La foto no tiene una calidad excelente, dada la escasa pericia de su autor para mantener exposiciones largas con una cámara compacta. Aun así, me gusta su composición casual y el foco que conduce la mirada hacia el maravilloso fondo del corredor.
Ese foco no es otro que uno de los cuadros más impresionantes del mundo. Uno sabe que va a poder verlo allí, en ese museo, aunque no espera encontrárselo expuesto de esa forma tan brillante. Por eso, estar dentro de esta gran sala es una gran suerte. Tienes una de tus pinturas favoritas a golpe de vista y, sin embargo, prefieres ir deteniéndote en otras fantásticas obras que vas encontrándote de camino. Podrías avanzar hacia ella directamente, pero intuyes que lo bueno es disfrutar de otros cuadros con la promesa a tu alcance de un delicioso maná.
La ronda de noche no es, ni mucho menos, una ronda nocturna, sino una escena que se desarrolla en un interior plasmada por Rembrandt sobre un lienzo. Cuando, tiempo después, fue denominada así, dicho lienzo tenía encima tanta mugre que para cualquier observador era indudable que allí se había hecho de noche.
Ahora los interiores ya no son tan oscuros, salvo que se desee que lo sean, y en esa sala de pintura holandesa la luz es la idónea, aunque a mí me cueste adaptarla a las funciones de mi cámara. El Rijksmuseum siempre ha sido un buen lugar para estar pero, últimamente, después de las obras de renovación, es uno de los mejores lugares para estar.