Una niña, Wadjda, madura como pocas en Riad, decide que quiere
una bicicleta, algo que les está vetado a las mujeres porque
algunas mentes retorcidas un día decidieron que no es un juguete
apropiado para las niñas. Ante su incomprensión de muchos de los aspectos del entorno islámico en el que vive, Wadjda, de 10 años, se rebelará a su manera y luchará por ser libre.
La primera película dirigida por una
mujer en Arabia Saudí se ha atrevido a exponer con valentía que en
aquella sociedad fallan muchas cosas. Dar independencia a
las mujeres y apartar tantas y tantas trabas es la clave del cambio en muchos países como el suyo. Ayer, viendo
La bicicleta verde, de Haifaa Al-Mansour, supe que en lugares donde muchos
se empeñan en interpretar el Corán de una forma desfigurada
(desgraciadamente, todos en los cuales el islam es la religión
mayoritaria), también existen personas que relajan sus ojos sobre la
religión y los enfocan en sus ilusiones e intereses.
Son espíritus libres, como el de Wadjda, o espíritus que se plantean un cambio, como su madre, a la que su padre ha repudiado porque no podrá tener hijos y, por tanto, nunca estará en condiciones de darle un hijo varón.
Podría decirse que esta niña lleva a cabo una rebelión espontánea contra lo que no entiende, lo que para ella no es ni sensato ni claro. Podría describirlo de muchas formas: normas sociales que hacen infelices a muchas personas o las convierten en zombies sin voluntad, imposiciones impenetrables, ceños arrugados ante una muestra de humanidad o el asomo de un milímetro de singularidad. Todo eso es lo que empobrece al pueblo que queda sometido a la arbitrariedad más trastornada.
En fin, admito que, de niño, no era tan frecuente ver niñas montando en bici como lo era ver a niños. Puede que esta sociedad española en la que vivo tuviera entonces algo que ver con la que me encuentro en esta película. Puede que aquí también fallasen muchas cosas. Antes y ahora.