viernes, 27 de septiembre de 2013

La ronda en el Rijksmuseum


La foto no tiene una calidad excelente, dada la escasa pericia de su autor para mantener exposiciones largas con una cámara compacta. Aun así, me gusta su composición casual y el foco que conduce la mirada hacia el maravilloso fondo del corredor.

Ese foco no es otro que uno de los cuadros más impresionantes del mundo. Uno sabe que va a poder verlo allí, en ese museo, aunque no espera encontrárselo expuesto de esa forma tan brillante. Por eso, estar dentro de esta gran sala es una gran suerte. Tienes una de tus pinturas favoritas a golpe de vista y, sin embargo, prefieres ir deteniéndote en otras fantásticas obras que vas encontrándote de camino. Podrías avanzar hacia ella directamente, pero intuyes que lo bueno es disfrutar de otros cuadros con la promesa a tu alcance de un delicioso maná.

La ronda de noche no es, ni mucho menos, una ronda nocturna, sino una escena que se desarrolla en un interior plasmada por Rembrandt sobre un lienzo. Cuando, tiempo después, fue denominada así, dicho lienzo tenía encima tanta mugre que para cualquier observador era indudable que allí se había hecho de noche.

Ahora los interiores ya no son tan oscuros, salvo que se desee que lo sean, y en esa sala de pintura holandesa la luz es la idónea, aunque a mí me cueste adaptarla a las funciones de mi cámara. El Rijksmuseum siempre ha sido un buen lugar para estar pero, últimamente, después de las obras de renovación, es uno de los mejores lugares para estar.

lunes, 23 de septiembre de 2013

El gusano de la patata

Hoy, de primer plato, puré de verduras. Cebolla, ajo, zanahoria, apio, calabacín, tomate y patata. Le pongo sal, pimienta y mi toque personal: un poco de curri suave. Aparente normalidad en la superficie de la patata que me dispongo a pelar para, después, trocearla y cocerla con todo lo que ya está en la olla. Tan sólo observo unos puntos negruzcos que no parecen síntoma de nada grave.

Comienzo a retirar la piel del tubérculo y ahora, en el amarillento y más jugoso interior, resaltan unos ojos negros que parecen mirarme. Intento apartarlos con una puntilla pero no lo consigo del todo. Entonces corto un pedazo y, ¡oh, sorpresa!, aparece un gusano. Queda totalmente fuera de su guarida y titubea moviéndose de un lado a otro, cabeceando tembloroso, como deseando que, a falta de cerebro, un buen instinto le lleve con rapidez a un nuevo escondite.

No creo que el bicho me vea ni alcance a imaginar que soy el causante de su repentino desamparo. Miro la galería de la que ha salido y la secciono con el filo del cuchillo. Tiene su principio y su final dentro de la patata. No hallo indicios de entrada hasta el túnel-vivienda: es como si el tubérculo hubiera engendrado a su ocupante a partir de su propia materia y se hubiera prestado a ser comido para darle albergue.

Las últimas patatas que compré lucían una pinta similar a la de esta. Desconozco su placa de identidad (tal vez fueran Monalisa, Ágata, Caesar, o vaya usté a saber...), aunque, de llevarla, supongo que la portarían atornillada por medio de ojales negros en los que se alojarían, tal vez, unos cuantos inquilinos más.

Y entonces me pregunto si habré frito o cocido algún gusano de la patata y si, como resultaría evidente, ya lo habré ingerido.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Solo en el mundo

¿Qué decir de Solo en el mundo? Comenzaré diciendo, aunque no esté del todo bien, que me ha gustado. Es una novela única que refleja la vida tal como acaecía hace años en Trípoli, donde sus ciudadanos vivían fervientemente a favor de sus gobernantes, o irremediablemente sometidos, o revueltos clandestinamente contra ellos, reclamando una Libia mejor, una Libia libre.

Solimán, un niño de nueve años, comienza a coexistir con los misterios de la vida adulta y la terrible realidad de su país. Para alguien de su edad, convivir con traiciones, visitas intrigantes, desapariciones anunciadas de vecinos y juicios sumarísimos televisados es algo desconcertante. En casa, su padre, hombre de negocios y opositor del régimen de Gaddafi, se ve acorralado por los agentes del dictador. Por otra parte, su madre, doblemente atrapada en un matrimonio que no eligió y en un mundo del que se abstrae gracias al alcohol, añora una vida libre. Sin darse cuenta, tal vez llevado por la sinrazón que le rodea, los juegos de Solimán alcanzarán un punto siniestro. Sin alcanzar a prever las consecuencias, intervendrá terriblemente en los hechos que cambiarán el destino de su familia.

Me admira, de entrada, la sensibilidad y precisión con que Hisham Matar narra en ésta, su primera novela. Resulta estimulante recorrer junto a su protagonista los rincones de sus juegos, auténticos reinos particulares dentro de la casa de sus padres, aparte de la calle donde él y sus vecinos construyen sus fantasías. Por otra parte, disfruto con la complejidad de voces que en ciertos pasajes puebla los discursos interiores del protagonista y la contradicción que para él es desasosegante aunque no paradójica. Me ha gustado aprender sobre esos años oscuros de la Libia más deplorable y sobre el funcionamiento de los mecanismos del terror en un régimen monstruoso.

Esta historia arranca en un escenario soleado, mediterráneo, heredero en ciertos sentidos de la colonia romana que fue buena parte del territorio libio. Hallaremos en ella, sin embargo, un país herido por el terror y el fanatismo. Gaddafi y sus militares han creado una red que controla cualquier conato de traición a su ‘revolución’, que plaga de espías todos los rincones, agazapados frente a hogares, fábricas y universidades, a la escucha de cualquier voz temible.