Se acercó al botón eject del reproductor, lo pulsó con el grado de contención que estos dispositivos exigen y extrajo el deuvedé de la bandeja sin dejar que ésta concluyese su recorrido saliente. Mientras devolvía el disco a su caja y lo encerraba con un par de sonoros crocs, sentía en su cabeza el cosquilleo de las impresiones que la película le había removido.
"¿Ralph Fiennes me caía bien o me caía rematadamente mal?" El movimiento en su mente era más bien una disputa entre los opuestos de su conciencia. Hace años había relegado al ala oeste de su percepción al Ralph Fiennes de La lista de Schindler, al cual acompañaba ya su maligna creación para algunas de las películas de Harry Potter, incluso el que aparecía en las que aún estaban por estrenarse. Y no era para menos: Lord Voldemort por fin tenía una cara y su ausencia de nariz era casi tan turbadora como su falta de humanidad. Con respecto al primer malo, Amon Göth, aquel nazi sin escrúpulos, valga la redundancia, puso a Fiennes sobre el mapa, pero también fue el centro de los recelos de todo el que vió la obra de Spielberg.
A ella le había costado mucho desprenderse de la conmoción que le despertó cada disparo del capitán homicida de las SS, resonando cada noche dentro de la oquedad de sus sueños. Afortunadamente poco después llegó El paciente inglés. Entonces no volvió a recordar al ejecutor, lo dejó adormecido en algún rincón perdido y se abrazó apasionadamente al conde Almásy. Una historia de amor imposible, así fue, como la que se agotaba en la Cueva de los Nadadores. Después Ralph Fiennes interpretaría otros personajes que no romperían ese hechizo, sino todo lo contrario, como el de El jardinero fiel. Qué emoción sintió ante la actitud del diplomático abnegado que investiga la muerte de su mujer y acaba destapando una trama de corrupción. Sin dudarlo un instante se habría puesto en la piel de su Tessa, pero sin tan desgraciado destino.
Dejó el estuche de La duquesa sobre el saliente del mueble. "Este no es mi Ralph Fiennes". Y con ese pensamiento conjuró sin querer a Göth y a Voldemort, reuniéndolos en oscuro aquelarre con el recién conocido duque de Devonshire. Qué despreciable le había resultado y qué alejado de los encantadores mitos que había forjado al otro lado de su memoria. Qué desdichada vida la de la duquesa, unida a ese déspota sin miramientos. Pensó que le costaría un tiempo deshacerse de tantos fantasmas para poder llegar a pensar que la película que acababa de ver no estaba nada mal.
Y concluyó que el idilio con el actor renacería sin forzarlo demasiado. Tal vez volviendo a visitarle en el lado bueno.
"¿Ralph Fiennes me caía bien o me caía rematadamente mal?" El movimiento en su mente era más bien una disputa entre los opuestos de su conciencia. Hace años había relegado al ala oeste de su percepción al Ralph Fiennes de La lista de Schindler, al cual acompañaba ya su maligna creación para algunas de las películas de Harry Potter, incluso el que aparecía en las que aún estaban por estrenarse. Y no era para menos: Lord Voldemort por fin tenía una cara y su ausencia de nariz era casi tan turbadora como su falta de humanidad. Con respecto al primer malo, Amon Göth, aquel nazi sin escrúpulos, valga la redundancia, puso a Fiennes sobre el mapa, pero también fue el centro de los recelos de todo el que vió la obra de Spielberg.
A ella le había costado mucho desprenderse de la conmoción que le despertó cada disparo del capitán homicida de las SS, resonando cada noche dentro de la oquedad de sus sueños. Afortunadamente poco después llegó El paciente inglés. Entonces no volvió a recordar al ejecutor, lo dejó adormecido en algún rincón perdido y se abrazó apasionadamente al conde Almásy. Una historia de amor imposible, así fue, como la que se agotaba en la Cueva de los Nadadores. Después Ralph Fiennes interpretaría otros personajes que no romperían ese hechizo, sino todo lo contrario, como el de El jardinero fiel. Qué emoción sintió ante la actitud del diplomático abnegado que investiga la muerte de su mujer y acaba destapando una trama de corrupción. Sin dudarlo un instante se habría puesto en la piel de su Tessa, pero sin tan desgraciado destino.
Dejó el estuche de La duquesa sobre el saliente del mueble. "Este no es mi Ralph Fiennes". Y con ese pensamiento conjuró sin querer a Göth y a Voldemort, reuniéndolos en oscuro aquelarre con el recién conocido duque de Devonshire. Qué despreciable le había resultado y qué alejado de los encantadores mitos que había forjado al otro lado de su memoria. Qué desdichada vida la de la duquesa, unida a ese déspota sin miramientos. Pensó que le costaría un tiempo deshacerse de tantos fantasmas para poder llegar a pensar que la película que acababa de ver no estaba nada mal.
Y concluyó que el idilio con el actor renacería sin forzarlo demasiado. Tal vez volviendo a visitarle en el lado bueno.
2 comentarios:
Sabes, Daniel, que Finnes, es buen actor (incluso su hermano, ve: GRITOS DE LIBERTAD, sobre el carcelero de Mandela), pero su máscara -muchas veces- se torna un rostro inconmovible.Pienso en El Lector. De todos modos, emociona y conecta con el espectador.Bueno el post, por combinar tus sensaciones con el "objetivo Ralph". Hasta otro filme. Saludos. Gustavo.
Magnífico actor, sí. Hace unos años estuvo en el Teatro Español de Madrid interpretando el Marco Antonio de "Julio César" de Shakespeare. Me gustaría verle también en algo junto a su hermano Joseph, otro pedazo de actor.
Gracias, Gustavo.
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