martes, 26 de noviembre de 2013

Trenes

Antes, hace meses ya, los echaba de más. No puedo evitar usar de prestado esa expresión de la canción Echo de menos de Kiko Veneno.

Habían sido muchas horas. Durante muchos años. Un vaivén diario, con cadencia repetida. Hasta la saciedad.

Un par de meses atrás he vuelto a frecuentarlos. Cuatro días a la semana. Trayecto de ida por la tarde. El de vuelta, también.

Un tramo con el mismo destino de siempre. Otro tramo, usado y abusado en el pasado, quedaba eliminado. Ya no era necesario llegar más allá.

Hoy echo de menos la monotonía, las rutinas en su interior, los rincones acostumbrados. También los retrasos.

Hoy vuelvo a añorar subirme a ellos.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Lo que queremos

Una profesora aparece en la tele, en mitad del desarrollo de una clase. Con una pizarra a sus espaldas, se presenta abstraída, esperando, tal vez, la respuesta rezagada de alguno de sus alumnos a una supuesta pregunta. No sería mucho suponer que la maestra estuviera pensando, quizás, que le encantaría estar en otro sitio, puede que dedicándose a otra cosa.

Un policía dirige el tráfico de hora punta en cualquiera de las rotondas de mi barrio. Movimientos mecánicos, repetidos ya con alienación. No es raro que se me pase por la cabeza una cuestión similar: sus sueños no parecen estar ahí.

Al otro lado de un ventanal varios oficinistas teclean frente a unas pantallas de ordenador. Al observarlos mientras paso caminando, intento imaginar cómo sería atrapar todos sus santos, que, sospecho, se elevan veloces en el cielo.

A veces, cuando veo a algunas personas en su entorno profesional, me pregunto si éso que están haciendo es lo que siempre les habría gustado hacer.

Sin duda, es pretencioso por mi parte fantasear sobre los deseos o ambiciones de personas a las que no conozco. Sin embargo, a todos nos ha sobrevenido en ocasiones una sensación de zozobra mientras hacíamos algo pero hubiéramos querido estar ocupados en otra cosa muy distinta.

En fin, sospecho que es un rasgo humano aspirar a descifrar los gestos, las acciones, los semblantes, y hallar en alguna de sus trazas su verdadero significado.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mi nevera

Tengo una nevera considerada. Y no es que el aparato tenga ese nombre, como podría ser otro del tipo arcón, o de la variedad no frost, o tal vez de la clase energética A+. No. Más bien me estoy refiriendo a la actitud de la susodicha. Mi nevera ha sido  -y, de verdad, no es porque sea mía-  muy considerada, averiándose justo cuando ha llegado el frío. ¿O acaso no es eso ser obsequioso y honrado?

Otros frigoríficos no son tan respetuosos, ¡qué va, para nada! Los muy traidores se paran justo cuando más los necesitas, dejándote tirado precisamente mientras los calores estivales requieren de ingentes cantidades de bebida fría y los alimentos no pueden pasar más de dos minutos fuera de una cámara.

Pero mi nevera ha sido respetuosa, delicada. La pobre ha sufrido su dolencia en silencio hasta que ha sabido que podía desplomarse al fin. Durante su baja, la terraza ha ejercido como excelente aliada, acogiendo a buena parte de sus inquilinos. Y, oye, no hay nada como tener en algún lugar de la casa un espacio que no supere los 10ºC en momentos de crisis orgánica. Nunca había tenido un frigorífico tan grande, ni la terraza había lucido aderezos de tan variados colores, sabores y olores.

Tras la visita del médico, después de ser operada con una buena dosis de gas y de soplete, la convaleciente comienza su recuperación. Parece lenta, aunque firme. Presenta síntomas de mejoría, como el renovado sonido del compresor  -más enérgico que antes, dónde va a parar-  o el fresquito que noto cuando meto las narices en su interior. Digo yo que la cirugía ha dado sus resultados y que el doctor habrá aplicado en ella lo mejor de su ciencia.

Ahora llega un capítulo delicado. Veremos cómo le sienta a la terraza que le robe todo lo que alberga. Y qué tal le viene a la nevera que la atiborre de cosas otra vez.