Mi ascensor se cruza en su descenso con otro que sube tirado por el cable del que pende, gemelo del mío, cargado de gente. Dos motores sueltan o recogen cable gobernados por la orden dactilar de quienes deciden bajar o ascender.
Por la calle me cruzo con gente que mira al frente, hacia los lados, a sus perros, a otros, a mí. Con otros tantos camino en paralelo. Me pregunto qué piensan, si mientras hablan por su móvil tienen en la mente algún asunto más, si mientras callan su cabeza le da vueltas a algo, si la misma canción que no quiere abandonar la mía estará dentro de la suya, clavada justo en la misma estrofa, en la misma sílaba.
En el supermercado hay rostros habituales. Pocos entre decenas que no conozco. Gente perdida porque sí, entre mercancía, objetos embalados, empaquetados, plastificados, coloridos. Recorre los pasillos imbuida de su búsqueda, dejando caer miles de estímulos en el pozo de sus pupilas. Es gente automática. De cada producto toma dos unidades, dejando el carro de lado a su derecha, a medio llenar. También es irascible. Te he dicho que me dejes comprar tranquila. No, si al final me vas a hacer hablarte mal. Anda, venga, ve a ponerte a la cola... Y caprichosa, voluble, codiciosa, sometida a una ley universal: acabará pasando por caja.
En un bar la gente habla a voz en grito, publicando sus intimidades, problemas, sandeces, mezquindades. Pero hay además gente callada. Ven la tele y leen los rótulos en la pantalla, o los labios de la presentadora, o leen su propio pensamiento mientras miran la emisión, ese lugar poderoso que les hace fácil abstraerse de las conversaciones ajenas a las que los otros se empeñan en invitarles. Gente discreta.
Más calle. Más gente.
Llego a casa. Sentado junto a la mesa de la cocina centro la vista sobre el brillo de la luz solar en la pared de cerámica. Más allá de los tabiques, de las ventanas, de las escaleras, de los patios, muchos otros miran, escuchan, imaginan, prejuzgan, se ceban en malas ideas mientras aniquilan las buenas, rompen el silencio a golpes, con llantos, gemidos, suspiros, palabras de cariño, de amor, de conciliación, juegan con otros, a ser otros, comen sin hambre, por gula y placer, pierden el tiempo, quieren recuperarlo sin éxito, esperan, desesperan, faltan a sus promesas, generan conflictos, mienten con descaro, palpan a oscuras, beben sin tino, aspiran a ser queridos, se cortan al afeitarse, descuelgan el teléfono para comprobar que hay tono, un canal abierto, lo cuelgan sin más, follan sin hallar placer y se enfrentan a un pavoroso vacío, clavan las uñas en un cojín, arrancan una nota a su guitarra con la yema de los dedos, la escuchan embelesados y la dejan suspendida en el aire, alargada en el tiempo, diluida en una onda propagada hasta que el espacio y la física marcan su límite.
Por la calle me cruzo con gente que mira al frente, hacia los lados, a sus perros, a otros, a mí. Con otros tantos camino en paralelo. Me pregunto qué piensan, si mientras hablan por su móvil tienen en la mente algún asunto más, si mientras callan su cabeza le da vueltas a algo, si la misma canción que no quiere abandonar la mía estará dentro de la suya, clavada justo en la misma estrofa, en la misma sílaba.
En el supermercado hay rostros habituales. Pocos entre decenas que no conozco. Gente perdida porque sí, entre mercancía, objetos embalados, empaquetados, plastificados, coloridos. Recorre los pasillos imbuida de su búsqueda, dejando caer miles de estímulos en el pozo de sus pupilas. Es gente automática. De cada producto toma dos unidades, dejando el carro de lado a su derecha, a medio llenar. También es irascible. Te he dicho que me dejes comprar tranquila. No, si al final me vas a hacer hablarte mal. Anda, venga, ve a ponerte a la cola... Y caprichosa, voluble, codiciosa, sometida a una ley universal: acabará pasando por caja.
En un bar la gente habla a voz en grito, publicando sus intimidades, problemas, sandeces, mezquindades. Pero hay además gente callada. Ven la tele y leen los rótulos en la pantalla, o los labios de la presentadora, o leen su propio pensamiento mientras miran la emisión, ese lugar poderoso que les hace fácil abstraerse de las conversaciones ajenas a las que los otros se empeñan en invitarles. Gente discreta.
Más calle. Más gente.
Llego a casa. Sentado junto a la mesa de la cocina centro la vista sobre el brillo de la luz solar en la pared de cerámica. Más allá de los tabiques, de las ventanas, de las escaleras, de los patios, muchos otros miran, escuchan, imaginan, prejuzgan, se ceban en malas ideas mientras aniquilan las buenas, rompen el silencio a golpes, con llantos, gemidos, suspiros, palabras de cariño, de amor, de conciliación, juegan con otros, a ser otros, comen sin hambre, por gula y placer, pierden el tiempo, quieren recuperarlo sin éxito, esperan, desesperan, faltan a sus promesas, generan conflictos, mienten con descaro, palpan a oscuras, beben sin tino, aspiran a ser queridos, se cortan al afeitarse, descuelgan el teléfono para comprobar que hay tono, un canal abierto, lo cuelgan sin más, follan sin hallar placer y se enfrentan a un pavoroso vacío, clavan las uñas en un cojín, arrancan una nota a su guitarra con la yema de los dedos, la escuchan embelesados y la dejan suspendida en el aire, alargada en el tiempo, diluida en una onda propagada hasta que el espacio y la física marcan su límite.
1 comentario:
UNA CAPTURA DEL INSTANTE, DE LA VIDA MISMA, CON VUELO LITERARIO Y EMOCIONES QUE INVITAN A REFLEXIONAR. ABRAZO.
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