Ni por asomo habría imaginado que la bandera acabaría viajando hacia algún lugar de California.
La dejó durmiendo en el hotel durante dos días. Aunque recuperarla tras la subida a la Torre Eiffel fue sencillo, no quería arriesgarse a tener que perder ni un solo segundo ingeniándoselas para dejarla a buen recaudo mientras hacía sus visitas.
La tarde de la gran final uno de sus familiares dio una sorpresa al resto del grupo reservando sitio en una terraza del Boulevard du Temple. Cenarían al aire libre, frente a una gran pantalla que los propietarios del bistro habían dispuesto fuera del local. La emisión de la TF1 sirvió de eficaz imán que atrajo a mucha clientela, buena parte de la cual estaba con 'la roja'. ¡Viva España!, gritaba una efusiva italiana con gran sonrisa y camiseta a tono. ¡Vamos!, repetía una pareja de americanos a quienes no les faltó cerveza en ningún momento. De los dos la chica parecía hablar algo de español, lo cual podía ser causa, o tal vez consecuencia, de su afinidad por la Selección.
La bandera ondeó, vibró, flotó con empeño, marcando un territorio al que la mayoría de los presentes habría querido afiliarse. Sólo unos pocos eran de presumible inclinación holandesa, aparte del camarero. Cuidado con Robben, murmuraba éste asintiendo, como queriendo subir al marcador los goles que el delantero estuvo a punto de marcar.
Y llegó el de Iniesta. Parecía como si todo París lo celebrase. O casi todo. Al poco, cuando las repeticiones del tanto ya se habían sucedido y el entusiasmo esperaba al final del partido para volver a exaltarse, la chica americana volvió apresurada a su mesa. ¡Lo sabía, sabía que no podía marcharme!, le decía a su novio bastante disgustada. Era la anécdota del momento y todos lo comentaban.
Cuando el árbitro dio fin a la prórroga el delirio estalló y la bandera siguió agitándose en una fiesta que llegaba de forma natural. Cerveza en mano, el chico americano se acercó al grupo. Somos de California, dijo. El otro día, el del partido contra Alemania, mi novia quiso comprar una bandera pero no la encontró. Hemos seguido a España durante todo el Mundial y hoy, la pobre, justo cuando se va al servicio se pierde el gol y... I wondered if... your flag... me preguntaba, no sé... si pudieras darle tu bandera...
No supo negarse. Buscó la aprobación en los ojos de su gente, pero ya había decidido regalarla gustosa. La chica americana saltó y gritó de pura alegría. ¡Muchas gracias!, repetía con verdadera ilusión. Se hicieron una foto en la que retendrían aquella cesión. La bandera tendría un destino imprevisto y una historia que su nueva propietaria quizás algún día llegaría a conocer.
La dejó durmiendo en el hotel durante dos días. Aunque recuperarla tras la subida a la Torre Eiffel fue sencillo, no quería arriesgarse a tener que perder ni un solo segundo ingeniándoselas para dejarla a buen recaudo mientras hacía sus visitas.
La tarde de la gran final uno de sus familiares dio una sorpresa al resto del grupo reservando sitio en una terraza del Boulevard du Temple. Cenarían al aire libre, frente a una gran pantalla que los propietarios del bistro habían dispuesto fuera del local. La emisión de la TF1 sirvió de eficaz imán que atrajo a mucha clientela, buena parte de la cual estaba con 'la roja'. ¡Viva España!, gritaba una efusiva italiana con gran sonrisa y camiseta a tono. ¡Vamos!, repetía una pareja de americanos a quienes no les faltó cerveza en ningún momento. De los dos la chica parecía hablar algo de español, lo cual podía ser causa, o tal vez consecuencia, de su afinidad por la Selección.
La bandera ondeó, vibró, flotó con empeño, marcando un territorio al que la mayoría de los presentes habría querido afiliarse. Sólo unos pocos eran de presumible inclinación holandesa, aparte del camarero. Cuidado con Robben, murmuraba éste asintiendo, como queriendo subir al marcador los goles que el delantero estuvo a punto de marcar.
Y llegó el de Iniesta. Parecía como si todo París lo celebrase. O casi todo. Al poco, cuando las repeticiones del tanto ya se habían sucedido y el entusiasmo esperaba al final del partido para volver a exaltarse, la chica americana volvió apresurada a su mesa. ¡Lo sabía, sabía que no podía marcharme!, le decía a su novio bastante disgustada. Era la anécdota del momento y todos lo comentaban.
Cuando el árbitro dio fin a la prórroga el delirio estalló y la bandera siguió agitándose en una fiesta que llegaba de forma natural. Cerveza en mano, el chico americano se acercó al grupo. Somos de California, dijo. El otro día, el del partido contra Alemania, mi novia quiso comprar una bandera pero no la encontró. Hemos seguido a España durante todo el Mundial y hoy, la pobre, justo cuando se va al servicio se pierde el gol y... I wondered if... your flag... me preguntaba, no sé... si pudieras darle tu bandera...
No supo negarse. Buscó la aprobación en los ojos de su gente, pero ya había decidido regalarla gustosa. La chica americana saltó y gritó de pura alegría. ¡Muchas gracias!, repetía con verdadera ilusión. Se hicieron una foto en la que retendrían aquella cesión. La bandera tendría un destino imprevisto y una historia que su nueva propietaria quizás algún día llegaría a conocer.
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