música incidental que la conecta íntimamente con las composiciones para el cine. No en vano, el autor es Federico Jusid, muy reconocido ya en este área. Quizás su trabajo más popular sea la música para La señora, la serie de TVE, aunque acaba de entrar en la liga de los "compositores de clase A" gracias a la banda sonora de El secreto de sus ojos. Allí estaba Jusid, como un integrante más del ensemble, al teclado de un piano de cola que abandonó para abrazarse a todos los demás durante la ovación que les brindamos al final.
Sin duda, el fragmento más redondo de la obra fue el llamado Los Enigmas, como el poema homónimo de Borges, recitado también durante el cocierto. Imposible transmitir sus vibraciones desde aquí ni describirlas con palabras, por eso dejo aquí las escritas por el argentino.
LOS ENIGMAS
(J. L. Borges)
Yo que soy el que ahora está cantando
Seré mañana el misterioso, el muerto,
El morador de un mágico y desierto
Orbe sin antes ni después ni cuándo.
Así afirma la mística. Me creo
Indigno del Infierno o de la Gloria,
Pero nada predigo. Nuestra historia
Cambia como las formas de Proteo.
¿Qué errante laberinto, qué blancura
Ciega de resplandor será mi suerte,
Cuando me entregue el fin de esta aventura
La curiosa experiencia de la muerte?
Quiero beber su cristalino Olvido,
Ser para siempre; pero no haber sido.
lunes, 19 de octubre de 2009
¿Otra de vampiros?
Hace unas semanas que vi Déjame entrar y todavía me pregunto si es una peli más de vampiros o es otra cosa.
Últimamente el género está resurgiendo en el cine y, salvo alguna saga nacida de los videojuegos, desde el Drácula de Bram Stoker y la posterior Entrevista con el vampiro -magníficas las dos- no recuerdo semejante profusión de películas sobre vampiros. Y no sólo las tenemos en los cines -Crepúsculo no ha hecho más que comenzar-, sino también en televisión -véase, si se quiere y puede, la serie True Blood-.
Pero Déjame entrar parece diferente. Para empezar, no estamos en ningún lugar de la vieja Europa, ni en los más recientes estados del Mississippi, ni siquiera en el siglo XIX. La Suecia de los ochenta, sus dificultades sociales y sus nieves invernales van a ser el marco para esta historia. Y nadie diría que en toda esa gelidez, entre el aislamiento y el alcohol, pueda desarrollarse este cuento de amistad incondicional.
Largas noches de fondos blancos donde la nieve absorbe hasta la tristeza. Oskar, un niño que sufre acoso escolar, se refugia en sus fantasías de venganza contra los chicos del colegio, alimentadas por las noticias de sucesos macabros que recorta de los periódicos. Una noche llegan nuevos vecinos al barrio, entre quienes está Eli, una niña de su misma edad que comenzará a mostrar ciertas peculiaridades: palidez extrema, costumbres nocturnas y un olor peculiar. Oskar y Eli se van a ir encontrando y dejarán que nazca algo especial entre ellos. Pero ella es una niña vampiro, por lo que pensaremos de inmediato que no les será fácil mantener esa relación.
Esta historia de producción cien por cien sueca habla de problemas sociales, de brutalidad infantil y de los dilemas que se plantean cuando se cruzan las existencias de seres diferentes. Por eso no le faltan crudeza y frialdad. Pero también rebosa delicadeza, sobre todo en las secuencias entre estos dos niños, o las que Oskar comparte con su padre, quizás su único refugio de afecto.
Silencio. Nieve. Sangre. Un epílogo inquietante. Y además una película bien planificada, íntima, de cuidada estética, pensada para hacer pensar, que destila un lirismo sorprendente, con escenas cálidas, emocionantes.
En definitiva, una delicia de vampiros que, empiezo a decidir, no es otra más de vampiros.
Últimamente el género está resurgiendo en el cine y, salvo alguna saga nacida de los videojuegos, desde el Drácula de Bram Stoker y la posterior Entrevista con el vampiro -magníficas las dos- no recuerdo semejante profusión de películas sobre vampiros. Y no sólo las tenemos en los cines -Crepúsculo no ha hecho más que comenzar-, sino también en televisión -véase, si se quiere y puede, la serie True Blood-.
Pero Déjame entrar parece diferente. Para empezar, no estamos en ningún lugar de la vieja Europa, ni en los más recientes estados del Mississippi, ni siquiera en el siglo XIX. La Suecia de los ochenta, sus dificultades sociales y sus nieves invernales van a ser el marco para esta historia. Y nadie diría que en toda esa gelidez, entre el aislamiento y el alcohol, pueda desarrollarse este cuento de amistad incondicional.
Largas noches de fondos blancos donde la nieve absorbe hasta la tristeza. Oskar, un niño que sufre acoso escolar, se refugia en sus fantasías de venganza contra los chicos del colegio, alimentadas por las noticias de sucesos macabros que recorta de los periódicos. Una noche llegan nuevos vecinos al barrio, entre quienes está Eli, una niña de su misma edad que comenzará a mostrar ciertas peculiaridades: palidez extrema, costumbres nocturnas y un olor peculiar. Oskar y Eli se van a ir encontrando y dejarán que nazca algo especial entre ellos. Pero ella es una niña vampiro, por lo que pensaremos de inmediato que no les será fácil mantener esa relación.
Esta historia de producción cien por cien sueca habla de problemas sociales, de brutalidad infantil y de los dilemas que se plantean cuando se cruzan las existencias de seres diferentes. Por eso no le faltan crudeza y frialdad. Pero también rebosa delicadeza, sobre todo en las secuencias entre estos dos niños, o las que Oskar comparte con su padre, quizás su único refugio de afecto.
Silencio. Nieve. Sangre. Un epílogo inquietante. Y además una película bien planificada, íntima, de cuidada estética, pensada para hacer pensar, que destila un lirismo sorprendente, con escenas cálidas, emocionantes.
En definitiva, una delicia de vampiros que, empiezo a decidir, no es otra más de vampiros.
jueves, 15 de octubre de 2009
Gaudeamus igitur
La Universidad de Alcalá ha celebrado hoy la apertura del curso académico. Lo ha hecho de forma Solemnísima. En torno a una pequeña representación de sus alumnos, una serie de personas Ilustrísimas, Excelentísimas, Serenísimas tal vez y, entre ellas, como en una película de DreamWorks, algún que otro Magnífico investido de los más amplios poderes.
Ha sido bonito el desfile desde la Magistral hasta la Cisneriana, a lo largo de la calle Mayor y pasando por la plaza de Cervantes. Sobre el repicar de campanas de la Catedral, una agrupación de chirimías y otros vientos ha precedido a los maceros, y éstos a profesores, doctores, decanos y vicedecanos. Los niños de los colegios del centro han animado con sus gritos el pasacalles, atraídos por la viveza del colorido de birretes y mucetas. Como todos los asistentes, han agradecido la viveza de rojos, narajas, azules y otros colores correspondientes a las diferentes Escuelas y Facultades. Sin ese toque habría sido difícil alegrar la negrura de las togas y nos habríamos visto metidos de lleno en una procesión, como en una Semana Santa adelantada unos cuantos meses.
Recuperar el ceremonial de antaño tiene su gracia. Por momentos nos trasladamos a la Alcalá renacentista, cuando su Universidad era una de las más relevantes de Europa. En su fachada principal, plateresca, nunca nadie ha buscado una rana sobre una calavera, aunque ésa sea otra historia. Otra historia, como la de quien trató de comprar el edificio por cuatro perras, desmontarlo, numerar sus piedras y llevárselo a los Estados Unidos de América para volverlo a montar, cual rompecabezas, en algún lugar donde acabase conviviendo con rifles y banjos.
Por suerte eso nunca ocurrió y hoy podemos entrar al Paraninfo y aguardar la llegada de la comitiva. Sus miembros acceden descubiertos, birrete en mano, y el coro canta el Veni, Creator Spiritus. Con todo el mundo en pie, el Maestro de Ceremonias da un golpe en el suelo. Es entonces cuando el Rector dice: "Señores, sentaos. Se abre la sesión".
Se sucede entonces una serie de lecturas, entre las que asistimos a una Lección Inaugural sobre asuntos legales durante la que cualquier detalle decorativo de techo y paredes es motivo ideal de distracción. Después, los nuevos profesores prestan juramento o promesa, acompañados de sus padrinos -ya se sabe, sin ellos nadie se bautiza-, frente a una mesa tocada con la Sagrada Biblia y la Constitución Española. "Per deum iuro...", "Polliceor me maxima diligentia...". Uff, tanta pompa hace que alguno se trastabille.
Añadimos a la sesión una entrega de premios y un discurso inaugural. Para terminar, no puede faltar el Gaudeamus igitur. Nos ha quedado muy bien. De verdad, en serio.
Aunque espero que también vaya en serio ese nuevo enfoque de Bolonia para los planes de estudios. Espero que la reforma sirva para algo. Y sobre todo para alguien: los alumnos, futuros graduados a quienes deberá servir de algo el esfuerzo que ahora se les va a exigir. Más asistencia, participación, trabajo e investigación.
Sí, investigación, eso mismo para lo que ahora desde Ciencia e Innovación quieren recortarse medios y recursos. Lo dicho: Gaudeamus igitur o, lo que es lo mismo, Alegrémonos pues...
Ha sido bonito el desfile desde la Magistral hasta la Cisneriana, a lo largo de la calle Mayor y pasando por la plaza de Cervantes. Sobre el repicar de campanas de la Catedral, una agrupación de chirimías y otros vientos ha precedido a los maceros, y éstos a profesores, doctores, decanos y vicedecanos. Los niños de los colegios del centro han animado con sus gritos el pasacalles, atraídos por la viveza del colorido de birretes y mucetas. Como todos los asistentes, han agradecido la viveza de rojos, narajas, azules y otros colores correspondientes a las diferentes Escuelas y Facultades. Sin ese toque habría sido difícil alegrar la negrura de las togas y nos habríamos visto metidos de lleno en una procesión, como en una Semana Santa adelantada unos cuantos meses.
Recuperar el ceremonial de antaño tiene su gracia. Por momentos nos trasladamos a la Alcalá renacentista, cuando su Universidad era una de las más relevantes de Europa. En su fachada principal, plateresca, nunca nadie ha buscado una rana sobre una calavera, aunque ésa sea otra historia. Otra historia, como la de quien trató de comprar el edificio por cuatro perras, desmontarlo, numerar sus piedras y llevárselo a los Estados Unidos de América para volverlo a montar, cual rompecabezas, en algún lugar donde acabase conviviendo con rifles y banjos.
Por suerte eso nunca ocurrió y hoy podemos entrar al Paraninfo y aguardar la llegada de la comitiva. Sus miembros acceden descubiertos, birrete en mano, y el coro canta el Veni, Creator Spiritus. Con todo el mundo en pie, el Maestro de Ceremonias da un golpe en el suelo. Es entonces cuando el Rector dice: "Señores, sentaos. Se abre la sesión".
Se sucede entonces una serie de lecturas, entre las que asistimos a una Lección Inaugural sobre asuntos legales durante la que cualquier detalle decorativo de techo y paredes es motivo ideal de distracción. Después, los nuevos profesores prestan juramento o promesa, acompañados de sus padrinos -ya se sabe, sin ellos nadie se bautiza-, frente a una mesa tocada con la Sagrada Biblia y la Constitución Española. "Per deum iuro...", "Polliceor me maxima diligentia...". Uff, tanta pompa hace que alguno se trastabille.
Añadimos a la sesión una entrega de premios y un discurso inaugural. Para terminar, no puede faltar el Gaudeamus igitur. Nos ha quedado muy bien. De verdad, en serio.
Aunque espero que también vaya en serio ese nuevo enfoque de Bolonia para los planes de estudios. Espero que la reforma sirva para algo. Y sobre todo para alguien: los alumnos, futuros graduados a quienes deberá servir de algo el esfuerzo que ahora se les va a exigir. Más asistencia, participación, trabajo e investigación.
Sí, investigación, eso mismo para lo que ahora desde Ciencia e Innovación quieren recortarse medios y recursos. Lo dicho: Gaudeamus igitur o, lo que es lo mismo, Alegrémonos pues...
lunes, 5 de octubre de 2009
El guardián de la parra
Todos los años suceden muchas cosas bajo la parra de mi padre. Aparte de la vida que se desarrolla bajo su sombra, tiene otra vida, la suya propia. Cuesta creer que de una maraña sarmentosa que se podó unos meses atrás pueda surgir tanta vitalidad. Sus hojas y pámpanos crecen con rapidez milagrosa. Y acaba poblándose por completo, creando su techo caduco bajo el que las tijeretas parecen querer caminar y tratar de agarrarse a cualquier cosa con avidez. En pleno verano su sombra recorta la luz en el suelo, como en un mosaico de claroscuros proyectado para deslumbrar a su guardián con intermitencia.
Sí, la parra tiene un guardián. Mi padre es como si fuera también el suyo y se ocupa de ella como de otro hijo más. Interviene casi todas las semanas, desde que las primeras yemas comienzan a hincharse y sus nudos aún no revelan un futuro leñoso, hasta que la caída de la hoja requiera de él tareas algo más a ras del suelo. No le gusta que todo ese mecanismo se desmande y trepe hacia las alturas, o descienda a buscar asidero con sus zarcillos tentaculares. Todo debe crecer con cierta medida.
Pero el guardián no sólo vela; también combate: Tekeldion contra la araña roja, Druida contra el oidio, Zolone contra el pulgón. Y todo ello para lograr que sus brazos sostengan racimos sanos, de uvas sabrosas. Las de este año son magníficas. También lo aprecian las avispas, que buscan estos días refugio entre las bayas, apretadas como si estuvieran ahí para darles cobijo.
Esa es otra de las cosas que suceden bajo la parra.
Sí, la parra tiene un guardián. Mi padre es como si fuera también el suyo y se ocupa de ella como de otro hijo más. Interviene casi todas las semanas, desde que las primeras yemas comienzan a hincharse y sus nudos aún no revelan un futuro leñoso, hasta que la caída de la hoja requiera de él tareas algo más a ras del suelo. No le gusta que todo ese mecanismo se desmande y trepe hacia las alturas, o descienda a buscar asidero con sus zarcillos tentaculares. Todo debe crecer con cierta medida.
Pero el guardián no sólo vela; también combate: Tekeldion contra la araña roja, Druida contra el oidio, Zolone contra el pulgón. Y todo ello para lograr que sus brazos sostengan racimos sanos, de uvas sabrosas. Las de este año son magníficas. También lo aprecian las avispas, que buscan estos días refugio entre las bayas, apretadas como si estuvieran ahí para darles cobijo.
Esa es otra de las cosas que suceden bajo la parra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)