En casa la barra de mercurio parece hierro candente. Araña con su filo esos números de los que preferiría mantenerla lejos. Calor, calor, calor. Pero es lo que debe ser, que para esto hemos cambiado la ropa de invierno por otra más ligera. Me pongo dos de esas prendas -algodón ligero y lino- y me marcho al trabajo. En el portal se está fresquito. Miro a través del vidrio de la puerta -barrotes negros, tiradores dorados-. Al otro lado me ciega una luz blanca propia de las apariciones marianas. Me quedaría un buen rato al pie de los buzones, revisando el correo. Cachis, solo folletos comerciales y propagandas que tiro ipso facto a la papelera.
De camino a la estación busco la sombra como el perro en febrero. A mi lado pasa una furgoneta haciendo un ruido de larga pegatina arrancada pesadamente. No me haría ninguna gracia ver mis suelas adheridas al asfalto como sus ruedas, deshiladas cual chicle requetemascado.
Sudo. Accedo al andén por un subterráneo. De la fresca sombra salgo de nuevo al fuego. 5 minutos para mi tren. Me pongo los cascos. La radio anuncia otra subida de las temperaturas. La canícula me nubla la visión. Mi tren llega borroso, frena difuso, se detiene turbio y abre sus puertas imprecisas. Han configurado el climatizador en el preset Aldea Siberiana. Me desoriento mientras mi cabeza asimila la anunciada subida del calor y mi cuerpo experimenta, digamos, cierta gelidez.
No sin esfuerzo, me aclimato. El recorrido termina. Prepárate, amigo, la bofetada será despiadada. ¡Zas! Camino a duras penas, cuesta respirar. Cruzo una calle. Más neumáticos pegados a la calzada, olor a alquitrán y a goma chamuscada. Mi autobús espera. Subo. Otra lanza de frío. Pico mi billete, me encojo. En menos de 10 minutos de trayecto y tiritona me acuerdo con nostalgia de mi gorro, mis guantes, mi bufanda y mis botas de borrego. Paramos. El par de puertas se pliega. Esta vez agradezco el manotazo de fuego, pero solo hasta tener el sol encima otra vez. Panel con reloj-termómetro. No sé si mirarlo, ya se sabe, por lo del calor psicológico. Venga, hombre, que es verano, ya tocaba, ¿no?
14:55 / 42ºC
Me hago bajito por momentos. Últimos metros, por fin, abro la puerta del edificio. Ay, otra vez enero, ya no sé cómo tomármelo. Hall. Saludos. Ascensor: los focos radian una primavera encerrada en una caja. Primera. Segunda. Tercera planta. Ya estoy. Bienvenidos a la Antártida.
De camino a la estación busco la sombra como el perro en febrero. A mi lado pasa una furgoneta haciendo un ruido de larga pegatina arrancada pesadamente. No me haría ninguna gracia ver mis suelas adheridas al asfalto como sus ruedas, deshiladas cual chicle requetemascado.
Sudo. Accedo al andén por un subterráneo. De la fresca sombra salgo de nuevo al fuego. 5 minutos para mi tren. Me pongo los cascos. La radio anuncia otra subida de las temperaturas. La canícula me nubla la visión. Mi tren llega borroso, frena difuso, se detiene turbio y abre sus puertas imprecisas. Han configurado el climatizador en el preset Aldea Siberiana. Me desoriento mientras mi cabeza asimila la anunciada subida del calor y mi cuerpo experimenta, digamos, cierta gelidez.
No sin esfuerzo, me aclimato. El recorrido termina. Prepárate, amigo, la bofetada será despiadada. ¡Zas! Camino a duras penas, cuesta respirar. Cruzo una calle. Más neumáticos pegados a la calzada, olor a alquitrán y a goma chamuscada. Mi autobús espera. Subo. Otra lanza de frío. Pico mi billete, me encojo. En menos de 10 minutos de trayecto y tiritona me acuerdo con nostalgia de mi gorro, mis guantes, mi bufanda y mis botas de borrego. Paramos. El par de puertas se pliega. Esta vez agradezco el manotazo de fuego, pero solo hasta tener el sol encima otra vez. Panel con reloj-termómetro. No sé si mirarlo, ya se sabe, por lo del calor psicológico. Venga, hombre, que es verano, ya tocaba, ¿no?
14:55 / 42ºC
Me hago bajito por momentos. Últimos metros, por fin, abro la puerta del edificio. Ay, otra vez enero, ya no sé cómo tomármelo. Hall. Saludos. Ascensor: los focos radian una primavera encerrada en una caja. Primera. Segunda. Tercera planta. Ya estoy. Bienvenidos a la Antártida.